Aguas Blancas. Entre Cota y La Americana
La Quebrada del Profeta
Muy buenas tardes tengan estimadas y estimados amigos. Aunque
nos han dicho que los escritos extensos ya no son del gusto de la gente,
seguiremos narrando nuestras historias para aquellos que aún gustan del leer y
valoran el conocer nuestro norte junto a nosotros. Bienvenidos sean -entonces- a
nuestro nuevo recorrido por el despoblado salitrero de Aguas blancas.
Cantón Salitrero de Aguas Blancas.
Siempre hemos sostenido que Aguas Blancas, el extenso territorio
y el ex cantón salitrero que se cobijó entre las ondulosas serranías del
sur-este de Antofagasta-Chile, era de difícil acceso, puesto que quedaba muy a
trasmano. Si no hubiese sido por una gran minera que usó parte del trayecto
(camino) para enlazar a nuestra ciudad con la faena misma, ese camino hubiese
pasado al olvido, así como se han olvidado cada uno de los derroteros que
formaron parte del entramado salitrero que se instaló por dicho espacio, el
que, aunque les parezca increíble, no era tan árido como en otras partes del
desierto. Pero aún así, la soledad, el viento intenso, el calor, el frío extremo
y la falta de agua marcaron el día a día de los que allí habitaron, gran parte
de ellos en carácter de obreros del salitre, gente que fue enganchada en los
pueblos del sur del país y de los que no pocos llegaron con su familia -y toda
la parentela- o la trajeron posteriormente, con la finalidad de enraizarse en
este norte o de hacer un pequeño capital y retornar al terruño de origen.
En La Ruta:
Es domingo y en algún lugar del camino que nos une con el sur
del país -ruta 5- tomamos el desvío a Aguas Blancas, en dirección a la
cordillera. La ruta es sencillamente mala, en donde predominan los baches,
grietas, fosos en lo que debiese ser un camino. No vemos ser humano, no hay
animales y no nos cruzamos con vehículo alguno, estamos por el medio del
desierto y lo sabemos.
Pasados los primeros 10 kilómetros (lo que es un milagro para
nuestro vehículo) llegamos a un camino de tierra muy compactada, un tramo que está
muy bien mantenido y es una delicia -para nuestras posaderas y riñones- el haber
dejado atrás el tramo de inicio.
Pasamos por un breve instante por Yungay, lo que fue en su
momento un “Pueblo Libre”, en defensa de cuya existencia aplauden algunos, con
la cantinela de que allí se podía acceder a productos variados y a más bajo
costo. Lo que no les cuentan (porque la historia es coja) es que en estos
lugares proliferaban los antros y garitos, en donde se instaba (libre albedrío,
eso sí) al vicio mojado del alcohol, a los juegos, las meretrices y las
reyertas (no pocas veces mortales). Estos cristianos, los que llegaban a dichos
lugares, en más de las veces individuos que tenían responsabilidades y familias
a las que alimentar, salían desplumados y sin un peso, pero eso no es de
interés de los historiadores y de la historia.
Continuamos nuestro camino en dirección a la ex oficina
Yugoslavia, o mejor dicho, a las ruinas de ésta. Pasamos por la estación que se
ubica próxima a la ex oficina “La Americana”, en donde aún es posible
encontrarnos con los antiguos corrales y un par de rústicas habitaciones
excavadas en el duro suelo pampino, habitaciones que eran utilizadas por la gente
al no haber nada más disponible en aquella época. El pozo de agua de ese lugar,
excavado a mano, aún se mantiene intacto y su agua no se encuentra a más de
tres metros de profundidad, pero ya nadie usa ni el agua ni el pozo.
Nos seguimos internando -osadamente- por el desierto a través
de un camino intrincado y muy marcado en la dura costra salina del suelo, la
tarea es llegar a nuestra penúltima oficina salitrera del recorrido, La
Americana. Dichas ruinas se ubican en el borde mismo de una gran grieta por
donde corre el agua en periodos de lluvia y se le conoce como la Quebrada del
Profeta, ¿el porqué de dicho nombre? No lo sabemos y no hemos encontrado
referencias salvo las siguientes:
Francisco San Román. 1890 (Ingeniero en minas y Topógrafo
Chileno) describe como la hoya del Profeta:
Al pie de Argomedo, al oeste, está el agua de la Cebada, y en
la extremidad norte de ésta y el Profeta, la aguada de la Providencia. Bajan,
pues, todas estas vaguadas, al norte, reuniéndoseles las de Pascua, más abajo,
y numerosas otras que cruzan el árido campo hasta reunirse en Aguas Blancas,
donde existen las abundantes, de excelente agua, que sirven para los trabajos
de la industria salitrera en aquella región, y marchan por el pie de Cuevitas,
formando un estrecho cauce que las conduce hacia los salares enfrente y al sur
del Carmen, juntándosele por allí otra vaguada importante que se desprende en
contornos del cerro de Tetas, a cuyo pie se labró el pozo de Barazarte, que da
excelente y abundante agua.
