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EL ORO DE PARAF



La Ambición Rompe el Saco

    Habíamos leído sobre esta historia de oro y de mentiras en las publicaciones de Jorge Inostroza, pensando tal vez y basados en el autor antes citado, que esta miscelánea ocurrió en Santiago y no tendría más connotación que un simple hecho aislado de codicia centralista. Luego. Al buscar en los arcones literarios. Nos encontramos con una joyita de la geografía del norte de Chile. El libro “Exploración Hidrográfica al Litoral de Antofagasta” escrito por el Capitán de Fragata Don Luis Pomar Ávalos en el año de 1887 el que resalta en un breve párrafo una minucia que nos sirve para contar nuestra historia. La historia de Paraf o Paraff según sea el autor.

Exploración Hidrográfica al Litoral de Antofagasta

     "La Caleta Constitución desempeño un papel muy importante en el gran negocio conocido con el nombre de Oro Paraff, estableciéndose en ella grandes canchas i buenos edificios para acopiar los metales de cobre que debían ser trasportados a los vecinos campos del oeste de Santiago, donde, en hornos construidos a propósito, debían producir todo el oro que contenían. Mas, hoi no existe en la caleta el menor vestijio de tales artefactos, como suponemos, no se obtuvo en Santiago un solo adarme de aquel codiciado metal"

     Como institución no tuvimos conocimiento de la existencia de dichas instalaciones, aunque en algún recorrido anterior nos encontramos con algunas bases o cimientos que nos hacen suponer que debieron contener dicho establecimiento. ¿Qué fue de este lugar? El autor explica que para 1885 ya no quedaba rastro alguno, por lo que creemos que fue desmantelado por sus propietarios o bien por los esporádicos visitantes del lugar que iban en busca de la aguada.  

Caleta Constitución

Continuemos entonces con esta historia.

¿Quién era Paraf?

     Cita el Ingeniero Santiago Marín Vicuña. Miembro de la Academia de la Historia y de diversas instituciones científicas de Chile y del extranjero; Comendador de la orden Cruz de Boyacá, etc. etc. Quién realizó una brillante publicación sobre este personaje que llega integra a nuestras manos y nos permite contarles esta historia.

Santiago Marín Vicuña

“EL ORO PARAF”

     De los primeros años de Paraf, a pesar de su pasajera celebridad en Chile, poco se sabe, por lo que nos limitaremos a decir que había nacido en Mulhousse (Alsacia-Francia), el 10 de junio de 1844. Su padre, Simón Paraf, había sido un acreditado comerciante en telas enceradas en Hann y su madre, apellidada Dreyfus, supo proporcionarle en su primera educación todas las valiosas ayudas que los judíos saben siempre dispensar a los de su raza. En tal forma y al manifestar desde muy joven, grandes aptitudes para la química industrial, logró captarse las simpatías de un célebre profesor de tal ramo, del señor Schuztemberger, tenido entonces como de fama mundial. Paraf, en sus conversaciones, se preciaba de que el nombre de su familia estaba tradicionalmente ligado a los progresos de la industria tintorera regional y al efecto con orgullo citaba determinadas actividades de su padre sobre el particular, como también el hecho de que su abuelo hubiera llegado a ser en 1815, una verdadera potencia en la Francia misma en ese ramo. 

