PRÓXIMAS RUTAS

miércoles, 18 de diciembre de 2019

EL HOSPITAL INGLES. A TEA TO FIVE IN POINT IN MEMORY



   Para aquellos que conocen la ciudad de Antofagasta-Chile o para aquellos que tienen en perspectiva el conocerla, es cosa de enfilar los pasos algo más al norte de la plaza principal (plaza Colón) para ingresar por los sectores históricos de la ciudad (el casco histórico) no es que quede mucho de esta antigua ciudad por un tema de renovación, pero fue por aquellos espacios en donde se estableció la población primigenia de la llamada por Juan López, el primer habitante, Peñón Blanco o peña Blanca.

El antiguo Hospital Inglés

   Son – en si – lo sectores aledaños a la gran empresa que dio origen a Antofagasta que, luego se transformaron en los suburbios de la ciudad, albergando en su intrincado trazado a la populosa población obrera, en donde también podemos sumar a establecimientos con estigmas e historia como es el caso del matadero y al reconocido y recordado barrio rojo.

   De todo aquello. Una simbólica estructura permanece y se yergue solitaria entre tanto adelanto, un vetusto edificio del ayer que sobresale en uno de los vértices del patio del F.C.A.B. y que ya sobrepasa los 100 años de vida. Nos referimos al antiguo hospital inglés o al contemporáneo Colegio Antofagasta.

   Esta hermosa edificación se remonta a enero de 1904, cuando se autoriza e inicia su construcción para albergar al Servicio Médico del Ferrocarril de Antofagasta-Bolivia (FCAB), en la esquina de la denominada Calle de las Carretas, hoy calle Iquique, terrenos que pertenecían a la firma. Esto aparece señalado en un plano del mismo proyecto del edificio que forma parte de los archivos del Museo del Ferrocarril del Centro Cultural Estación Antofagasta. El documento, titulado "ABRC, Staff Hospital erected since january 1904 in Antofagasta", está firmado por R. Anderson, de la Oficina de Ingenieros del FCAB y está fechado en 1907.

   Dichas obras fueron entregadas en 1906 y concluidas en 1907, durante la gestión del Administrador General Sr. Harry Usher, su servicio médico iba dirigido inicialmente a los funcionarios de la compañía ferrocarrilera, siendo el primer hospital "moderno" con el que contó la ciudad, a partir de ese momento y fue conocido en aquel entonces como el Hospital Inglés de Antofagasta, por la propiedad de capitales británicos de la compañía ferroviaria, y sus reglamentos internos que se definieron el 11 de octubre de 1906, normando los horarios de comidas, el aseo e higiene y la relación entre pacientes, empleados y médicos.

   El terreno del hospital tenía forma de triángulo y se encontraba en la esquina Nororiente del que ocupaba la Compañía de Salitres de Antofagasta, cerca de la Fundición Templeman, más tarde ocupada por la planta cervecera de los Hermanos Mitrovich Puljezevic y su campamento de trabajadores.

   El área médica del edificio y de atención estaban en el primer piso, mientras que el sector de hospitalización se hallaba en el segundo piso. La botica o droguería se encontraba en una dependencia adjunta del primer nivel.

  Hemos de tener presente que este edificio no era de grandes dimensiones ni de mucha implementación, incluso para la época, pero su servicio localizado en funcionarios ferrocarrileros seguramente se cubría perfectamente con las capacidades que contaba. De este modo, a pesar de la mejor ubicación y calidad desde ser inaugurado el Hospital del Salvador en 1913, más al Sur de la ciudad, el Hospital Inglés no cesó funciones y se mantuvo activo, recibiendo a súbditos de la colonia inglesa con servicios sanitarios, atención de accidentados y cirugías menores.

   Además de los familiares de los empleados, comenzó a cubrir después a pacientes chilenos. Las atenciones incluían también salidas de los médicos a los lugares de emergencias o accidentes, de forma ambulante.

   Se recuerda que algunos de sus funcionarios de salud de origen británico, médicos y enfermeras contratadas en Londres, debieron partir a prestar servicios a Europa durante la Primera Guerra Mundial. Por éstas y otras razones, la administración debió allanarse a incorporar personal de origen chileno y otras nacionalidades, especialmente entre los facultativos, postergando su inclinación a valerse casi esencialmente de médicos ingleses en sus salas y oficinas.

   Entre los ilustres que pasaron por este servicio del Hospital Inglés, está el reconocido Dr. Antonio Rendić Ivanović, quien había sido también alumno del antiguo primer colegio inglés de la ciudad poco después de llegar a vivir a Chile.

