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EL PICAFLOR DE LA GENTE (SOTAR CONDI)



EL PICAFLOR Y LOS ATACAMEÑOS.

Rhodopis vesper vesper (Lesson)

     Los Picaflores son parte - sin duda alguna – de las hermosas historias que provienen de antaño - de nuestra niñez – y que nos llevan a recordar (apenas vemos a esta hermosa avecilla) esas palabras que salían de boca de los adultos “Cuando un picaflor visita tu casa, hay que pedir tres deseos” y nosotros fascinados nos apresurábamos a susurrar lo más querido.
     También era común repetir “Cuando un picaflor revolotea cerca de una persona, anuncia visita” o “Cuando un picaflor visita el patio de una casa, es el alma de una persona muerta muy querida por la familia”
     Hay varias creencias más que rodean la presencia de los picaflores en nuestras cercanías y todas van relacionadas con amor y con buenos augurios, incluso para los cazadores, como esta que dice: “Si este se posa frente a un cazador,   le  asegura una  satisfactoria cacería”, pero todas estas creencias, leyendas o mitos no son creación popular de nuestros abuelos o de nuestros padres, provienen de muy adentro de la historia que puede remontarse a muchas generaciones pasadas, como esta que pasamos a mostrar a continuación.

EL PICAFLOR Y LOS ATACAMEÑOS.
EL PICAFLOR DE LA GENTE (SOTAR CONDI)
Victoria Castro
Departamento de Antropología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile I. Carrera Pinto 1045, Ñuñoa, Casilla 10.115, Santiago. E-mail: vcastro@uchile.cl

Resumen. 

     Difícil no ver un picaflor. Los colibríes son silenciosos pero grandilocuentes, hasta el más pequeño de ellos. Los especialistas saben cuan compleja es la estructura de sus alas y su comportamiento. La gente común los ha observado por milenios y, en América precolombina, han sido un objeto de alta visibilidad, dibujados sobre distintos soportes. Yo misma empecé esta reflexión más conscientemente cuando, al enseñar prehistoria de América, me sorprendió ver tantos picaflores pintados en las vasijas Nazca y luego, descubrir, al leer en las crónicas y cantares mexicanos, el énfasis en nombrar a la deidad Huitzilopochdi de los Aztecas como el Colibrí del sur o el Colibrí zurdo. Por mucho tiempo, he investigado en la región alto andina de la Provincia de El Loa, en la región de Antofagasta en Chile. Necesidades que percibí inicialmente desde la arqueología me llevaron a establecer un diálogo con las poblaciones locales y, de ahí, nació el interés por la etnografía y la etnobiología, por eso nexo indisoluble entre naturaleza y cultura. Esta investigación nació originalmente desde la etnohistoria andina y luego se extendió a la etnografía para denotar como los picaflores son nombrados y significados por las poblaciones originarias de los Andes. Hay mucho camino que andar, así es que este trecho escritura) queda corto. Nos permite asomarnos a "mirar" a estas hermosas aves.



