Las Huifas y sus Casas
(En Antofagasta-Chile)
Ya estamos en el mes de Augusto
“Ave Cesar”
Los que vamos a escribir, te saludan
No nos olvidamos del pasado, éste no cabe bajo la alfombra al
barrer ni se quitará de las páginas por indolentes puristas. Somos una ciudad
de reciente formación e instauración (comparada con otras) por lo tanto, aún se
conserva en la memoria (de los pocos antofagastinos avecindados en Antofagasta)
nuestros inicios y nuestra historia (con sus ripios y anhelos) y es don Antonio
Acevedo Hernández en su publicación “La Historia Pintoresca de Antofagasta” quién
nos la trae inexorablemente al presente:
“Los viejos, sentados a la orilla del mar, queman sus
cigarrillos y piensan en las macabras caravanas vestidas de seda, del pecado
tan fascinante y tan fugaz. Se estremecen todavía al recordar a las
maravillosas mujeres, venidas desde todos los rincones del mundo a Antofagasta,
a cambiar pecados por oro, a confundir lágrimas con risas, y placer, con
muerte”.
¿El porqué de lo anterior?
Luego de adquirir el libro “Nací en una Casa de …..” (algo
similar a Huifas) partimos raudos al barrio histórico de Antofagasta, el Barrio
Bellavista, en donde se hallaba el Barrio Rojo de la ciudad -en décadas muy
pasadas- con la finalidad de visitar sus calles más emblemáticas, queriendo
encontrar parte de la historia contenida en sus antiguas construcciones. No
íbamos a ver si aún estaban funcionando los antiguos lupanares, eso no estaba
en la agenda, sino motivados por el afán histórico. Mas, la modernidad nos ganó.
Todo ha cambiado y en donde dicen que hubo jolgorio, música y baile acompañado
de rabia, llantos, penas y sangre, hoy no queda casi nada, tan sólo algunas
estructuras vacías, destartaladas, estructuras que esperan su triste designio.
Nuestro recorrido en procura del ayer:
El día de ayer, el primer día de agosto, nos fuimos con el
señor bichólogo en la importante misión de catar pescado frito, aquel que es
extraído desde las costas de Coronel, Chiloé y Castro y es traído por goletas y
camiones para el deleite de los nortinos. Todo estuvo delicioso, a la altura de
lo pensado y, cuando íbamos abandonando el recinto, un pequeño e improvisado
stand nos detuvo. En él se mostraban varios libros de procedencia local y uno
de ellos (uno que ha resonado en mis conductos auditivos por muchos años) llamó
mi atención. El nombre del libro puede resultar irreproducible en estos tiempos
de tanto pacatismo, celo y auto percepciones varias, pero la publicación y el
autor se merecían mi dinero por contarme una parte de la historia de mi
Antofagasta querida, una historia muy desconocida, casi olvidada.
Aquello del que no tenemos identidad e historia, es una falacia
que crearon los nuevos fariseos (vendedores del templo), quienes buscan que los
antofagastinos sólo estemos de paso por este territorio y nuestra ciudad solo sea
un mero dormitorio. Su idea es, que nada nos una a esta tierra y, si nada nos
une, nada hay que cuidar y/o proteger. Todo apuntando a la minería, solo a la
minería y nada más que a la minería.
En el CREO, Yo no CREO, es decir, no le CREO ¿Y usted?
Sobre el Libro nos comenta el señor bichólogo, don Rodrigo
Castillo del Castillo y Castillo Tapia.
“Hace mucho que dejé de comprar libros, creo que el último lo
compré para mi esposa hará ya unos 9 años. Pero hoy decidí comprar uno, de ésos
de medio pelo que no pasaron por ninguna gran editorial, ni fueron revisados y
corregidos por algún exigente editor, sino que se imprimieron tal como se
escribieron, a puro pulso. Y ése fue mi interés en él.
Su nombre, que puede parecer algo escabroso, es “Nací en una
casa de put@s”, del autor antofagastino Aníbal Cárcamo Olivares.
¿Qué interés podría tener uno en un libro así titulado?
Bueno, si fuese una novela, y por tanto una historia
ficticia, seguramente no habría gastado un peso para adquirirlo. No compraría,
por ejemplo “Crónicas de burdeles”, porque sus relatos son producto de la
imaginación (y algunas otras fuentes, seguramente), y dudo que sean historias
reales y sentidas, como las que relata de primera mano Cárcamo.
No se puede negar que le faltó oficio para escribir –a este
último- y que, de tenerlo, pudo haberlo hecho mucho mejor. Pero no por eso deja
el libro de ser interesante, ya que habla desde las vivencias de alguien que no
sólo estuvo ahí, sino que se crió en el barrio rojo de Antofagasta y pudo
conocer de primera mano su realidad. Seguramente habrá más de algún pasaje que
escandalice a las mentes actuales, pero todo lo que describe y relata es lo que
él vivió y lo que era en ese entonces lo normal y aceptado por la sociedad.
Hablamos de los 60’s y 70’s del siglo pasado.
