La Copiapoa de Mejillones
Reciban nuestros saludos más fraternos estimadas y estimados amigos.
Han de saber que, en esta oportunidad, anduvimos por lugares
poco visitados, especialmente por donde el desierto se enseñorea, se expande, mientras
que, la vida natural, lo que resta de ella, se apaga.
Recuerden, lo que vemos de flora y de fauna, es lo que va
quedando de un pasado mucho más venturoso.
Pues bien:
Partimos muy temprano en dirección a la comuna de Mejillones
por donde el recordado cantautor Gamelín Guerra Seura tuvo un amor que nunca
pudo olvidar. Dicha mañana era bastante auspiciosa, por los objetivos que
debíamos cumplir, y muy grata al estar presente la camanchaca. Lo anterior, la
camanchaca, nos aseguraba una sola cosa. Que no tendríamos al sol como
acompañante, especialmente por aquellas alturas, en donde las temperaturas se
hacen sentir y ya al mediodía nos invita a marchar, mejor dicho, a huir, a guarecerse
en el vehículo y retornar raudos a la ciudad.
Video del explorativo a la cordillera costera de Mejillones
Como ya es habitual, nos internamos por los antiguos caminos
mineros que asoman cual callampas por los territorios al ir encontrando nuevos
derroteros o, al subir el precio del mineral. No nos cabe duda alguna, que, en
este caso, por el que transitamos no ha sido ocupado por largo tiempo. No
sabríamos decir si es porque las faenas extractivas estén paralizadas o bien,
la veta ya se agotó y esto, nos deja inmersos en un territorio por donde no
encontraremos alma alguna, por si requerimos ayuda, pero vamos bien
apertrechados. Harta agua y portando nuestros equipos de comunicación.
Ya hemos avanzado algo más de 30 kilómetros entre saltos y
desvíos, a nuestro alrededor todo es aridez y desolación. A la vista serranías
abruptas, cumbres desnudas, carentes, sin atisbos de vida. Adelante asoma la enorme
grieta que nos lleva, desde la meseta por la cual transitamos, hasta la costa,
una profunda herida en el terreno que corta la continuidad de los cerros, de
este a oeste, y por donde prospera la vegetación en los tiempos de lluvia, algo
que no ocurre desde hace más de 10 años.
Dejamos el vehículo en la planicie y comenzamos a subir a las
máximas cumbres, por donde se logra apreciar la costa, como en una
impresionante postal. Allá, en lontananza, se divisa la ciudad de Mejillones,
Punta Angamos, Hornitos, luego, no vemos nada más, es la niebla costera la que
asoma cubriendo las alturas y nos impide la visual, con su manto de humedad
vaporizada. Las pisadas resuenan, todo cruje, aunque, detenidos para el
descanso, todo se vuelve silencioso, un silencio que perturba.
El grupo exploratorio se divide, vamos en búsqueda de vida
natural, de flora y de fauna, pero solo algunas Nolanas, especialmente
linearifolia, subsisten. Seguimos por algunos de los senderos que nos legaron
los guanacos, ellos ya no los necesitan, ellos ya no están, fueron exterminados
hará muchas décadas atrás, pero nada encontramos, tan solo algunas cactáceas
columnares muertas, totalmente resecas. Era el momento de seguir buscando por
otra de las quebradas y para aquello había que asumir más riesgos, si había algo
de vida en estos parajes, esta debía estar en ciertas laderas que tuviesen más
presencia de camanchaca y, el acceder a ellas no sería una tarea fácil.
En cierto momento, cuando nos encontrábamos deambulando por
lo más escarpado de las quebradas, Don Pablo nos indica, a viva voz, que se
encuentra frente a algunas cactáceas con vida, entre medio de los grandes
peñascos que, inexplicablemente se equilibran a media ladera, casi a punto de
caer al más leve estímulo. El las ve por el lado que da a la costa, pero se
requieren cuerdas para llegar a ellas.
