Por Baltinache, Catarpe y Chulacao
En las
Alturas de San Pedro de Atacama
(Imágenes de
don Guillermo Gallardo Caviedes)
Aunque
estemos en una misma región, la de Antofagasta-Chile, nuestras mayores
limitantes para recorrer todo el territorio son las distancias. La cartografía
así lo indica; moramos en una región que resulta ser la más extensa del país y
en estos últimos años se ha evidenciado una gran mejora en la conectividad, con
la construcción de nuevos caminos y carreteras. Es evidente que falta; aún
existen espacios que cuentan con grandes atractivos —no solo turísticos— y que
requieren la intervención del Estado para su apertura a la comunidad (local,
nacional e internacional).
Algunos nos
dirán que resulta más conveniente el mantener ciertos lugares alejados de la
gente y de su afán destructivo y puede sonar muy lógico, pero nuestra consigna
no va por el camino de prohibir o de impedir la llegada, sino más bien por
aquello de educar a la gente. Tarde o temprano tendremos que aprender a
cohabitar con la naturaleza y, téngase presente, si no llega la gente, llegarán
las mineras.
Por las
alturas de San Pedro de Atacama
Haría poco
tiempo atrás que estuvimos por las alturas de nuestra región, específicamente
por la comuna de San Pedro de Atacama, un territorio que tiene un pasado remoto
—en lo que respecta a la ocupación temprana por el hombre— y que, de igual
manera, como poblado, ya estaba muy presente y era próspero durante las décadas
en que los primeros connacionales (chilenos) se adentraron por la costa y el
desierto en la búsqueda de la riqueza. San Pedro (Atacama La Alta) forma parte
importante de la historia regional, al igual que Chiu-Chiu (Atacama La Baja), y
por aquello despierta el interés en su visita (además de sus atractivos, por
supuesto).
Dura un poco
más de dos horas el atravesar el despoblado, ese gran desierto absoluto que va
desde Antofagasta a Calama, y un poco más de una hora en recorrer las
distancias que separan a la ciudad de Calama del poblado de San Pedro de
Atacama. Este es un camino simple, muy bien tenido y resulta hasta entretenido
—el circular por dicho trayecto— por la presencia de vegetación y de la fauna
altiplánica (especialmente guanacos).
Mientras
vamos avanzando (por dicho camino), el paisaje va cambiando desde el ocre del
desierto absoluto al verde de la vegetación de altura y el aire se va
enrareciendo; más bien, vamos notando nuestra deshidratación por la escasa
humedad del aire. La ruta se torna tortuosa al descender al valle de San Pedro,
kilómetros de camino que se deben hacer con mesura, calma y sosiego. El camino
está tapizado de casitas para almas (animitas) y esto debe ser un indicativo
para mantenerse cauto.
Desde la
lejanía admiramos al imponente Licancabur, cono volcánico muy bien formado,
modelado por el viento y el agua y con nieve-hielo en su cumbre; también al
Juriques, y las leyendas locales hablan de amores, triángulos y conflictos
entre estos dos y uno que no se logra ver —desde donde estamos—, pero está en
dirección sur; hablamos del Quimal (Kimal) y hablamos de un triángulo amoroso
con un castigo divino.
Las cumbres
tutelares, donde moran las deidades, están nevadas y el cordón montañoso se
muestra en maravillosa postal que nos da la bienvenida al valle de los Atacama,
los Lican Antay.
Según los
escritos, fue el padre Le Paige quien puso a este lugar, complejo-Cultura y
poblamiento, en los mapas, especialmente de la arqueología, y despertó el
interés de los extranjeros por visitar dicha localidad. En mis visitas pasadas
(ya rancias por el tiempo, hablo de los años 80), este espacio era tan solo un
villorrio en donde habitaban muy pocas personas, de forma muy precaria, y la
vida giraba en torno a la cría de animales y la agricultura. Helo aquí, décadas
después.
Llegamos al
plano que nos conduce a la última bajada, esa que pasa entre el Valle de la
Muerte (Marte) y el de la luna, pero el camino nos muestra un cruce y ese es el
camino (el de la derecha) que nos lleva a las lagunas escondidas de Baltinache.
Suena y
resuena atractivo aquello de “escondidas” y más aún el nombre de Baltinache, un
nombre que no nos resuena a nada conocido y que despierta nuestro interés por
saber su origen.
