Cruzando el Caritaya
Pues bien. Sin querer jactarnos - aunque lo hacemos - pasamos
por Francia y nos detuvimos muy cerca de París, pero fue una casualidad, por
exigencias del camino, ya que en dicho lugar se estrecha la vía y hay que pasar
muy lentamente. Luego, seguimos rumbo a Camiña, muy al interior de la quebrada
ubicada en el extremo norte de la región de Tarapacá, en dirección a las
lagunas de Amuyo.
El camino es estrecho, por borde, muy pegado a la ladera del
cerro con abismos profundos y curvas cerradas. Todos van en silencio, mirando
de soslayo y apretando los dientes.
Adelante – en la conducción - va Don Rodrigo Guajardo, un
viejo lobo de mar en la conducción. Muestra templanza y seguridad al volante y
eso nos tranquiliza, aunque no por ello el temor deja de estar presente.
(Francia, para quienes no lo sepan, es el llamativo nombre de
un poblado en la quebrada de Camiña, y París -no podía faltar- es el nombre de
una panadería del lugar).
Nuestra cita tempranera.
Llegamos algo tarde a nuestro encuentro con los conductores
de los furgones que nos llevarían a las alturas de la región y esta demora,
provocada por los cortes en la carretera (ruta en reparación), podía implicar
algo más que un simple retraso en nuestras actividades. A esta hora – 10 a.m. –
el sol era inclemente, más bien sofocante. El bus que nos trajo por estos lares
no podía seguir por los nuevos caminos que se avecinaban, así que hubo que
cambiar de vehículos y partir como si hubiésemos llegado a las 07.00 a.m. Nada
de acelerar o apresurar el paso. Había que mantener la consigna “Quién va a
galope va toreando el costalazo, despacito se llega lejos”
Avanza la caravana por el extremo norte de Camiña, al sector
de las cuestas. Es un camino ripioso, muy bien tenido, que nos empina desde los
2.200 a los 3.000 m.s.n.m. El valle se va empequeñeciendo al ir avanzando (más
rápido de lo que queremos) y el abismo asusta, se entrecorta la respiración,
hay sudor frio y muchos recién se hacen la pregunta ¿qué hago aquí? Pero el
destino al que vamos amerita pasar estas pequeñas vicisitudes y producir algo
de adrenalina. En estos tiempos monótonos, no es malo, es señal de una aventura
que, quizá para algunos, sea la más significativa de sus vidas. Son tan solo 18
km de cuestas (en subida) que se convertirán en una eternidad en la bajada.
Llegamos a la planicie superior de la quebrada y muchos
sueltan los escapularios, rosarios, santitos y el aire contenido. En el paisaje
comienzan a asomar los cactáceas columnares. Extrañas en su conformación (para
nosotros), robustas, gigantes, reverdecidas.
Enfilamos en dirección nor-este y comienza a soplar algo de
aire fresco. Ha de ser por la altura.
El sol es inclemente, pero la alegría de seguir avanzando nos
motiva. El camino ha tenido mejoras, vemos gente trabajando en él y como buenos
citadinos preguntamos a los conductores si dichos arreglos son para una mejor
conectividad turística. La respuesta no es muy grata: según ellos, hay planes
para la instauración de mineras por el sector. Preocupante, eso hay que
verificarlo.
El territorio poco a poco va cambiando de color, del ocre del
desierto terroso y seco al verde de la vida. Tan sólo nos separan 45 km desde
Camiña a las lagunas, pero debemos cruzar un Portezuelo muy cercano al poblado
de Nama (km 30 aproximadamente) luego viene un largo y algo escabroso plano en
las laderas de los cerros y finalmente la bajada al río Caritaya, el que
debemos sortear, para recorrer nuestros últimos 8 km por laderas empinadas,
caminos barrosos, lagunillas, saltos, etc.
Cruzando el Caritaya.
Este punto es vital. Si no hay crecida de río, se puede
cruzar, por el contrario, si aumenta el caudal – producto de las lluvias
estacionales - solo nos restaría el caminar por el borde del rio unos 5 km para
acceder a las lagunas, pero caminar es difícil por estos parajes y no todos
podrían llegar. Algunos ni siquiera podrían empezar a caminar.
La magia en las alturas
Asoma en el cielo – algo cercano a nosotros – una nube gris
que nos cubre del sol y le damos las gracias, pero el conductor (que conoce el
lugar) nos explica que no es una buena señal. Poco a poco el cielo se cubre y
comienza a caer una tenue lluvia, son goterones aislados. Seguimos el camino ya
que falta muy poco para llegar y la lluvia se hace sentir un poco más fuerte.
Bajando al sector de Amuyo comienza a caer granizo ¡Bendita
naturaleza! exclamamos. Bendita porque nos muestra todo aquello de lo que carecemos
por donde habitamos. El conductor vuelve a decir que no es muy buena señal.