La alegría cunde en el equipo ante dicho descubrimiento,
estamos en el lugar donde alguna vez prosperó la Copiapoa solaris y esta
Copiapoa, la solaris, está dada por extinta en este territorio. Y ¿si no fuera
así? Y ¿si aún se conservasen algunos ejemplares?
Pues bien. Dice la bibliografía consultada, especialmente la
del Ministerio del Medio Ambiente sobre esta especie:
La Copiapoa solaris. Es una especie endémica de Chile,
restringida a algunas Lomas Costeras de la región de Antofagasta. La especie se
encuentra en cerros costeros desde los 300 hasta los 1.300 msnm (Schulz &
Kapitany 1996), y desde la Península de Mejillones, hasta el Valle de Izcuña al
norte de Quebrada Paposo.
En general crece a mayor altitud que la Copiapoa atacamensis,
aunque solapan en parte de los límites de sus distribuciones (Schulz &
Kapitany 1996). Poblaciones norte y sur fragmentadas con distribución disyunta
(> 100 kilómetros), los individuos de la población del norte se observan
muertos, por la sequía, la especie estaría localmente extinta en los cerros al
este de Mejillones por lo que no considera en los cálculos de EOO ni AOO
(Macaya-Berti & Bustamante-Monroy 2009).
La Copiapoa de Mejillones.
Los expertos tuvieron a bien el ratificar que los individuos
fotografiados – con vida - por las alturas de la cordillera costera son
Copiapoa solaris, significa que la especie no está del todo extinta y algunos
individuos, dan una gran batalla por su subsistencia.
Por lo anterior, hay una nueva misión por cumplir. Irrigar y
preservar los últimos individuos - que restan con vida - de una especie que fue
dada por extinta.
Estos individuos, los que aún se mantienen con vida, se
ubican por donde encontramos a cientos de individuos muertos, muchos de ellos
calcinados, aunque su condición es muy precaria con un alto estrés hídrico.
Volvemos al vehículo para retornar a la ciudad, pero el
camino nos tiene preparada una nueva sorpresa, un campo de flores a media
ladera.
Las incógnitas.
No sabemos cómo puede sobrevivir esta flora que asoma por el
lugar. Si dicha vegetación estuviese en la ladera que da al mar, diríamos que
su subsistencia es mediada por la camanchaca, pero estamos en la ladera por
donde no llega dicha niebla y el sol es inclemente. Son tres las especies que
observamos, son tres especies distintas y en gran número, nos referimos a: Senna brongniartii, Dinemandra ericoides y Nolanas
sp. Casi todas en regular estado, algunas yacen calcinadas, y con flores vistosas
que brindan cobijo a diminutos insectos que pululan por los brotes y entre las
hojas, hablamos de las moscas florícolas, pequeñas mariposas (nocturnas) y
escarabajos.
Es evidente. Algo de agua debe haber caído por este lugar y dio
pie a la aparición de esta vegetación.
Luego de nuestros grandes hallazgos llega el momento de
abandonar el territorio, un territorio por donde hemos comentado, se enseñorea
el desierto y la aridez es extrema. Pensamos, en voz alta, como habrá sido este
lugar hará tan solo una centuria o unos milenios atrás, cuando la humedad estaba
presente y los regímenes pluviométricos eran benignos con la vida.
Lo que vemos, es lo que va quedando y tenemos muy claro que,
todo esto, es parte del ciclo climático por el que vamos atravesando, ya llegará
el momento de la inflexión natural y tornaremos a un tiempo de frio, de agua y
de hielo, es decir, a una nueva glaciación.
Mientras tanto, hay una nueva misión
por cumplir, irrigar los últimos individuos - que restan con vida - de una
especie que se extingue. La Copiapoa solaris de Mejillones.
Cuando ya asoma el sol y comienza el despertar de los jotes,
es momento de volver a casa.
Sus amigos de Caminantes del Desierto
Nadie protege, lo que no conoce.
No hay comentarios:
Publicar un comentario