Antecedentes Prehistóricos de la Enfermedad de Chagas en el Norte
de Chile
Parte del texto dice así: Rozas et al. (2005) determinaron
mediante pruebas moleculares, que el 51 % de los mamíferos silvestres de
América se encuentran infectados con T. cruzi, su estudio incluía a los
marsupiales Thylamys elegans (Waterhouse, 1839) Yaca y los roedores: Octodon
degus (Molina, 1782) degú, Phyllotis darwini (Waterhouse, 1837) Ratón orejudo
de Darwin, y Abrothrix olivaceus (Waterhouse, 1837) Ratón Oliváceo. Son
reservorios de T. cruzi y también son considerados vectores del parásito debido
a que presentan las formas infectantes en sus glándulas anales. Como producto
del largo contacto entre parásitos y hospederos, los marsupiales infectados no
desarrollan patologías asociadas a la enfermedad de Chagas (Jansen & Deane
19851, Schofield 2000).
¿Les parece interesante? Cuando tuvimos la posibilidad de
conversar con cierto personero – local - sobre la presencia de Vinchucas en la
costa antofagastina, específicamente en las cercanías de nuestra ciudad, el
tema no le resultó desconocido. Era de su total conocimiento, más cuando
abordamos el tema de los otros Vectores Transmisores
o de los denominados reservorios del Trypanosoma cruzi presentes en estos
lugares (Según estudios) la calma desapareció y nos instó a verificar nuestra
fuente de información puesto que estábamos errados.
Pues bien, sabemos que la información que manejamos es
confiable y por lo tanto la compartiremos con ustedes. Información que no solo
habla de Vinchucas, también de roedores, camélidos, marsupiales y cánidos,
todos ellos presentes en nuestro norte. En Antofagasta-Chile.
Enfermedad de Chagas en
Poblaciones Prehistóricas del Norte de Chile
Chagas
disease in prehistoric populations of northern Chile
NANCY ORELLANA-HALKYER1, 2, * &
BERNARDO ARRIAZA-TORRES 3, 4 1
Convenio de Desempeño, UTA-MINEDUC,
Universidad de Tarapacá, Instituto de Alta Investigación, Calle Antofagasta
1520, Arica, Chile 2 Museo de Etnografía y Folklore (MUSEF), Calle Ingavi 916,
La Paz, Bolivia 3 Instituto de Alta Investigación, Universidad de Tarapacá,
Calle Antofagasta 1520, Arica, Chile 4 Centro de Investigaciones del Hombre en
el Desierto, Universidad de Tarapacá, Av. General Velásquez 1775, Arica, Chile
*Autor correspondiente: nancy.orellana@gmail.com
RESUMEN
La enfermedad de Chagas es producida por el parásito
Trypanosoma cruzi, el cual afecta tanto a seres humanos como a animales, en
particular mamíferos marsupiales y placentarios. Las vías de transmisión son
diversas, siendo una de las más importantes la vía vectorial, en la que
participan insectos infectados con este parásito, animales y humanos. En este
artículo de revisión discutimos los postulados sobre la vía de transmisión
oral, los hallazgos de T. cruzi en momias de América y especialmente en las del
norte de Chile. Presentamos además información que apunta a que la enfermedad
de Chagas estuvo presente mucho antes de la conquista europea y de la
construcción de viviendas de adobe. Comentamos las hipótesis sobre el vector
domiciliado más importante de Sudamérica, Triatoma infestans, su antigüedad en
la costa de Arica y los reportes más recientes de otros vectores silvestres.
También se discute la información relacionada a la participación en el ciclo de
T. cruzi de distintos mamíferos silvestres de Chile y asimismo proponemos el
estudio paleoparasitológico en restos zooarqueológicos para conocer las
especies de mamíferos reservorios de T. cruzi en la antigüedad.
Palabras clave: enfermedad de Chagas, norte de Chile,
triatominos, Trypanosoma cruzi, zooarqueología
Antecedentes
prehistóricos de la enfermedad de Chagas en el norte de Chile
Las poblaciones de Homo sapiens que habitaron desde hace 9-10
mil años, lo que es hoy el extremo norte de Chile, ocuparon diversos hábitats,
incluyendo el altiplano, valles y costa (Santoro & Núñez 1987, Standen et
al. 2004). Estos ambientes de extrema aridez presentan poca disponibilidad de
alimento para ciertas especies, condicionando o limitando la existencia y
diversidad de plantas y animales. Sin embargo, este particular ambiente de
cierta forma aísla a las poblaciones que habitan estas regiones, como es el
caso de las vinchucas (Hemíptera, Raduviidae, Triatominae Latreille, 1807),
vectores transmisores del parásito causante de la enfermedad de Chagas,
Trypanosoma cruzi (Kinetoplastida: Trypanosomatidae Levine et al., 1980). Estos
insectos transmisores, están adaptados a diferentes latitudes, temperaturas y
pisos bioclimáticos (Schofield 2000).
