A mediados de los años ´80 tuve la posibilidad de conocer la
bodega de acopio (el depósito) de un par de reconocidas marcas viñateras del
país, aquí, en la ciudad de Antofagasta.
Esta bodega se encontraba en una de las calles principales de
nuestra ciudad, muy cercana al puerto y la plaza, pero su presencia, pasaba
totalmente desapercibida para el común de la gente, tal vez por encontrarse en
una manzana que no estaba muy habitada (Barrio Histórico) o bien, porque se
preocupaban bastante de no emitir muchos olores (algunos dirán aromas)
Al ingresar (a este recinto) nos encontrábamos directamente
con las oficinas, habitaciones muy características de aquellos años: altas,
sobrias, lúgubres y, al pasar por una pequeña puerta, se accedía a un enorme
galpón - techado - en donde sobresalían un par de enormes barricas (de miles de
litros) este era el lugar en donde se almacenaba el vino (a granel) que
posteriormente se distribuía a la región.
En uno de los costados del galpón podíamos ver chuicas,
garrafas, botellas, etc. y según los entendidos, en este espacio se envasaban
los mostos y la calidad - de este - dependía de cuánta agua se agregará al
caldo. Las malas lenguas.
Hasta aquí, nada nuevo salvo que, este lugar, contaba con una
historia, una leyenda o abiertamente un mito, la cual no pudimos fechar (en su
origen) pero pudimos dar fé, por la presencia de las enormes barricas, que pudo
haber ocurrido realmente.
Según palabras de terceros.
Un día cualquiera entre los años 40-50 o tal vez los 60 (eso
no está muy claro) Uno de los trabajadores del lugar no llegó al laburo, eso no
resultaba para nada extraño en estos parajes acostumbrados al San Lunes, San
Martes y otros santos auxiliares (según palabras de los relatantes).
El tiempo pasó y el mentado trabajador brilló por su ausencia,
pasando directamente al olvido, pero, y según las malas lenguas, hubo un año
(en esta historia) en donde la calidad del vino fue insuperable para todas las
presentaciones, una delicatessen para los vineros.
Cuento corto.
La leyenda relata que, al hacer la limpieza de una las
barricas, se encontró parte del cuerpo de aquel desdichado, tal vez, su caída,
fue un mero accidente laboral o la sed del desierto lo hicieron tomar más
riesgos de lo aconsejable, llevándolo a una muerte terrible.
Cuentan - además - que se procuró acallar - a toda costa - a
los que sabían sobre este tema, pero y como es bien sabido. En pueblo chico...
Infierno grande.
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