   Sus servicios como asilo hospitalario continuaron en el primer piso después que, en 1926, los niveles superiores fueron reacondicionados y convertidos en las dependencias educativas del Antofagasta British School, el célebre Colegio Inglés de la ciudad, disponiendo sus salas para los hijos de los ejecutivos de la Compañía de Ferrocarriles y algunos de la colonia británica en la ciudad. Su primer rector fue el entonces Capellán Anglicano de Antofagasta, Reverendo Canon E. Jones

  En los años cuarenta, los educandos de este colegio se sentaban en esos viejos pupitres con un agujero calado en la cubierta para colocar el tintero, de acuerdo con lo que recuerda una columna de opinión de "El Mercurio de Antofagasta" del 12 de junio de 2005. Ahora bien, destacaba especialmente por entonces la docente Nellie Owen, esposa de un alto funcionario del FCAB y quien se dedicó a optimizar el rendimiento del colegio, armando cursos pequeños por cada sala y mejorando los métodos. Ella había asumido la rectoría del establecimiento en 1932, cortándose así la tradición de que fuesen los capellanes anglicanos quienes tomaban el cargo. Se mantuvo como rectora hasta 1950. En aquellos años, el uniforme de los alumnos se componía de un blazer azul marino bordeado con cinta dorada cambiada a roja hacia inicios de los sesenta, más falda tableada en las niñas, blusa blanca y zapatos negros sobre calcetas blancas.

   Los servicios menores del centro de salud, del primer piso, habrían continuado funcionando hasta 1973. Aunque reducido a un dispensario, quedando desocupado totalmente del antiguo hospital hacia mediados del siglo XX. De este modo, el edificio quedó enteramente disponible para el Colegio Inglés, hasta que éste desocupó el lugar en 1981, convirtiéndose a partir del año siguiente en el Colegio de Antofagasta cuando asume allí su primer director, don José Riveros Muñoz, como se consigna en "El Mercurio de Antofagasta" del 30 de mayo de 2006 (artículo "La desconocida historia del inmueble del Colegio Antofagasta"). Poco después, por un decreto de abril de 1983, la institución fue reconocida como cooperador a la función educacional del Estado.

   El Colegio Inglés, en tanto, se mudó e inició una nueva vida en 1982, ahora en calle Pedro León Gallo, hacia el sector Sur de Antofagasta, en las actuales dependencias que ocupa gozando también de gran prestigio en la tradición educacional de la ciudad.
Justo en aquel período, por Decreto N° 1.170 del 31 de diciembre de 1985, se estableció la Zona Típica del Centro Histórico de la ciudad de Antofagasta, abarcando fundamentalmente los principales terrenos de los ferrocarriles y del eje de calle Bolívar, por lo que el edificio quedó dentro de la misma declaratoria. El nuevo establecimiento educativo llegaría a ser uno de los más importantes que ha tenido Antofagasta.

   En el centenario del edificio fue declarado Patrimonio de Antofagasta, aunque sólo duró en plenas funciones educacionales un año más, comenzando a cesar de este servicio en 2007 ó 2008 para trasladarse a sus mejores y modernas dependencias en calle Ascotán Sur en el Sector La Chimba, más al Norte de la ciudad, hasta donde llega el colegio completo en 2009.

   Pues bien, desde aquel momento este edificio sólo ha acumulado olvido, siendo invadido constantemente por, personajes varios, que han acelerado su deterioro. Poco a poco se va apagando su glamur hasta que resulte necesario el demoler este inmueble histórico para dar paso a la modernidad.



REFERENCIAS:

EL MERCURIO DE ANTOFAGASTA

BRITÁNICOS EN LA REGIÓN DE ANTOFAGASTA


martes, 17 de diciembre de 2019

EL CASO DE LA MUJER FONDEADA



   Tal vez y es muy de humanos, el recurrir a esas nobles soluciones que nos brindan los muertos (según ciertas creencias), especialmente aquellos que perecieron en situaciones trágicas, y que consideramos dignos de un fervoroso culto, hacedores de milagros o de mensajeros en lo divino. Ahora bien, esta creencia y este fervor se está perdiendo con el tiempo y cada vez son menos los creyentes, pero queda el testimonio (un indicativo), en el lugar mismo de la tragedia, confinado a un pequeño espacio llamado animita, en donde asoma débilmente y con el tiempo, la verdadera historia del supuesto mensajero que va prevaleciendo sobre el sacro mito.