Los estudios paleopatológicos y paleoparasitológicos
realizados en Brasil, Perú y Chile revelaron que la presencia de T. cruzi en la
prehistoria debió haber afectado significativamente a las antiguas poblaciones
humanas de América (Rothhammer et al. 1985, Auderheide et al. 2004). Esta
revisión bibliográfica tiene por objeto relacionar datos arqueológicos con
datos modernos de la enfermedad de Chagas en el norte de Chile, para esto se
presentan las evidencias de dicha enfermedad en la prehistoria regional;
también se indican las especies de vectores y animales reservorios modernos de
la mencionada zona. Además, señalamos la importancia de realizar estudios en
restos zooarqueológicos de América, con el fin de conocer los animales que
pudieron formar parte del ciclo de T. cruzi en la antigüedad.
EL PROCESO DE INFECCIÓN
POR TRYPANOSOMA CRUZI
T. cruzi es capaz de infectar diversos tejidos en diferentes
especies de mamíferos del continente americano. Este parásito produce diversas
patologías en las fases crónicas de la enfermedad, principalmente cardíacas e
intestinales (megacardiopatía chagásica, megacolon, megaesófago, ver Levine et
al. 1980, Brener 1997). Durante su ciclo de vida, T. cruzi presenta cuatro
fases de desarrollo: en los invertebrados (insectos vectores, triatominos Neiva
& Lent, 1941) se encuentran las formas parasitarias epimastigote y
tripomastigote metacíclico. En el huésped vertebrado (mamíferos) se encuentran
las formas tripomastigote y amastigote. Consecuentemente, a través de esta vía
de transmisión denominada vectorial, los insectos se infectan al ingerir la
sangre con las formas tripomastigotes del hombre u otro mamífero silvestre o
doméstico. En el insecto, dichas formas parasitarias se multiplican y
diferencian en epimastigotes. Y es en el intestino posterior del vector donde
los epimastigotes se transforman en tripomastigotes metacíclicos. Posterior a
la hematofagia, el insecto, excreta sobre la piel de los mamíferos las heces
que contienen los tripomastigotes metacíclicos. Estos ingresan por la piel de
los mamíferos y a través de la sangre infectan otras células, dentro de las
cuales se transforman en amastigotes, que se multiplican y diferencian en
tripomastigotes. Luego, la célula hospedera es destruida y los tripomastigotes
son liberados al torrente sanguíneo (tripomastigotes sanguíneos), son estas las
formas que pueden ser ingeridas por un nuevo vector (Carcavallo & Martínez
1972, Brener 1997).
Trypanosoma cruzi
LA TRANSMISIÓN DEL
PARÁSITO
T. cruzi puede infectar
a los mamíferos por diversas vías, aunque la más común es la transmisión
vectorial (Carcavallo & Martínez 1972). Sin embargo, se ha postulado que
los triatominos no son los únicos transmisores de la infección por T. cruzi en
los ambientes silvestres, ya que los mamíferos marsupiales de Sudamérica (Orden
Oposums, Familia Didelphidae Gray, 1821), son reservorios de T. cruzi y también
son considerados vectores del parásito debido a que presentan las formas
infectantes en sus glándulas anales. Como producto del largo contacto entre
parásitos y hospederos, los marsupiales infectados no desarrollan patologías
asociadas a la enfermedad de Chagas (Jansen & Deane 19851, Schofield 2000). A
fin de comprobar este postulado, Deane et al. (1984) inocularon con T. cruzi a
marsupiales de laboratorio (Didelphis marsupiales Linné, 1758), en los que
observaron que en las glándulas anales había grandes masas de epimastigotes y
tripomastigotes metacíclicos. Además, pudieron verificar que la sangre
periférica también presentaba las formas tripomastigotes. Consecuentemente, se
demostró que en él se desarrolla el ciclo completo de T. cruzi, postulándose
que en la antigüedad la glándula anal y la orina de este animal habrían
permitido la transmisión de T. cruzi entre los marsupiales silvestres (McKeever
et al. 1958, Jansen & Deane 19851, Schofield 2000). En ambientes
silvestres, estos y otros mamíferos se encuentran infectados y viven en estrecho
contacto con los triatominos, entre los cuales el ciclo de T. cruzi se mantiene
por la vía vectorial o cuando estos animales ingieren a los triatominos
infectados. Se ha propuesto también que cuando las heces de las vinchucas son
depositadas en el pelo del animal, este último puede ingerir los
tripomastigotes metacíclicos al asearse (Diotaiut et al. 1995). Estas dos
últimas situaciones, apuntan a una vía de trasmisión oral que posteriormente ha
sido verificada y reportada en casos de infección humana aguda (Briones et al.
