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jueves, 23 de octubre de 2025

¿CONOCES AL DRAGÓN DE ARENA?

¿Conoces al Dragón de Arena?

A la Progomphus herrerae


Pues bien. Todos conocemos las libélulas (o “matapiojos”), pero ¿Cuántas de ellas hay en nuestra Región?

 

Estamos habituados a ver siempre la misma, la gran libélula azul del género Rhionaeschna, presente casi en cualquier lugar de nuestra región, que vayamos, incluso algunos donde no pareciera haber fuentes de agua.

 

Pero lo cierto es que hay más que eso. Aparte de las Rhionaeschna, ya les hemos presentado también, anteriormente, a la Sympetrum gilvum, con sus machos de hermoso y llamativo color rojo y sus hembras de discreto y apagado amarillo, y la Gomphomacromia paradoxa, una libélula de color negro con marcas de color claro.

 

Sin embargo, eso no es todo, ya que hay otra especie más, que habita en las alturas de la Región: Progomphus herrerae, posiblemente la única de las 70 especies de este género que tenemos en Chile.

 

En inglés, a las libélulas las llaman “dragonfly”, o mosca dragón. A las Progomphus en tanto las llaman “sand dragon” (dragón de arena), en referencia a que las especies de este género suelen frecuentar playas arenosas en los cursos de agua, charcos y lagunas de agua dulce. En nuestro caso, las vimos alejadas de tales lugares, pues se encontraban junto a las anegadas tierras que circundan una aguada en el altiplano. Nada más lejano a ello que una playa de arena.

 

Nos confundió en un primer momento su coloración, pero en breve nos dimos cuenta que era una especie que no habíamos tenido oportunidad de fotografiar hasta ahora. Probablemente porque parece encontrarse sólo en el altiplano de las 3 primeras regiones, aunque –extrañamente- se la cita también para La Araucanía.

Se ha mencionado otra especie de Progomphus para Chile, Progomphus joergenseni, pero no estamos seguros de que todavía se considere así.







 

martes, 21 de octubre de 2025

ALLOMACHILIS ANTOFAGASTINO


Allomachilis antofagastino

(De nada, faltaba más)


Cuando nos visitan desde el extranjero, hablamos de los habitantes de Extranja, piensan a pie juntillas que son las reparticiones de gobierno, alguna que otra institución de la educación superior y/o las grandes empresas de nuestra región, las que se encargan de financiar nuestras actividades y observaciones. Cuando se enteran que todo es autogestión, quedan sorprendidos y cuando saben que en más de las veces somos menoscabados o subvalorados por dichas instituciones, quedan perplejos, especialmente por el poco interés que se brinda a la ciencia ciudadana y por el poco respeto que se da a los que la llevan a efecto (independiente de los aportes que hemos hecho a la ciencia).

 

Como nos lo hace saber don Rodrigo Castillo del Castillo y Castillo Tapia, el señor Bichólogo.

 

¿Sirve la ciencia ciudadana, o es sólo una moda más?

Podemos decir, con toda propiedad, que sirve. Pero –el infaltable pero- sirve sólo cuando hay científicos dispuestos a utilizarla. Cuando se deja de lado lo que ven, descubren o registran los ciudadanos comunes, no sirve de nada que lo hayan hecho.

Pero veamos un ejemplo positivo que, casualmente, nos involucra.

Hace años atrás, registramos la presencia en las costas de la propia ciudad de Antofagasta de un extraño insecto, que gustaba de vivir en la zona intermareal. Buscando información sobre él, no pudimos encontrar más que lo básico: pertenecía al orden Archaeognatha. No sólo no se sabía cuál era su especie, ni siquiera se conocía su presencia en nuestra Región. Los registros de estos insectos eran todos sureños, o bien insulares, y la información, muy escasa.

Con el pasar del tiempo, surgió una plataforma web, iNaturalist, en la que se pueden subir las observaciones de animales y plantas que las personas hacen, con el fin de crear una gran base de datos de biodiversidad, implementando lo que se llama ciencia ciudadana. Y, entre las muchas imágenes que nosotros decidimos subir a ella, estaba nuestro anónimo Archaeognatha.

