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sábado, 2 de agosto de 2025

LAS HUIFAS Y SUS CASAS

Las Huifas y sus Casas

(En Antofagasta-Chile)

 

Ya estamos en el mes de Augusto

“Ave Cesar”

Los que vamos a escribir, te saludan


No nos olvidamos del pasado, éste no cabe bajo la alfombra al barrer ni se quitará de las páginas por indolentes puristas. Somos una ciudad de reciente formación e instauración (comparada con otras) por lo tanto, aún se conserva en la memoria (de los pocos antofagastinos avecindados en Antofagasta) nuestros inicios y nuestra historia (con sus ripios y anhelos) y es don Antonio Acevedo Hernández en su publicación “La Historia Pintoresca de Antofagasta” quién nos la trae inexorablemente al presente:

“Los viejos, sentados a la orilla del mar, queman sus cigarrillos y piensan en las macabras caravanas vestidas de seda, del pecado tan fascinante y tan fugaz. Se estremecen todavía al recordar a las maravillosas mujeres, venidas desde todos los rincones del mundo a Antofagasta, a cambiar pecados por oro, a confundir lágrimas con risas, y placer, con muerte”.

 

¿El porqué de lo anterior?

 

Luego de adquirir el libro “Nací en una Casa de …..” (algo similar a Huifas) partimos raudos al barrio histórico de Antofagasta, el Barrio Bellavista, en donde se hallaba el Barrio Rojo de la ciudad -en décadas muy pasadas- con la finalidad de visitar sus calles más emblemáticas, queriendo encontrar parte de la historia contenida en sus antiguas construcciones. No íbamos a ver si aún estaban funcionando los antiguos lupanares, eso no estaba en la agenda, sino motivados por el afán histórico. Mas, la modernidad nos ganó. Todo ha cambiado y en donde dicen que hubo jolgorio, música y baile acompañado de rabia, llantos, penas y sangre, hoy no queda casi nada, tan sólo algunas estructuras vacías, destartaladas, estructuras que esperan su triste designio.

 

Nuestro recorrido en procura del ayer:

 

El día de ayer, el primer día de agosto, nos fuimos con el señor bichólogo en la importante misión de catar pescado frito, aquel que es extraído desde las costas de Coronel, Chiloé y Castro y es traído por goletas y camiones para el deleite de los nortinos. Todo estuvo delicioso, a la altura de lo pensado y, cuando íbamos abandonando el recinto, un pequeño e improvisado stand nos detuvo. En él se mostraban varios libros de procedencia local y uno de ellos (uno que ha resonado en mis conductos auditivos por muchos años) llamó mi atención. El nombre del libro puede resultar irreproducible en estos tiempos de tanto pacatismo, celo y auto percepciones varias, pero la publicación y el autor se merecían mi dinero por contarme una parte de la historia de mi Antofagasta querida, una historia muy desconocida, casi olvidada.

Aquello del que no tenemos identidad e historia, es una falacia que crearon los nuevos fariseos (vendedores del templo), quienes buscan que los antofagastinos sólo estemos de paso por este territorio y nuestra ciudad solo sea un mero dormitorio. Su idea es, que nada nos una a esta tierra y, si nada nos une, nada hay que cuidar y/o proteger. Todo apuntando a la minería, solo a la minería y nada más que a la minería.

En el CREO, Yo no CREO, es decir, no le CREO ¿Y usted?

 

Sobre el Libro nos comenta el señor bichólogo, don Rodrigo Castillo del Castillo y Castillo Tapia.

 

“Hace mucho que dejé de comprar libros, creo que el último lo compré para mi esposa hará ya unos 9 años. Pero hoy decidí comprar uno, de ésos de medio pelo que no pasaron por ninguna gran editorial, ni fueron revisados y corregidos por algún exigente editor, sino que se imprimieron tal como se escribieron, a puro pulso. Y ése fue mi interés en él.

Su nombre, que puede parecer algo escabroso, es “Nací en una casa de put@s”, del autor antofagastino Aníbal Cárcamo Olivares.

¿Qué interés podría tener uno en un libro así titulado?

Bueno, si fuese una novela, y por tanto una historia ficticia, seguramente no habría gastado un peso para adquirirlo. No compraría, por ejemplo “Crónicas de burdeles”, porque sus relatos son producto de la imaginación (y algunas otras fuentes, seguramente), y dudo que sean historias reales y sentidas, como las que relata de primera mano Cárcamo.

No se puede negar que le faltó oficio para escribir –a este último- y que, de tenerlo, pudo haberlo hecho mucho mejor. Pero no por eso deja el libro de ser interesante, ya que habla desde las vivencias de alguien que no sólo estuvo ahí, sino que se crió en el barrio rojo de Antofagasta y pudo conocer de primera mano su realidad. Seguramente habrá más de algún pasaje que escandalice a las mentes actuales, pero todo lo que describe y relata es lo que él vivió y lo que era en ese entonces lo normal y aceptado por la sociedad. Hablamos de los 60’s y 70’s del siglo pasado.