1999, Schofield 2000).
El postulado sobre la vía de transmisión oral en
humanos surge a partir de los casos agudos reportados en la región amazónica de
Brasil, debidos al consumo accidental de formas infectantes de T. cruzi en jugo
de la fruta asaí (Euterpe oleracea Mart, 1824, Euterpe catinga Wallace, 1853) y
en jugo de caña de azúcar (Saccharum officinarum Linné, 1753), al sur de Brasil
(Shikanai-Yasuda et al. 1991, Pinto 2006). De la misma forma, algunos casos
agudos de la infección reportados en Caracas, Venezuela en 2004, 2007 y 2009,
fueron atribuidos a la trituración de vinchucas infectadas junto con alimentos
como la guayaba (Psidium guajava Kuntze, 1898) (Rodríguez-Morales 2008, Red de
sociedades científicas médicas de Venezuela 2009). Ahora bien, también habría evidencias de transmisión oral en el
registro arqueológico, mediante el análisis de coprolitos humanos debido a la
presencia de pelos y huesos sin cocción de roedores silvestres en las momias de
Río Grande, Texas, Estados Unidos (Reinhard et al. 2003). Además, se
diagnosticó en una momia (1150 A.P.), patologías asociadas a la enfermedad de
Chagas (megacolon), infección que posteriormente fue confirmada mediante
análisis moleculares (Dittmar et al. 20032). Según los autores es probable que
en la antigüedad la infección haya sido adquirida debido a la ingestión
accidental de alimentos contaminados con T. cruzi, tal como fue reportado por
Pinto (2006) y Rodríguez Morales (2008) para casos actuales y por Aufderheide
et al. (2005) en el registro arqueológico. Este último grupo de investigadores
reportó el hallazgo de restos de T. cruzi en coprolitos de momias de Perú y del
norte de Chile (ca. 9000 años de antigüedad). Esta propuesta de transmisión fue
probada experimentalmente en laboratorio al inocularse por vía oral las formas
infectantes del parásito en ratones, comprobándose así su viabilidad (Bastos et
al. 1996, Yoshida 2008). Sin embargo, el caso de la transmisión efectiva a
través de la ingestión de carne cruda contaminada ha sido muy discutido, debido
a las formas del parásito presentes en musculatura (amastigotes). No obstante,
la ingestión de sangre que contenga las formas infectantes (tripomastigotes),
pudo ser un modo de transmisión viable. Esta última situación aún podría
ocurrir puesto que existen rituales en los que se ingiere sangre de animales.
Evidentemente la transmisión efectiva dependerá de la cantidad de parásitos en
la sangre ingerida del mamífero. Si se considera que en la costa desértica del
norte de Chile hubo períodos de escasez de recursos, tales como maderas y
utensilios para cocer bien los alimentos, las poblaciones tempranas podrían
haber consumido crudos los distintos recursos alimentarios de la zona,
exponiéndose también a adquirir esta infección por la vía oral.
INSECTOS VECTORES Y LA
SITUACIÓN ACTUAL DE LA ENFERMEDAD DE CHAGAS EN CHILE.
Los insectos vectores de la enfermedad de Chagas pertenecen
al orden Hemíptera, subfamilia Triatominae. El orden de estos insectos está representado
por más de 80000 especies, ampliamente distribuidas en el mundo. Y la
subfamilia de ellos, está constituida en América, por 110 especies
potencialmente vectores de T. cruzi, de las cuales por lo menos la mitad se
encuentran naturalmente infectadas. El vector más importante de la enfermedad
de Chagas en Sudamérica es Triatoma infestans (Klug, 1834), el cual es un
insecto domiciliado y usualmente hallado entre las grietas de paredes y techos
de las viviendas (Carcavallo & Martínez 1985, Gaunt & Miles2000,
Noireau et al. 2005). El área endémica de transmisión vectorial domiciliar
comprendía hasta 1983 a 18 países americanos, no obstante, en el año 2006 el
área endémica disminuyó a 15 países gracias al programa de intervención y
control del vector domiciliado del Cono Sur. Este programa de control tuvo
excelentes resultados en América Latina, interrumpiéndose la transmisión
domiciliar en Uruguay en 1997, en Brasil en 2006 y en Chile en 1999 (WHO 1991,
Moncayo & Silveira 2009). Puesto que T. infestans no es el único vector en
el Cono Sur, los demás triatominos silvestres y naturalmente infectados,
fácilmente pueden colonizar el peridomicilio o domicilio en busca de alimento disponible,
contribuyendo así a la continuidad del problema en América (Bacigalupo et al.