Gracias a esto, y a que hubo personas ligadas a la ciencia que decidieron utilizar la información contenida en esta plataforma, se ha podido saber tres cosas:
La primera, que “nuestro” Archaeognatha pertenece al género Allomachilis, del que sólo se conocen 2 especies en el mundo, una en Australia, Allomachilis frogatti, y otra en las Islas San Ambrosio de Chile, Allomachilis ochagaviae.

La segunda, no menos importante, es que está presente en nuestra Región, cosa que se desconocía, suponiéndose hasta ahora que estaba en ésa isla, en la Robinson Crusoe y en algún lugar indeterminado de las costas de Coquimbo, que no está precisado ni debidamente registrado.

Y la tercera, es que este Allomachilis presenta diferencias suficientes con las otras nombradas, como para considerar que se trata de una nueva especie, desconocida hasta ahora para la ciencia.

Por nuestra parte, hemos sabido también ahora otras cosas: que este Allomachilis no sólo habita en nuestra misma costa, sino en toda la Región, pues los hemos visto y registrado en otras localidades, y que también hay otros Archaeognatha, de otros géneros -habitantes de las zonas de camanchaca- que hemos podido ver y registrar y que, en algún momento, podrán ser identificados.

O sea, hemos avanzado un pequeño paso más en esta interminable tarea nuestra -ingrata no pocas veces- de conocer nosotros y dar a conocer al mundo la biodiversidad de nuestra Antofagasta.

 

Fuente: “Archaeognatha de Chile: Una síntesis basada en la Literatura y en Registros de iNaturalist”.
Iñigo Palacios-Martinez & Tomás Román-de la Fuente, 2025.

https://graellsia.revistas.csic.es/index.php/graellsia/article/view/780/1211








 

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sábado, 18 de octubre de 2025

LA QUILOPODA INVASORA

La Quilópoda (Chilopoda) invasora

(Ciempiés, recuerden, ciempiés)


El Scutigera coleoptrata (Linnaeus, 1758), conocido universalmente como ciempiés doméstico, es un artrópodo perteneciente al Orden Chilopoda (léase “quilopoda”), el que agrupa a todos aquellos que conocemos como ciempiés y escolopendras. Si bien en Chile tenemos varias especies de Quilópodos, sólo tenemos un Scutigeromorpho nativo, el Sphendononema chagualensis (Kraus, 1957). El Scutigera coleoptrata es, por tanto, un invasor.

De origen europeo mediterráneo, este ciempiés se ha extendido por varios continentes, pudiéndosele encontrar en la mayor parte de Europa, en Asia, Norteamérica, algunas zonas de África y Oceanía. En Sudamérica se ha registrado en Argentina y Uruguay, y desde el año 2009 en el sur y centro de nuestro país, aunque se sabe que se encuentra entre nosotros desde –al menos- la década del 60 (E. Vega-Román & V. H. Ruiz, 2013).

Nosotros podemos decir, por propia observación, que se encuentra presente también en nuestra Región, aunque en zonas no habitadas, por el momento. No hemos sabido que se le encuentre en habitaciones humanas.

Pese a que su aspecto puede resultar impresionante para muchas personas, e incluso producir temor en algunas otras, debido a que los adultos pueden crecer hasta los 5 centímetros de largo, y sus 15 patas por cada lado le permiten moverse muy rápidamente, lo cierto es que este ciempiés es reconocido –e incluso apreciado- como un invertebrado benéfico para el hombre.

¿Cómo podría ser beneficioso semejante bicho? se preguntará alguien. Y la respuesta es muy simple: el Scutigera coleoptrata es un verdadero asesino de insectos, y más específicamente, de esos insectos que odiamos –o nos repelen- y que acostumbran invadir nuestros hogares. Sí, arañas, termitas (nuestras nortinas “polillas”), pececillos de plata, hormigas y –aunque nos parezca increíble- las baratas, son los platillos favoritos de este ciempiés, que ha desarrollado técnicas de caza que resultan casi infalibles.

