PRÓXIMAS RUTAS

LA MALDICIÓN DEL “COLUMBIA"




“La peste bubónica es una de las enfermedades inmundas por cuanto tiene su orijen donde existen grandes aglomeraciones de jentes que viven apiñadas en estrechas viviendas, faltas de luz y aire, en medio de la pobreza, el desaseo, la suciedad y la mugre. En las casas bien asoleadas y bien ventiladas, donde se mantiene el aseo esmerado de las habitaciones y donde se tiene el cuidado de alejar a diario las basuras, no existen las ratas los ratones y las pulgas. En habiendo en ellas desagües y agua potable, agregando a los factores anteriores, es casi imposible que aparezca la peste bubónica en dichas viviendas. En cambio, en las habitaciones que tiene el piso a un nivel inferior al de la calle, que son húmedas, oscuras, mal ventiladas y sucias donde no hay desagüe ni llaves de la Empresa de Agua Potable, todas las condiciones se reúnen para que aparezca en esas viviendas la peste bubónica. Esta enfermedad ataca de preferencia a personas de hábitos desaseados, los mugrientos, los trasnochadores, los intemperantes, los glotones; y respeta a las personas de costumbres puras; templadas en el comer y en el beber que guardan la decencia y el aseo personal”
Diario La Patria, Iquique, 28 de junio de 1903.




Antofagasta

     En una ciudad y región de principios de los 1900. Carente de los servicios más básicos, con medidas higiénicas deficientes, un marcado hacinamiento producto de cites y conventillos y sin muchos recursos. El que llegasen enfermedades con carácter de plagas no nos debiese extrañar. Esta historia habla de eso, de los inicios de las grandes epidemias que afectaron a nuestro norte, que sembraron muerte y que duraron más de una década. Una marca de luto.

Pero. ¿Podemos decir que todo partió a principios de los 1900?

     La historia dice que no. Las epidemias fueron un flagelo constante en la historia del norte de Chile y de nuestra región.

     Antofagasta paso de ser una pequeña aldea a una pujante ciudad. Las condiciones de vida de los sectores populares y los servicios públicos no fueron los adecuados para una población en constante expansión. La Región de Antofagasta conoció varias epidemias, registrándose algunas de antigua data que afectaron a Cobija, Gatico y Tocopilla, pero la más recordada ha de ser la originada por el vapor Columbia.

Esa parte de la historia la dejaremos para el final del escrito. 

Según dicen. Todo Partió por el “Columbia”

     El "Columbia" fue un vapor norteamericano que fue conocido en Antofagasta como el "Buque Maldito", por haber sido portador de una extraña avalancha de epidemias y enfermedades que castigaron a la región por dos o tres décadas.

El Vapor Columbia

     El SS "Columbia" de la Union Pacific Railroad, zarpó desde San Francisco hacia Sudamérica, llegando a costas en 1903. Sin embargo, tras pasar por el Callao, entre sus pasajeros subió también la temible peste bubónica. Llegó expandiendo la odiosa enfermedad a las costas de Iquique, Antofagasta y Valparaíso, pero las más graves consecuencias tendrían lugar entre las comunidades de trabajadores del salitre en la región antofagastina, donde causaron muchos contagios y muertes.

     En agosto de 1907, se hizo un catastro de casos en las localidades de Pisagua, Iquique, Antofagasta, Calama y Taltal, arrojando 695 confirmaciones con 302 resultados de muerte. Para 1910, las muertes habían subido a 988 y los contagios a 3.053 casos. Los habitantes de la zona, especialmente los de Calama y al interior del río Loa, creyeron entonces que el buque cargaba con alguna clase de conjuro o maleficio, y lo sucedido a continuación pareció darles la razón: a partir de la plaga de peste bubónica del "Columbia", persistió en la región varios años más, una seguidilla de plagas como la viruela, la tuberculosis, la fiebre amarilla, el sarampión, el cólera y el tifus exantemático.

El Vapor Columbia visto por los antofagastinos

     Aunque las plagas motivaron rogativas y procesiones de la comunidad para tratar de contrarrestar la incomprensible sucesión de epidemias, algunas fiestas religiosas debieron suspendidas en este extenso período para evitar más transmisiones, fomentando más todavía la creencia en que una mano diabólica estaba detrás.

