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martes, 28 de enero de 2025

CRUZANDO EL CARITAYA

 Cruzando el Caritaya

 


Pues bien. Sin querer jactarnos - aunque lo hacemos - pasamos por Francia y nos detuvimos muy cerca de París, pero fue una casualidad, por exigencias del camino, ya que en dicho lugar se estrecha la vía y hay que pasar muy lentamente. Luego, seguimos rumbo a Camiña, muy al interior de la quebrada ubicada en el extremo norte de la región de Tarapacá, en dirección a las lagunas de Amuyo.

El camino es estrecho, por borde, muy pegado a la ladera del cerro con abismos profundos y curvas cerradas. Todos van en silencio, mirando de soslayo y apretando los dientes.

Adelante – en la conducción - va Don Rodrigo Guajardo, un viejo lobo de mar en la conducción. Muestra templanza y seguridad al volante y eso nos tranquiliza, aunque no por ello el temor deja de estar presente.

(Francia, para quienes no lo sepan, es el llamativo nombre de un poblado en la quebrada de Camiña, y París -no podía faltar- es el nombre de una panadería del lugar).

 

Nuestra cita tempranera.

 

Llegamos algo tarde a nuestro encuentro con los conductores de los furgones que nos llevarían a las alturas de la región y esta demora, provocada por los cortes en la carretera (ruta en reparación), podía implicar algo más que un simple retraso en nuestras actividades. A esta hora – 10 a.m. – el sol era inclemente, más bien sofocante. El bus que nos trajo por estos lares no podía seguir por los nuevos caminos que se avecinaban, así que hubo que cambiar de vehículos y partir como si hubiésemos llegado a las 07.00 a.m. Nada de acelerar o apresurar el paso. Había que mantener la consigna “Quién va a galope va toreando el costalazo, despacito se llega lejos”

 

Avanza la caravana por el extremo norte de Camiña, al sector de las cuestas. Es un camino ripioso, muy bien tenido, que nos empina desde los 2.200 a los 3.000 m.s.n.m. El valle se va empequeñeciendo al ir avanzando (más rápido de lo que queremos) y el abismo asusta, se entrecorta la respiración, hay sudor frio y muchos recién se hacen la pregunta ¿qué hago aquí? Pero el destino al que vamos amerita pasar estas pequeñas vicisitudes y producir algo de adrenalina. En estos tiempos monótonos, no es malo, es señal de una aventura que, quizá para algunos, sea la más significativa de sus vidas. Son tan solo 18 km de cuestas (en subida) que se convertirán en una eternidad en la bajada.

 

Llegamos a la planicie superior de la quebrada y muchos sueltan los escapularios, rosarios, santitos y el aire contenido. En el paisaje comienzan a asomar los cactáceas columnares. Extrañas en su conformación (para nosotros), robustas, gigantes, reverdecidas.

Enfilamos en dirección nor-este y comienza a soplar algo de aire fresco. Ha de ser por la altura.

El sol es inclemente, pero la alegría de seguir avanzando nos motiva. El camino ha tenido mejoras, vemos gente trabajando en él y como buenos citadinos preguntamos a los conductores si dichos arreglos son para una mejor conectividad turística. La respuesta no es muy grata: según ellos, hay planes para la instauración de mineras por el sector. Preocupante, eso hay que verificarlo.

 

El territorio poco a poco va cambiando de color, del ocre del desierto terroso y seco al verde de la vida. Tan sólo nos separan 45 km desde Camiña a las lagunas, pero debemos cruzar un Portezuelo muy cercano al poblado de Nama (km 30 aproximadamente) luego viene un largo y algo escabroso plano en las laderas de los cerros y finalmente la bajada al río Caritaya, el que debemos sortear, para recorrer nuestros últimos 8 km por laderas empinadas, caminos barrosos, lagunillas, saltos, etc.

 

Cruzando el Caritaya.

 

Este punto es vital. Si no hay crecida de río, se puede cruzar, por el contrario, si aumenta el caudal – producto de las lluvias estacionales - solo nos restaría el caminar por el borde del rio unos 5 km para acceder a las lagunas, pero caminar es difícil por estos parajes y no todos podrían llegar. Algunos ni siquiera podrían empezar a caminar.

 

La magia en las alturas

 

Asoma en el cielo – algo cercano a nosotros – una nube gris que nos cubre del sol y le damos las gracias, pero el conductor (que conoce el lugar) nos explica que no es una buena señal. Poco a poco el cielo se cubre y comienza a caer una tenue lluvia, son goterones aislados. Seguimos el camino ya que falta muy poco para llegar y la lluvia se hace sentir un poco más fuerte.

Bajando al sector de Amuyo comienza a caer granizo ¡Bendita naturaleza! exclamamos. Bendita porque nos muestra todo aquello de lo que carecemos por donde habitamos. El conductor vuelve a decir que no es muy buena señal.

