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viernes, 17 de febrero de 2017

IRENE MORALES INFANTE

IRENE MORALES INFANTE

Una Cantinera Ejemplar





     De las cantineras chilenas, no cabe duda que la más conocida es Irene Morales. Aunque no se conoce con certeza su fecha de nacimiento, se sabe que al igual que la sargento Candelaria Pérez, nació en el barrio de La Chimba, en el sector ultra Mapocho de Santiago, aunque sus progenitores eran oriundos de Curicó.

Irene Morales Infante

     Fallecido su padre, cuando ella sólo tenía 13 años, se fue a vivir con su madre a Valparaíso, donde empezó a trabajar como costurera. En el puerto se casó en artículo de muerte, en la Iglesia del Espíritu Santo, con un joven carpintero. Muertos su esposo y su madre, en 1877 emigró a Antofagasta, vendiendo su máquina de coser, "es decir, toda su heredad" para pagar su transporte. En el puerto nortino, contrajo segundas nupcias con un chileno, Santiago Pizarro, quien había sido músico de una de las bandas "que el viento de las economías dispersó en la fuente de todos los cuarteles en 1878 y aquel, buscando destino, tomó servicio en la banda boliviana de Antofagasta". Un día del mes de septiembre de 1878, encontrándose el músico bajo los efectos del alcohol, tuvo una riña con un soldado boliviano del mismo cuerpo en el que servía, y cogiendo un rifle del armero lo mató. Por ello, el 24 de septiembre de ese año, lo fusilaron en la pampa, junto a los rieles del ferrocarril, dejando su cadáver insepulto tirado a un lado de los terraplenes. Al día siguiente fue recogido por Irene, quien lo veló y sepultó. Sin embargo, antes "de depositarlo en la fosa, sacáronle una vista fotográfica de sus despojos" porque "Irene Morales quería llevar consigo la imagen viva de su propia venganza".

     Entretanto, para sobrevivir ella tenía un pequeño negocio de abarrotes, el cual quemó, cuando 5 meses más tarde vino la ocupación de Antofagasta. Ese mismo día en medio de los entusiastas residentes chilenos, que eran más del 85% de la población antofagastina, "se vio a una mujer que arengaba a la muchedumbre, que le pedía venganza contra el opresor, largo tiempo tolerado y al propio tiempo abrazaba con efusión a los chilenos. Esa mujer era Irene Morales" quien hizo sacar "algo más tarde, el escudo de la Prefectura boliviana y lo destrozaba con sus pies"

     Durante la ocupación de Antofagasta, Irene, disfrazada de hombre, se presentó al Batallón 3° de Línea, para ser admitida como soldado, creyendo poder hacerse pasar como otro cual quiera de los hombres que acudían a reconocer cuartel. Pero su ardid falló porque fue descubierta por la Comisión Receptora, la que la reconoció fácilmente, "pues se encontraba en el apogeo de su hermosura". A pesar de lo anterior, Irene se batió en la batalla de Dolores disfrazada de soldado, destacándose de tal manera que el mismo General Baquedano le dio autorización para ser cantinera. Así lo dejó consignado Vicuña Mackenna en El Nuevo Ferrocarril: "El soldado-mujer del 3° se batió en Dolores, y marchó enseguida a Dibujo; en ese paraje la Morales por permiso especial del General Baquedano, pudo vestir su traje de mujer abandonando por primera vez su disfraz. En la segunda campaña de la guerra la cantinera del 3° pasó a la cuarta división en calidad de lavandera del Coronel Barbosa. Pero perdida en la noche que precedió a la batalla de Tacna entre la niebla de la camanchaca, encontró refugio y fue acogida en los Carabineros de Yungay".



     Dice la leyenda que ella fue la primera mujer-soldado que entró en Tacna "jinete en un brioso caballo, llevando su arma con la diestra en alto, gritando, "Viva Chile" En junio de 1880, se produjo la toma del Morro de Arica donde el enemigo tuvo enormes pérdidas. En dicha acción, Irene Morales sacó a relucir el enorme odio que acumulaba desde la época en que mataron a su esposo en Antofagasta, señalándolo así Nicanor Molinare: "En la plaza del pueblo fueron fusilados 67 hombres por una mujer, que ordenó esa ejecución: la Irene Morales, cantinera que acompañó al ejército, al 3° de Línea, en el asalto". La razón de su actuar, aseguró Molinare, fue porque los peruanos actuaron con tal "cobarde felonía, reventando minas y haciendo estallar cañones después de pedir perdón y de ordenar cesar los fuegos". Sin embargo, todos los que la conocieron le reconocieron grandes méritos, como por ejemplo que se batió siempre en primera fila en Pisagua, Dolores, Los Ángeles, Tacna, Arica, Chorrillos y Miraflores; que curaba heridos, que acompañaba a los moribundos, y "era en la guarnición, ángel de caridad". Asimismo, reconocían que "en toda la campaña no desmayó su entusiasmo y su abnegación para con los compatriotas". Además, fue "como una madre, como una esposa, o como una hermana nuestra, porque todos los días cuando se prepara a la sala, con la cara alegre, nos pregunta cómo hemos amanecido, nos sirve con la mayor voluntad y todo lo que le pedimos nos trae". Junto con reconocerle su patriotismo y su loable actuar en la guerra, Vicuña Mackenna aconsejaba a través de El Nuevo Ferrocarril que "la cantinera del 3° colgara su casaca, sus botas y su kepí en el cuerpo de guardia de su regimiento de campaña y volviera tranquilamente a su pobre hogar de Recoleta recomenzando otra vez a la edad de 38 años, la vida de la mujer verdadera en el trabajo manual... de todas suertes, es mucho mejor volver a ser mujer que seguir siendo soldado y aún sargento del 3°.

