Por cumbres y laderas
(Un nuevo
hallazgo)
Por donde
quepa un pie, que será el nuestro, por ahí seguiremos nuestro camino.
Muy buenas
tardes tengan, estimadas y estimados amigos y seguidores. Siempre nos resulta
grato el saludarles y enviarles nuestros mejores parabienes desde
Antofagasta-Chile.
Este día
martes 29 de julio, día en el cual te recomiendan que no te cases ni te
embarques, nos fuimos a explorar por el desierto, específicamente por la
cordillera costera, esa que cae abrupta al mar y no resulta muy sencilla o
segura de transitar.
Pues bien, la
ruta elegida era nueva y la exploramos (en su inicio) hará una semana atrás,
con la finalidad de volver y trepar a la cumbre -del cerro elegido- con la
tarea habitual de buscar todo aquello que nos resultase relevante e importante
para el patrimonio de nuestra comuna y región. La tarea se mostraba sencilla:
llegar a la cumbre sin ingresar por quebradas ni seguir por los antiguos y
tradicionales senderos de guanacos, aquellos que aún se conservan y resultan
tentadores de recorrer, pero se tornan peligrosos y casi imposibles de bajar.
Nada de lo
anterior se consideró para esta aventura; había que seguir tan sólo las
ondulaciones del cerro, agarrarse de las rocas e ir en zigzag. Todo fácil.
Avanzábamos
lentamente; nada ni nadie nos apuraba y la meta (la cumbre) no era el objetivo
primordial. Nuestra tarea consistía en buscar el patrimonio, la historia y sus vestigios.
El lugar nos resultaba grato; el aire costero era un deleite al otorgarnos su
brisa fresca que facilitaba la marcha y, en el terreno, los grandes arrastres de
rocas (colosales, gigantescas) nos hacían más fácil aún el ascenso.
La roca que
tapizaba las laderas nos resultaba especial. Bastante granito, también el falso
granito, cuarzos enormes de todos los colores y en grandes cantidades. Seguimos
un sendero que resultaba evidente que no fue hecho por el hombre, más bien, por
los guanacos que habitaron por estas serranías los cuales fueron exterminados y
erradicados de gran parte del territorio. Han de saber que ahí están sus fecas,
sus revolcaderos y defecaderos; inclusive se conservaban sus huellas. Seguimos
subiendo y un poco más arriba comienzan a mostrarse las columnares, la
Eulychnia iquiquensis. Son pocos los individuos, pero están con vida. Nos vemos
rodeados por la Copiapoa atacamensis; es una gran colonia de ellas que se
conservan en buen estado por la ladera que da directamente al mar. Es la
camanchaca quien las irriga y sostiene.
Se podría
haber apurado la marcha ya que, todo lo que observábamos era común, desde las
cactáceas hasta los arbustos y plantas (Nolana peruviana, Nolana divaricata,
Solanum, Oxalis, etc.), pero no lo hicimos y pusimos bastante atención. Por
estas alturas es donde se concentra la humedad y donde hay humedad nos
encontramos habitualmente con la vida y no erramos en la lógica. Bajo la sombra
de las grandes rocas y muros nos encontramos con dos especies que difieren (son
diferentes a las habituales). Hablamos de la Eriosyce paucicostata (según los
datos aportados por los expertos) y de una Eriosyce que, a juzgar por su forma,
no está catastrada para estos lugares. Esta última nos pareció novedosa.
Hubo que
detener el avance; había que buscar por todo el lugar en procura de encontrar
más individuos, ya que sólo un par de estas no bastan para gritar eureka, y
dimos con ellas, aunque gran parte de los individuos estaban muertos, resecados
por el sol. Resultaba muy probable que más arriba encontráramos más, por lo que
su búsqueda ralentizó la subida, aunque con un resultado no tan auspicioso: tan
sólo 7 individuos se conservaban vivos y con posibilidad de recuperarse del
estrés hídrico en el que se encontraban (con nuestra ayuda, es de suponer).
Nos faltó
recorrer algunas laderas y quiebres para detectar si había más individuos
vivos, pero por la hora debimos retomar nuestra meta del día, la cumbre, de
modo que continuamos en procura de ella.
A los
costados del camino elegido divisamos antiguos trabajos mineros; más bien eran
prospecciones y bastantes pircas que albergaron a dichos gambusinos. Todo era
antiguo y no había huellas que delataran una visita o una ocupación reciente.
A 100 metros
de la meta
Llegados a
las cercanías de la cumbre, se nos vinieron las complicaciones: La ruta se
estrechaba de sobremanera, los senderos desaparecieron y sólo quedaron los
muros rasos y empinados; es más, los profundos abismos que se abrían a nuestros
costados nos resultaban peligrosos y no había necesidad de asumir el riesgo.
Quizás lo intentemos pronto, aquello de la cumbre, pero sin duda volveremos al
lugar porque este nuevo hallazgo lo merece y donde hay algo de flora, siempre
hay algo de fauna.
Como
corolario.
Siempre nos
resulta muy grato el poder compartir con ustedes cada uno de los hallazgos que
realizamos. Nuestro afán no es el de ufanarnos o de incitar a los destructores.
Sólo el de mostrar que este desierto no es tan desierto como les cuentan.
Recuerden, lo que vamos encontrando no es lo que hay, es lo que va quedando de
un pasado más venturoso, y procuramos hacer ciencia y divulgarla de la manera
pertinente para que estos hallazgos tengan la tribuna merecida. Gran parte de
la investigación que se realiza en nuestra región va enfocada a netamente a la
minería, por lo cual el que existan algunas instituciones –pocas- que den
prioridad a lo demás, y muy especialmente al patrimonio, no tendría por qué
molestar a los dueños de la región y a sus senescales.
Eriosyce paucicostata echinus
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