LOS DÍAS MÁS TRISTES
El 9 de mayo de 1877 ocurre un sismo en Antofagasta que deja las precarias construcciones en el suelo, por lo que los diputados bolivianos propusieron un préstamo extranjero para su reconstrucción.
Eran las 8 y 30 minutos de la noche del 9 de mayo de 1877, cuando la población toda de este puerto se sintió sobresaltada por una persistente oscilación terrestre, la que se convirtió poco después en un fortísimo temblor que, rápidamente, fue aumentando en intensidad hasta adquirir la magnitud de un terremoto. Los edificios, en ese entonces construidos casi todos de material ligero, crujían con gran ruido y parecían agitarse como débiles maderos, pues la tierra oscilaba fuertemente, dificultando el andar y aun el poderse mantener en pie.
La gente, atemorizada y exhalando lastimeros gritos, se lanzaba a la calle, presa de gran espanto. A esto se unía, causando mayor pavor, el toque de la campana del Cuerpo de Bomberos que daba la alarma por dos o tres amagos de incendios producidos casi simultáneamente por algunas lámparas a parafina, volcadas por los fuertes remezones. “La tierra parecía un mar embravecido, decía un periódico de aquella época. Levantaba oleadas de polvo y crujía con tanta fuerza, que era difícil percibir los gritos de los desesperados habitantes”. “Las casas se mecían cual débiles barquillas y todos los vecinos, despavoridos, salían a la calle clamando socorro”.
El primer temblor-que fue de gran intensidad y de cortísimas intermitencias-duraría entre 4 y 5 minutos; pero la tierra continuó oscilando. A cada momento se sentían nuevos movimientos. Y cuando parecía que la naturaleza iba a dar tregua a esos momentos de angustia; cuando las madres buscaban afanosamente a sus hijos, perdidos en la natural confusión de los primeros instantes, y estos, llorando, llamaban a sus padres; entonces, un grito horrible, unísono y desesperante, se dejó oír por todas partes: “el mar se sale, el mar se sale”. Si grande fue el espanto y la tribulación de los consternados habitantes mientras la tierra se agitaba con furia, mayor fue aún y más horrible su desesperación, al oír el fatídico anuncio de que el mar se precipitaba sobre la población. -“El mar, sale!”; “el mar, se sale!”, decía la gente, que en loca carrera y fuera de sí, se dirigía a los cerros, huyendo en abigarrada confusión. Muchas personas corrían con los niños asidos de la mano; otras -mujeres y hombres- con criaturas en los brazos. Y algunas señoras, poseídas de intenso pánico, huían por las calles, llevando lámparas encendidas, que, tal vez, en los primeros momentos y como medida de precaución, habían cogido para que no se produjeran incendios. Pero lo que conmovía más era ver los ancianos y personas agobiadas por alguna enfermedad, que, entre llantos y quejidos, habían abandonado sus lechos para buscar refugio y que como mejor podían se dirigían a los cerros. Los de ánimo más tranquilo o tal vez los previsores, se proveyeron de faroles de mano para alumbrar el sendero que recorrían, y esta excelente idea de algunos fue imitada por cuantos pudieron hacerlo, lo que les sirvió para llegar a los faldeos de los cerros, y muchos hasta la cumbre. Tal era el pavor que se había apoderado de todos los habitantes.
Entre el anuncio que el mar salía, y que fue dado cuando este empezó a recogerse, transcurriría una media hora. Entonces fue cuando se sintió un ruido formidable, producido por el mar embravecido que, impetuoso, se precipitó sobre la población. Por suerte, en esos momentos casi todos los pobladores estaban ya en los cerros, y los pocos que quedaban en el plano, de pie o a caballo, se encontraban a larga distancia de la ribera y en atenta observación de lo que estaba ocurriendo. Antofagasta entero pudo haber desaparecido en esa noche aciaga, pues quedó comprobado, con toda evidencia, que vino del norte la gran impetuosidad del mar y que el cerro Moreno fue una valla natural poderosa que la contuvo, en parte, haciendo disminuir sus desastrosos efectos. Ruinas del puerto de Cobija, después del terremoto y salida de mar de 1877. Otro factor importante que favoreció también a este puerto fue su edificación.