   Sobre Juanita debo acotar que no la conocí. Mi llegada a esta ciudad ocurrió a principios del año 1984, específicamente en el mes de marzo y esta noticia “El de la Mujer Fondeada” era tema obligatorio de las diversas reuniones sociales y la sobremesa universitaria, puesto que, involucraba a una reconocida familia antofagastina, temas de drogas y mucha corrupción, en un tiempo de mucha y peligrosa convulsión.

   Según la historia, fue una fuerte marejada la responsable de dejar al descubierto uno de los sucesos policiales más enigmáticos de los que se recuerden en Antofagasta por aquellos años, la muerte de la bailarina Juana Guajardo burgos, conocida en el ambiente nocturno como "Sandra Le Roy". La mañana del 21 de febrero de 1983, un grupo de jóvenes caminaban por la costa del sector "El Cobre", cuando se percataron de la presencia de un cuerpo semidesnudo que era azotado por el fuerte oleaje contra los roqueríos.

   El cadáver - en si - presentaba múltiples lesiones, pero lo más llamativo era que estaba atado con dos cuerdas, una de las cuales lo unía a una zapata de tren de ocho kilos, elemento que había sido utilizado para "fondear" a la bailarina en el lecho marino.

   El hallazgo del artefacto ferroviario se transformó inmediatamente en pieza clave para la investigación, que pronto fue bautizada por la prensa como el caso de la "Mujer Fondeada".

   La primera gran prueba para la policía fue determinar la identidad de la mujer, tarea que no resultó fácil debido al avanzado estado de descomposición de su cuerpo.

   La occisa estaba irreconocible, su piel se había vuelto semitransparente por la acción del agua y como si fuera poco había perdido los ojos, nariz, parte del cuero cabelludo y las orejas a consecuencia del arrastre de las olas y la acción de los peces. Sólo una gargantilla de oro de la que colgaba un pequeño zapatito del mismo material permitió conocer más tarde el nombre de la víctima. Era Juana Guajardo, desaparecida una semana antes en extrañas circunstancias a la edad de 32 años.



   La principal hipótesis que se manejó durante la investigación fue el asesinato, pero nadie se atrevió nunca a descartar la teoría del suicidio, menos aun cuando se conoció el informe forense. Según la necropsia practicada al cadáver de la bailarina, ésta presentaba heridas cortantes en la zona anterior de la muñeca izquierda, lesiones usuales entre quienes atentan contra su vida. No obstante, las interrogantes no cesaban. ¿Cómo una mujer menuda pudo infringirse tales cortes y luego internarse decenas de metros en el mar portando una zapata de tren en sus brazos? Por lo demás, cuando se halló el cuerpo había dos cuerdas atadas a su cintura, lo que permitía presumir que la segunda también estaba conectada a un elemento pesado del que se liberó por la intensa marejada.

   La autopsia realizada a los restos de Juana Guajardo estableció otros escabrosos detalles sobre la muerte. La "Mujer Fondeada" había fallecido de asfixia por inmersión, es decir, al momento de lanzarse o ser lanzada al mar estaba con vida.
Para complicar más el puzzle, amigos y familiares venidos desde Arica (ciudad natal de la joven) aseguraban que Juana sufría de un irracional temor al mar, síndrome conocido como "talasofobia".

   Durante meses la policía rastreó la costa, interrogó a cercanos de la víctima y buscó pistas en todos los frentes, pero nada dio resultados. Las pesquisas por el crimen o suicidio de la bailarina jamás arrojaron resultados, y hasta hoy persiste la duda sobre los hechos que rodearon la desaparición de la infortunada mujer.

Lilith Kraushaar en su publicación aparecida en AISTHESIS Nº53 (2013): 29-51 de la Universidad Católica del Norte, Chile, nos dice:

   Las fotografías del cadáver de Juana Guajardo se exhibieron casi todos los días en la edición del diario la Estrella del Norte de Antofagasta desde que fue hallado su cadáver en febrero hasta julio de 1983. Estas fotografías del cadáver en la playa fueron expuestas junto a otras fotografías de ella, de periodistas, de sospechosos, de prácticas rituales para comunicarse con muertos y de su propia animita.

   En una especie de develamiento por etapas de su identidad, las fotografías que se publicaban eran de distintos ángulos y posiciones del camarógrafo y de los acomodos que se le hacían al cadáver (con pantalones y sin ellos), como en un recordatorio constante de la violencia y del destino final de esta mujer.