Alfredo Paraf

     La citada tradición indujo quizás a su familia a enviarlo en 1858, a París, a perfeccionar sus conocimientos químicos, en cuya Academia de Ciencias dio al año siguiente una novedosa Conferencia sobre la luteolina, sustancia colorante extraída de la gualda, que mereció aplausos de los famosos hombres de ciencia. En 1860 regresó a su ciudad natal, donde volvió a ocupar la atención pública al dar en la Sociedad Industrial de Mulhousse una Conferencia sobre un tema original, la acción del amoníaco sobre las materias colorantes, que fue más tarde impresa y citada honrosamente en Alemania. En los años 1862 y 1863 se especializó ya definitivamente en los estudios de la química industrial, iniciando sus actividades con un invento relacionado con las anilinas negras, patentado poco más tarde. En 1864, cuando sólo tenía 20 años, abandonó ya en forma definitiva su ciudad natal, empezando con ello su vida de aventuras. Los progresos científicos del joven Paraf debieron ser de alguna consideración porque dos años más tarde pudo patentar el primero de sus inventos en Francia, destinado a fabricar determinadas anilinas, que llevó después a Glasgow (Inglaterra) donde completó sus procedimientos, aplicándolos a tejidos de algodón y sedas y en tal forma su espíritu inventivo, antes de emigrar a los .Estados Unidos, pudo inscribir en los archivos europeos alrededor de dieciséis otras patentes, sobre las más diversas invenciones que lograron darle alguna notoriedad continental. Como el campo de sus actividades en el viejo mundo lo consideraba restringido y estrecho, resolvió después emigrar a la patria de Fulton y Edison y al establecerse pasajeramente en Nueva York y ser testigo de la afiebrada emigración al farwest, hacia los dorados Placeres del Sacramento, allá tendió su vuelo, sin que le atemorizara el largo atravieso de los desiertos, ni las escabrosidades de las montañas Rocallosas. —¿Cuál fue su trayectoria? —Lo ignoro y poco importa saberlo, pudiendo sí decirse que en 1873 ya estaba instalado en San Francisco, popularizando sus variados inventos y muy en especial el que él denominaba óleo-margarina y otro, en conformidad al cual pretendía desterrar las sequías, produciendo riegos artificiales, mediante la afinidad hidrométrica del cloruro de calcio con el aire. ¡Adiós sequías! ¡Adiós desiertos! Eran estos los comienzos de su idealismo en pro de lo artificial, de lo sintético.

     Mantequilla artificial, regadío artificial, a lo que no tardaría en agregar el oro sintético. Estamos de ahí ciertos que si él hubiera florecido en nuestros días habría sido un émulo formidable del Dr. Haber, el precursor del salitre sintético. Sus primeras actividades industriales californenses se especializaron con la óleo-margarina, instalando ahí una fábrica de tal producto a precio tan reducido con respecto a los que tenía en plaza la mantequilla, que produjo una verdadera irritación entre los competidores, que lo acusaron al Municipio de estafador, si no de envenenador, lo que motivó un ruidoso juicio que habría mal concluido para nuestro futuro huésped al no haber intervenido a su favor Mr. Alword, el Intendente Municipal de San Francisco, Parece que las cosas no concluyeron en eso, porque poco más tarde la fábrica fue incendiada, quizás por los propios damnificados, lo que le significó a Paraf una verdadera ruina económica, que lo indujo a buscar la vida en otra parte, donde tuviera menos hostilidades que vencer. Determinó así, en enero de 1876, trasladarse a Centro América, llegando hasta Panamá, donde tuvo que sufrir fiebres palúdicas de tanta intensidad, que cuatro meses más tarde hubo de regresar a San Francisco, para volver a experimentar nuevas contrariedades íntimas, llamadas a significarle grandes molestias y preocupaciones. Efectivamente, a su regreso a aquel puerto fue víctima de dos acusaciones, de incendiario la una y de abandono del hogar la otra, de las que pudo bien defenderse gracias a la intervención en su favor, del Directorio de un Banco local y por las declaraciones de su esposa, o de la que hacía las veces de tal, que les fueron del todo favorables y reparadoras.

     El Cónsul chileno, don Francisco 2." Casanueva, que ya había intimado con Paraf, prestó también en esa ocasión declaraciones de mucha utilidad para su prestigio y tranquilidad personales. La intromisión de Paraf en la colonia chilena fue iniciada, según se ha dicho, con la venta que hizo allá en San Francisco, a un colchagüino muy corre mundo, don José Acuña Latorre, de su patente para fabricar la óleo-margarina, quién, en compañía de don Santiago García Miers, la trajo a Chile y la aplicó industrialmente en Santiago. Muchas habían sido, pues, las dificultades encontradas por Paraf en San Francisco, económicas las unas y morales las otras; pero él supo sacar partido de ellas prestigiando su nombre en la prensa local y en señaladas revistas científicas que publicaron biografías del inventor, dando así exageradas noticias de sus talentos químicos, que él se enorgullecía en mostrar y que mucho le sirvieron en nuestro país, a su arribo. Así fue, pues, como Mr. Paraf se introdujo en la colonia chilena y trabó amistad con el Cónsul Casanueva, su más fiel amigo en las futuras adversidades de Santiago. El Cónsul le tomó gran afección y, como se ha dicho, le encomendó la propaganda que él estaba haciendo en pro de la Exposición Internacional de 1875, por encargo de nuestro Gobierno. Debieron haber sido tan eficaces al señor Casanueva estos servicios (que le valieron más tarde una Medalla de oro, otorgada por el Jurado de la Exposición), que le indujeron a insinuar a Paraf su venida a Chile.