En esos años no existía ninguna casa de más de un piso, ni tampoco de material sólido. A1 no haber sido así, muchas construcciones se habrían derrumbado y las victimas habrían sido numerosas. Mientras tanto, los temblores siguieron repitiéndose durante la noche, aunque con menos intensidad; y la gente, temerosa que se produjera una nueva salida de mar, tuvo que resignarse a pernoctar en los cerros, privada de todo recurso. Al día siguiente, los consternados habitantes se atrevieron a retornar a sus hogares y pudieron contemplar los destrozos que el mar había ocasionado El Blindado “Blanco Encalada”, de nuestra marina de guerra, que a la sazón se encontraba fondeado en este puerto cuando se produjo el terremoto, levó anclas inmediatamente y salió a alta mar evitando todo peligro; pero regresó en las primeras horas del día siguiente, y la primera medida de su Comandante, don Juan Esteban López, fue ofrecer a las autoridades los auxilios de que podía disponer. El Prefecto, don Narciso de la Riva, aceptó agradecido, y treinta hombres armados de la dotación de dicha nave fueron los que prestaron utilísimos servicios, resguardando la población y evitando los robos de las mercaderías que el mar había diseminado en distintas direcciones.
Blindado Blanco Encalada. Antofagasta 1879
Ahora, demos una rápida ojeada sobre los perjuicios que el terremoto y salida de mar ocasionaron a este puerto. Lo primero que veía al regresar cada cual a su hogar o al sitio donde tenía su negocio, era un desordenado hacinamiento de todo y la destrucción más completa. En los almacenes, despachos, boticas, etc., cayó cuanto había en las estanterías, de manera que no quedó artículo u objeto de cristal que no se destrozó completamente. El mar, en su salida, había llegado hasta el centro de la Plaza Colón, sitio donde quedaron varadas algunas embarcaciones. En la misma Plaza y calles adyacentes se veían diseminados -en gran confusión- numerosos bultos de mercaderías, fardos de pasto, sacos de cebada, etc. Una lancha cargada con mercaderías diversas quedo tumbada frente al almacén de Doll & Co., (Hoy Mitrovich Hnos.) por la calle Sucre; otras lanchas y botes quedaron destrozados y varados a lo largo de la playa.
El edificio de la Aduana fue arrancado de su sitio y quedó atravesado en medio de la calle Bolívar; los almacenes de la misma repartición fueron destruidos en gran parte. Un edificio de don Jorge Hanriot, que estaba situado en la esquina sur-este de la misma manzana de la Aduana (hoy galpones de depósitos de mercaderías) fue destruido y arrastrados sus restos hacia el costado opuesto de la calle Sucre. La oficina de Correos fue arrasada completamente, como asimismo gran parte del cierre de la Cia. de Salitres y Ferrocarril. La máquina condensadora de Agua de D. Rafael Barazarte (hoy oficinas de las firmas Guillermo Stevenson y Cia. y “Nitrate Agencies Limitada”, y el edificio donde estaba instalada la, “Empresa de Carretas de Antofagasta”, situada donde está ahora la firma Hochschild & Co.,” fueron sacados” totalmente de su sitio y arrastrados a más de media cuadra hacia el norte, por el medio de la calle Colón, hoy Balmaceda.
Los edificios del Pasaje Ballivián (hoy Pasaje Sargento Aldea) fueron en su mayoría destruidos y hubo casas que quedaron casi unidas, las del lado del mar, con las del lado opuesto. Sufrieron también grandes perjuicios, las casas comerciales de Dorado Hermanos, esquina Sucre con Balmaceda, (hoy almacenes de la Aduana), las de Doll & Cia. y la Escobar, Ossa & Cia., en la calle Sucre; como también todas las casas e instalaciones próximas a la ribera del mar, a excepción de las del lado de Bellavista.
Como en ese entonces este puerto carecía de líneas telegráficas, nada se podía saber de lo que hubiese ocurrido en los pueblos del interior o del Litoral; pero a eso de las diez de la mañana del día siguiente, llegó un “propio” de Mejillones, don José Antonio Tirapegui, y comunicó la noticia que ese pueblo casi había desaparecido; que había muchas víctimas y que todos los habitantes carecían de agua, de alimentos y abrigo, habiéndose destruido hasta las máquinas condensadoras de agua. Inmediatamente las autoridades, de acuerdo con los comerciantes mayoristas, recolectaron víveres y todo lo necesario para socorrer a ese pueblo.
Mejillones 1879
El Comandante del “Blanco Encalada”, obedeciendo a nobles impulsos, se preparó para acudir, sin pérdida de tiempo, a cumplir esa humanitaria misión. Todo se hizo con la rapidez que las circunstancias lo exigían, y el “Blanco”, llevando los primeros auxilios, zarpó de este puerto a las 12 de ese mismo día. Cuatro días después del cataclismo, o sea el 13, llegó un vapor del norte, que fue portador de otras noticias.
El terremoto había hecho terribles estragos, además de Mejillones, en Tocopilla, Cobija, Pabellón de Pica, Iquique, Arica, etc. En Cobija la mayor parte de los edificios se derrumbaron y en seguida el mar arrasó con todo. Una distinguida familia de apellido Arricruz, compuesta de 14 personas, desapareció en esta noche fatal, aparte de otras 30 víctimas.