Resulta interesante, además, porque menciona a muchos
personajes de la ciudad, algunos connotados, como José Papic o Antonio Rendic,
y otros totalmente desconocidos para nosotros, personas simples -u oscuras- que
desempeñaron algún papel en el antiguo barrio rojo antofagastino o en las
calles del centro.
La memoria –la historia- se pierde cuando no se escribe, y
mucha gente no escribe sobre lo que sabe y lo que ha vivido por temor a no
hacerlo bien. Sin embargo, Aníbal Cárcamo no paró mientes en eso y escribió
como mejor supo, rescatando para todos los antofagastinos muchos lugares y
pasajes de la historia de la ciudad que, de otro modo, se habrían perdido
irremisiblemente.
Y eso me hace preguntarme cuánto más sabríamos de Antofagasta
y su pasado, si hubiese más personas dispuestas a contarnos sus vivencias, sin
temor a ser juzgados por cómo las relatan. A fin de cuentas, y aunque no
faltará después quien use esos relatos para escribirlos de mejor manera y
llevarse laureles por ello, lo verdaderamente importante es que no se pierdan.”
Ahora bien. Un título tan directo, aceptado por la Real
Academia de la Lengua (R.A.E.) pero considerado ofensivo, casi un insulto, se
podría modificar por un chilenismo, el Huifa, pero volvemos -probablemente- al
desconocimiento de gran parte de la población, ya que aunque muchos han
escuchado dicha palabra en cuecas y ramadas, no ha sido igual en los términos
que citamos hoy, las Casas de Huifas.
Sobre esto, se indica:
Hay ciertas publicaciones que sostienen que la expresión
"huifa", que utilizamos los chilenos –casi exclusivamente en la
cueca- provendría de una mala pronunciación de los colonos alemanes del sur,
para otra palabra muy diferente (y bastante malsonante). Afirman que no es sino
la mala pronunciación alemana de la palabra "hueva" (testículo).
Y yo discrepo profundamente de eso. Creo que huifa, una
expresión de alegría que era de uso común en la cueca, es muy propia de nuestra
tierra y no tiene que ver con inmigrante alguno, salvo con los que nos dieron
nuestro actual idioma, los españoles. Esto se podría probar fácilmente si
hubiera algún registro escrito del uso del huifa antes de 1840, fecha de la
llegada de los primeros alemanes al país, que lamentablemente no he encontrado.
No obstante, ya se usaba el huifa en las zamacuecas en 1910. Lo que hace poco
creíble esa versión de su significado, es que no habría razón alguna para
utilizar la expresión durante una zamacueca, si tuviese un significado tan
prosaico. O sea ¿por qué alguien querría gritar “hueva” en una zamacueca?
Creo mucho más probable la teoría de don Manuel Antonio
Román, en su Diccionario de Chilenismos y otras locuciones viciosas (1916), que
propone que el huifa deriva directamente de la conjunción de la antigua
expresión de júbilo española "Huy, ha", que se usaba como
interjección de alegría, como se puede apreciar en la Farsa "Nacimiento de
nuestro Redentor Jesucristo" de Lucas Fernández (1500):
"¡Digo, digo! ¡Cuál que estó!
¡Rellampigo!
¡Huy, ha! ¡Cuán ufano
vo!
Ñunca tal zagal se
vio."
Como también en la Farsa de Juan de la Encina (1496):
"Alegrar todos, ahá.
¡Huy, ha!
Pues Aquél que nos crió
por salvarnos nació ya."
Como se puede ver, es más probable que la deformación -muy
normal- al pronunciar con énfasis "huy, ha" (que difícilmente alguno
de nosotros pronunciaría "ui-a") sonaría muy cercano a “hui-fa”.
Y sí, es natural que se perdiera su uso en lo escrito, por
haber otras locuciones más simples para expresar alegría, pero perfectamente se
pudo mantener en el uso cotidiano por la gente del pueblo, que son los que
mantuvieron viva la tradición de la zamacueca.
Ahora, el cómo llegó a utilizarse esta palabra para describir
una casa de remolienda (o lenocinio), llamándola "casa de huifas", no
necesita gran explicación, ya que resulta obvio que, en tales casas, en las que
se bailaban muchas cuecas aún a mediados del siglo pasado, se escuchaban
continuos y sonoros ¡huifa! hasta altas horas de la madrugada; ¿cómo no llamarla
entonces casa de huifas?
De mi consideración:
Todo aquello que huela a nortinidad nos resulta importante
más, cuando los temas resultan ser tan especiales y desconocidos, cuando sus
historias nos permiten conocer un poco más de nuestro pasado y eso se agradece.
Apoyamos al autor, a don Aníbal Cárcamo Olivares, quién posee otros títulos a
su haber y lo pueden encontrar en la entrada del terminal Pesquero.
Don Aníbal debiese estar, como muchos otros referentes
antofagastinos, en la Casa de la Cultura de nuestra ciudad, pero -penosamente-
no contamos con Casa de la Cultura (desde hace muchos años) y tampoco contamos
con mucha cultura, salvo la que entregan -sesgadamente- los dueños del
territorio bajo solapadas dádivas.
Salud por aquello.
Un brindis por los que saben elegir.
Mejor no, ya me dio rabia.
Aníbal Cárcamo Olivares
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