Hasta aquí vamos bien, conocemos en parte al personaje que nos convoca, por lo cual vamos ahora al milagro.

Don Isaac Arce Ramírez nos habla de Paraf en su libro “Narraciones Históricas de Antofagasta”.

     Se otorgó un privilegio, en 1877, por el término de 9 años, a los señores Luis Blondell y Rafael Gana y Cruz, para la extracción del oro de diferentes metales, en las minas, veneros, rodados, desmontes, etc., por el uso y sistema inventado por el señor Alfredo Paraff.




     Nada más habríamos dicho sobre esto; pero, a riesgo de que se nos critique, por cuanto nos desviamos de nuestro asunto principal, vamos a dar algunos datos importantes sobre el sistema Paraff, por considerarlos de interés y porque creemos que muchos ya ni lo recordarán siquiera.

     Alfredo Paraff fue un gran químico francés que llegó Santiago, allá por el año 1876, precedido de gran fama. Pronto se relacionó con hombres prominentes en los negocios, la banca, etc., a quienes les habló de un invento que él mantenía en secreto y que consistía en el empleo de un reactivo que separaba el oro de todo metal que lo contuviese, aunque sólo fuera el más pequeño átomo del precioso metal.

     Muchos no lo creían; pero tuvieron que rendirse ante la evidencia de lo que vieron por sus propios ojos.

    En este estado las cosas, el químico señor Paraff organizó una Sociedad para explotar su invento y en la cual tomó parte mucha gente distinguida de la capital.

Las acciones fueron arrebatadas, si así puede decirse.

     Pronto se dio principio a construir unos hornos en las Higueras de Zapata, en las afueras de Santiago. Su objeto era poner en práctica, en grande, el procedimiento, pues así lo exigían los accionistas.

“El Mercurio” de Valparaíso, de fecha 20 de mayo de 1877, decía, entre otras cosas:

     “Se habla ya de negocios y de grandes empresas que ojalá se realicen. Por ejemplo, hemos oído decir que algunas personas han hecho propuestas a uno de nuestros mineros más ricos para comprarle a 20 centavos el quintal de los desmontes que hoy tiene abandonados, desmontes que, según cálculos aproximados que se han hecho, asciende a unos 15 millones de quintales. De modo que, si el dueño acepta la propuesta y vende todos sus desmontes, sacará la “friolera” de 3 millones de pesos de lo que hoy tiene botado.”

     Mientras tanto, el reputado químico e ingeniero chileno señor Uldaricio Prado, que formaba parte del directorio de la Sociedad y que siempre puso en duda la veracidad del procedimiento del señor Paraf, hacía experimentos en los hornos de la Higuera de Zapata, y sus resultados eran negativos. Se vino entonces el señor Prado a Antofagasta, para fundir aquí, en la Máquina Beneficiadora de Metales de Bellavista, ejes como los primitivamente ensayados por el sistema Paraff y hacer la separación del oro y, como en el caso anterior, el resultado fue completamente adverso.

Uldaricio Prado Bustamante

    Con todo esto se acrecentó su idea de que eran víctimas de un engaño. El señor Prado regresó inmediatamente a Santiago y, sin pérdida de tiempo, exigió a Paraf le diera la fórmula del procedimiento y el secreto del reactivo, a lo que Paraff no tuvo inconveniente en acceder. Incontinenti, hizo, él mismo, una y otra vez, los ensayos en presencia de Paraff y de su ayudante, y cada vez quedaba en el crisol una buena cantidad de oro.

    La explicación que le dio Paraf fue que, en vista de las pruebas en grande que se habían hecho, consideraba un poco difícil aplicar a la industria un sistema que tan buenos resultados había dado en el laboratorio.