INTRODUCCIÓN

     A mediados del siglo XVII, Francisco Otal, un clérigo de larga trayectoria en la región de Atacama decide presentar su "Probanza de Méritos", que contiene información centrada entre los años 1591 y 1645, particularmente sobre el proceso de extirpación de idolatrías que ha practicado en el territorio de estudio. Esta noticia es acorde con lo que sucedía en el contexto macro regional. Otros extirpadores como Francisco de Ávila en los Andes Centrales señalaban que, “en todos los dichos pueblos havia ídolos mayores y menores...” [Ávila [1606 (1966): 255]. Asimismo, cuando Murúa (1946: 288–289) se refiere al modo de sacrificar los indios colla y puquina relata que “Había en cada provincia un templo o Guaca principal, donde todos los de tal provincia iban a sacrificar y adorar, ocurriendo con sus sacrificios; y en cada pueblo principal había otro templo o guaca menor, a donde particularmente acudía el tal pueblo; y todos estos adoratorios tenían sus ministros y las cosas necesarias para sus idolatrías...”. Este tipo de referencias se encuentra en prácticamente todas las informaciones sobre la extirpación de idolatrías estudiadas en los Andes y también en la Probanza referida. Francisco Otal señala que los ídolos son del “tiempo del Ynga” (Castro 1997), una frase común entre los españoles. Sin duda, estas deidades estaban activas y presentes en tiempos incaicos, pero probablemente muchas, eran preincaicas. Desaparecida la parafernalia oficial incaica, para prácticamente todas las costumbres prehispánicas, los ritos locales, a pesar de su necesario ocultamiento, se hacen más visibles. Una lectura alternativa es también que el hecho de designar una costumbre social, un rito, un ceremonial, un objeto o un nombre como siendo del “tiempo del Ynga”, por aquel entonces, significaba inmediatamente la condenación hacia un pasado idólatra. Y esta es prácticamente una fórmula en las denuncias de idolatrías en los Andes (véase Duviols 1966, Millones 1990). Pero también los cronistas del siglo XVI y XVII recibieron información de que los Inka conocían bien cada deidad regional o local preexistente. “Los Incas conocían, pues bien, a todas las huacas de todas partes. Ý a cada huaca le mandaban entregar su oro y su plata conforme estaba apuntado en los quipus; les hacían entregar a todos ellos y en todas partes. Plata sagrada, oro sagrado le llamamos nosotros ...” (Urioste 1983: 283). En Atacama, los testigos nativos distinguen a Sotar Condi, el picaflor, “como aquel a quien todos los indios de estas Provincias teníamos por Dios teniéndolo nuestro Padre en la mano bestido de cumbe con su pillo[cintillo] y Plumas en el de oro y Pájaro flamenco...” (Castro 1997). Se trata pues de una deidad regional. ¿Cómo delimitar la región? Los indígenas señalan como ámbito toda la Provincia y, aunque la referencia sea breve, vale la pena recordar la mención de Díaz de Guzmán [1612 (1835): 33], quien señala que “Atacama es tierra de Olipes”. Un análisis sobre las poblaciones de Atacama y sus nexos con los pueblos de la vertiente oriental permite sugerir que, al menos, hay en juego varios grupos de personas unidos por lazos de parentesco, muchos de los cuales son originarios de Lípez en la vertiente oriental circumpuneña. No sabemos, sin embargo, si la idea de Provincia que se está denotando incluye también a los sectores poblados de la costa. Aun así, a pesar de no poder precisar que territorios se están definiendo bajo el concepto de “estas Provincias”, la idea de unidad contenida en la noción de una deidad pan regional nos permite sugerir otra mirada más, frente al problema de las identidades otorgada por esta religiosidad indígena colonial, a través de las palabras testimoniales sobre Sotar Condi, a “quien teníamos todos los indios de estas Provincias por dios” (Castro 1997). ¿Qué poder concentra Sotar Condi para ser nombrado como una deidad regional? ¿Cuál es su eficacia simbólica para ser reconocido como tal? ¿Se trata de una deidad creadora? ¿Por qué se denota su vestuario y no hay alusión al de otros ídolos?