Nos
adentramos por un extenso valle intermedio, algo así como una grieta rellenada
por arrastres y en las laderas -longitudinales- que dan a la izquierda, asoman
los extensos campos de sal y, de cuando en cuando, podemos ver algunas
lagunillas de un color azul turquesa. Vamos por un camino muy bien tenido y nos
consume el nerviosismo, las ganas de llegar pronto a destino y poder disfrutar
del paisaje, cosa que logramos luego de 40 minutos de viaje.
Llegamos a
unas estructuras que cuentan con guardaparques y, luego de los trámites de
entrada y recomendaciones, nos dirigimos a las lagunas, la gran mayoría con la
idea fija de meterse en las aguas, sacarse las maldiciones, probar aquello de
la flotabilidad y las selfies de rigor, aquellas que indican que estuvimos ahí.
El día estaba
cambiante: nubes dispersas que cubrían al sol, mucho viento, polvo y algo de
frío, pero esto no amilanó a los bañistas. Las indicaciones eran precisas: tan
solo 20 minutos en estas aguas y luego, rápidamente a las duchas para sacarse
la sal del cuerpo. De allí enfilamos a las otras lagunas para aprovechar de
merendar (hay un lugar habilitado para aquello) y pudimos comprobar que los
turistas llegan en tropel a conocer esta maravilla del desierto.
¿Baltinache?
Volvemos al tema y, según los expertos, es un término difuso que proviene del
idioma kunza, lengua likan antay, y se traduce como "escondida".
Específicamente, se refiere a las Lagunas Escondidas de Baltinache, un conjunto
de siete pozones de agua cristalina en medio del desierto.
Aprovechando
la visita, consultamos sobre la presencia de microorganismos en estas aguas y
algo de vida natural por sus alrededores. La respuesta fue rápida: en las
arenas de los pozos podemos encontrar vida, al igual que en los alrededores.
Vimos algo de flora y es probable que exista fauna, especialmente reptiles y
alguno que otro insecto que no vimos —en esta oportunidad— por las condiciones
climáticas del día.
17:30 h:
Volvemos a la ruta, en dirección a San Pedro, en donde pernoctaremos, y ya
mañana seguimos nuestro recorrido.
El día domingo
iniciamos el día muy temprano. La diana tocó a eso de las 06.30 h, aunque la
gran mayoría estaban sordos. El desayuno (que nadie perdona) terminó por
convencer a los dormilones y todos al vehículo; ahora nos íbamos a Catarpe para
visitar la quebrada de Chulacao y la Capilla de San Isidro. Buen santo este, el
San Isidro. La quebrada muestra las huellas del agua, gentileza del santo, y
llegar a Catarpe es un deleite. Tanta vegetación en el recorrido, animales,
cantos de aves, aromas, olores, fragancias, vida. Déjenme aquí.
Los caminos
resultan ser una verdadera aventura al pasar entre la vegetación y con los
daños del agua; el camino fue el que más sufrió (al parecer). Llegamos a la
entrada de la quebrada Chulacao y los grandes murallones que se adentran cual
garganta por el territorio nos brindan bastante sombra y nos permiten un
recorrido bastante grato. Gran parte de los nuestros no esperan a nadie, tan
solo se van —con uno de los guías— a donde hubiese que llegar para merendar; lo
nuestro es deporte mezclado con merienda. Luego de la cumbre, viene el
recorrido a la Capilla de San Isidro y este tramo del camino, que muchos hacen
en bicicleta, es para generar rezos, clamores y procesiones. Costó llegar al
lugar, un hermoso lugar, pero el santo fue testigo —inclusive— de dos
matrimonios simbólicos y algunas redenciones por efecto de la ruta.
Ya de regreso
en San Pedro, aprovechamos (nuevamente) de merendar y, llegada la hora de
volver, todos al vehículo. Rumbo a nuestra Antofagasta.
Quedan las
preguntas y procuramos brindar respuestas:
Catarpe, el
origen del nombre: Nada dicen los escritos, pero nos indican que el término
"Catarpe" refiere a la Comunidad Atacameña de Catarpe, un sitio
arqueológico y turístico cercano a San Pedro de Atacama, y es conocido por sus
estructuras prehispánicas, su importancia como centro administrativo inca y su
arquitectura natural.
Chulacao: Se
refiere a la Quebrada de Chulacao, un impresionante cañón ubicado en el valle
de Catarpe, cerca de San Pedro de Atacama, Chile. Este cañón se caracteriza por
sus altas paredes formadas por la erosión y sus formas sinuosas. Es un lugar
popular para actividades como el senderismo y el ciclismo. En resumen, Chulacao
es el nombre de un lugar geográfico, no un significado de una palabra en sí. Es
el nombre de un cañón en San Pedro de Atacama.
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