     Una vez finalizada la Guerra del Pacífico, Irene Morales residió en Santiago. El 7 de octubre de 1888, fecha en que se inauguró el monumento al "Roto chileno" en la Plaza Yungay, en homenaje a la bravura y coraje del soldado que participó en la Guerra contra la Confederación peruano-boliviana, concurrió la cantinera Irene Morales siendo su presencia advertida y vitoreada por la concurrencia. Irene Morales falleció el 25 de agosto de 1890 en una sala común de un hospital. Hoy día una calle de la capital lleva su nombre. Más que cantinera ella fue símbolo de la chilenidad, del coraje y abnegación de la mujer chilena.



ANÓNIMO

A Irene Morales

Tú que la gloriosa huella
de Prat y Condell, seguiste,
tú, que humilde rayo fuiste
de la solitaria estrella;
tú, que viste siempre en ella
a la prenda de tu amor,
y que con bélico ardor
por defenderla peleabas
tu pobre existencia acabas
en la casa del dolor.

Irene, más te valiera
que en la sangrienta batalla
el casco de una metralla
pulverizado te hubiera,
pues la brava cantinera
hallará allí su calvario
glorioso, aunque solitario
y no con un triste hospital,
donde un mísero soyal
le ha servido de sudario.

¿Por qué, di cuando en tu pecho
honda agonía sentiste
en voz alta no dijiste
paisanos, no tiene un lecho
la que por la Patria ha hecho
esfuerzos tan abnegados?;
entonces de todos lados
llegarán, al ver tu suerte,
su pobre lecho a ofrecerte
muchos oscuros soldados.

Cuál de ellos no te dijera
al ver pobre y abatida
a quien su sangre y su vida
por la de un soldado diera.
¡Presente, mi cantinera,
muere en oscuro rincón
esa leona en la acción
mereció eterna gloria!
recordaré tu memoria
que, patriota, reverencio;
mas Chile, guarde silencio,
no lo maldiga la Historia!


LA CANTINERA IRENE MORALES

Ya murió la cantinera
llamada Irene Morales,
soldados y generales
lloran a su compañera.

Murió la humilde mujer,
murió la valiente Irene,
de la cual la historia tiene
muchas cosas que hacer ver;
no hubo humano poder
que a su enfermedad venciera;
la monja de cabecera
ha hecho lo que podía;
de una horrible pulmonía
ya murió la cantinera.

Apenas oyó el clarín
abandonó su cabaña,
e hizo toda la campaña
desde el principio hasta el fin;
del uno al otro confín
cruzó por cien arenales
y en las batallas campales
se batía con gran gloria.
¡Adiós, mujer meritoria,
llamada Irene Morales!

Gusto y sentimiento daba
verla, al fin en la refriega
como la montaña griega
que a los heridos curaba;
a todos los consolaba
en sus dolencias y males;
les cuidaba por iguales
con solicitud y esmero,
al médico y bagajero,
soldados y generales.

En un caso necesario
cuando un soldado caía,
ella misma se batía
con valor extraordinario;
era, en fin, un relicario
de la República entera,
por amor a la bandera
abandonó sus hogares;
con razón; los militares,
lloran a su compañera.

Según lo que se me ha dicho,
con muchísima atención
se levanta suscripción
para levantarle un nicho;
la muerte, con su capricho
la pilló en el hospital,
si no se asegura mal
en el llamado San Borja,
y ya con amor se forja

su lápida sepulcral.

3 comentarios:

  1. extraordinaria mujer, hoy más que nunca se necesitan reforzar este tipo de mujeres comprometidas con la vida y sus objetivos, queda mas que claro que su esfuerzo humano no fue y no ha sido debidamente recompensado.

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  2. Emocionante historia no la conocía gracias por hablar de tan noble mujer.

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