2006).
Es así como, en Chile, luego del
exitoso programa de control vectorial reportado en 1999, fueron hallados
especímenes infectados de T. infestans en áreas silvestres, asociados a
roedores infectados de localidades rurales de la región de Valparaíso, y además
se reportó el aumento de casos por infección humana tanto en áreas rurales de
la mencionada región como en la Metropolitana (Bacigalupo et al. 2006, Galupo
et al. 2009). Además de T. infestans, existen otras dos especies de vinchucas
que son vectores de T. cruzi en Chile: Mepraia spinolai (Porter, 1934), cuya
distribución abarca particularmente las regiones de Arica y Parinacota,
Tarapacá, Antofagasta, Atacama, Coquimbo y Valparaíso (Apt et al. 2008, Cattan
et al. 2002) y Mepraia gajardoi (Frías et al., 1998) que se encuentra en
las playas y desierto costero de las regiones Arica y Parinacota y Tarapacá en
el norte de Chile. Estos dos últimos vectores son principalmente silvestres,
aunque también son encontrados en peridomicilio. Esta situación sumada al
contacto del vector con poblaciones humanas con alta prevalencia de T. cruzi,
aumenta el riesgo de mantenimiento y transmisión de la infección (Martínez et
al. 1983, Lent et al. 1994, Canals et al. 1998, 1999b, 2000, Sagua et al. 2000,
Carvajal et al. 2007).
Cabe considerar
que el índice de ingestión de sangre humana es mucho mayor en T. infestans que
en M. spinolai, el cual además ocupa más tiempo en picar y menor tiempo en
defecar y lo hace durante la ingestión de sangre o inmediatamente después. En
contraste M. spinolai defeca sobre el huésped en muy raras ocasiones.
Consecuentemente, la probabilidad de transmisión de T. cruzi a través de una
picada de M. spinolai es mucho menor y representa aproximadamente el 1 % de la
eficiencia de T. infestans, condición que explica su bajo impacto
epidemiológico (Canals et al. 1999a, 1999b, 2000). M. spinolai ha sido descrito
únicamente en Chile (Schenone et al. 1980), y se ha determinado que el promedio
de infección de T. cruzi varía de acuerdo con cada estadio ninfal y en los
insectos adultos (Ordenes et al. 1996, en Canals et al. 2000). Sin embargo,
análisis moleculares revelaron mayores promedios de infección en M. spinolai
que los reportados por Ordenes et al. 1996 para la zona Centro-Sur de Chile, y
los altos porcentajes de infección observados en las ninfas jóvenes revelan que
estas pueden ser tan importantes como los insectos adultos en la transmisión de
T. cruzi (Botto-Mahan et al. 2005, Carvajal et al. 2007). En la isla Pan de
Azúcar (Región de Atacama), M. spinolai fue recolectada en todos los instares
de su ciclo de vida entre los nidos de aves y rocas, cerca de lagartijas, lobos
marinos (Otaria flavescens Shaw, 1800) y nutria marina (Lontra felina Molina,
1782) (Lent & Wygodzinsky 1979, Sagua et al. 2000, Canals et al. 2001,
Botto-Mahan et al. 2005). Cabe considerar que estos insectos son encontrados en
áreas de deportes marinos y de paseos turísticos, por lo que a pesar de la baja
prevalencia es aún viable el riesgo de transmisión (Sagua et al. 2000). Al
considerar toda la información sobre la presencia de los vectores de T. cruzi
en el norte de Chile y el registro arqueológico sobre su poblamiento, se puede
señalar que los lugares donde hoy encontramos los distintos tipos de vectores
fueron lugares donde las poblaciones tempranas con las de la Cultura
Chinchorro, realizaban actividades como la caza, pesca y recolección de
diversos recursos para obtener sus alimentos, lo cual mantuvo a estas
poblaciones expuestas, disponibles y conviviendo con los vectores de la zona.
