En recuerdo y en honor al Capitán Rulito, Maquinista de la 606 Santa Fe
Escuchando esos
versos de Andrés Rivanera “En los devanes del tiempo” musicalizados allá por
los años ´60 e interpretados por el gran Jorge Yáñez y Los Moros. Se vienen a mí
memoria tantos personajes de oficios varios que nos resultaban habituales el
verlos en las calles del Chile de antaño y porqué no decirlo, de nuestra Antofagasta.
El Abrómico de Antofagasta, El Aguatero de Tocopilla, El Afilador de Cuchillos.
Tal vez, de todos
aquellos personajes que se cruzaron por nuestro camino, nunca supimos sus nombres,
pero no nos eran seres invisibles - como se podría pensar en la actualidad - fueron
parte de nuestras vidas, parte de las costumbres populares como pintorescos personajes,
personajes que ya se han perdido para siempre, aunque de cuando en vez asoman
por las calles antofagastinas provocando la emoción de los más viejos. Ellos son
parte, definitivamente, de un ayer sin regreso.
Son muy vagos los
recuerdos que conservo de un funeral en especial – cuando yo era muy pequeño aún
– el funeral tuvo suceso por la zona centro del país. Un funeral que contó con la
numerosa presencia de la parentela y amistades, en donde la comida era muy abundante,
recuerdo bien que se escuchaban cantos, risas y música ya que estaban Las Cantoras, señoras que con guitarras
y colombinas más una extraña voz gangosa, entonaban tonadas y lamentos , también
recuerdo que al lado del cajón, donde dormía el finado, se encontraban unas
señoras que debieron querer mucho al caballero, por la forma en que lloraban,
luego me enteré – con el tiempo - que
eran Las Lloronas, señoras que eran
contratadas con el único fin de llorar al difunto y mientras más alharaca,
mejor paga y prestigio. En un rincón y bajo el cuidado de las abuelas, nos
encontrábamos con el sector de mistelas. El lugar donde todos llegaban a pedir
el Gloria´o, Enguindado, anisado o
simplemente las onces (aguardiente) estos brebajes y mistelas eran el
secreto de las abuelas y su preparación se fue perdiendo en el tiempo. Las cantoras y lloronas también eran
habituales en los funerales de los angelitos, una tragedia muy común en este
norte cuando arreciaban las pestes.
Llegado un determinado momento
se corría la voz como en susurro o con un simple grito que avisaba que en la puerta estaba la Carroza Fúnebre, vehículo
tirado por caballos y conducido por un señor que siempre venía elegantemente vestido,
hasta con el sombrero de copa, había llegado el momento de parar la fiesta y la
comida, había que acompañar al difunto en su último recorrido. Todos los
caballeros de riguroso negro y las señoras de negro o café, este último color
era el preferido de las viudas con manda a una virgen de la cual no recuerdo su
nombre. Detrás del féretro y acompañando el cortejo, seguían en procesión las lloronas.
Las Lloronas
De vuelta a casa
los adultos aprovechaban el tiempo de pasar las penas y nos llevaban a la
plaza, un lugar que resultaba mágico para los que vivimos esos años ya que podíamos
correr cerca de la fuente de agua, tomarnos fotos, con el Fotógrafo del Cajón, sentados en el León de la Plaza, pedir algodón
de dulces o el maní tostado en el Bote Manicero,
también podíamos escuchar al
Organillero quién siempre tenía un loro o un mono que sacaba la suerte desde
un sombrero, previo pago de una moneda. Quién no disfrutó del Loro bailarín o
algo así (baile).
El Buque Manicero
Al terminar la
tarde y con el cansancio al máximo, era el momento de volver a casa, en el
pausado retorno y con lento caminar, aún nos quedaba espacio en el estómago
para el Pan de Huevo o el Moteméi (lo uno o lo otro) en esos
tiempos no era apuntar a todo, siempre se tenía que pensar muy bien, que es lo
que se quería, puesto que si fallábamos o nos arrepentíamos, había que esperar
hasta el otro mes o hasta el otro funeral.
Moteméi
Ya en casa todo
era muy estricto (en los deberes) y con horarios totalmente establecidos, incluso
para los vendedores callejeros que eran habituales y tradicionales. El Lechero siempre
pasaba entre 08:00 y 08:30 hrs. Nunca entendí por qué siempre se miraba el
color de pelos y de ojos de los niños comparándolo con este vendedor ¿qué
extraño no? La Vendedora de Luche más
que una voz, era un alarido que resonaba en toda la cuadra y siempre pasaba un
par de días a la semana. Había otros maestros (Léase Maestros) que se llamaban
de acuerdo a la necesidad, todos ellos con su oficio de décadas e inclusive con
aprendices. El Reparador de Bateas, El
carretonero aquel que estaba para el traslado de enseres y maletas, El Reparador de Colchones, El Reparador de
Ollas, El Afilador de cuchillos. Eran los tiempos (no muy lejanos) en donde
los pocos bienes se reparaban y he ahí la desgracia de aquellos oficios en
nuestros días del compra y tira.
Los Carreteros y los Carretoneros
Con el tiempo nos
vamos dando cuenta que la palabra modernidad no es cosa de este siglo y eso se
comprueba al mirar la historia y ver que existieron muchos otros oficios y artes,
cuyos ejecutantes se perdieron en la vorágine del pasado.
El Escritor de Cartas
El Sereno y el Aguatero
El Cargador de Abrómicos
El Vendedor Callejero de
Cigarros
El Vendedor de Leña y
Carbón
El Deshollinador
El Sastre y la Modista
Vendedor de Cigarros
Vendedor de Aves (Pajarero)
Hoy, precisamente hoy,
los escribanos – como yo – también estamos pasando al olvido ¿el motivo? Ya son
pocos los que leen y muchos prefieren cosas breves y la diversión inmediata (la
inmediatez) tal vez, en unos pocos años, este gran arte de escribir (divagar) también
se perderá.
Todos los oficios de
antaño no han sido abandonados por falta de interés de sus ejecutantes, todo va
en constante innovación, he ahí la necesidad de avanzar con la modernidad o
morir.
Calesa o Victoria en la entrada del Cementerio General
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