No está la familia encargada de este territorio, solo nos
sale a recibir el gato de la casa. Avanzamos los últimos metros y el encargado
de los furgones (Don Anacleto) nos indica:
“No podemos estar más de una hora en este sitio, es probable
que llueva mucho e inclusive que asomen relámpagos”.
“Vayan a conocer y si necesito que vuelvan rápido, les
tocaremos las bocinas de los vehículos”.
Ahí en frente están las lagunas. La roja, la amarilla y la
turquesa. Solo hay que sacarse los zapatos y cruzar el río.
Fácil, dijeron muchos y se pusieron a caminar, más la
naturaleza nos vio la cara de turistas y nos jugó una nueva triquiñuela:
comenzó a llover.
Paseando por las lagunas, las selfis de rigor, las risas, la
foto grupal, la puna en algunos, el oxígeno, granizo ¿algo más?
Una hora pasa muy rápido.
Comienzan a sonar los bocinazos, truenos en la distancia, y
eso significa que todos debemos ir a los vehículos, aunque algunos reclamen,
griten o hagan berrinche. La seguridad es lo primero y lo que anduvimos para
llegar lo debemos desandar, pero ahora con granizo y lluvia. El camino se
transformó, ahora es un lodazal. Lo último que subimos lo tenemos que bajar y
es resbaloso para los vehículos. Ahí vimos la experticia de los conductores que
hacen esta ruta. Nuevamente el Caritaya, sigue tal cual, imperturbable, sin
crecida.
“A por él, hay que cruzarlo”
16.00 h y apenas cruzado el río, todo se calma, asoma el sol,
se entibia y se enrarece el aire, pero ya vamos camino a Camiña. Lejos podemos
distinguir las lagunas, el tranque, los volcanes y nevados, el clima
amenazante, la vegetación (maravillosa), los burros (en gran número) y las aves
del lugar. Algunos comentan que les gustaría vivir por estos parajes (no saben
lo difícil que resultaría aquello). Cruzamos el portezuelo y volvemos - de
nuevo - al sol asfixiante.
Vamos llegando, Chuai-Chuai
La bajada – por la cuesta – no tuvo inconvenientes, salvo que
hubo que hacer transfusión de sudor a varios, porque lo perdieron todo tan sólo
en esta parte del trayecto.
Ya estamos en Camiña, en el hotel, y a la distancia un enorme
arcoíris nos brinda su majestuosa bienvenida a esta parte escondida del
territorio. Arriba – en la cordillera y precordillera – sigue nevando y
lloviendo, con relámpagos y truenos ensordecedores. Los animales se ponen a
cubierto y los lagos, ríos y salares se llenan de agua y de vegetación variada.
Estuvimos (por unas horas) en tierra de gentiles y nos impregnamos de naturaleza,
de vivencias y de nuevas experiencias.
Vida, nada me debes. Vida, estamos en paz.
Ahora bien.
Para entender la coloración de las aguas de las Lagunas de
Amuyo, el Servicio Nacional de geología y Minería dice:
Las lagunas de Amuyo, ubicadas en las cercanías del poblado
de Camiña, son la expresión superficial de un sistema hidrotermal profundo
donde fluidos a altas temperaturas circulan por rocas volcánicas muy permeables
de la Formación Oxaya, del Oligoceno-Mioceno. Esta circulación provoca que se
disuelvan ciertos minerales presentes en esas rocas y, a su vez, el aumento de
la salinidad y concentración de algunos elementos y compuestos en estos
fluidos.
El ascenso de estos fluidos y la precipitación constante de
sales, durante el lapso Mioceno Medio-Presente, dan forma a rocas termales de
manantial, las que consisten en gruesas costras de colores muy llamativos, que
dan el nombre a estas lagunas. Dependiendo de la composición del fluido, estas
costras pueden ser verde-amarillentas, si son ricas en el mineral conocido como
oropimente, o anaranjadas-rojizas, si en ellas abunda el rejalgar. La continua
acumulación de costras ha generado una estructura de domo de unos 400 m de
diámetro que se eleva unos 15 m sobre el nivel del río Caritaya.
Además, estos ambientes extremos y únicos albergan colonias
de bacterias que soportan las altas temperaturas y concentraciones salinas de
las lagunas (la laguna Roja tiene una temperatura máxima de 57 ºC medida a 11 m
de profundidad). Estas comunidades bacterianas, conocidas como termófilas por
su tolerancia a altas temperaturas, generan estructuras orgánicas denominadas
estromatolitos y trombolitos. Debido a la presencia de este tipo de organismos
en la Tierra desde hace unos 3.500 millones de años, el estudio de las colonias
de este geositio es fundamental para la comprensión del origen y desarrollo de
la vida terrestre y la posibilidad de vida extraterrestre.
Debido a lo peculiar de los tonos de sus aguas y depósitos,
lo llamativo de su morfología y el contraste con su entorno opaco, estas
lagunas son un espacio ritual para las comunidades originarias, lo que ha
generado nutridos relatos e imaginarios asociados a ellas, además de constituir
un gran atractivo turístico local.
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