     Nombres del picaflor. El significado de su nombre es muy decidor. Escogeré primero su traducción desde el Kunza. Sotar o Sutar significa “picaflor” (Vaisse et al. 1896), mientras que la palabra Condi, no se encuentra en los diccionarios; lo más cercano sería Conti, vocablo que según San Román (1890) significa “gente”. En este caso, su nombre sería “el picaflor de la gente”, lo que tendría sentido, tratándose de la deidad regional. Otra posibilidad es que su nombre se enfatice e indique “picaflor-picaflor”, si nos acercamos con la palabra Condi al nombre quechua de esta ave que es Quindi o Quenti (González Holguín [1608 (1952): 681]. Alternativamente, Condi se acercaría al quechua Kunti, que significa “oeste”, probabilidad que también tiene sentido, como veremos más adelante. En todo caso, hay que tener muy presente, que quienes están escribiendo los nombres indígenas son españoles, mediatizados por intérpretes quechuas, y que existen variaciones y parentescos entre lenguas y dialectos nativos de los Andes del sur. El carácter regional de la deidad me inclina instintivamente y, en primer lugar, hacia la reiteración de su nombre, es decir “picaflor-picaflor”, conociendo que esta reiteración del nombre permite enfatizar las características de algo, y no es ajena a los grupos indígenas. Por otra parte, la deidad pudo existir efectivamente desde tiempos del Inka o reafirmada como tal bajo su dominio, siendo anterior al Inka. Con o sin reiteración, el nombre principal de la deidad es sin duda “picaflor”. Si consideramos que el cronista indio Poma de Ayala [1615 (1980)] describe que uno de los barrios del Cuzco, justamente el del sur, es decir el que apuntaba al Collasuyu, se llamaba Quenti, la deidad puede tener una validez en un territorio mucho más amplio, para diferentes identidades étnicas y categorías sociales. Arguedas (1981) hacía notar que, en Puquio, Ayacucho, cada deidad de las montañas de una región poseía su propia ave que lo significaba, donde una de estas aves era el quenti o picaflor. En esta misma obra relata que, en el momento en que el especialista religioso, o awki, entró a depositar la ofrenda a las deidades de los cerros dentro de una tumba prehispánica o pukullu, se le apareció un picaflor de vistosos plumajes, que luego desapareció. Y en este nexo, cobra también sentido que Sotar Kunti signifique “el picaflor del oeste”. Tanto la relación que denota el awki entre picaflor y tumba prehispánica, como la vinculación actual en los pueblos de la región de estudio, entre los difuntos y el punto cardinal oeste, donde es posible la vida después de la muerte, se pueden asociar con la etología del picaflor, cualificado desde tiempos coloniales, como el pájaro que “renace”. El sacerdote indígena le otorga un poder de mediación al picaflor cuando lo invoca clamando en voz alta diversas frases (Tabla 1). También la arqueología entrega buenos ejemplos de la representación del picaflor en la cultura Nazca de los Andes costeños del sur del Perú, tanto en la cerámica pintada como en los geoglifos de la Pampa del Ingenio, en donde el pico de esta ave termina en un grupo de líneas que podrían señalar la bajada del sol el 21 de diciembre. Hoy la gente de Nazca cree que las gigantescas representaciones de aves de este lugar son propiciatorias de la llegada del agua y, tal vez, hace más de mil años los nasquenses las asociaron a la fertilidad de la tierra y la germinación de sus cultivos, beneficiando una producción en un territorio extremadamente árido (Reiche 1982, Townsend 1985, Castro 1990). Es que la etología del picaflor es sorprendente, y encierra esa capacidad de transformación tan cotizada por la gente andina, incluso hasta hoy. La mitología mexicana también otorgó significados al picaflor. Así, por ejemplo, el nombre de una de sus deidades, Huitzilopochtli, “Colibrí zurdo” o “Colibrí del sur” (Gonzalez 1991: 86). Bien vale la pena detenerse en su apreciación que, con sensibles detalles, ofrecen autores que escribieron sobre el sur de Chile en tiempos coloniales y republicanos, sin saber sobre los significados que tiene en otros lugares. Rosales [1976 (1674): 65] dice “Está bien vestido de sutiles plumas, verdes, naranjadas, doradas y de otros varios, hermosos y lucidos colores”, como si estuviera viendo la figura de Sotar Condi, y Plath (1976) agrega: “tiene el resplandor del oro y de las piedras preciosas”.



¿Cómo se percibe en los Andes a Sutar, quenti, el colibrí, tomín o picaflor? 

     Cobo [1653 (1964): 323– 324] señala lo siguiente: “el quenti es el menor de los pájaros que se hallan en estas Indias, (…) es tan pequeño, (...) tiene mucha pluma. (…). Las plumas son pintadas de muchos y hermosos colores. Tiene este pajarito una naturaleza prodigiosa, y es que en las tierras donde se agostan las flores no vive más tiempo de lo que ellas duran, de cuya melosidad se mantiene, sustentándose sobre ellas sin asentarse en el árbol, sino moviendo velozmente sus alitas, se está parado en el aire un buen rato; y en pasándose el tiempo de las flores, se allega a un pino, o a otros árboles, guiado de su natural instinto, y asiéndose con el pico, se queda colgado por tiempo de seis meses, poco más o menos, y en comenzando por la primavera a florecer las plantas, torna él a cobrar vida o despertar de aquel largo sueño”. El texto de Cobo continua con: “He oído decir que las damas chilenas adelantan la resurrección de los quentis o Picaflores de su tierra, abrigándolos en su seno. Por eso, y sin necesidad de metáforas místicas, los llaman allí Pájaros resucitados”. Finalmente, se lee: “Hállanse algunas diferencias dellos, que sólo se distinguen en el tamaño y en los colores de sus plumas. En lengua del Perú se llama este pajarillo, quenti, y en la mexicana, huitzitzil”. Se dice de los picaflores que desaparecen en invierno para retornar en primavera. Así, se hace referencia a algún fenómeno de torpor o letargo estacional durante el invierno austral. Según algunos autores, eran considerados embajadores divinos de esta estación, en que se abren los capullos y empiezan a germinar las plantas, de modo que contienen todo un sentido de la fertilidad. También en la actualidad, en los Andes orientales, los indígenas creen que en el colibrí habita las almas de los niños muertos que, a veces, se comunican con los vivos (Becker-Donner (no datado). Esta creencia hace más sentido cuando pensamos que prácticamente todas las vasijas Nazca con colibríes pintados provienen de tumbas.

