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lunes, 10 de noviembre de 2025

LA PALMERA DEL DESIERTO

La Palmera del Desierto

Dos historias en un Territorio


Por muchos años hemos transitado por gran parte del territorio que visitamos este fin de semana, un territorio algo complejo por su geografía y la visita más próspera -en hallazgos- se hizo el año 2016. Digo próspera, ya que pudimos observar bastante vegetación, insectos, raposas y, lo más sorprendente, vestigios de vehículos y de la presencia de personas (antiguo campamento). Hablamos de un espacio en donde no hay caminos y solo se accede caminando, por grietas tortuosas y quebradas estrechas. Aquello de llegar por algún camino nos facilitaría el acceso y nos facilitaría la tarea. Eso pensábamos hasta que llegó una persona que nos brindó la pista, el camino de acceso al lugar pasando por una pequeña arboleda. Esta no era una ruta sencilla, pero es el camino que nos lleva hasta la grieta principal, a la quebrada que da directamente a la costa y, a los sectores de vegetación, aquellos donde estuvimos el año 2016.

 

La Ruta de La Palmera

 

La invitación de este fin de semana era muy simple, tan solo caminar por el desierto sorteando alguno que otro obstáculo.

 

El primero de ellos -de los obstáculos- consistía en acceder a las serranías cruzando un extenso llano, luego debíamos atravesar una parte de la cordillera costera -en su extremo más bajo- y descender por una de las grietas hasta llegar a nuestra meta del día, la palmera del desierto.

 

Aquello de caminar resultaba muy creíble a los participantes más, lo de llegar a la palmera (y otros árboles) no calzaba en el imaginario de los interesados, de lo habitualmente visto por el desierto, especialmente en aquel desierto, donde suponemos, que nada crece de manera antojadiza, en donde nadie ha vivido o en donde no hay o no hubo actividad minera conocida como para que generase aquella grata y verde intervención.

 

A la ruta

 

Nuestra mañana comenzó con algo de sol. Desde nuestro punto de inicio nos resultaba factible - y atemorizante- observar todo aquel territorio el cual se mostraba reseco, carente de vegetación y de cualquier cosa que sirviese para protegerse del medio. Tierra, arena y piedrecillas marcaban nuestro camino y frente a nuestros ojos, se muestra aquel espinazo rocoso de la cordillera de la costa, aquel que debíamos sortear, el que había que subir y cruzar de una sola tirada, para dar por culminada la tarea más difícil.

 

El viento (y el hambre) se sumó a nuestro equipo apenas llegamos a las cumbres, esas que marcaban del descenso. Este era un viento que venía del sur-oeste, de la costa, algo frío, pero grato. La arena -que tapiza el territorio- se pierde en el horizonte y es el obstáculo que pocos quieren cruzar, pero ahí vamos aunque esta arena es diferente, muy compacta y gruesa.

 

En los costados del camino, en la base misma de los cerros, podíamos observar enormes rocas desprendidas de los cerros formando imágenes en nuestras mentes, estamos en la tierra de la pareidolia, y comenzó a asomar la vegetación. No podemos decir que dicha diversidad era muy marcada, más bien, unas pocas especies, algunas en excelente estado y en gran número. También comenzaron a asomar los insectos, abejas (de esas que nos vemos en las ciudades), mariposas, escarabajos. Vimos -también- reptiles y sin necesidad de buscarlos. Son, sin duda, corredores de Tarapacá. Sus colores y diseños tan característicos así lo indican. Hay un viejo camino -por el que vamos avanzando- que no sabemos por donde inicia y menos aún por donde termina, pero vamos a la naturaleza, sigamos entonces las grietas, después veremos donde lleva dicho derrotero.

 

La elección resultó provechosa por la gran cantidad de arbustos presentes en dicha grieta (Hay que volver para procurar catastrar a los minúsculos) seguimos avanzando gratamente por la tortuosa y estrecha quebrada en donde la vegetación se torna más vigorosa y de vívidos colores, extraño es, puesto que no hay atisbo de agua en el lugar. Han de ser fruto de la camanchaca.

 

Un par de vueltas, rodeando los cerros, vueltas interminables según algunos y llegamos a la palmera, esa que no creían que estuviese ahí. Nos cobijamos bajo sus ramas, a su grata sombra. En un costado nos encontramos con un pimiento (en flor) al otro lado con un Tamarix gallica, resistente al calor y que sabe sobrevivir con muy poca agua inclusive, aguas algo salina. Viene la etapa del merendar.

 

Bajo la sombra de la palmera, vino el sueño, la modorra, las ganas de descansar. Una lagartija (bastante crecidita) se sumó al grupo en busca de comida fácil, simplemente llegó de paracaidista. Hay señales de que hubo alguna raposa por el lugar, sus fecas sobre las plantas lo indican, son sus marcas de presencia ¿Aves? Ninguna, tan solo el sobrevuelo de un jote y en cuanto a la presencia de otro animal, como por ejemplo el de algún roedor, no nos resultaría raro, hay fecas por los alrededores de los arbustos y el lugar cuenta con los recursos para su mantención.

 

Mucho para catastrar, ver, descubrir más, como siempre suele suceder, alguien dice. - Es hora de volver- Lo que caminamos de ida, ahora hay que hacerlo de vuelta, pero volveremos, el lugar lo amerita y aún nos queda mucho por conocer.

 

16.00 horas, ya vamos de vuelta a la ciudad.

 

Esta es la grieta que comunica con la quebrada principal, aquella que exploramos el año 2016, hará 9 años atrás. Hemos vuelto por dicha quebrada, pero ese año hubo una gran floración producto de las lluvias del 2015. En la actualidad nada queda de aquello, solo las imágenes de lo que pudimos encontrar y mucho desconocimiento de algunas de las especies catastradas.

 

Ya conociendo la ruta, que no resulta sencilla, nos será más fácil el acceso.


Imágenes del 2025


Ruta Sur-Este





















Imágenes del 2016


Ruta Sur







































 

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