Tocopilla 1879
En Tocopilla los perjuicios fueron inmensos; hubo numerosos damnificados. En las poblaciones mineras de Punta Blanca y Gatico, entre Tocopilla y Cobija, fueron más de 200 los muertos a causa de los derrumbes de los cerros y de varias minas que se sentaron”. En Pabellón de Pica desapareció casi toda la población y el mar arrojó a la playa 24 buques que estaban cargando guano. Como resultado hubo 147 muertos, entre ahogados y aplastados por los derrumbes. En Iquique, aparte de los estragos producidos por el terremoto y salida de mar, se produjeron varios incendios. Las máquinas condensadoras de agua quedaron casi del todo destruidas y más de 50 personas perecieron ahogadas. Las bodegas de Zeballos y Cia., Ugarte y Gildemeister y Cia., fueron destruidas y arrasados por el mar, más de 200.000 quintales de salitre que estas casas tenían en depósito. El Establecimiento de beneficio de metales de Chacance, cerca de Calama, quedó casi en ruinas. Para el sur, los efectos del terremoto se dejaron sentir hasta Coquimbo. En Chañaral, grandes marejadas inundaron por completo los mejores edificios; también hubo un gran incendio que destruyó casi una manzana.
En Taltal salió el mar y se ahogaron algunas personas. Un gran incendio destruyó una manzana de edificios.
En Copiapó desplomáronse algunas construcciones; pero no hubo desgracias personales. En Coquimbo el mar, en su salida, llegó hasta la plaza. Las autoridades locales, el comercio y la sociedad entera de Antofagasta, continuaron arbitrando recursos para enviar a los damnificados, y cuatro días después del terremoto, se embarcaron para el norte los señores Abdón S. Ondarza, Antonio Marcó y Severino Campuzano, vecinos distinguidos, comisionados por el Prefecto Narciso de la Riva para repartir en Cobija y Tocopilla los recursos que se enviaron bajo el control de ellos. Pocos días después se despachó otra comisión por cuenta de la Municipalidad y de la Junta de Beneficencia de este puerto, llevando gran cantidad de víveres y como trescientos colchones para ser distribuidos entre los damnificados de Mejillones, Cobija y Tocopilla. La comisión se componía de los señores Francisco Latrille y Manuel Franklin Alvarado, ambos miembros de la Junta.
Francisco Latrille Petisco
El cónsul de Bolivia en Tacna, señor Zoilo Flores, abundando en los mismos humanitarios propósitos, trasmitía telegráficamente a Arica, cuatro días después del siniestro, la siguiente comunicación, solicitando el rápido envío de artículos alimenticios y provisiones para los damnificados: “Tacna, Mayo 13 de 1877.-Señor Prefecto.-Arica.- Ocurro a V. S. por la urgencia del caso.- Sírvase decir a Jefferson y Cia., que manden a1 Intendente de Cobija, en el vapor de hoy: agua, arroz, bueyes, charqui, galletas, sal, frejoles bayeta, etc., etc., por valor de tres mil soles. Todo por mi cuenta.- Zoilo Flores.” Por su parte, apenas impuesto el Gobierno de Bolivia de la catástrofe ocurrida en el litoral, se apresuró a transmitir a1 Gobierno del Perú, la siguiente comunicación. ‘AI Ministerio de Gobierno y Relaciones Exteriores.- Excelentísimo Presidente del Perú El litoral boliviano perdido; sus habitantes sin pan ni techo; rogamos a U. S. se digne que un barco de trasporte conduzca víveres y agua a nuestra costa. El importe de todo lo abonaremos pronto.- La Paz, Mayo 18 de 1877.- H. Daza.- J. Oblitas.
Los luctuosos sucesos de que hemos dado cuenta, tuvieron honda repercusión en el pueblo y Gobierno de Chile, y todos, como siempre, guiados por los más nobles sentimientos, se esforzaban en enviar su óbolo a sus hermanos en desgracia; así fue que 9 días después del terremoto, el Gobierno de Chile despachó apresuradamente el buque “Abtao”, con un cargamento de vituallas, víveres, ropa, etc., para socorrer a los damnificados del norte, extendiendo su acción bienhechora hasta algunos puertos del Perú, azotados también por la desgracia. Nuevas remesas enviadas después completaron esta humanitaria obra. Los residentes antiguos de esta ciudad, recuerdan, emocionados, las tristes escenas de la catástrofe que dejamos descrita, y mientras existan, seguramente que perdurara en ellos el recuerdo de la “Noche Triste de Antofagasta”, como con sobrada razón se la ha calificado.
Antofagasta 1879, vista de sus cerros.
Referencias:
NARRACIONES HISTÓRICAS DE ANTOFAGASTA" de Isaac Arce Ramirez.
REGISTRO DE LOS PRINCIPALES TSUNAMIS QUE HAN AFECTADO A LA COSTA DE CHILE. SHOA.
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