¿Cómo denotan algunos cronistas al picaflor o quenti? 

     Poma de Ayala [1615 (1980): 183] alude en distintos contextos a esta ave. Señala por ejemplo que los niños de nueve o doce años “fueron casadores de paxaritos menores que los toman con lasos y ligas y otras suertes que llaman los páxaros pulidos: quinte [picaflor] (...) y otros páxaros que ay”. Más significativo aún es el hecho de que Poma de Ayala [1615 (1980)] y Cobo [1653 (1964; véase Bauer 1992, Zuidema 1989)] de algún modo asocian el Quenti al Collasuyu; el primero se refiere a un quinto barrio originario en el Cusco, que aludía al nombre Quenti y que estaba en la dirección del Collasuyu; por su parte Cobo identifica al quinto ceque Payan del Collasuyo, con diez huacas, siendo la tercera “Quintiamaro”. Esta palabra compuesta une el nombre quechua del picaflor con el de un significativo ofidio (¿la anaconda?), dos seres de profunda significación y representación en la iconografía andina. Pizarro [1571 (1989: 99)] describe con admiración el contenido de los depósitos que había en el Cusco, de ropa, de comida, de coca y señala “de plumas auía depósitos de una plumería tornasol que pareçía oro muy fino; otras de tornasol berde dorado. Era la pluma muy menudita, de unos paxaritos poco mayores que çigarras, que por ser tan chiquitos los llaman tomines. Crían estos pajaritos solamente en el pecho esta pluma ya dicha, que será poco más que una uña donde la tienen. Auía tanto de ella enhilado en hilo de algodón, muy compuesto alrrededor de unos coraçones de maguey, hechos troços de más de un palmo metido en unas petacas. De esta pluma hazían bestidos que ponía espanto dónde se podía auer tanta cantidad de este tornasol”. Al describir la casa de las taquiacllas (cantoras escogidas) Murúa [1590 (1946: 253)] reafirma las cualidades del picaflor señalando que “Tenían en esta casa una avecilla, que se dice Causarca, como un abejón, el pico luengo y delgado, tiene muy linda pluma, entre colores; muere o duérmese por octubre, en lugar abrigado; así [da] de una flor, resucita por abril, y por esto lo llaman causarca; es guarangui muy fino y por quien traen este pájaro, se mueren las mujeres por él en viéndole, y lo mismo el hombre por la mujer”, lo que denota el tema del amor y el enamoramiento. En otro pasaje, señala que los principales “hechiceros pontífices” de los inkas, los Umo, que mediaban con las deidades, traían “unos pajarillos sin pies llamados cuenti”. Se trata, sin duda, del picaflor, como lo reafirma Constantino Bayle en nota a pie de página: “Quendi o quinde en el Ecuador: colibrí, picaflor”. “Llámalo sin pies porque al chupar las flores no se posa...”. El sacerdote Constatino Bayle (S. J.), a cargo de la edición de Murúa [1590 (1946) dice (Pp. 253–254) que Torquemada, cronista en el virreinato de Nueva Castilla (Mesoamérica prehispánica), escribe sobre el sueño invernal del colibrí indicando que “este pajarito se anida y pone dos huevos pequeños: yo he visto su nido, y a él sobre los huevos, que parece un melindrillo de dama; y nido y pájaro no es mayor que el tamaño de medio huevo de gallina muy pequeño: su vida es de la manera que se sigue. Como por el mes de octubre comienza en esta Nueva España a agostarse la tierra y las flores se secan y marchitan ... este dicho pajarillo huitzitzilin busca jugar acomodado... donde pueda estar escondido en alguna espesura de árboles o lugar de casa pajiza, y si es en árbol, ásese con los pies de una ramita muy delgada de él, y pónese lo más encogido que puede, el pico abajo, como pudiera estarlo muerto hasta el mes de abril que con las primeras aguas y truenos revive ... Despierto comienza a estirarse y a hacer movimientos, como cuando uno se despereza y hace acciones de dormido, y luego vuela y va a buscar de comer”. En la misma obra, Bayle agrega la opinión de Motolinia, citada por Torquemada, en relación con esta semejanza con la hibernación “que yo mismo por mis ojos vi estar el pajarito pegado por los pies en un árbol de la huerta ...” hasta que llegó el tiempo de su resurrección.