     La larga crisis sanitaria dejó miles de fallecidos y, siendo probable que las pestes posteriores a la causada por el "Columbia" hayan sido traídas en otros barcos (se sabe de la fiebre amarilla pudo entrar desde el Callao con dos casos reportados en otro barco en 1910, por ejemplo), para el recuerdo de la región quedaron indivisiblemente asociadas al paso por las costas del Desierto de Atacama del "Barco Maldito" que, curiosamente, se había hundido en 1907 tras chocar en California con la goleta vapor "San Pedro", llevándose 88 vidas.

     La peste bubónica y la viruela que afectaron a Antofagasta a comienzos del siglo pasado, provocaron cientos de muertos. Los restos no eran entregados a los deudos por temor a que la enfermedad se propagara. Murieron muchos adultos y niños a causa de este hecho.

     La enfermedad fue extendida por las ratas que venían en los vapores, las cuales cruzaban nadando la bahía de Antofagasta. Las pestes vinieron en los barcos desde el extranjero y las pulgas de los roedores atacaron a la población generando una mortandad y sufrimiento sin precedentes.

     En ese entonces según los cálculos, se habló de a lo menos 300 muertos a causa de la peste.


La cosa no se detiene ahí.

     Las pestes atacaban por y desde todos los puntos cardinales y se ensañaban con los poblados donde los escasos recursos impedían hacerle frente con éxito.

     En 1911, San Pedro de Atacama se vistió totalmente de negro, ante el fracaso de las autoridades correspondientes para enfrentar y afrontar una epidemia de alfombrilla neumónica. Toda la población infantil fue atacada. En los tres primeros meses murieron más de ochenta menores, una muerte cada día y por la misma causa.

     Y esto era apenas el comienzo. Cuando aún la Segunda Región no restañaba sus heridas por las desgracias de San Pedro de Atacama, en abril reaparece en Mejillones la peste bubónica con 9 casos declarados además de dos en Antofagasta. Como para rubricar, en agosto, cunde la alarma por la epidemia de viruela que cubre la Provincia El Loa y al lazareto de Antofagasta son derivados más de 150 casos. Fueron días de dramatismo lacerante, cada día había muertes. En Calama nació el "Cementerio de los Apestados" al otro lado del río.

     A nivel regional, entre el 20 de marzo y el 6 de diciembre hubo 515 casos de distintas epidemias. De esa cifra, 183 fallecieron por viruela y 12 por la peste bubónica.

     En 1912 revivió la fiebre amarilla y entre el 12 de febrero y el 3 de abril hubo 51 casos de los que fallecieron 24 personas. A nivel regional la mayor desesperación invadió Tocopilla que por entonces tenía 5 mil quinientos habitantes de los que dos mil decidieron emigrar para salvarse de la fiebre amarilla que se propagó por el Cantón El Toco y las salitreras Peregrina, Santa Fe y Coya.

     En octubre de 1915 comienza con el aumento de la tos convulsiva que de 12 mil casos se elevó a 15 mil. A todo nivel se realizó la gran campaña destinada a convencer a los habitantes para que no escupieran en el suelo y así evitar la tuberculosis. Se popularizaron los escupitines, mientras en las escuelas, los profesores sancionaban a los alumnos por la mala de educación de no usarlos.

Escupitín de Cobre

     En febrero de 1917 la tuberculosis llegó con fuerza, invadió el norte chileno. Los pobladores del interior se eximían, pero cuando viajaban hacia los centros más poblados contraían la enfermedad inmediatamente. La epidemia fue inevitable.


“El pueblo temía. El hospital, con sus cruces y monjas, era la antesala del sacrifico”
Extracto de Morir en el antiguo Iquique: cementerios, salud pública y sectores populares durante la epidemia de peste bubónica de 1903.




¿Habrá sucedido lo mismo en nuestra ciudad y región?

Investigación de Damián Lo Chávez

     Los médicos implementaron una serie de medidas encaminadas a combatir la peste.
Primero se procedió a un intento, con resultados a medias, de limpieza en la ciudad, prohibición de escarbar en la basura, de acumular basura, mejoras en el servicio de “carretas hijienicas” etc.