Luis Risopatrón describe en su “Diccionario Jeográfico de
Chile” (1924) los orígenes de la quebrada:
Monigotes (Agua de) 24° 55' 69° 15'. Revienta en la falda W
de la cordillera de Varas, en los oríjenes de la quebrada del Profeta. 98, III,
p. 144 i carta de San Román (1892); 131; i 156; i Monigotes o Profeta en 98,
II, p. 521.
Han de saber que, la parte más profunda de dicha quebrada
(del Profeta) se encuentra un poco antes de llegar a la ex oficina Yugoslavia y
el terreno esta intensamente marcado, surcado por el paso del agua, inclusive
con restos de animales (de tiro y carga) que deben haber sido arrastrados por
el torrente. Un triste espectáculo en uno de los espacios más hermosos que
hemos visto. La vegetación es exuberante, aunque monocorde, tan sólo vemos Nolanas
(peruviana), Cachiyuyos y Grama salada que destacan en gran número y tamaño por
todo el territorio.
Nos resta la última visita del recorrido y esta nos lleva a la
ex oficina Cota (tal cual). Los caminos (ya que cuenta con varios puntos de
acceso) están cerrados por los antiguos trabajos en la vía principal y por la abundante
chusca, ese polvillo que arrastra el viento y forma grandes depósitos
-infranqueables en más de las veces- que nos impide el paso, pero aun así logramos
ingresar al terreno de Cota, que se ubica entre dos cadenas montañosas de baja
altura que aíslan totalmente a esta oficina, haciéndola casi imperceptible a la
simple vista.
Al recorrer las calles vamos percibiendo el tamaño de dicha
faena, la cantidad de habitáculos (para los obreros) las estructuras para
procesar el caliche, la cantidad de vías que contuvieron los rieles para las
locomotoras -contamos 4 vías- y lo más importante de observar, la torta de
ripios, esa que nos indica cuánto material se removió en el tiempo que estuvo
operativa. Cota tiene varios pozos de agua aún operativos y, desde nuestro
punto de vista, muy peligrosos ya que no cuentan con salvaguarda. No sería
fácil salir de ellos si alguien tuviese la mala fortuna de caer, aunque ¿quién
iría por esos despoblados en estos tiempos?
El sol no quema y el viento se enseñorea.
A un costado de las edificaciones, algunas de roca y otras
muy precarias, tan sólo de adobe, paja y madera -para los pilares- más las
calaminas -para el techo- así de fácil, así de simple, nos encontramos con dos
ruedos en el suelo llano, simples oquedades apenas perceptibles en donde las
personas mezclaban -ya sea con los pies o con animales- el barro y la paja,
moldeando los adobes y los ponían en hilera a secar al sol. Aún quedan
vestigios de dicha faena, de aquel duro trabajo que muchas veces era realizado
por niños y/o mujeres.
Cuesta ingresar a las dependencias, todo está a un segundo de
caer, la madera que daba estabilidad se la llevaron, las calaminas también,
solo quedan los adobes sin sustento e inclusive éstos han sido minados para
buscar tesoros ocultos en las cavidades, probables entierros de míseras fichas
o monedas que quedasen olvidadas de un ayer lejano.
Ya de regreso, pasamos por el cementerio de Yungay (el pueblo
o burdel del General, como cuenta la historia). Miramos alguna que otra placa
que nos indica quién reposa eternamente en el lugar, son pocas las que quedan y
algunas son difusas, el tiempo hace su trabajo y todo lo que ha hecho el
hombre, tarde o temprano desaparecerá. Más adelante asoma un hermoso pimiento, de
antigua data más, la escasez de agua no le ha permitido crecer. Este arbolito
tiene flores y pronto refulgirá -en este lugar- con sus vistosos y aromáticos
manojos rojos. Llevamos un bidón de agua para estos menesteres y se lo
brindamos en agradecimiento a la perseverancia. Sabemos que bajo este terreno
hay harta agua, pero las mineras que están más arriba secan hasta las nubes y
no culpamos a éstas por secarlo todo, ellas hacen lo que otros autorizan que se
haga, la culpa -casi nunca- es del chancho.
Vueltos al camino del tormento, paramos apenas llegamos a la
ruta 5 a poner los órganos en su lugar, contar las vértebras por si se ha caído
una y verificar al vehículo, para comprobar que aun cuenta con todas sus
partes. Es hora de volver a casa.