El Scutigera acecha a los insectos, y de preferencia espera que se reúna más de uno, para lanzarse sobre ellos velozmente y, mientras los sujeta con sus numerosas y flexibles patas, inocularles un veneno de acción rápida, que si no los mata en cosa de segundos, los deja aturdidos e indefensos hasta el momento de su muerte. Cuando su presa pudiera resultar peligrosa para él, como en el caso de alguna gran araña, o una avispa (por ejemplo), tras inyectarle el veneno se retira de inmediato, y espera cerca a que ésta caiga bajo su acción.

Pese a ser un quilopodo que acostumbra vivir dentro de las casas, en las que encuentra lugares apropiados para él, como las alcantarillas y otros lugares húmedos y obscuros, por sus hábitos mayoritariamente nocturnos no se le suele ver demasiado, a excepción de la primavera, cuando aprovechando el cambio de clima sale a buscar nuevos lugares de caza en los alrededores, y en el otoño, cuando el frío le impulsa a buscar nuevamente la protección del interior. En las zonas en donde no existe presencia humana, ocupan lugares tales como debajo de grandes rocas o troncos caídos, los que les proporcionan el ambiente húmedo que necesitan y los preservan del frío y el calor excesivo, que los afectan.

Puesto que los ciempiés suelen tener mala fama, debido a sus parientes las escolopendras, que pueden alcanzar mayores tamaños, y cuyo veneno –en algunos casos- puede causar problemas a los seres humanos, muchas personas podrían asustarse si ven un Scutigera desplazándose rápidamente por una pared o por el piso, pero en realidad no es un bicho al que haya que temer. No tenemos en el país quilópodos cuyo veneno sea realmente un peligro, y tampoco este pequeño invasor puede hacernos mayor daño. ¿Cómo diferenciarlos? Muy fácilmente, las escolopendras tienen más de 20 patas –las que podría resultar difícil contarlas en ciertos momentos-, pero éstas son siempre cortas, en tanto en la Scutigera son notoriamente largas, lo que les da un inconfundible aspecto.

El Scutigera coleoptrata no tiene mandíbulas con que morder, por lo que, en caso de necesitar defenderse de un humano, no podría hacer más que pincharnos con sus pequeños colmillos, los que en la mayor parte de los casos no tienen la fuerza necesaria para romper nuestra piel. Sin embargo, si algún adulto plenamente desarrollado consiguiera hacerlo, su veneno no tendría otro efecto en nuestro organismo que el de causar un poco de dolor, semejante al de una picadura de abeja, el que pasa completamente al cabo de un rato. Como hemos dicho siempre respecto a otros invertebrados y su veneno, hablamos de generalidades, subsistiendo siempre –como con todo veneno- la posibilidad de que afecte en forma diferente a personas alérgicas, pero eso se debe a su susceptibilidad personal.

Una preocupación muy común, respecto a este quilópodo y dado su hábito de adaptarse a la vida en las casas, es el efecto de su veneno en gatos (y otras mascotas), debido a la costumbre de éstos de cazar a todo bicho que se mueva, y las más de las veces, comérselo, además. Para su tranquilidad, y considerando que este invertebrado lleva más de 300 años en los hogares europeos, se sabe fehacientemente que su veneno no les afecta mayormente, y que en el peor de los casos, si se come uno, sólo aprenderá a no comerse otro, sin que esto signifique que reciba un daño en su organismo.

En resumen, hemos querido presentarles un invertebrado que, si bien no es propio de nuestro país, podríamos eventualmente encontrarnos con él algún día, y la idea es que lo conozcamos desde ya, para evitar temores infundados o noticias sensacionalistas que no tienen fundamentos científicos.

No es, por ejemplo, que últimamente haya aumentado el ingreso de insectos o arácnidos foráneos al país, sino que simplemente ahora hay más personas interesadas en el tema y dispuestas a darlos a conocer. En este caso, los primeros Scutigera coleoptrata se recolectaron en Chile en 1966, hace nada menos que 50 años, y su distribución por el país parece haber sido muy lenta, ya que ciertamente la gran mayoría de los chilenos nunca ha visto uno.

