Ese olor o, mejor dicho, ese aroma que agrada a muchos. Es el aroma
a pasto recién cortado, muy especialmente para aquellos y/o aquellas que
provienen del sur del país en donde el pasto es común a: plazas, jardines y
casas. Pues bien, ese olor se llama GLV por sus siglas en inglés (Green Leaf
Volatiles), aunque algunos lo traducen como “volátiles de hojas verdes”. Los expertos
creen que es una señal de alarma de las plantas al ser atacadas, las cuales
liberan un olor compuesto de hidrocarburos oxigenados cuando sus hojas son
arrancadas de tajo. Entonces, lo que nos resulta grato al olfato son las defensas
químicas de las plantas y esta es una manera – sutil - de pedir auxilio.
En resumen, el olor fresco de un césped recién segado significa
que la hierba está tratando de salvarse de la lesión que se le acaba de infringir.
Cuando se ven amenazadas las plantas liberan compuestos
químicos que se esparcen en el aire. Se ha podido confirmar mediante un estudio
que las plantas pueden usar estos compuestos para comunicarse, avisando a otros
entes cercanos sobre el peligro que están experimentando. Científicos (por
supuesto alemanes) se percataron de que las plantas dañadas liberan compuestos
orgánicos llamados GLV que ayudan a generar nuevas células para curar heridas,
prevenir infecciones bacterianas y emitir compuestos químicos para evitar más
daños. Sin embargo, existe un lado aún más oscuro sobre este olor.
Algunos compuestos GLV son señales de socorro, sugiriendo que
las plantas tienen una forma de lenguaje basada en la liberación de estos
compuestos químicos. Estas plantas tienen la capacidad de modular las señales
que envían para avisar – inclusive - del tipo de ataque que está sufriendo. Se ha
descubierto que existe un efecto, llamado bunkering, que puede comenzar a los pocos
minutos del ataque a la primera planta. En otras palabras, para cuando se corte
el césped de un extremo al otro, el pasto del otro lado podría oler su llegada
y estar listo para resistir.
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