La Historia dice:
Aguas Blancas fue una comuna que integró el antiguo
departamento de Antofagasta.
En 1930, de acuerdo al censo de ese año, la comuna tenía una
población de 1443 habitantes. Su territorio fue organizado y creado por Decreto
con Fuerza de Ley N.º 8.583 del 30 de diciembre de 1927, a partir del
territorio de la subdelegación 4.° Aguas Blancas.
Con el Decreto Ley N.º 2.868 del 26 de octubre de 1979 se suprimió
definitivamente esta comuna.
Desde el principio:
La suerte de los cantones salitreros de Aguas Blancas y
Taltal, situados desde un comienzo en territorio chileno -fijado al sur del
paralelo 24 por el tratado de 1866- es semejante en su desarrollo, aunque sus
vicisitudes son distintas. Los cateos en el área del desierto en posesión de
Chile se habían acentuado a partir de 1871, año en que el gobierno de Bolivia
dejó sin efecto las concesiones acordadas con los salitreros chilenos
instalados en Antofagasta. En 1872, una expedición organizada desde ese puerto
por el chileno Emeterio Moreno descubrió salitre en un extenso salar ubicado en
las proximidades de Aguas Blancas, en territorio chileno, a unos 60 km al sur
de Antofagasta. Sin embargo, pasaron algunos años hasta que, en 1879, Moreno
instaló la oficina Esmeralda, ocupando el rudimentario sistema de paradas. Una
segunda oficina, denominada Central, envió su primer cargamento de salitre a
Antofagasta ese mismo año, iniciando una producción más constante en el segundo
semestre. A principios de 1880, otras cinco oficinas se encontraban en
construcción, alcanzando en 1881 una producción total de 50.000 quintales métricos
mensuales. El impuesto decretado por el gobierno de Chile, de un peso y sesenta
centavos por cada quintal exportado, afectó decisivamente el desarrollo del cantón,
a partir de la entrada en vigencia del decreto el 11 de septiembre de 1881. Se
inició entonces la paralización de faenas, con desmantelamiento de oficinas y
la consecuente cesantía que presionó sobre Antofagasta. En 1882 funcionaban
solo tres oficinas: Esmeralda, Florencia y Encarnación. No sería este el final
del cantón, por cuanto veinte años más tarde, en 1903, se abrió la oficina
Pepita, que quedó unida a la costa por el ferrocarril de Aguas Blancas,
inaugurado en 1902, y el cual relacionaba el cantón con Caleta Coloso, unos 20
km al sur de Antofagasta. Por decreto del 25 de septiembre de 1902, se concedió
el permiso para la construcción de un malecón en el lugar, con el propósito de
embarcar la producción de Aguas Blancas, que alcanzaba por entonces los 33.000
quintales métricos mensuales. En 1905, se construyó el muelle para atender las
exportaciones de salitre, que se elevaban a 70.000 toneladas anuales en 1906.
La población en 1907 superaba los 2.000 habitantes y alcanzó a alojar, en su
momento de mayor auge, a cerca de 5.000 personas. Según Floreal Recabarren:
"...hacia 1907 estaban en plena actividad ocho oficinas, de propiedad de
varias sociedades salitreras. Estas eran 'Pepita', 'Cota' (ambas de Granja y
Cia.), 'Oriente', 'Santa Ana' (las dos de la Cia. Salitrera Oriente),
'Castilla', 'La Americana' (de la Cia. Salitrera Americana), 'María Teresa' (de
la Cia. Salitrera María Teresa) y 'Pampa Rica' (de la Cia. Salitrera Pampa Rica
de Antofagasta)". Al margen de estas ocho oficinas en actividad, otras
seis se construyeron en el año 1907.
La más grande de las oficinas edificadas en el cantón Aguas
Blancas fue Avanzada (1908-1921), con cerca de 1.200 trabajadores. Otras
oficinas de importancia fueron: Cota (1902-1921), con 930 trabajadores;
Castilla (1904-1931), con 620 trabajadores; y Dominados (1925-1931), con 660 trabajadores.
Todas ellas operaban con el sistema Shanks.
La crisis financiera internacional de 1929 y la construcción
del puerto de Antofagasta, inaugurado el 25 de septiembre de 1932, obligó al
desmantelamiento completo de las instalaciones de Caleta Coloso ese mismo año y
el cierre de muchas de estas oficinas.
Las cosas de la vida:
Encontramos poemas, escritos y proclamas con el tema de las oficinas cerradas y abandonadas. Llanto, desesperación, silencio, hambre, etc. Pero cuando estas oficinas todavía funcionaban, los mismos que lloraron por el abandono sólo pedían su cierre.
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