     A pesar de todo, el señor Prado no estaba conforme y cada vez adquiría la certeza de que se le engañaba. Su desconfianza subió de punto al ver ciertos obstáculos y reticencias de parte del señor Paraf, y mucho más fue ésta todavía, al saber que repentinamente habían salido a la plaza numerosas acciones que se vendían, hasta que, al fin, pudo comprobar hasta la evidencia que, en realidad, eran víctimas de un engaño, como desde un principio él lo suponía.

     Al descorrer el velo de esta ingeniosa superchería, queremos ceder la palabra a “El Mercurio” de Valparaíso, de fecha 12 de junio de 1877, que relataba este hecho en la forma la más circunstanciada.

Hela aquí:

     “El señor Prado había hecho miles de experimentos y preparado el reactivo que se empleaba para ello, y se puso a hacer el último, tomando precauciones, sin cuento. Antes, a pesar de que todo lo comprobaba por sí mismo, lo había hecho estando presente el señor Paraff y su sirviente. Ahora quiso proceder enteramente solo.

     Efectivamente, ayer puso en ejecución su idea y tuvo la felicidad de ver que había sido hasta entonces, víctima desgraciada de una prestidigitación.

     Parece que de una manera que aún no se explica, se les agregaba el oro a los componentes de este reactivo, al tiempo de preparársele; de aquí el resultado favorable que daban los ensayos.

     El sirviente de Paraff no es tal, sino un químico habilísimo que ha estado disfrazado de ese carácter.”

     Inmediatamente el Directorio de la Sociedad hizo publicar en los diarios el siguiente aviso:

SOCIEDAD A. PARAF Y CÍA.

     Por motivos graves, los infrascritos suplican al público se abstenga de toda transacción sobre partes en el interés social - Eduardo Mac-Clure - Uldaricio Prado - Francisco Puelma.

Francisco Puelma
Miguel Cruchaga Montt

Lo demás se encargó de hacerlo la justicia.

Los Socios 

Un último dato sobre el célebre Paraf:

     Encontrándose este en la prisión, en 1879, cuando estalló la guerra contra el Perú y Bolivia, presentó al Gobierno una solicitud, ofreciéndose para “arreglar” las cápsulas cargadas que existían en los arsenales de guerra, adaptándolas a los distintos sistemas de rifles. Además, se comprometía a conseguir el aprovechamiento de las vainillas vacías, ya usadas, cargándolas nuevamente.

     En efecto, hizo tal cual lo prometió, y el Gobierno, en recompensa, le concedió, la libertad.


La misma ironía bajo otra pluma. 

     Nuestro muy ejemplar país. Organizado, admirado y respetado, perdió toda su compostura ante la oferta del químico alsaciano Alfredo Paraf, 34 años, y de su socio Francisco Rogel, quienes llegaron a Valparaíso el 30 de mayo de 1876, precisamente de San Francisco de California, que aún no convalecía de su "fiebre del oro".

     Paraf llegó a Chile con la noticia que poseía un invento. Un reactivo que extraía hasta el último gramo de oro de cualquier material. Con su capacidad de convicción logró que su sistema fuera probado en la Casa de Moneda. Se examinó en la Oficina de Ensaye cierta cantidad de metal en pasta, la que mostró la presencia de un dos por ciento de oro.

     Repetido el examen "conforme al sistema Paraf, produjo un 40 por ciento", dice una información del 6 de abril de 1877 publicada en el Diario Oficial.

     Lo que el diario ignoraba era que Paraf, con los reactivos "mágicos" que usaba, introducía oro de verdad en el material examinado, dando así el fabuloso 40 por ciento. Era una versión química del eterno balurdo con que siguen engañando nuestros cuenteros a los inacabables incautos.

¡Éramos ricos entre los ricos, más que California, y sin tanto sacrificio!

     El diario conservador "El Independiente", no se creyó el cuento y concluye en un artículo humorístico: "¿Vamos a entrar de lleno en Las mil y una noches?".

    Pero era un diario opositor y fue criticado por el entonces ministro de Hacienda Rafael Sotomayor, quien creía que el invento de Paraf pondría fin de una vez y para siempre a las eternas penurias de la caja fiscal.

Rafael Sotomayor Baeza

   El mismo mes de abril el Presidente de la República Aníbal Pinto, uno de los hombres más cultos del país que dominaba el latín y varios idiomas, alumno distinguido de Andrés Bello, recibía a Paraf y lo felicitaba, admirando y tocando una plancha de oro macizo que el químico exhibía.