Arriaza (2003) y Standen et al. (2004) indican que las poblaciones de la
Cultura Chinchorro (6000-2000 a.C.) debieron estar expuestas a los vectores
cuando pernoctaban en sus pequeñas chozas (manufacturadas de palos, pieles y
esteras vegetales), en las laderas de los cerros, también es posible que,
durante el desarrollo de sus actividades de subsistencia, los individuos se
vieron expuestos a los triatominos, mientras realizaban el trabajo de
desconchado, manufactura de anzuelos y preparado de la totora y junquillo para
hacer esteras.
INFECCIÓN POR T. CRUZI
EN MAMÍFEROS SILVESTRES Y DOMÉSTICOS DE CHILE
Con respecto a este
particular, Rozas et al. (2005) determinaron mediante pruebas moleculares, que
el 51 % de los mamíferos silvestres de América se encuentran infectados con T.
cruzi, su estudio incluía a los marsupiales Thylamys elegans (Waterhouse, 1839)
y los roedores: Octodon degus (Molina, 1782), Phyllotis darwini (Waterhouse,
1837), y Abrothrix olivaceus (Waterhouse, 1837). El mencionado estudio incluyó
también animales domésticos, como las cabras (Capra hircus Linné, 1758), de las
cuales el 35.7 % fueron positivas para T. cruzi. En áreas endémicas de T. cruzi
en Chile, la prevalencia en O. degus es de 21.4 % (Jiménez & Lorca 1990),
61 % en otras especies de mamíferos nativos, 50 % en cabras del peridomicilio
(Rozas et al. 2005) y 32 % en Oryctolagus cuniculus (Linné, 1758) (Acuña Retamar
et al. 2009, Botto-Mahan et al. 2009). Estos resultados se obtuvieron mediante
el uso de técnicas moleculares (región de mini círculos de T. cruzi) aplicadas
en muestras de sangre de roedores silvestres (P. darwini, O. degus, Abrothrix
sp. y T. elegans) recolectadas durante dos períodos (1999-2000 y 2005-2006) en
Coquimbo, Chile. Se propuso que los altos niveles de infección reportados para
el periodo de 1999-2000, fueron resultado de la influencia del fenómeno
climático ENSO (El Niño-Southern Oscillation), ocurrido en 1997-1998, el cual
aparentemente afectó el ciclo silvestre de transmisión de T. cruzi en regiones
semiáridas. Se ha reportado que, durante eventos de El Niño, aumenta la
población de mamíferos y vectores y que además se amplía la distribución
geográfica de ambos. Por lo tanto, esto generaría mayor disponibilidad de
huéspedes potenciales para los vectores (Botto-Mahan et al. 2010).
En áreas rurales de Santiago, Galupo et al. (2009), también
realizaron estudios para conocer los reservorios silvestres infectados con T.
cruzi (O. degus, P. darwini, Rattus rattus Linné, 1758). La prevalencia de la
infección (17.6 %), entre las especies de roedores estudiadas indica que los
especímenes silvestres de T. infestans, permiten que se mantenga el ciclo de
infección con los animales silvestres de esta zona y en el peridomicilio. Entre
los estudios serológicos más antiguos desarrollados en los sectores rurales de
la región de Arica y Parinacota y Tarapacá, se identificó la infección en
animales domésticos en peridomicilio y domicilio, entre estos: cuatro de 203
perros analizados fueron positivos, 15 de 140 gatos, de los conejos incluidos
en el estudio solo uno de 182 y de las ovejas siete de 161 (Martínez et al.
1983). Posteriormente, otro estudio realizado en el altiplano chileno (regiones
de Arica y Parinacota y Tarapacá), muestran que, de los animales domésticos,
solo un perro de 10 fue positivo, de las cabras cuatro de 41 fueron positivas y
de las ovejas tres de 80 (Villarroel et al. 1991). Es importante señalar la
necesidad de utilizar técnicas complementarias para el diagnóstico, así como
también el hecho de ampliar el número de ejemplares muestreados para corroborar
los resultados obtenidos y verificar la presencia de falsos negativos. En
general, M. spinolai se alimenta de múltiples huéspedes durante el día
(Schenone et al. 1980, Schofield et al. 1982, Sagua 19833). De acuerdo con
esto, en el sector de Guanera Culave, región de Arica y Parinacota, los
roedores y mamíferos marinos (Carvajal et al. 2007), actuarían como reservorios
y tendrían un importante rol en el mantenimiento de la infección. Se reportó
también que durante las observaciones en Guanera Culave, M. spinolai prefirió
alimentarse principalmente de aves marinas (78 %), mamíferos marinos (14 %) y
lagartijas (7 %) (Sagua et al. 2000).