     Una guerra sin cuartel a las ratas, cuyas pulgas son los vectores de la enfermedad.
Prevenir las condiciones donde estas aparecían. Incluso las autoridades llegaron a pagar por el exterminio y destrucción de ratas.

Rata negra (Rattus rattus)

     Las casas donde se reportaban casos de pestes podían ser “desinfectadas”, introduciendo maquinas que vaporizaban diversos químicos o quemadas, junto con ropas y muebles, según la gravedad del caso, operación controlada por el cuerpo de bomberos para evitar la propagación del fuego.

    Los casos de peste, confirmados o sospechosos, debían ser avisados obligatoriamente y con la mayor rapidez posible. En ese caso, su aislamiento y/o traslado al lazareto era realizado por personal de la Oficina Sanitaria con apoyo policial.

     De morir el afectado, se le inhumaba en el cementerio previamente instaurado para dicho menester, de forma inmediata, sin velorio ni funeral.

     Todas estas medidas eran dictadas por el supremo gobierno, vía intendente, y respaldadas activamente por la Junta de Beneficencia, la Municipalidad, la policía y los cuerpos de bomberos de la ciudad. Las medidas preventivas fueron distribuidas en una cartilla a la población, cartilla que fue reproducida, a su vez, en los periódicos que circulaban en la ciudad.

     Las medidas de limpieza en las calles y viviendas eran fuente de diversas tensiones entre la realidad de su cumplimiento y lo esperado por las autoridades. Provocaron diversas formas de rechazo. La tendencia en numerosos casos fue ocultar la enfermedad del conocimiento de la autoridad.

     Al comenzar la epidemia, los primeros contagiados y sus familias tuvieron que ser trasladados a un improvisado lazareto de emergencia, dado que el pequeño lazareto del Hospital no debió tener la capacidad para un brote epidémico superior a un puñado de casos.

     Dada la alta mortalidad que generaba la enfermedad en los afectados, es posible que haya existido la percepción de que el traslado al lazareto era un viaje sin retorno. No existen registros de cómo se comunicaba a los familiares el lugar exacto donde iban a dar sus familiares fallecidos, Directamente en fosas comunes o tumbas precarias, excavadas apresuradamente, De las cuales no sabemos si hubo nombres y cruces, aunque es evidente que este último se borraba rápidamente al erosionarse la madera de la cruz. De modo que el traslado obligatorio al lazareto, era probablemente, el último adiós, dado que en dicho lugar la norma impuesta por las autoridades era la incomunicación y el aislamiento absoluto. A su vez, el rito del velorio y del funeral estaba prohibido.

    No podríamos aseverar que lo sucedido más al norte. En Iquique, fuese la realidad de nuestra ciudad.

    Esta tendencia a ocultar la enfermedad, provocó que al lazareto llegasen numerosos individuos “atacados de peste en tal estado de gravedad que solo llegan a morir a este establecimiento, lo que significa han permanecido varios días ocultos en sus domicilios exponiendo al contagio a sus propias familias y al vecindario”

Las Pestes, plagas o epidemias en la Región de Antofagasta

    Establecida Cobija (Puerto La Mar), los pocos médicos que ejercían eran extranjeros, y las necesidades de atención médica se hacían cada vez más apremiantes. Con el fin de dar solución a este problema para que el país contara con un número de médicos que por lo menos se aproximara a lo requerido, se promulgó la Ley del 31 de octubre de 1833 que disponía la fundación del Colegio Nacional de Medicina en la ciudad de La Paz, reglamentando que cada departamento debía sostener a 3 jóvenes -Los departamentos de Tarija y Litoral-, obligándose estos becados a la conclusión de sus estudios a ejercer la profesión en su departamento.