   En las variaciones de aperturas del lente fotográfico y de los close-up prevalecían las marcas de lápiz y las partes descubiertas en un afán de destacar, manipular y censurar al lector ciertas partes del cadáver que darían cuenta de su identidad o de sus asesinos. Especialmente las fotografías de su rostro fueron apareciendo lenta y particularmente encuadradas hasta mostrarse en primer plano.

   En un principio se tachó el rostro con una cruz; luego, la marca fue desapareciendo en las siguientes publicaciones, hasta dejar un rostro irreconocible al descubierto, como si se quisiera dejar para el final aquello que no se puede conocer antes de establecer el “cómo se debe leer” o para lograr el impacto del rostro-monstruo que sostiene la paradoja macabra de la muerte de una mujer que se describía por su belleza. Las marcas de lápiz pretenden ganar tiempo al ir dando a conocer, al mostrar y ocultar lo que no se conoce, al exhibir lentamente este cadáver informe para que vaya abriendo posibilidades de generar imaginarios e información de manera que pudiera ser manejado o controlado lo que no se sabía de la mujer. Específicamente, fue la marca de cruz de lápiz en su pecho que cubría una gargantilla colgada aún a su cuello, considerada pieza clave para develar su identidad, la que fue reconocida por colegas de Juana, pero el control sobre su identidad se mantuvo con la justificación de que se esperaban también las pruebas de laboratorio. Pruebas que no entregaban o distorsionaban resultados acerca de su identidad, de la forma de morir, y de los asesinos:

Noticias de Antofagasta.

   El mar dejo ayer al descubierto un espantoso y horrendo crimen en esta ciudad. El cadáver de una mujer fue arrastrado por la marejada y rescatado frente a la playa de las industrias pesqueras justo donde se ubican los tanques de petróleo en el industrial. El cuerpo sin vida de una mujer de aproximadamente 34 años presentaba una muerte estimada en ocho días de antigüedad. 

   El cadáver apareció atado con un firme nudo a una cuerda de nylon de color amarillo. El o los homicidas intentaron “fondearla” a la infortunada víctima, a manera de ancla, en el extremo presentaba una pesada “zapata” de ferrocarrilera de las que usan en los convoyes para sus frenos. Pesado trozo de metal fue encargado de llevar hasta el fondo del océano a la difunta, la que aparentemente reflotó el cuerpo debido a la descomposición, la que actuó como elemento inflable natural […].

   El cuerpo estaba desnudo hasta la cintura, la víctima llevaba solamente un blue jeans y calzón de fibra sintética.

Macabro hallazgo.

   La occisa estaba irreconocible debido a que presentaba ausencia total de la piel, cuero cabelludo, ojos, y en definitiva cualquier rasgo que permitiera su identificación. Sólo una gargantilla presumiblemente de oro será el elemento destacable que a la postre podría servir cómo pista de identificación […]. Irreconocible. […]

   El alto funcionario y sus oficiales se dedicó a cumplir el primer peritaje y examen ocular de la occisa. La tarea de reconocimiento, a primera vista, resulto completamente estéril. El cuerpo de contextura gruesa, de un metro sesenta, aparentemente presentaba sólo lesiones típicas del arrastre en toda la zona cervical. El rostro carecía de ojos, nariz, boca, partes blandas, que fueron devoradas por los peces y constituía sólo una masa blanca e uniforme de carne […].

   Alrededor de su cuello una gargantilla brilló como el elemento que a la postre podría ser la pieza vital en la investigación, tanto como lo será la autopsia que se realizará a primeras horas de hoy […]

   Las fotografías del cadáver informe de Juana fueron expuestas junto a sus fotografías de bailarina de la bohemia antofagastina, con sus atuendos que dejan ver partes de su cuerpo desnudo y belleza que luego se va a quebrantar con su tortura y muerte.

   Así las imágenes de la apertura de su cadáver siguen siempre en primer plano, expandiendo la imaginación de los lectores a toda forma de fantasía y ficción antes, durante y después de perpetrado el crimen. Según Didi-Huberman “no existe imagen del cuerpo sin la apertura – el despliegue hasta la herida, hasta la dilaceración – de su propia imaginación”.

