En la ciudad de Antofagasta son restringidos los espacios
propicios para la proliferación de biodiversidad, cuya principal causa se debe
al encapsulamiento provocado por la explosiva e irreversible expansión del
paisaje urbano. Es evidente, y preocupante a la vez, la afectación que sufren
aquellos reductos en que, cada vez con mayor esfuerzo, se desarrollan y
subsisten especies vegetales y animales sin la nefasta intervención humana y su
devastador modo de vida industrializado y productivo. Modo de vida que se ha
transformado en una constante que acontece inmutable ante la indiferente mirada
de la comunidad y que ha venido a transformarse, lamentablemente, en algo
“natural” en la conducta cotidiana de gran parte de los antofagastinos.
De pie Nestor Rojas Arias
No obstante, este proceder depredador e inconsciente de los
seres humanos en contra de la naturaleza no ha acontecido desde siempre. Por el
contrario, ejemplo de ello es el admirable equilibrio logrado por los primeros
habitantes de este territorio. Quienes lograron un estrecho vínculo con la
naturaleza, consistente en el moderado usufructo de recursos, dirigido
esencialmente a satisfacer sus necesidades básicas sin recurrir al acopio
excedentario de recursos. Dicho aprovechamiento estuvo destinado a pescar,
cazar y recolectar solamente lo necesario para su sustento, resultando en una
exitosa forma de subsistencia que se mantuvo por varios miles de años. Uno de
estos últimos reductos, a que hacemos mención, es el sector de La Chimba,
esplendoroso oasis de niebla que ha sido testigo del paso de innumerables
procesos naturales y antrópicos por sus inmemoriales quebradas, explanadas y
faldeos cordilleranos. Llegando a transformase en un momento clave de nuestra
historia en el hogar de las primeras poblaciones que se asentarían en la “Perla
del Norte”.
Desde el oasis de niebla a los pescadores de la Quebrada las
Conchas
Entre las numerosas quebradas existentes en La Chimba
adquiere real relevancia, por sus vestigios culturales de larga data, la
Quebrada las Conchas. Majestuoso paso abrupto que atraviesa la cordillera
costera y se aleja por casi dos kilómetros hacia el norte de la Quebrada La
Chimba (Rojas 2016). En su ladera sur, esta quebrada, ofreció albergue a las primeras
poblaciones de personas que se asentaron en el territorio hace diez mil años
(Llagostera 1977, et al. 1998, et al. 1999; Rojas 2015, 2016) (Figura 4).
Teniendo como escenario un medioambiente que se distanciaba bastante del
apreciable en estos días. Diversos estudios paleoclimáticos y paleoambientales
para el período en cuestión, realizados en esta misma quebrada, advierten un
clima semejante al existente actualmente en las regiones de Atacama y Coquimbo
(Vargas 1996; Vargas y Ortlieb 1998:385, Vargas et al. 2000).
Arqueológicamente, el período que más adquiere relevancia y
que mejor se ha estudiado en sus terrenos es el de pesca, caza y recolección.
La mayor concentración de evidencia cultural corresponde al sitio arqueológico
La Chimba 13 que se emplaza a 270 msnm y a tres km de la línea de costa
(Carevic 1978; Llagostera 1977, et al. 1998, et al. 1999) (Figura 1). Su
historia se desarrolló aproximadamente entre el 10.500 y el 7.000 AP
(Llagostera et al. 1998, et al. 1999, et al. 2000) y estuvo protagonizada por
bandas pertenecientes al Complejo Huentelauquén (III y IV regiones). Dicha
antigüedad permite asignar a este sitio al período conocido en arqueología como
Arcaico Temprano (Núñez 1983). Originalmente, la ocupación fue bautizada como
La Chimba 11, cambiando posteriormente al sitio “Quebrada las Conchas” (Llagostera 1977) para ser rebautizada
finalmente con el nombre de La Chimba 13 (Llagostera et al. 1999:164).
Entre sus principales características, y que lo hacen tan
relevante en la secuencia prehistórica del Norte Grande, fueron, en primer
lugar, la manera en que obtenían sus recursos de subsistencia. Esto
considerando lo poco frecuente de encontrar sitios arqueológicos, de este tipo
y en tan particulares ubicaciones, que concentren importantes cantidades de
restos orgánicos. Restos que su mayoría provienen de especies malacológicas e
ictiológicas (Carevic 1978; