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sábado, 2 de agosto de 2025

POR BALTINACHE, CATARPE Y CHULACAO

Por Baltinache, Catarpe y Chulacao

En las Alturas de San Pedro de Atacama

(Imágenes de don Guillermo Gallardo Caviedes)



Aunque estemos en una misma región, la de Antofagasta-Chile, nuestras mayores limitantes para recorrer todo el territorio son las distancias. La cartografía así lo indica; moramos en una región que resulta ser la más extensa del país y en estos últimos años se ha evidenciado una gran mejora en la conectividad, con la construcción de nuevos caminos y carreteras. Es evidente que falta; aún existen espacios que cuentan con grandes atractivos —no solo turísticos— y que requieren la intervención del Estado para su apertura a la comunidad (local, nacional e internacional).

Algunos nos dirán que resulta más conveniente el mantener ciertos lugares alejados de la gente y de su afán destructivo y puede sonar muy lógico, pero nuestra consigna no va por el camino de prohibir o de impedir la llegada, sino más bien por aquello de educar a la gente. Tarde o temprano tendremos que aprender a cohabitar con la naturaleza y, téngase presente, si no llega la gente, llegarán las mineras.

Por las alturas de San Pedro de Atacama

Haría poco tiempo atrás que estuvimos por las alturas de nuestra región, específicamente por la comuna de San Pedro de Atacama, un territorio que tiene un pasado remoto —en lo que respecta a la ocupación temprana por el hombre— y que, de igual manera, como poblado, ya estaba muy presente y era próspero durante las décadas en que los primeros connacionales (chilenos) se adentraron por la costa y el desierto en la búsqueda de la riqueza. San Pedro (Atacama La Alta) forma parte importante de la historia regional, al igual que Chiu-Chiu (Atacama La Baja), y por aquello despierta el interés en su visita (además de sus atractivos, por supuesto).

Dura un poco más de dos horas el atravesar el despoblado, ese gran desierto absoluto que va desde Antofagasta a Calama, y un poco más de una hora en recorrer las distancias que separan a la ciudad de Calama del poblado de San Pedro de Atacama. Este es un camino simple, muy bien tenido y resulta hasta entretenido —el circular por dicho trayecto— por la presencia de vegetación y de la fauna altiplánica (especialmente guanacos).

Mientras vamos avanzando (por dicho camino), el paisaje va cambiando desde el ocre del desierto absoluto al verde de la vegetación de altura y el aire se va enrareciendo; más bien, vamos notando nuestra deshidratación por la escasa humedad del aire. La ruta se torna tortuosa al descender al valle de San Pedro, kilómetros de camino que se deben hacer con mesura, calma y sosiego. El camino está tapizado de casitas para almas (animitas) y esto debe ser un indicativo para mantenerse cauto.

Desde la lejanía admiramos al imponente Licancabur, cono volcánico muy bien formado, modelado por el viento y el agua y con nieve-hielo en su cumbre; también al Juriques, y las leyendas locales hablan de amores, triángulos y conflictos entre estos dos y uno que no se logra ver —desde donde estamos—, pero está en dirección sur; hablamos del Quimal (Kimal) y hablamos de un triángulo amoroso con un castigo divino.

Las cumbres tutelares, donde moran las deidades, están nevadas y el cordón montañoso se muestra en maravillosa postal que nos da la bienvenida al valle de los Atacama, los Lican Antay.

Según los escritos, fue el padre Le Paige quien puso a este lugar, complejo-Cultura y poblamiento, en los mapas, especialmente de la arqueología, y despertó el interés de los extranjeros por visitar dicha localidad. En mis visitas pasadas (ya rancias por el tiempo, hablo de los años 80), este espacio era tan solo un villorrio en donde habitaban muy pocas personas, de forma muy precaria, y la vida giraba en torno a la cría de animales y la agricultura. Helo aquí, décadas después.

Llegamos al plano que nos conduce a la última bajada, esa que pasa entre el Valle de la Muerte (Marte) y el de la luna, pero el camino nos muestra un cruce y ese es el camino (el de la derecha) que nos lleva a las lagunas escondidas de Baltinache.

Suena y resuena atractivo aquello de “escondidas” y más aún el nombre de Baltinache, un nombre que no nos resuena a nada conocido y que despierta nuestro interés por saber su origen.