   La exposición fotográfica del cadáver de “la prostituta” como deshecho muestra las condiciones para la producción “del horror del caos” (Lynn 31) y sus significantes la apuntan como agente de ese caos, el que se construyó en la circulación de una estética de tentación, de mujer caída, de culpa, de violencia masculinizada, de amenaza, de silenciamiento, de mensaje, de castigo, de vicios, de intimidación, extendido hacia los lectores. En un espectáculo en que el cadáver participa de lo que Jean Clair plantea como “exhibición de una vida desnuda de los órganos, de una fisiología del estado puro, exaltación del residuo biológico, fascinación por la muerte bajo el aspecto de cadáver: no se está lejos de un carnaval, con todo lo que acompaña esta inversión regular, ritual y pasajera de un orden social”. Aquí, entonces, se intentaba revivir el “síntoma recurrente de una figuralidad” del cuerpo muerto contemplado, que según Didi-Huberman exige “una tarea psíquica en la que se desarrolla toda la subjetivación de mundos fantasmáticos” (La venus rajada 41) que se somete a la producción y visibilización del síntoma del cuerpo que figura el horror a través de los elementos secundarios que recogen el pathos de la escena. En las primeras imágenes se muestran estos cadáveres en los lugares donde fueron ocultados-encontrados y al personal policial que los examina y monitorea, lo que nos hace dirigir la mirada hacia el “objeto síquico” al ocultar e indicar aquello que quieren “ignorar nuestros esfuerzos conscientes para discernir y objetivar las cosas del mundo”.

   De este modo se marca aquello a lo que “le volvemos la espalda”, la condición de residuo, de ultraje, de descomposición, lo informe. Es en un acto de doblez que, por un lado, nos esconde la supuesta aberración y, por otro, nos obliga o demanda su contemplación, se exhibe en la íntima relación de comunión que se establece en la autoridad del poder soberano. En la manifestación pública de una escatología aceptada y celebrada, según Clair, se plantea como necesidad y condición de la unidad del socius:

“Todo ocurre como si, de la exposición de estos cuerpos entregados al horror, otro cuerpo, el cuerpo social, sacase una necesidad y, quizás las condiciones mismas de su cohesión”.



AISTHESIS Nº53 (2013): 29-51
Lilith Kraushaar
Universidad Católica del Norte, Chile


REFERENCIAS


DEFORESTACIÓN Y EROSIÓN UNA VISIÓN HISTÓRICA


Una alarma ambiental de carácter nacional.

   A sabiendas y motivado por el hecho que no nos gustan las verdades a medias “por los motivos que se quieran esgrimir” es que quiero escribir estas líneas y sacar a colación ciertas historias que resultan muy importantes de conocer para dilucidar una verdad que, los que saben (expertos y   profesionales) conocen, pero callan, ya que el mito es mucho más favorable (para ciertos dogmas ideológicos) y reedita mucho más (económicamente).

  Erosión de manto por sobre pastoreo, primera mitad del siglo 20

   Pues bien, muchos han hablado sobre el tema de nuestro bosque nativo, de los problemas ocasionados por su tala indiscriminada, de la ambiciosa instauración de negocios forestales, pero, sobre todo, por la erosión del suelo ocasionado por esta deforestación. Es tanto el canto de sirenas que muchos han dado por verdad esta idea, sin tomarse el tiempo (como solicitamos siempre) de informarse y sacar a lo menos una conclusión que vaya un poco más atrás de las actuales ideas circulantes, eso de volver a una época pasada y corroborar si este pedazo de tierra estaba cubierto de tanto árbol como nos dicen.

   Algunos historiadores cuyos nombres no asoman dentro los contemporáneos, nos entregan algunas visiones territoriales de la antigua capitanía de Chile.

Pablo Camus nos dice:

   A nuestro entender, las transformaciones del paisaje nacional han estado asociadas a la acción del hombre sobre el territorio, en su interés por despejar la tierra para su labranza o para realizar más actividades productivas. En este sentido, pensamos que el fenómeno de la desaparición del bosque debió haber comenzado bastante tiempo antes de la llegada de los conquistadores. 

   Estamos acostumbrados a pensar América y Chile en particular hace quinientos años como un paisaje todavía virgen y prístino, intocado por la mano destructora del hombre occidental, donde los indígenas se encuentran en armonía paradisíaca con sus ecosistemas y pasan a formar parte de un espléndido territorio, aun no explotado y lleno de riquezas. Esta visión de América, por supuesto, es un mito que se ha creado a partir de los relatos de Cristóbal Colón y de otros cronistas de las gestas españolas, como también de la añoranza de occidente por retornar a un estado de gracia natural, a ser nuevamente un “buen salvaje”.

Faldéos erosionados donde escurre el agua libremente
primera mitad del siglo 20

¿Cuál fue la influencia de los pobladores originales del territorio nacional en la configuración del paisaje tal como se presentó a la mirada de los españoles? ¿Cuál era la extensión de los bosques y de las tierras despejadas en aquella época? 