     Aniceto Araujo fue becado por el departamento del Litoral. La falta de médico en Cobija, la suplía Pedro Valdez, practicante vacunador de excelentes cualidades humanas que cubría todas necesidades de atención sanitaria en el puerto con responsabilidad y ejemplar bondad. Todo el mundo lo conocía por el “Cirujano” Valdez. En 1834, el Gobierno contrató para Cobija al médico de origen francés Dr. Andrés Layseca de la Universidad Central de Bogotá, que según el Dr. Valentín Abecia, trabajó en el Hospital Santa Bárbara de Sucre. Loayza llegó a Cobija en septiembre de 1834. Lamentablemente el Dr. Layseca no era el médico que solucionaría los problemas de salud del puerto, porque según testificaron muchas personalidades de puerto, era un hombre que se preocupaba más del lucro que podía darle su profesión que de curar racionalmente.
 
     En cuanto a la epidemia de la región, se conoce por el informe que prestó O´Connor a su regreso de Cobija, que pocos años antes de su llegada a ese puerto, se presentó una epidemia de viruela que terminó con los changos de la Bahía.

     A fines de 1825, se produjo una epidemia que por su gravedad pudo haber sido Difteria, que obligó a que el General Sucre escribiese al Gobernador de Atacama para que el mal sea erradicado. El gobernador del Litoral. En fecha 27 de febrero se dirige al ministro del Interior con la siguiente nota: “Anuncié a V.E. anteriormente por una de mis comunicaciones particulares, que las viruelas agitaban a los naturales de este puerto, esto sigue y deseo de V.E. Ordene se mande la vacuna que sea precisa para evitar este mal. Dios Guarde a V.E. S.M. – G. Ibáñez”.

     En nota Nº 30, de octubre de 1830, el Gobernador Gabino Ibáñez, comunica haber recibido cuatro cristales con fluido vacuno. Junta De Sanidad La Junta de Sanidad del Puerto La Mar o Cobija, se estableció por Decreto de enero de 1835, compuesta por el Gobernador, Capitán de Puerto, médico y un escribano que debía mantener un bote con su patrón y dos remeros. Esta Junta de Sanidad debía velar en todo lo que tenía relación con la salud. Comprendiendo que como en todo puerto, había peligro de contagio de enfermedades transmisibles, los buques anclados en el puerto antes de desembarcar eran sometidos a una minuciosa inspección, pudiendo la Junta de Sanidad ordenar la cuarentena en caso de peligro. A pesar de estas medidas, cuando Cobija estaba en pleno desarrollo, el año 1869, fue invadido por el terrible flagelo de la fiebre amarilla, al extremo de dejar el puerto casi deshabitado. El Prefecto del departamento el Litoral, en el informe elevado a las autoridades dice entre otras cosas: “El triste cuadro que presenta este puerto es digno de llamar la atención de los demás pueblos de Bolivia. La fiebre amarilla hace sentir el formidable peso de devastación. Todo esfuerzo ha sido inútil para evitar su propagación, a pesar de haberse tomado todas las medias posibles.”

     El año 1872, asoló a la población de Antofagasta una virulenta epidemia de viruela. Este lamentable suceso tiene relación con la fundación del hospital de la ciudad. En la colección René Moreno del Archivo Nacional de Bolivia, bajo el Código M-547, se encuentra la memoria presentada por la Junta de Beneficencia fundada por Don. Luis F. Puelma, Luis Liechtenstein, Vidal Martínez Ramos, Hilarión Ruiz, Joaquín Castro Tagle. Esta memoria nos hace conocer, que, en el mes de mayo de 1872, asoló la población de Antofagasta una epidemia de viruela que amenazaba arrasar el vecindario, las condiciones en que vivía la población eran propicias para la extensión de la epidemia. 

    Gran número de pobladores vivían casi en la intemperie y eran pésimas las condiciones de higiene con infinidad de corrales desaseados, añadiéndose a ello centenares de personas que llegaban contagiadas con el mal. En esas críticas circunstancias se organizó la Junta de Beneficencia con el fin de remediar esa angustiosa situación que afectaba a un gran número de víctimas. Recurrió la Junta al vecindario solicitando limosnas que le fueron concedidas generosamente, con este aporte solicitó apertura de crédito en algunas casas de comercio para atender las necesidades más urgentes para la construcción de un Lazareto donde se internen los apestados. 

