EL MUNDO EN ANTOFAGASTA
Extraído de la novela Norte Grande
De Andrés Sabella Gálvez.
No era Antofagasta una playa con diez mil sillas para que
hombres de todas partes las ocupasen y sirviesen, así, como ejemplares de la
raza humana.’ Pero, los había de bastantes patrias, los suficientes para
confundirnos. Sobre todo, tratándose de gente rubia. En Antofagasta, los
yugoslavos, los italianos, los franceses, los yanquis y los ingleses nos
creaban un barullo infernal con su blancura, sus ojos enormes, como dos mundos
de cristal azul, y el pelo dorado y crespo. Eran, simplemente, gringos: el “gringo
de la esquina”, “el bachicha”, “el franchute”, “el colorino” y “el bichicuma” .
. .
Las nacionalidades se repartían las ocupaciones: los
yugoslavos y los italianos peleaban las esquinas para levantar almacenes que
eran los relojes del barrio y que ostentaban nombres evocadores: ALMACÉN “LA
LINDA RAGUSA”, “EMPORIO” y “RINASCENTE”. Los griegos se enriquecían, hundiendo
sus manos febriles en la masa del pan y, bajo la mirada apacible de las vacas
de sus lecherías, ordeñaban, en realidad, a la mañana tiritona. Los japoneses
nos cortaban el pelo: existía una relación misteriosa entre sus gestos finos y
sus navajas. Una carnicería era siempre el marco de un rostro amarillo e
impenetrable, con los ojos rasgados y los pómulos brillantes y angulosos: el
chino andaba, sigilosamente, en medio de la sangre y de la muerte. Las tijeras
armonizaban su equis con el misterioso mirar del boliviano; el alfiler y la
tiza limitaban su día y eran retóricos y pasionales: cada sastre “cuico”
encarnaba un personaje de crimen de amor en ciernes. Sus tijeras cortaban el
olvido y sabían picotear, como pájaros rabiosos, la carne amada y esquiva. Los
“turcos” vendían la baratija, brillante y banal, y el Agua de Colonia para la
medianoche de las filarmónicas; con sus mercancías bajo el brazo, recorrían la
ciudad y las Oficinas, ofreciendo, con voz doliente y cantada, la percala
“dieciochera” y la “fantasía” esperanzada. i Cuántos “turcos” encontraron que
la muerte brillaba en sus piedras falsas, una noche cualquiera, en el duro
viaje de una Oficina a otra, y quedaron, en las huellas, con “la guata al sol”,
rajada a cuchillazos! Estos eran los extranjeros del trabajo a mano y angustia.
Los ingleses usaban cuello y fumaban cigarrillos rubios, jugaban tennis y se
casaban con la miss que azulaba de suspiros el aire de alguna ciudad de Gran
Bretaña. Estos “gringos gringos”, con sus bastones inverosímiles, sus cachimbas
altaneras, sus “palos” de golf, sus perros, altos como máquinas, tan
despectivos como ellos, sus jockeys, y sus apellidos que tropezaban en la
dificultad de nuestra lengua, eran empleados del FF. CC. de Antofagasta a
Bolivia, o de potentes firmas importadoras. Los españoles midieron todos los
trajes “domingueros” que engalanaron las retretas de la Plaza Colón. Y,
también, vieron la hora en los mil relojes de sus agencias de nombres absurdos
(“LA FAMA”, “EL TIGRE”), y echaron cadena de oro y libras esterlinas, hongo y
bastón, pantalón de fantasía y zapatos charolados, como dos soles negros. En
sus negocios, los pobres dejaron sus fortunitas y salieron felices con el
billete sobajeado y querido: las riquezas de los agencieros se formaron de
infinitas pequeñas fortunas y de muchas más lágrimas.
Imágenes:
Portada de la Novela Norte Grande
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