   La principal fuente de información de que disponemos para dilucidar estas interrogantes es la lectura de los cronistas españoles contemporáneos a los hechos. Especialmente importante para nuestros fines es la obra de Jerónimo de Vivar, quien siempre encuentra la oportunidad para detenerse en la descripción del clima, del paisaje, de la flora y de la fauna del Reino de Chile’.

   Otra obra básica es la crónica de Alonso de Góngora Marmolejo, soldado que cuenta las distintas noticias sin grandes adornos ni pretensiones literarias, pero con claridad, objetividad y exactitud por lo que es de gran utilidad para nuestros fines. También hemos considerado la crónica de Pedro Mariño de Lovera, aun cuando esta obra ha llegado hasta nosotros a través de una re elaboración escrita por el padre Bartolomé de Escobar, quien no vivió en Chile, lo cual resta exactitud al texto, especialmente en lo que se refiere al conocimiento y a la toponimia de los lugares. Hemos considerado, asimismo, el poema épico “La Araucana” de Alonso de Ercilla, quien llegó a Chile en 1557 percibiendo el entorno geográfico poco después de la llegada de los primeros conquistadores, pues según Barros Arana sus descripciones son dignas de confianza, especialmente aquellas donde da cuenta del paisaje. 

   Uno de los principales problemas que encontramos en estas crónicas es que los primeros autores informan especialmente sobre las expediciones guerreras y los combates entre españoles e indígenas, pero no se detienen, sino en términos gruesos y tangenciales, en la descripción del territorio donde estos ocurrieron. Debido a lo anterior, las crónicas nos presentan una visión fragmentada y parcial del paisaje que queremos reconstruir. Al mismo tiempo, es difícil establecer si se trata de observaciones objetivas del paisaje; es decir, lo que los cronistas estaban realmente mirando, o se trata de percepciones originadas en el imaginario del español, que tal vez podía asociar el bosque con lo indígena o lo oscuro, bárbaro y profano, y el llano con lo español o luminoso y civilizado.

Praderas expuestas a la erosión por las lluvias de invierno
primera mitad del siglo 20

   La hipótesis que queremos plantear es que el paisaje nacional era bastante más despejado de bosques de lo que inicialmente pensábamos. En general, es posible establecer que al sur de Santiago la depresión intermedia estaba despejada de bosques, pero cubierta en algunos sectores con espinos y algarrobos mientras que, probablemente, las laderas y quebradas de los cerros de ambas cordilleras y los terrenos de las colinas onduladas más húmedas se presentaban con bosques de arrayanes, peumos, boldos, canelos y sauces.

   Antes de pasar a la descripción del paisaje que nos entregan los cronistas españoles, queremos señalar que una primera evidencia que apoya nuestra hipótesis es la numerosa población indígena que habitaba el territorio nacional, tal como se desprende de la lectura de los cronistas y tal como lo han señalado estudios contemporáneos que la han calculado en un millón de personas “aproximadamente”. Si además consideramos que en aquella época la población se asentaba en el territorio en forma dispersa, no es posible pensar que todo el espacio estuviese cubierto de bosques. Es evidente que, desde esta perspectiva, al menos debió haber innumerables lugares despejados capaces de albergar y sostener económicamente toda esta población.

   El valle del Mapocho no iba poblado de bosques, sino que estos se encontraban en los cerros cercanos a la ciudad. No obstante, Vivar destaca el tamaño de los algarrobos que encontró, al señalar que “Son arboles grandes y de grandes y gruesas púas. Son tan largas como clavos de medio tillado y recias y muy espesas. De estas ramas y árboles tenía el cacique hecho un fuerte, tan fuerte que era tan aparejado para defender como para ofender principalmente a gente a caballo. iba tan tejido y tan gruesa que parecía muralla”.

   Al sur de Santiago, especialmente sobre el rio Maule, aparentemente, los bosques comenzaban a ser más espesos e impenetrables en las laderas de los cerros aun cuando los sectores llanos se encontraban despejados y en muchas partes pues allí los indios mantenían sus sementeras.

   De este modo Valdivia pudo salir de Santiago con ciento setenta hombres muy bien aderezados y armados por el camino de los llanos. Llegó al río de Bio-bio teniendo con los naturales muchos reencuentros y desbaratándolos muchas veces.

   Jerónimo de Vivar parece coincidir con las impresiones de Lovera al plantear que en el territorio de los pormocaes, “que comienza de siete leguas de la ciudad de Santiago, que es una angostura ... hasta el rio de Maule”, el valle de Cachapoal, por ejemplo, debió estar despejado de bosques pues era “fértil, abundoso de maíces”. No obstante, “por estos parajes o poco más al sur Valdivia se enfrentó. 