A
pesar de que los reptiles, anfibios y aves tienen un rol importante como
alimento de los vectores, son refractarios a la infección y aún no está claro
si esta situación es benéfica en su totalidad, puesto que a pesar de que reduce
la tasa global de infección en el vector, también ocurre que la población de
estos vectores puede aumentar debido a la disponibilidad de alimento. Por otra
parte, estas vinchucas también se encuentran próximas a otros mamíferos
reservorios o pueden llegar a otros sectores habitados por humanos, por
dispersión pasiva mediada por las aves (WHO 2002). Cabe señalar que el
mencionado patrón epidemiológico de T. cruzi en la actualidad revela que la
transmisión primitiva se restringió a los ambientes silvestres, donde los
insectos vectores se alimentaban de pequeños mamíferos en extensas áreas de
Sudamérica sin que el hombre interviniera en el ciclo natural, de tal forma de
que existía un equilibrio entre las especies como resultado de un largo período
de adaptación (Araújo et al. 2008). Este ciclo silvestre en los estudios
modernos de las regiones costeras del norte de Chile tiene lugar entre M.
spinolai, M. gajardoi, quienes viven entre las rocas de la costa, y los
mamíferos de la zona. Además, es importante destacar que los registros
arqueológicos muestran que las poblaciones ancestrales de las costas del norte
de Chile se alimentaban de lobos marinos y otros mamíferos (Arriaza &
Standen 2008). Tales poblaciones no tenían conocimiento del peligro de
manipular o consumir sangre contaminada, por lo cual no se descarta la
posibilidad de que la sangre de estos animales marinos haya sido ingerida.
Considerando que las formas parasitarias tripomastigotes estarían circulando en
la sangre del animal, estos podrían haber sido ingeridos e infectado a los individuos.
Además, es posible que las poblaciones costeras tempranas, pudieran infectarse
a través de la manipulación de carne y sangre de animales infectados en
contacto con lesiones en la piel, situación postulada para poblaciones actuales
(WHO 2002, Wolfe 2009). Debemos recordar que los miembros de la Cultura
Chinchorro manipulaban intensiva y extensivamente los cuerpos de sus muertos
durante el proceso de momificación artificial. Si el difunto estaba infectado
con T. cruzi, entonces los preparadores fúnebres corrían el riesgo de
infectarse.
EVIDENCIAS
BIOARQUEOLÓGICAS DE LA ENFERMEDAD DE CHAGAS
Las zonas desérticas
del norte de Chile con sus condiciones ambientales constantes han permitido
realizar estudios bioarqueológicos específicos en el material preservado. La
aridez de los suelos y la alta salinidad han contribuido no solo en la
preservación externa de restos humanos momificados, sino que también en la
conservación de los parásitos que afectaron a las antiguas poblaciones
(Rothhammer et al. 1985, Aufderheide et al. 2004, Pruvost et al. 2007). En el material bioarqueológico
humano del norte de Chile se han desarrollado diversos estudios
interdisciplinarios en los cuales se han aplicado distintas técnicas de
laboratorio para identificar evidencias sobre la enfermedad de Chagas. Se
identificó la presencia de megacolon y cardiomegalia, patologías asociadas a
esta enfermedad fueron identificadas en nueve de 22 momias prehispánicas (ca.
2420-1350 A.P.) de la Quebrada de Tarapacá (Rothhammer et al. 1985). A partir
de tal hallazgo, se han desarrollado una serie de estudios en restos humanos
precolombinos de Sudamérica, tratando de identificar la infección por T. cruzi.
Es así como, mediante inmunofluorescencia, Fornaciari et al. (1992) identifican
T. cruzi en una momia del período Inca, hallada en Cuzco, Perú. Posteriormente,
con el avance de la tecnología y las técnicas de diagnóstico aplicadas a
material antiguo, se consigue confirmar la presencia del parásito por PCR
(reacción en cadena de la polimerasa), siendo posible identificar la infección
parasitaria en siete de 27 muestras de corazón y en cuatro muestras de esófago
de momias Chinchorro (ca. 4000 A.P.) (Guhl et al. 1999).