     Aportes etnográficos. Lo más asombroso es que, tanto lo que nos dice la etología del picaflor, como las apreciaciones de los cronistas y las identificaciones de especies – aún parciales – que hemos obtenido en terreno (J. Rottmann com. pers.), han sido cualitativamente denotadas por la gente originaria del área de estudio. Presento a continuación los resultados de visitas y entrevistas en el sector de Toconce (pueblo, el más oriental de la cuenca de río Salado, localizado a 3600 m.s.n.m., II Región y a una jornada de Laguna Colorada en Bolivia), con el fin de investigar la conceptualidad avifaunística de los lugareños. Sin tener más noticia que Sutar significaba picaflor, indagamos sobre esta ave a quién los lugareños llaman íntimamente “el pájaro resucitado” y que reconocen por el nombre quechua de Quenti. Algunas personas han señalado que había dos clases (especies) de picaflores. Así tres pastoras toconceñas (Toconce, II Región de Chile) relataron que todas las mañanas venían picaflores a su jardín. En este pueblo, las casas están orientadas en el talud que enfrenta a los cerros tutelares y la mayoría tienen su antejardín lleno de flores, asiduamente, visitadas por los picaflores. Los describen de la siguiente manera: “Hay unos grandes sin colores y otros chiquitos de muchos colores, pero más con azules y verdes. El nido lo hacen en las peñas (en las rocas) con lanitas que ellos mismos buscan y están pegadas con el jugo que sacan de las flores. No hacen los nidos en los árboles, sólo en las peñas”. “Es muy inteligente ese pajarito porque busca lanita de llama para tejer su nido y lo pone encima de las peñas (en las rocas). También lleva en su boca el dulce de las flores a sus guagüitas para que resuciten; no tiene más de dos crías. 