   Era tan espeso que no podía entrar un caballo por él, si no era por alguna vereda que los indios a mano tenían hecha para su entrada y salida”. “En esa oportunidad los indígenas no cesaron de atacar a los españoles en medio del bosque, por lo que Valdivia ordenó a sus hombres salir al llano donde estableció un campamento.

Arauco, asimismo, debió tener extensas zonas despejadas la numerosa población que allí habitaba, pues a media legua la costa los españoles hallaron “muy gran cantidad de casa y mucha población’’.

Lo mismo estima Góngora Marmolejo, quien ha señalado que Valdivia envió “al capitán Jerónimo de Alderete, con ochenta soldados a caballo fuese a descubrir la provincia de Arauco, que es lo más principal de todo el reino y de más gente”. Por su parte, Lovera afirma que “había en este tiempo grandes sementeras de trigo en los estados de Arauco que pasaban de cien mil fanegas sembradas por los españoles.

 Portada de Erosión: cáncer del suelo, 1947

Cronología:

1541
Españoles arriban al valle del Mapocho con especies de vegetales y animales que en los siglos venideros predominarán en el paisaje chileno

1575
Un cargamento de 400 fanegas de trigo es exportado a Lima desde el Maule

1687
La aparición de la peste de polvillo negro afecta la producción agrícola peruana e incentiva los envíos de trigo chileno al virreinato

1848
Se inicia el boom del comercio de trigo chileno con los mercados de Australia y California

1865
Se incrementan los envíos de trigo chileno a los mercados europeos, especialmente Inglaterra

1872
Se aprueba en el Congreso Nacional la primera ley sobre corta de bosques que prohíbe el roce al norte del Bío-Bío

1898
Federico Albert es enviado a estudiar los efectos que la invasión de las dunas producía en los campos de Constitución a Llico

1936
25 de febrero. Por el Decreto de Ley Nº 372, se establece un procedimiento para llevar a cabo las rozas, además de determinar las sanciones para sus infractores

1942
Manuel Elgueta y Juan Jirkal publican Erosión de los suelos en Chile donde denuncian los graves perjuicios que este fenómeno causa en la agricultura nacional

1942
26 y 27 de noviembre. La Primera Asamblea Forestal Nacional plantea la necesidad de combatir la erosión de suelos mediante plantaciones forestales

1947
Víctor Bianchi publica Erosión, cáncer del suelo donde describe los problemas provocados por la erosión y previene acerca de los perjuicios causados por los roces

1958
Rafael Elizalde publica La sobrevivencia de Chile, libro que denuncia en forma elocuente el peligro en que se encuentra el país por la destrucción de su medio ambiente

1965
El Instituto de Investigación de los Recursos Naturales señala que un 59 % de la Cordillera de Costa entre Valparaíso y Cautín se encuentra erosionada

1968
En la Segunda Jornada Nacional de Conservación de la Naturaleza se llega a la conclusión que en los últimos 100 años se han erosionado en Chile más de 9 millones de hectáreas

1974
Se establece Decreto de Ley 701, que plantea una política de plantaciones forestales, basada en una serie de incentivos tributarios o bien en subsidios directos del Estado.


                                                                                                               
La erosión de suelos y la supervivencia de Chile.
La historia contemporánea.


   Ya en el siglo XIX los científicos comprobaron que la deforestación era la principal causa de la erosión de suelos, pues el bosque es una defensa natural que amortigua la acción de la lluvia, el viento y los cambios atmosféricos e impide el arrastre de la capa vegetal hacia los ríos y el mar...

Arenas estériles forman estas dunas
primera mitad del siglo 20

   En el caso de América, el interés de los conquistadores españoles por mantener en los nuevos territorios el cultivo y la crianza de los alimentos consumidos en Europa motivó, a partir del segundo viaje de Colón, el traslado de hortalizas, cereales y animales al nuevo mundo. Estas especies arraigaron rápidamente en las regiones de clima mediterráneo o semiárido como el norte chico y la depresión central de Chile.

   La notable aclimatación del trigo permitió que durante el siglo XVIII se iniciaran los envíos del cereal chileno al mercado limeño. Posteriormente, en la medida que las exportaciones agropecuarias chilenas se insertaron en los circuitos comerciales internacionales, fue surgiendo la necesidad de ampliar la frontera agrícola para incorporar nuevas tierras de la cordillera de la costa para la producción de trigo. En este contexto, se despejaron mediante el roce, miles de hectáreas de bosques y ecosistemas nativos para permitir el paso del arado y con ello el cultivo de la tierra.