Posteriormente, utilizando las mismas regiones genéticas (minicírculo
región constante 330 pares de bases) descritas por Guhl et al. (1999), Ferreira
et al. (2000) analizan material arqueológico (ca. 2000-550 A.P.) procedente de
San Pedro de Atacama y consiguen identificar la presencia de T. cruzi en cuatro
de seis momias. Más tarde, Aufderheide et al. (2004), analizan 283 cuerpos
momificados de 9000-450 A.P., procedentes de la costa y valles bajos del norte
de Chile y sur del Perú. En el 41 % de las muestras analizadas se consigue
determinar la infección por T. cruzi (a través de PCR e hibridación). Este es
uno de los trabajos más significativos que aporta a la discusión del origen y
demuestra una antigüedad de 9000 años de la infección por T. cruzi en las
poblaciones costeras del norte de Chile. Además, menciona que la infección
por T. cruzi tuvo lugar en diferentes momentos de la historia del hombre en
América y que esta posiblemente se propició a causa de los patrones de
ocupación y estilos de vida que permitieron la aproximación del vector hacia
los humanos. Por otra parte, el avance de las técnicas de laboratorio para
diagnóstico en material bioarqueológico, permitió que posteriormente se
identificara el subtipo de T. cruzi que infectó a poblaciones de cazadores y
recolectores de Brasil. Fernández et al. (2008) identifican la presencia del
parásito mediante análisis molecular de la región miniexon, identificándose el
subtipo TCI en una momia del Valle de Peruaçu en Minas Gerais, Brasil, que
además presentaba evidencias de megacolon (560 ± 40 A.P.). Lima et al. (2008),
también consiguen identificar el subtipo TCI en una momia de 7000-4500 A.P. de
la misma región. Todos los trabajos descritos demuestran que la infección por
este parásito tuvo lugar en diferentes regiones de Sudamérica y es mucho más
antigua de lo tradicionalmente postulado (Fernández et al. 2008, Lima et al.
2008). Por otra parte, los hallazgos paleoparasitológicos indican que el ciclo
biológico de la enfermedad, ya se encontraba hace miles de años establecido y
ampliamente disperso por el continente americano.
HIPÓTESIS SOBRE LA ANTIGÜEDAD
DE LA INFECCIÓN POR T. CRUZI
Existen varias hipótesis sobre el origen y antigüedad de la
tripanosomiasis americana. La más aceptada sugiere que la infección por este
parásito se habría originado durante la colonización europea, debido a la
construcción de viviendas que favoreció la dispersión de los vectores y su
posterior domiciliación. Otra hipótesis indica que la infección habría tenido
lugar durante la sedentarización de poblaciones ancestrales, durante la
domesticación de plantas y animales, por el almacenaje de semillas y otros alimentos
dentro o alrededor de las viviendas, lo cual habría propiciado la aproximación
del vector a las viviendas. Esto produce que el vector encuentre un nuevo
hábitat con gran disponibilidad de alimento, logrando domiciliarse más
rápidamente. Los últimos estudios en material bioarqueológico, confirman la
hipótesis de que esta infección ya existía mucho antes de la sedentarización y
colonización europea (Rothhammer et al. 1985, Reinhard et al. 2003, Aufderheide
et al. 2004). Los cuyes (Cavia sp. Pallas, 1766), pequeños roedores silvestres
identificados con la vida y costumbres indígenas de los Andes son importantes
por su uso en rituales mágicoreligiosos ancestrales y además fueron e inclusive
aún son parte de la dieta de estas poblaciones. Según los análisis genéticos,
fueron domesticados hace aproximadamente 8000 años en las actuales regiones de
Bolivia y Perú (Spotorno et al. 2004). Se ha sugerido que este animal, que hoy
es reservorio de T. cruzi, participó antiguamente en su ciclo parasitario, ya
que, en el momento de su domesticación, pudo atraer a las vinchucas silvestres,
naturalmente infectadas, hacia los asentamientos humanos. La domesticación de
los cuyes (Cavia sp.) en el norte de Chile se remonta, según los registros
arqueológicos al período Arcaico de Tiliviche (ca. 6710-3780 A.P.), momento en
el que los cuyes eran comunes en las comunidades agrocerámicas de la quebrada
de Tiliviche. Su domesticación e introducción como alimento, modificó la dieta
exclusivamente costeña y es posible también que haya sido consumido durante
períodos de crisis de recursos, recurrentes tanto en el litoral como en los
oasis interiores (Núñez 1986). Aparte de los roedores silvestres y los
domesticados, de los que se alimentan los vectores, en la costa del Pacífico del
norte de Chile se registran las primeras evidencias de ocupación temprana con
asentamientos humanos y viviendas, específicamente en la pampa de Acha, a unos
6 km de la costa de Arica (Muñoz & Chacama 1993). En el mencionado lugar
fueron halladas una veintena de chozas que evidencian la economía mixta de la
población con productos tanto del valle como de la costa. El almacenaje de
plantas y recursos marinos durante los diferentes estadios y períodos culturales
habría atraído a los animales silvestres y por ende a los vectores infectados,
generando un lugar propicio para la propagación de T. cruzi y la consecuente
infección de la población (Aufderheide et al. 2004).