Nos adentramos por un extenso valle intermedio, algo así como una grieta rellenada por arrastres y en las laderas -longitudinales- que dan a la izquierda, asoman los extensos campos de sal y, de cuando en cuando, podemos ver algunas lagunillas de un color azul turquesa. Vamos por un camino muy bien tenido y nos consume el nerviosismo, las ganas de llegar pronto a destino y poder disfrutar del paisaje, cosa que logramos luego de 40 minutos de viaje.

Llegamos a unas estructuras que cuentan con guardaparques y, luego de los trámites de entrada y recomendaciones, nos dirigimos a las lagunas, la gran mayoría con la idea fija de meterse en las aguas, sacarse las maldiciones, probar aquello de la flotabilidad y las selfies de rigor, aquellas que indican que estuvimos ahí.

El día estaba cambiante: nubes dispersas que cubrían al sol, mucho viento, polvo y algo de frío, pero esto no amilanó a los bañistas. Las indicaciones eran precisas: tan solo 20 minutos en estas aguas y luego, rápidamente a las duchas para sacarse la sal del cuerpo. De allí enfilamos a las otras lagunas para aprovechar de merendar (hay un lugar habilitado para aquello) y pudimos comprobar que los turistas llegan en tropel a conocer esta maravilla del desierto.

¿Baltinache? Volvemos al tema y, según los expertos, es un término difuso que proviene del idioma kunza, lengua likan antay, y se traduce como "escondida". Específicamente, se refiere a las Lagunas Escondidas de Baltinache, un conjunto de siete pozones de agua cristalina en medio del desierto.

Aprovechando la visita, consultamos sobre la presencia de microorganismos en estas aguas y algo de vida natural por sus alrededores. La respuesta fue rápida: en las arenas de los pozos podemos encontrar vida, al igual que en los alrededores. Vimos algo de flora y es probable que exista fauna, especialmente reptiles y alguno que otro insecto que no vimos —en esta oportunidad— por las condiciones climáticas del día.

17:30 h: Volvemos a la ruta, en dirección a San Pedro, en donde pernoctaremos, y ya mañana seguimos nuestro recorrido.

El día domingo iniciamos el día muy temprano. La diana tocó a eso de las 06.30 h, aunque la gran mayoría estaban sordos. El desayuno (que nadie perdona) terminó por convencer a los dormilones y todos al vehículo; ahora nos íbamos a Catarpe para visitar la quebrada de Chulacao y la Capilla de San Isidro. Buen santo este, el San Isidro. La quebrada muestra las huellas del agua, gentileza del santo, y llegar a Catarpe es un deleite. Tanta vegetación en el recorrido, animales, cantos de aves, aromas, olores, fragancias, vida. Déjenme aquí.

Los caminos resultan ser una verdadera aventura al pasar entre la vegetación y con los daños del agua; el camino fue el que más sufrió (al parecer). Llegamos a la entrada de la quebrada Chulacao y los grandes murallones que se adentran cual garganta por el territorio nos brindan bastante sombra y nos permiten un recorrido bastante grato. Gran parte de los nuestros no esperan a nadie, tan solo se van —con uno de los guías— a donde hubiese que llegar para merendar; lo nuestro es deporte mezclado con merienda. Luego de la cumbre, viene el recorrido a la Capilla de San Isidro y este tramo del camino, que muchos hacen en bicicleta, es para generar rezos, clamores y procesiones. Costó llegar al lugar, un hermoso lugar, pero el santo fue testigo —inclusive— de dos matrimonios simbólicos y algunas redenciones por efecto de la ruta.

Ya de regreso en San Pedro, aprovechamos (nuevamente) de merendar y, llegada la hora de volver, todos al vehículo. Rumbo a nuestra Antofagasta.

Quedan las preguntas y procuramos brindar respuestas:

Catarpe, el origen del nombre: Nada dicen los escritos, pero nos indican que el término "Catarpe" refiere a la Comunidad Atacameña de Catarpe, un sitio arqueológico y turístico cercano a San Pedro de Atacama, y es conocido por sus estructuras prehispánicas, su importancia como centro administrativo inca y su arquitectura natural.

Chulacao: Se refiere a la Quebrada de Chulacao, un impresionante cañón ubicado en el valle de Catarpe, cerca de San Pedro de Atacama, Chile. Este cañón se caracteriza por sus altas paredes formadas por la erosión y sus formas sinuosas. Es un lugar popular para actividades como el senderismo y el ciclismo. En resumen, Chulacao es el nombre de un lugar geográfico, no un significado de una palabra en sí. Es el nombre de un cañón en San Pedro de Atacama.































 

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