     Hay varias clases de picaflor. Algunos tienen su cuello muy verde y el piquito largo. Son dulces. Les gusta el dulce. Son habilosos, muy habilosos. Hacen su nido en las peñas. Sólo tiene dos crías, de a pares”. Dentro de sus propias taxonomías, los lugareños siempre hacen notar el principio de dualidad como una cualidad positiva, sea por simetría (los parcitos, las parejitas), o por opuestos complementarios, como sucede particularmente con las plantas, macho y hembra. Otra pastora nos contó que “antes, este pájaro había sido una virgencita” y reconfirma las cualidades y hábitos mencionados anteriormente y habla de una “clase especial de picaflor, que llama culandrina”. “Hacen muchos nidos en la peña, pegados con dulce y hechos con lana; hay muchos en Copacoyo” (zona de pastoreo del pueblo de Toconce, situado aguas arriba del pueblo, entre los 3800 a 4000 m.s.n.m.). Una de las personas relató que, cuando tenía diez o doce años, y andaba pastoreando el ganado en el campo, en Copacoyo, vinieron dos picaflores que se pusieron sobre su pecho. “Me quedé quieta, me dio susto. Después, cada uno voló; uno para adelante y el otro para atrás”. Le contó a su madre, quien le dijo que era “señal de buena suerte”. Un yatire (sacerdote indígena) de Caspana, que viene especialmente a realizar las costumbres de algunas familias de Ayquina y Toconce que residen en las estancias de Turi, nos dice que los picaflores son muy especiales, porque viven del puro jugo dulce de la flor, “que con eso se mantienen ...” (véase Castro 1997). Para la zona del Cusco, Venero (1998) consigna que, al picaflor, “Siwar K’ente, seco, se le tiene detrás de la puerta o en el cajón del dinero, sirviendo para que haya más actividad comercial”. En la Provincia de Andahuaylas, en dos comunidades sobre los 3000 m s.n.m. del Departamento de Apurimac, Cayon (1971) ha recopilado información sugerente sobre el colibrí donde Q’enti es el nombre del de color verde. Molido, él o su nido, se lo dan a los niños para males gastrointestinales atribuidos o derivados del susto; las personas mayores lo toman también contra el aire. Se les caza y luego se los rellena con lana, manteniéndolos en la casa como “alhaja”, hasta que se pudren y se tiran. Cuando entran en la vivienda, y luego desaparecen rápidamente, es símbolo o imagen del cerro que temporalmente se posesionó de su cuerpo, para venir a pedir una ofrenda. En este momento, es peligroso hacerles daño o intentar matarlos. Significa también que vendrán algunos de los españoles o mistis, y por eso era de mal agüero, ya que equivaldría a que se iban a llevar algunos animales sin pagarlos. Hay alguna tendencia a considerarlos como la transmigración del bien, por su relación con las flores, y tal vez se trate de una antigua concepción que se encuentra aún hoy en algunas tribus selváticas, donde se piensa que el alma de los muertos premiados se convierte en ellos, gozando para siempre de un “coito eterno”. Aparece también en algunos mitos de la región de Huarochirí como comida especial para el halcón, otorgada en premio por su conducta, por uno de los dioses, y en la zona del Cusco, es el animal que se encarga de acusar al hombre de todas sus faltas (véase Cayón 1971). Más lejos del territorio de estudio, pero siempre dentro de este vasto mundo andino, en la costa norte del Perú, se concibe actualmente que el picaflor es un ave cargada de poder sobrenatural. Debido a su habilidad para succionar, el picaflor es asociado con la idea de remover objetos extraños que han sido introducidos por hechiceros en el cuerpo de las personas. No es extraño entonces que los médicos kallawaya, de la zona de yungas de Bolivia, reconozcan el poder de sanación que tiene el kenti. Actualmente, recomiendan tomar su sangre fresca contra palpitaciones cardíacas y utilizar sus plumas, quemadas y en decocción, contra enfermedades mentales y el susto (Girault 1987), quedando demostrada, etnográficamente, su eficacia simbólica.



CONCLUSIÓN

     No hay duda de que estamos frente a una deidad panandina, que por las características que contiene, posee una significación cercana a Amaro, Otorongo – Puma y Waman. El colorido del vestuario y del tocado de Sotar Condi trae inmediatamente a la memoria aquellos textiles encontrados en Cerro Esmeralda, en Iquique, y en otros santuarios de altura, que privilegian los colores rojo y amarillo, como la mayoría de los textiles Inka. En ese sentido, el oro de su tocado no tiene valor por el metal en sí mismo, sino que por su brillo y color (como el sol) y el rojo de las plumas de parina, como la sangre. Dos colores que significan la vida. No es de extrañar entonces qué dada su etología y su capacidad de transformación, denotada como un renacer, el picaflor causara tanto asombro. Está asociado al sol, a la lluvia, al trueno, al verano y al invierno, como el arcoíris y su presencia y poder, para los pueblos originarios, han perdurado, no obstante, la dinámica de las transformaciones. Con anterioridad, he escrito un capítulo de obra sobre el picaflor, mucho más extenso, que incluye aspectos de su etología y descripción de las especies (Castro 1997). En este artículo, inserto en un mundo altamente especializado sobre aves, se quiso valorar otras miradas y reflexiones sobre el picaflor, que tienen un valor paritario a la ciencia universitaria, sin negarla, y que emergen de una cosmovisión en donde la naturaleza es paisaje cultural, significación pura en la vida de estos pueblos y el nombrar está cargado de simbolismos, que transitan la cotidianidad de las tierras rurales de Indoamérica.

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