   Con la incorporación de las regiones de la Araucanía y Los Lagos a la estructura económica de Chile, la destrucción de los bosques adquirió el carácter de un problema nacional que se intentó resolver mediante la Ley de corta de bosques de 1872. A principios del siglo XX, Federico Albert advirtió sobre la urgente necesidad de detener los roces y realizó experimentos forestales para interrumpir el avance de las dunas en Chanco, producidas por el arrastre del suelo descubierto de su capa vegetal protectora y a merced de las aguas lluvias.

   La erosión pasó a ser un problema constante en la primera mitad del siglo XX. La decadencia del ciclo exportador de trigo fue explicada, entre otros factores, por el agotamiento de la fertilidad de los suelos pues los rendimientos de trigo por hectárea eran cada vez menores. Entre las décadas de 1940 y 1960 los agrónomos del país advertían que la vida de la nación estaba en peligro y que era urgente un plan de conservación de suelos.

   Desde entonces se escribieron en Chile numerosos documentos y artículos llamando la atención sobre este flagelo. Estos estudios y el contexto de alarma que existía por la destrucción ambiental del país permitieron que el eminente ecólogo italiano Francesco Di Castri señalara en 1964 que en pocos países era posible observar semejante extensión e intensidad de los fenómenos de degradación irreversible de los recursos; los bosques se estaban destruyendo con escaso aprovechamiento, y a un ritmo que permitía pronosticar un desierto en un plazo relativamente breve: la mayoría de las especies autóctonas estaba en vías de extinción; praderas y estepas naturales se estaban agotando, y finalmente, como consecuencia última de estos desequilibrios, la erosión estaba amenazando la mayor parte del territorio nacional.

        Erosión de zanjas por malas prácticas agrícolas
primera mitad del siglo 20

   Como respuesta a la erosión de los suelos y acorde a las tendencias internacionales se planteó una política de plantaciones forestales, basada en una serie de incentivos tributarios o bien en subsidios directos del Estado como lo estableció el Decreto de Ley 701 de 1974. 

   Hacia el año 2000 había en el país más de dos millones de hectáreas plantadas con pino insigne y eucaliptos. Sin embargo, desde la década de los ochenta del siglo XX, los sectores preocupados por la conservación de la naturaleza criticaron las plantaciones pues, a su juicio, se estaba sustituyendo lo que quedaba de bosque nativo por forestaciones uniformes que tenían impactos negativos sobre el medio ambiente.

De mi consideración:

. Debemos tener presente que todo el daño a nuestra naturaleza (asociado al hombre) se origina desde la instauración del hombre en estos espacios, en menor o mayor grado, pero daño, al fin y al cabo. 

. Seguir destruyendo el bosque nativo es imperdonable y punible, más cuando esta idea ronda los fines meramente económicos (negocios forestales)

. Hemos de incentivar la plantación de especies nativas en aquellos lugares en donde aún se mantiene lo nativo y si, por algún motivo (manos negras o blancas) este bosque se pierde, solo puede y debe ser sustituido por nativo, de esta manera nos evitaremos esos extraños accidentes relacionados con el fuego.

. Es imperioso el educar (a toda la población) sobre nuestro patrimonio natural, sin dogmas y sin ideologías. La sociedad actual debe hacerse responsable de su protección y no solo meros observadores.

 Laderas que nos muestran la pérdida de suelo agrícola
primera mitad del siglo 20
Suelos erosionados en la provincia de Ñuble
primera mitad del siglo 20
Cárcava profunda cerca de Pichilemu
primera mitad del siglo 20
Faldéos erosionados donde escurre el agua libremente

Áreas erosionadas en Chile, 1942


REFERENCIAS:


1-BOSQUES Y TIERRAS DESPEJADAS EN EL PERIODO DE LA CONQUISTA DE CHILE PABLO CAMUS

2-EROSIÓN, CANCER DEL SUELO VICTOR BIANCHI GUNDIAN

3-LA SOBREVIVENCIA DE CHILE RAFAEL ELIZALDE MAC-CLURE

4-EXPANSIÓN ECONÓMICA DE UNA SOCIEDAD TRADICIONAL: CHILE CENTRAL EN EL SIGLO XIX. ARNOLD J. BAUER

5-LA REPLANTACIÓN DE LOS CERROS ÁRIDOS DEL PAÍS. FEDERICO ALBERT

- LA EROSIÓN EN CHILE