No está la familia encargada de este territorio, solo nos sale a recibir el gato de la casa. Avanzamos los últimos metros y el encargado de los furgones (Don Anacleto) nos indica:

“No podemos estar más de una hora en este sitio, es probable que llueva mucho e inclusive que asomen relámpagos”.

“Vayan a conocer y si necesito que vuelvan rápido, les tocaremos las bocinas de los vehículos”.

 

Ahí en frente están las lagunas. La roja, la amarilla y la turquesa. Solo hay que sacarse los zapatos y cruzar el río.

Fácil, dijeron muchos y se pusieron a caminar, más la naturaleza nos vio la cara de turistas y nos jugó una nueva triquiñuela: comenzó a llover.

Paseando por las lagunas, las selfis de rigor, las risas, la foto grupal, la puna en algunos, el oxígeno, granizo ¿algo más?

 

Una hora pasa muy rápido.

Comienzan a sonar los bocinazos, truenos en la distancia, y eso significa que todos debemos ir a los vehículos, aunque algunos reclamen, griten o hagan berrinche. La seguridad es lo primero y lo que anduvimos para llegar lo debemos desandar, pero ahora con granizo y lluvia. El camino se transformó, ahora es un lodazal. Lo último que subimos lo tenemos que bajar y es resbaloso para los vehículos. Ahí vimos la experticia de los conductores que hacen esta ruta. Nuevamente el Caritaya, sigue tal cual, imperturbable, sin crecida.

“A por él, hay que cruzarlo”

16.00 h y apenas cruzado el río, todo se calma, asoma el sol, se entibia y se enrarece el aire, pero ya vamos camino a Camiña. Lejos podemos distinguir las lagunas, el tranque, los volcanes y nevados, el clima amenazante, la vegetación (maravillosa), los burros (en gran número) y las aves del lugar. Algunos comentan que les gustaría vivir por estos parajes (no saben lo difícil que resultaría aquello). Cruzamos el portezuelo y volvemos - de nuevo - al sol asfixiante.

 

Vamos llegando, Chuai-Chuai

 

La bajada – por la cuesta – no tuvo inconvenientes, salvo que hubo que hacer transfusión de sudor a varios, porque lo perdieron todo tan sólo en esta parte del trayecto.

Ya estamos en Camiña, en el hotel, y a la distancia un enorme arcoíris nos brinda su majestuosa bienvenida a esta parte escondida del territorio. Arriba – en la cordillera y precordillera – sigue nevando y lloviendo, con relámpagos y truenos ensordecedores. Los animales se ponen a cubierto y los lagos, ríos y salares se llenan de agua y de vegetación variada. Estuvimos (por unas horas) en tierra de gentiles y nos impregnamos de naturaleza, de vivencias y de nuevas experiencias.

Vida, nada me debes. Vida, estamos en paz.

 

Ahora bien.

Para entender la coloración de las aguas de las Lagunas de Amuyo, el Servicio Nacional de geología y Minería dice:

 

 

Las lagunas de Amuyo, ubicadas en las cercanías del poblado de Camiña, son la expresión superficial de un sistema hidrotermal profundo donde fluidos a altas temperaturas circulan por rocas volcánicas muy permeables de la Formación Oxaya, del Oligoceno-Mioceno. Esta circulación provoca que se disuelvan ciertos minerales presentes en esas rocas y, a su vez, el aumento de la salinidad y concentración de algunos elementos y compuestos en estos fluidos.

 

El ascenso de estos fluidos y la precipitación constante de sales, durante el lapso Mioceno Medio-Presente, dan forma a rocas termales de manantial, las que consisten en gruesas costras de colores muy llamativos, que dan el nombre a estas lagunas. Dependiendo de la composición del fluido, estas costras pueden ser verde-amarillentas, si son ricas en el mineral conocido como oropimente, o anaranjadas-rojizas, si en ellas abunda el rejalgar. La continua acumulación de costras ha generado una estructura de domo de unos 400 m de diámetro que se eleva unos 15 m sobre el nivel del río Caritaya.

 

Además, estos ambientes extremos y únicos albergan colonias de bacterias que soportan las altas temperaturas y concentraciones salinas de las lagunas (la laguna Roja tiene una temperatura máxima de 57 ºC medida a 11 m de profundidad). Estas comunidades bacterianas, conocidas como termófilas por su tolerancia a altas temperaturas, generan estructuras orgánicas denominadas estromatolitos y trombolitos. Debido a la presencia de este tipo de organismos en la Tierra desde hace unos 3.500 millones de años, el estudio de las colonias de este geositio es fundamental para la comprensión del origen y desarrollo de la vida terrestre y la posibilidad de vida extraterrestre.

 

Debido a lo peculiar de los tonos de sus aguas y depósitos, lo llamativo de su morfología y el contraste con su entorno opaco, estas lagunas son un espacio ritual para las comunidades originarias, lo que ha generado nutridos relatos e imaginarios asociados a ellas, además de constituir un gran atractivo turístico local.





























 

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