ZOOARQUEOLOGÍA,
EVIDENCIA DE POSIBLES RESERVORIOS EN EL NORTE DE CHILE.
En el norte de Chile,
las evidencias sobre asentamientos humanos y fauna incluyen varias especies de
mamíferos de las familias Camelidae, Cervidae y Canidae (Jackson et al. 2004).
A pesar de que los hallazgos más antiguos se remontan a finales del Pleistoceno
y se refieren en muchos casos a fauna extinta, hallazgos de los grandes grupos
de algunos de los animales citados se repiten en períodos más tardíos. Por
ejemplo, en el Arcaico Temprano y en períodos posteriores es común hallar
restos óseos de camélidos, cánidos, vizcachas y roedores menores que en muchos
casos no han sido identificados taxonómicamente (Vilches & Saavedra 19944).
Núñez & Hall (1982), encontraron durante los análisis de coprolitos de
Tiliviche (aproximadamente 6800 A.P.) en el norte de Chile, restos óseos de camélidos
y pelos de Lama guanicoe Müller, 1776. Posteriormente, Cases et al. (2008)
reportan la identificación del roedor Phyllotis sp. (Spotorno & Walker,
1979) en el desierto de Atacama. Estos ejemplos citados, muestran la presencia
de roedores durante la prehistoria regional, sin embargo, son pocos los
trabajos que reportan hallazgos de animales del área y mucho menos los
especializados en zooarqueología, por lo que para delinear un perfil sobre
especies de roedores presentes en la zona y su participación como reservorios
de la infección en los paleoambientes silvestres del norte de Chile, deben
incluirse en posteriores estudios paleoparasitológicos, restos zooarqueológicos
de estas zonas altamente endémicas de la enfermedad de Chagas.
CONSIDERACIONES FINALES
Los hallazgos de infección por T. cruzi mediante técnicas
serológicas y moleculares realizadas en momias de hace siete mil años en Brasil
y de hasta nueve mil años de antigüedad en el norte de Chile, no solo revelaron
que la infección por este parásito antecede a la colonización europea, sino que
ya estaba dispersa por todo el continente americano. Sin embargo, para el caso
del norte de Chile, la presencia de la infección y de la enfermedad de Chagas
en humanos tuvo una gran relevancia, como se ha reportado en los diversos casos
de patologías asociadas a fases crónicas de la enfermedad (Rothhammer et al.
1985), además de la identificación más reciente de la presencia de T. cruzi, en
diferentes tejidos momificados, procedentes también del norte de Chile (Aufderheide
et al. 2004). La acumulación de los estudios paleoparasitológicos amerita un
análisis crítico con relación a la antigüedad de la enfermedad de Chagas en el
norte de Chile y las consecuencias en la salud de las poblaciones asentadas en
ambientes costeros y de valles. Los vectores infectados presentes en esta
región geográfica, los animales que participaron en el ciclo silvestre
(mamíferos marinos, aves y roedores de la zona), la proximidad del hombre a
estos ciclos silvestres y los diversos modos de vida, incluyendo la
predilección por ocupar de ciertos espacios productivos o de recolección para
la subsistencia, debieron propiciar la adquisición, transmisión y permanencia
de esta parasitosis. Todos los factores citados deben ser estudiados de forma que
contribuyan en la reconstrucción de la historia de la enfermedad y la evolución
de la misma. Por otra parte, consideramos de gran importancia la inclusión de
estudios que aporten información zooarqueológica ya que esto permitiría
identificar la fauna que pudo estar asociada a la infección por T. cruzi.
Hasta hoy los datos apuntan a la aparición y desaparición
cíclica de la enfermedad de Chagas (Araújo et al. 2009), sin embargo, futuros
estudios paleoparasitológicos en restos humanos y de animales en distintas
regiones de América permitirán delinear el perfil epidemiológico de esta
enfermedad en la América precolombina.
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REFERENCIA DIRECTA
Enfermedad de Chagas en
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