“Tienes que morir Snake” la voz resuena amenazante en aquel
espacio y de inmediato apartamos la cara o buscamos escondernos por el temor. Los
contendores sacan sus armas al unísono, resuenan los disparos y uno de ellos
cae aparatosamente al suelo, no hay sangre (extraño, nunca hubo sangre),
ninguno de los pistoleros se ensucia o se despeina, incluso galopando. Las
damiselas (débiles y gráciles) siempre son salvadas por apuestos héroes. Los
malos de la película casi siempre son los indios y en nuestros juegos, todos
querían ser soldados. Aún recuerdo que los malos eran malos y los buenos, eran
buenos. En los momentos de drama los adultos lloraban, era cosa de ver las
caras más cercanas, como cambiaban sus facciones de acuerdo transcurrían las
escenas.
Es evidente que este escrito va dirigido a los que ya
contamos con cierta edad (hemos pasado cierto lustro) y recordamos con nostalgia
las jornadas domingueras, esas en donde la promesa de los mayores era llevarnos
al cine, al palacio de los sueños. Mi padre me contaba que, en su tiempo, el
peor castigo recibido por las travesuras semanales, por no rendir en la escuela
o simplemente por no cumplir con los deberes encomendados era el perderse la matinée
del sábado, mañana en donde se proyectaban exclusivamente seriales, casi
siempre western o películas de Tarzán (mis favoritas). Aún asoman en mi memoria
aquellas estrechas butacas, los penetrantes aromas y olores de aquellos espacios
cerrados, el típico coro “Cojo mañoso” cuando se cortaba la película o aquellos
vistosos carteles que nos deleitaban y nos hacían viajar con nuestra imaginación.
En la actualidad solo nos queda la nostalgia de aquellos tiempos y muy pocas
imágenes de las tantas salas de cine que poseía nuestra ciudad. El Alhambra, Pabellón,
Astor, Imperio, Latorre, Rex y Gran Vía, Colón, siendo el cine Nacional el último
en cerrar sus puertas el 28 de enero del año 2003.
Cine Nacional (Teatro Nacional de Antofagasta)
El Cine Imperio, ubicado en calle Sucre entre Condell y
Latorre, Cine Rex de calle Copiapó, Gran Vía en Avenida Angamos, Cine Latorre,
localizado en calle Latorre, Cine Nacional de calle Sucre entre Matta y Ossa,
Cine Colón, ubicado en calle San Martín, entre Bolívar y Sucre, entre otros. Estos
edificios fueron los grandes palacios de reunión, con alfombra pulcramente
mantenida, en donde la gente accedía con traje de gala y la claque (considerada
la gallada) iba (obligatoriamente) a la galería. En la entrada (hermosamente
adornadas con fotografías y afiches) siempre nos recibían los llamados taquilleros,
muy pulcramente vestidos y nos acompañaban los clásicos acomodadores (si había
dinero de por medio) nos ubicaban en los mejores sitios. En los cortes (cambio
de cinta) resonaban los chiflidos y gritería como protesta y especialmente cuando
se cortaba la película en la mejor escena.
¿Qué nos quedó de aquél ayer?
Solo recuerdos. El recordar alguno que otro arranque de
juventud, de pololéos furtivos en la platea, de las travesuras de la niñez o
por qué no decirlo, de aquellos amores que despiertan las protagonistas, los
amores platónicos. El cine nos permitió conocer el mundo en una enorme pantalla,
sin palabras o diálogos (en un inicio) en blanco y negro (al poco andar) hasta
llegar al color. Conocimos otros pueblos, costumbres y tradiciones con los
cortos de “Noticias al Instante”, el cine nos permitió soñar y hacer realidad
estos sueños (los actuales avances), también tuve la maravillosa posibilidad de
que mis hijos conociesen esta parte de la historia del cine, la del enorme telón
de fondo, viendo sobrecogidos una película de Disney cuando aún eran muy pequeños.
Pocahontas era la película, una película que siempre recuerdan y recordarán con
emoción ya que, para ellos, para mí y para la gran mayoría que vivimos esta parte
del ayer, el cine seguirá siendo una experiencia única.
Cinema Paradiso
Esta película es el mejor homenaje que el cine se ha hecho a
sí mismo
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