     Después de 7 días de trabajo permanente, se recibieron los primeros enfermos que alcanzaron a sesenta los primeros diez días. Se puso en el establecimiento la dotación necesaria de empleados, se construyó la vivienda para el administrador y los que hacían el servicio. Durante cinco meses el Lazareto prestó grandes servicios a la población, en ese tiempo el movimiento de enfermos pasó de doscientos. Según el libro de defunciones los muertos llegaron a 104. Antes de ser construido el Lazareto, la mortalidad era del 90%. 

     Controlada la epidemia, la Junta de Beneficencia comprendió la importancia y utilidad que tendría la transformación del Lazareto en un hospital permanente en beneficio de la población. Con decidido empeño, se procedió a reformar el local para prepararlo y ofrecerlo sin peligro alguno al vecindario. Se cambió la tierra quitando los pisos de madera, se desinfectó cuidadosamente durante un mes su tuvo deshabitado el establecimiento y cuando a opinión del médico de la ciudad no había el temor de existir algún contagio, se abrió al servicio público con el nombre de Hospital del Salvador en abril de 1872. 

Antigua imagen del Hospital Del Salvador. Antofagasta-Chile

     Esta es la descripción que hace del hospital entregado al servicio público el Sr. Luis F. Puelma, presidente de la Junta de Beneficencia: “El hospital del Salvador tiene dos departamentos principales, que están destinados a salas para enfermos y ocupan el frente del edificio. Uno de ellos con 18 camas para hombres y con 12 para mujeres el otro. Se tienen además dos habitaciones pequeñas de reserva provistas de dos camas para casos extraordinarios de enfermos que según opinión del médico deben estar fuera de la sala común. Todo está y se conserva en perfecto aseo. Catres de fierro, colchones de lana, sábanas y frazadas cuantas son necesarias, al lado de cada cama una mesita donde colocar los medicamentos y demás cosas que fueran necesarias. A los dos costados del cuerpo principal del edificio, está en uno la Botica, despensa y dos habitaciones para el administrador; en el otro el guardarropa, habitaciones de empleados y cocina. Existen, además, separados por el patio del establecimiento, la sala de depósitos bastante espaciosa y decente, el departamento de lavandería, los lugares secretos (letrinas) y pesebres para los animales de servicio. La botica tiene escasas medicinas y las recetas diarias generalmente se compran en una de las boticas del pueblo. Existen algunas herramientas (instrumentos) obsequiados por el médico de la casa Señor Walker y se forma un regular estuche de cirugía. Se ha pedido directamente a Inglaterra aquellos objetos inexistentes. En el centro del patio se ha formado un pequeño jardín donde crecen las plantas y dan sus flores dando un bonito aspecto en medio de la aridez que nos rodea. El número de enfermos que ha acudido al hospital en los seis meses de existencia que tiene ha sido de 144, de ellos han muerto 25 consiguiendo restablecer su salud 119. En todo, el hospital ha atendido en seis meses a 209 enfermos. 

     El servicio del hospital con la asistencia diaria del médico Señor Enrique Walker, no deja que desear por la atención y cuidado con los enfermos que tiene. La alimentación es abundante y está sujeta a las órdenes del doctor, quien lo dispone en atención a las necesidades de cada enfermo. Es satisfactorio y recomendable el empeño con que cada uno de sus empleados da cumplimiento a sus deberes. Distante a 200 metros del hospital, está ubicado el Aislamiento o Lazareto, destinado a enfermos infecto contagiosos, cuenta con diez camas perfectamente arregladas; ha sido construido con la ventilación y demás requisitos que le son precisos. 

     El Reglamento del hospital del Salvador tiene 26 artículos que definen cada una de las actividades. Publicado en el periódico El Caracolino el martes 20 de mayo editado en Antofagasta es el siguiente: Del servicio interno del hospital:

Art. 1º…: La dotación de empleados del hospital constará por ahora de un médico, un administrador, un ayudante, un cocinero, una lavandera, un carretonero.

Art. 2. El médico será nombrado por la Junta, las obligaciones de éste son: (detalles administrativos puntuales para los cuatro funcionarios y los cuidados de su conducta es atender a los enfermos igualmente con toda voluntad y poner el mayor cuidado en cumplir las instrucciones que del médico reciba)

Autor. Alfredo Calvo Vera

No hay comentarios:

Publicar un comentario