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lunes, 5 de febrero de 2018

EL MUNDO EN ANTOFAGASTA


EL MUNDO EN ANTOFAGASTA

Extraído de la novela Norte Grande

De Andrés Sabella Gálvez.



     No era Antofagasta una playa con diez mil sillas para que hombres de todas partes las ocupasen y sirviesen, así, como ejemplares de la raza humana.’ Pero, los había de bastantes patrias, los suficientes para confundirnos. Sobre todo, tratándose de gente rubia. En Antofagasta, los yugoslavos, los italianos, los franceses, los yanquis y los ingleses nos creaban un barullo infernal con su blancura, sus ojos enormes, como dos mundos de cristal azul, y el pelo dorado y crespo. Eran, simplemente, gringos: el “gringo de la esquina”, “el bachicha”, “el franchute”, “el colorino” y “el bichicuma” . . .

     Las nacionalidades se repartían las ocupaciones: los yugoslavos y los italianos peleaban las esquinas para levantar almacenes que eran los relojes del barrio y que ostentaban nombres evocadores: ALMACÉN “LA LINDA RAGUSA”, “EMPORIO” y “RINASCENTE”. Los griegos se enriquecían, hundiendo sus manos febriles en la masa del pan y, bajo la mirada apacible de las vacas de sus lecherías, ordeñaban, en realidad, a la mañana tiritona. Los japoneses nos cortaban el pelo: existía una relación misteriosa entre sus gestos finos y sus navajas. Una carnicería era siempre el marco de un rostro amarillo e impenetrable, con los ojos rasgados y los pómulos brillantes y angulosos: el chino andaba, sigilosamente, en medio de la sangre y de la muerte. Las tijeras armonizaban su equis con el misterioso mirar del boliviano; el alfiler y la tiza limitaban su día y eran retóricos y pasionales: cada sastre “cuico” encarnaba un personaje de crimen de amor en ciernes. Sus tijeras cortaban el olvido y sabían picotear, como pájaros rabiosos, la carne amada y esquiva. Los “turcos” vendían la baratija, brillante y banal, y el Agua de Colonia para la medianoche de las filarmónicas; con sus mercancías bajo el brazo, recorrían la ciudad y las Oficinas, ofreciendo, con voz doliente y cantada, la percala “dieciochera” y la “fantasía” esperanzada. i Cuántos “turcos” encontraron que la muerte brillaba en sus piedras falsas, una noche cualquiera, en el duro viaje de una Oficina a otra, y quedaron, en las huellas, con “la guata al sol”, rajada a cuchillazos! Estos eran los extranjeros del trabajo a mano y angustia. Los ingleses usaban cuello y fumaban cigarrillos rubios, jugaban tennis y se casaban con la miss que azulaba de suspiros el aire de alguna ciudad de Gran Bretaña. Estos “gringos gringos”, con sus bastones inverosímiles, sus cachimbas altaneras, sus “palos” de golf, sus perros, altos como máquinas, tan despectivos como ellos, sus jockeys, y sus apellidos que tropezaban en la dificultad de nuestra lengua, eran empleados del FF. CC. de Antofagasta a Bolivia, o de potentes firmas importadoras. Los españoles midieron todos los trajes “domingueros” que engalanaron las retretas de la Plaza Colón. Y, también, vieron la hora en los mil relojes de sus agencias de nombres absurdos (“LA FAMA”, “EL TIGRE”), y echaron cadena de oro y libras esterlinas, hongo y bastón, pantalón de fantasía y zapatos charolados, como dos soles negros. En sus negocios, los pobres dejaron sus fortunitas y salieron felices con el billete sobajeado y querido: las riquezas de los agencieros se formaron de infinitas pequeñas fortunas y de muchas más lágrimas. 

Imágenes:

Portada de la Novela Norte Grande



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