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jueves, 13 de junio de 2019

EN RECUERDO A LOS OFICIOS DEL AYER


El perdido oficio de las Lloronas

En recuerdo y en honor al Capitán Rulito, Maquinista de la 606 Santa Fe

     Escuchando esos versos de Andrés Rivanera “En los devanes del tiempo” musicalizados allá por los años ´60 e interpretados por el gran Jorge Yáñez y Los Moros. Se vienen a mí memoria tantos personajes de oficios varios que nos resultaban habituales el verlos en las calles del Chile de antaño y porqué no decirlo, de nuestra Antofagasta.

El Abrómico de Antofagasta, El Aguatero de Tocopilla, El Afilador de Cuchillos. 

     Tal vez, de todos aquellos personajes que se cruzaron por nuestro camino, nunca supimos sus nombres, pero no nos eran seres invisibles - como se podría pensar en la actualidad - fueron parte de nuestras vidas, parte de las costumbres populares como pintorescos personajes, personajes que ya se han perdido para siempre, aunque de cuando en vez asoman por las calles antofagastinas provocando la emoción de los más viejos. Ellos son parte, definitivamente, de un ayer sin regreso.

     Son muy vagos los recuerdos que conservo de un funeral en especial – cuando yo era muy pequeño aún – el funeral tuvo suceso por la zona centro del país. Un funeral que contó con la numerosa presencia de la parentela y amistades, en donde la comida era muy abundante, recuerdo bien que se escuchaban cantos, risas y música ya que estaban Las Cantoras, señoras que con guitarras y colombinas más una extraña voz gangosa, entonaban tonadas y lamentos , también recuerdo que al lado del cajón, donde dormía el finado, se encontraban unas señoras que debieron querer mucho al caballero, por la forma en que lloraban, luego me enteré – con el tiempo -  que eran Las Lloronas, señoras que eran contratadas con el único fin de llorar al difunto y mientras más alharaca, mejor paga y prestigio. En un rincón y bajo el cuidado de las abuelas, nos encontrábamos con el sector de mistelas. El lugar donde todos llegaban a pedir el Gloria´o, Enguindado, anisado o simplemente las onces (aguardiente) estos brebajes y mistelas eran el secreto de las abuelas y su preparación se fue perdiendo en el tiempo. Las cantoras y lloronas también eran habituales en los funerales de los angelitos, una tragedia muy común en este norte cuando arreciaban las pestes.

     Llegado un determinado momento se corría la voz como en susurro o con un simple grito que avisaba que en la puerta estaba la Carroza Fúnebre, vehículo tirado por caballos y conducido por un señor que siempre venía elegantemente vestido, hasta con el sombrero de copa, había llegado el momento de parar la fiesta y la comida, había que acompañar al difunto en su último recorrido. Todos los caballeros de riguroso negro y las señoras de negro o café, este último color era el preferido de las viudas con manda a una virgen de la cual no recuerdo su nombre. Detrás del féretro y acompañando el cortejo, seguían en procesión las lloronas. 

Las Lloronas

     De vuelta a casa los adultos aprovechaban el tiempo de pasar las penas y nos llevaban a la plaza, un lugar que resultaba mágico para los que vivimos esos años ya que podíamos correr cerca de la fuente de agua, tomarnos fotos, con el Fotógrafo del Cajón, sentados en el León de la Plaza, pedir algodón de dulces o el maní tostado en el Bote Manicero, también podíamos escuchar al Organillero quién siempre tenía un loro o un mono que sacaba la suerte desde un sombrero, previo pago de una moneda. Quién no disfrutó del Loro bailarín o algo así (baile).

El Buque Manicero

     Al terminar la tarde y con el cansancio al máximo, era el momento de volver a casa, en el pausado retorno y con lento caminar, aún nos quedaba espacio en el estómago para el Pan de Huevo o el Moteméi (lo uno o lo otro) en esos tiempos no era apuntar a todo, siempre se tenía que pensar muy bien, que es lo que se quería, puesto que si fallábamos o nos arrepentíamos, había que esperar hasta el otro mes o hasta el otro funeral.

Moteméi

     Ya en casa todo era muy estricto (en los deberes) y con horarios totalmente establecidos, incluso para los vendedores callejeros que eran habituales y tradicionales. El Lechero siempre pasaba entre 08:00 y 08:30 hrs. Nunca entendí por qué siempre se miraba el color de pelos y de ojos de los niños comparándolo con este vendedor ¿qué extraño no? La Vendedora de Luche más que una voz, era un alarido que resonaba en toda la cuadra y siempre pasaba un par de días a la semana. Había otros maestros (Léase Maestros) que se llamaban de acuerdo a la necesidad, todos ellos con su oficio de décadas e inclusive con aprendices. El Reparador de Bateas, El carretonero aquel que estaba para el traslado de enseres y maletas, El Reparador de Colchones, El Reparador de Ollas, El Afilador de cuchillos. Eran los tiempos (no muy lejanos) en donde los pocos bienes se reparaban y he ahí la desgracia de aquellos oficios en nuestros días del compra y tira.

Los Carreteros y los Carretoneros

     Con el tiempo nos vamos dando cuenta que la palabra modernidad no es cosa de este siglo y eso se comprueba al mirar la historia y ver que existieron muchos otros oficios y artes, cuyos ejecutantes se perdieron en la vorágine del pasado.

El Escritor de Cartas
El Sereno y el Aguatero
El Cargador de Abrómicos
El Vendedor Callejero de Cigarros
El Vendedor de Leña y Carbón
El Deshollinador
El Sastre y la Modista

Vendedor de Cigarros
Vendedor de Aves (Pajarero)

     Hoy, precisamente hoy, los escribanos – como yo – también estamos pasando al olvido ¿el motivo? Ya son pocos los que leen y muchos prefieren cosas breves y la diversión inmediata (la inmediatez) tal vez, en unos pocos años, este gran arte de escribir (divagar) también se perderá.

     Todos los oficios de antaño no han sido abandonados por falta de interés de sus ejecutantes, todo va en constante innovación, he ahí la necesidad de avanzar con la modernidad o morir.

Calesa o Victoria en la entrada del Cementerio General


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