El Matazorros
Esta historia que, no es tan solo cierta, también es verídica
(como afirman los Le Luthier) es del señor Bichólogo, Don Rodrigo Castillo del
Castillo y Castillo Tapia, una historia más de sus andanzas por la vida y tiene
como protagonista al mejor actor de la naturaleza, al señor Zorro y de un
individuo cualquiera, de aquellos que lamentablemente, aun nos encontramos por
el camino de la vida.
Corre relato
Un grupo de trabajadores - contratistas - se dirigía al
casino de la mina a almorzar, como cada día y como cada día, fuera de este lugar
había varios zorros, de variopinto pelaje y diversa edad; silvestres, más sin
miedo ya al ser humano, a la espera de que alguien les arrojara algún alimento.
Uno de aquellos hombres, recientemente llegado y por tanto no
acostumbrado a la presencia de los animales, se sintió molesto por su excesiva
cercanía. Tan molesto que, al notar que uno se aproximaba demasiado sin
advertirlo, se volvió de pronto y le lanzó una fuerte patada en el costado,
ante la sorpresa de sus compañeros, y de cuantas personas entraban y salían del
casino.
El zorro tan arteramente golpeado cayó "redondo" al
suelo, y allí quedó, estirado cuan largo era, y tan quieto como si hubiera
muerto, mientras los demás -no sin emitir uno que otro indignado "huac
huac" de protesta-, tomaban prudente distancia.
Un rumor se escuchó salir de entre los presentes, y los
compañeros del autor de tan brutal acto lo tomaron de los brazos y lo metieron
rápidamente dentro del casino. Allí, no completamente a salvo de los rumores ni
de torvas miradas, y mientras retiraban sus bandejas con comida, fue increpado
por ellos, acusándolo de haber cometido -sin razones ni motivos- un verdadero
crimen: los zorros (a lo largo de todo el país) son animales protegidos por la
ley, y matar uno no tiene excusa ante las autoridades.
Ya en la mesa, las recriminaciones continuaron: "¿qué
crees que hará la Minera ante esto? No van a ocultarlo, por cierto. No correrán
riesgos, y no sólo pedirán a nuestra empresa que te despida, sino que además te
entregarán ellos mismos a las autoridades"...
Mientras transcurría esta conversación, todos comían -de
buena gana- sus almuerzos. Todos, menos uno: el asesino. Él no podía comer.
Apenas si tomó un par de bocados, pues sentía en la boca un regusto amargo.
¿cómo no pensó en lo que hacía? Maldito zorro, si no se hubiera acercado tanto…
Terminado el almuerzo y a regañadientes, casi arrastrado, lo
llevaron afuera mientras comentaban que a esas horas seguramente ya habrían
llegado los vigilantes, los jefes, los de medioambiente y los de prevención de
riesgos.
De ceniza era su rostro, cuando traspasó las puertas, y allí
se quedó parado, lleno de asombro. De a poco fue consciente de las risas, las
risas destempladas de sus compañeros. Y es que allí, donde debía estar el
cadáver, y mucha gente rodeándolo, no había nada ni nadie.
Unos metros más allá, el "zorro muerto" estaba
tranquilamente sentado, y lo miraba, lo miraba directamente a los ojos, con
sorna, como si de él se riera, como si realmente lo disfrutara.
Entonces, y sólo entonces, le explicaron: Ningún zorro, por
nuevo que sea, se dejaría patear por sorpresa por un tonto cualquiera. La
patada que intentó darle apenas si lo rozó, y el animal -tan ladino como su
fama lo indica- se hizo de inmediato el muerto, natural mecanismo de defensa...
Todo lo que le dijeron -que habría sido muy verdadero de
haberlo matado realmente-, así como el amargo almuerzo, no fue sino una
lección, para que no intentara nunca más hacer algo tan reprobable -y tan estúpido-
como golpear a un animal que, a nadie hace daño.
Por supuesto, el mote de "matazorros" lo acompañó
por largo, laaaargo tiempo...
Imágenes de Caminantes del Desierto.
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