Resulta interesante, además, porque menciona a muchos personajes de la ciudad, algunos connotados, como José Papic o Antonio Rendic, y otros totalmente desconocidos para nosotros, personas simples -u oscuras- que desempeñaron algún papel en el antiguo barrio rojo antofagastino o en las calles del centro.

La memoria –la historia- se pierde cuando no se escribe, y mucha gente no escribe sobre lo que sabe y lo que ha vivido por temor a no hacerlo bien. Sin embargo, Aníbal Cárcamo no paró mientes en eso y escribió como mejor supo, rescatando para todos los antofagastinos muchos lugares y pasajes de la historia de la ciudad que, de otro modo, se habrían perdido irremisiblemente.  

Y eso me hace preguntarme cuánto más sabríamos de Antofagasta y su pasado, si hubiese más personas dispuestas a contarnos sus vivencias, sin temor a ser juzgados por cómo las relatan. A fin de cuentas, y aunque no faltará después quien use esos relatos para escribirlos de mejor manera y llevarse laureles por ello, lo verdaderamente importante es que no se pierdan.”

Ahora bien. Un título tan directo, aceptado por la Real Academia de la Lengua (R.A.E.) pero considerado ofensivo, casi un insulto, se podría modificar por un chilenismo, el Huifa, pero volvemos -probablemente- al desconocimiento de gran parte de la población, ya que aunque muchos han escuchado dicha palabra en cuecas y ramadas, no ha sido igual en los términos que citamos hoy, las Casas de Huifas.

 

Sobre esto, se indica:

Hay ciertas publicaciones que sostienen que la expresión "huifa", que utilizamos los chilenos –casi exclusivamente en la cueca- provendría de una mala pronunciación de los colonos alemanes del sur, para otra palabra muy diferente (y bastante malsonante). Afirman que no es sino la mala pronunciación alemana de la palabra "hueva" (testículo).

Y yo discrepo profundamente de eso. Creo que huifa, una expresión de alegría que era de uso común en la cueca, es muy propia de nuestra tierra y no tiene que ver con inmigrante alguno, salvo con los que nos dieron nuestro actual idioma, los españoles. Esto se podría probar fácilmente si hubiera algún registro escrito del uso del huifa antes de 1840, fecha de la llegada de los primeros alemanes al país, que lamentablemente no he encontrado. No obstante, ya se usaba el huifa en las zamacuecas en 1910. Lo que hace poco creíble esa versión de su significado, es que no habría razón alguna para utilizar la expresión durante una zamacueca, si tuviese un significado tan prosaico. O sea ¿por qué alguien querría gritar “hueva” en una zamacueca?

Creo mucho más probable la teoría de don Manuel Antonio Román, en su Diccionario de Chilenismos y otras locuciones viciosas (1916), que propone que el huifa deriva directamente de la conjunción de la antigua expresión de júbilo española "Huy, ha", que se usaba como interjección de alegría, como se puede apreciar en la Farsa "Nacimiento de nuestro Redentor Jesucristo" de Lucas Fernández (1500):

"¡Digo, digo! ¡Cuál que estó!

       ¡Rellampigo!    

  ¡Huy, ha! ¡Cuán ufano vo!   

    Ñunca tal zagal se vio."

 

Como también en la Farsa de Juan de la Encina (1496):

 

"Alegrar todos, ahá.       

       ¡Huy, ha!  

Pues Aquél que nos crió         

por salvarnos nació ya."

 

Como se puede ver, es más probable que la deformación -muy normal- al pronunciar con énfasis "huy, ha" (que difícilmente alguno de nosotros pronunciaría "ui-a") sonaría muy cercano a “hui-fa”.

Y sí, es natural que se perdiera su uso en lo escrito, por haber otras locuciones más simples para expresar alegría, pero perfectamente se pudo mantener en el uso cotidiano por la gente del pueblo, que son los que mantuvieron viva la tradición de la zamacueca.

Ahora, el cómo llegó a utilizarse esta palabra para describir una casa de remolienda (o lenocinio), llamándola "casa de huifas", no necesita gran explicación, ya que resulta obvio que, en tales casas, en las que se bailaban muchas cuecas aún a mediados del siglo pasado, se escuchaban continuos y sonoros ¡huifa! hasta altas horas de la madrugada; ¿cómo no llamarla entonces casa de huifas?

 

De mi consideración:

Todo aquello que huela a nortinidad nos resulta importante más, cuando los temas resultan ser tan especiales y desconocidos, cuando sus historias nos permiten conocer un poco más de nuestro pasado y eso se agradece. Apoyamos al autor, a don Aníbal Cárcamo Olivares, quién posee otros títulos a su haber y lo pueden encontrar en la entrada del terminal Pesquero.

Don Aníbal debiese estar, como muchos otros referentes antofagastinos, en la Casa de la Cultura de nuestra ciudad, pero -penosamente- no contamos con Casa de la Cultura (desde hace muchos años) y tampoco contamos con mucha cultura, salvo la que entregan -sesgadamente- los dueños del territorio bajo solapadas dádivas.

Salud por aquello.

Un brindis por los que saben elegir.

Mejor no, ya me dio rabia.



Aníbal Cárcamo Olivares






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