Si llegamos a encontrarnos con un Scutigera coleoptrata, la invitación es a admirarlo, a no temerlo y a no destruirlo. Pensémoslo, ¿Quién no desearía tener su casa libre de baratas, arañas de rincón y “polillas”, sin necesidad de usar hediondos y dañinos venenos en spray?





 


viernes, 17 de octubre de 2025

EL WAYCHU SEGÚN LOS RECC-RECC

El Waychu según los Recc-Recc


Lo conocíamos como Troglodytes aedon, a nuestro Chercán. Pero nos dicen ahora que ya no se llama así. Ese nombre ha quedado reservado para el Chercán del hemisferio norte, que sería una especie diferente a la nuestra, la que ha recibido el poco agraciado nombre de Troglodytes musculus.

¿Qué por qué lo consideramos poco agraciado? Bueno, porque ese nombre nos recuerda al de otro animal que lo lleva: el Mus musculus, ese pequeño roedor que nosotros llamamos laucha. Pero, en fin, quienes manejan el orden taxonómico (que regula los nombres de las especies) tienen sus reglas y hay que respetarlas, aunque algún nombre no nos agrade.

Para nosotros el nombre común es chercán (que proviene del mapuche chedkañ), pero también tiene su nombre propio en las principales lenguas nortinas: Recc-recc en Aymara y Waychu en quechua.

Es una de las aves más comunes de nuestro país, y resulta posible verla con cierta facilidad, si se presta a tención a nuestro entorno, ya que es de esas aves que se han habituado a vivir entre nosotros y hasta en nuestras ciudades, adaptándose muy bien al entorno urbano, a altitudes que van desde la costa hasta los 3.600 m.s.n.m.

Su pequeño tamaño lo oculta –no pocas veces- de nuestros ojos, pero no obstante el ruidoso canto de los machos los pone continuamente en evidencia. Debido a que son muy territoriales, utilizan su canto para advertir a otros chercanes cuál es su territorio y que no dejarán pasar una intromisión.

De color canela o poco más oscuro, se camufla perfectamente en el entorno, y aunque cuando anda en forma silenciosa es difícil de ver, su costumbre de emitir un ligero piar mientras busca su alimento nos permitirá verlo en acción, si ponemos un poco de atención.

Se alimenta de insectos y otros pequeños animales que busca afanosamente en todo lugar, recorriendo cada pequeño rincón de patios y calles, metiéndose entre las plantas de nuestros jardines y maceteros y hasta en los lugares más impensados, tales como el radiador de los camiones y otros grandes vehículos, por ejemplo.

Anida de preferencia en grietas de muros, oquedades de los árboles o cualquier agujero suficientemente grande, en las zonas naturales, pero en la ciudad aprovechará cualquier lugar que le parezca apropiado, incluyendo cajas-nido creadas por el hombre o hasta los bolsillos de alguna ropa olvidada en una percha.

La pareja construye el nido con pequeñas ramas y hierbas, forrando su interior con materiales más suaves, como hebras de lana o hasta papeles. Suelen criar hasta dos veces por temporada reproductiva, la que suele extenderse entre septiembre y enero en nuestro país.

Desgraciadamente, a pesar de ser un pajarito tan chico, sus nidos no se ven libres de la amenaza de la especie invasora Molothrus bonariensis (mirlo argentino), que los ataca para reemplazar los huevos con los suyos propios, consiguiendo así que, al nacer, los pequeños padres chercanes deban alimentar a una cría de mirlo que es más del doble del tamaño de sus padres adoptivos.

 

Cuento popular chileno:

El Chercán quería construir su nido, pero no lograba hacerlo bien.

Pidió ayuda al Zorzal y luego al Gorrión. Ambos le dieron instrucciones sobre cómo unir las ramas.

El Chercán interrumpía a los pájaros diciendo "¡Ya sé!", y no prestaba atención a lo que le decían, por lo que su nido se desarmaba repetidamente.

Doña Loica finalmente le dijo que había recibido mucha ayuda, pero que debía aprender solo.

El Chercán, al esforzarse por sí mismo, logró hacer su propio nido, aunque de manera muy desordenada, dando origen a la frase "como nido de chercán".