     Al intelectual Pinto le falto la perspicacia de su predecesor José Joaquín Pérez, el mandatario que en 1866 declinó la invitación a navegar en un submarino inventado por un alemán diciendo: "¿Y si se chinga?". Efectivamente, el submarino se chingó junto a su inventor y hasta hoy reposa en la profundidad de la bahía de Valparaíso.

     El 16 de mayo, tras la publicación del Diario Oficial y la bendición presidencial, Paraff constituyó una sociedad con destacadas personalidades nacionales que ponían dinero y apellidos. El alsaciano aportaba con su talento.

     Se establecieron hornos de fundición cerca de Santiago donde se obtendrían cerros de oro.}

El "Gold rush" traspasó nuestras fronteras y se creó una sociedad similar en Bolivia.

Los precios de las acciones subían y subían.

     Paraf, en tanto, encantador y elegante, se convirtió en el hombre del día, admirado y envidiado. Una polka, baile de la época, llevaba su nombre, "Oro Paraff". Se usaban sombreros Paraff, cuellos Paraf y en un selecto restorán de Santiago se ofrecía una contundente "Sopa Paraf".

     Paraf tapó la boca de los incrédulos con barras de oro "de verdad" y monedas acuñadas con el metal de su producción, lo que fue entregado al Banco Nacional y la Tesorería para certificar los quilates. Una pequeña inversión.

     ¿De dónde sacó Paraff la receta mágica para sacar oro de los escombros? era la pregunta del momento.

     Un bibliófilo dio la respuesta. Existía un libro denominado "El Arte de los Metales" en que se enseña el verdadero beneficio del oro y plata por azogue y el modo de fundirlos todos, como se han de refinar y apartar unos de otros", escrito en 1640 por el sacerdote español Álvaro Alonso Barba Toscano.

El Arte de los Metales

     Se aseguraba que la obra había estado en la Biblioteca Nacional, pero no aparecía.
Los ambiciosos llegaron a ofrecer 8 mil pesos de la época por un ejemplar, suma fabulosa, o bien tres mil por arrendarlo o sólo mil por una copia de las páginas donde estaba la receta mágica que permitía a Paraff hacer brotar oro casi de la nada.

     La curiosidad la derrumbó el diario "La Patria" de Valparaíso que publicó por capítulos la demandada obra, pero nadie llegó a entender la ansiada fórmula.

     En agosto de 1877 surgen fuertes dudas sobre la magia de Paraf. Hace tiempo que no saca oro de la nada.

     Las acciones bajan, tiembla el mercado, parece que ya no seremos ricos, la escoria mineral sigue en eso, en escoria.

     Paraf, no se inquieta y dice que son necesarios algunos ajustes y, además, todavía tiene algunos feligreses importantes y hasta propone crear una nueva sociedad para tener "plata fresca".

     Y el 24 de septiembre de 1877 la justicia actúa de oficio acusando de estafa a Paraf a través de varias sociedades las cuales ocasionan la ruina de numerosas familias.

     Paraf es detenido y procesado, pero sigue teniendo adeptos que le envían a la cárcel tarjetas y telegramas de adhesión y hasta una banda militar ejecuta, en honor del ilustre reo, la polka "Oro Paraf".

     En primera instancia es condenado a cinco años de prisión. Apela, los alegatos públicos son un verdadero espectáculo con la defensa que hace del condenado el destacado jurisconsulto y dirigente conservador Carlos Walker Martínez.

     La justicia chilena, siempre generosa, rebaja la pena de Paraf a cinco años de relegación en Valdivia, donde podrá practicar su alemán; su socio Rogel es absuelto.



     Pero Paraff tiene inquietud empresarial y en noviembre de 1879 pide privilegio exclusivo para producir bórax en la zona de Tarapacá al mismo Presidente Pinto a quien le había contado el cuento del tío.

     La credulidad y la ambición costaron a los chilenos un millón de pesos oro de la época, suma sideral. A la vez una depresión universal y el servicio de la deuda externa obligaron a establecer el curso forzoso del papel moneda, rudo golpe a un país donde circulaban monedas de oro y plata.


     Como corolario. La victoria en la Guerra del Pacífico sepultó en el olvido la estafa de Paraf y la crisis monetaria.

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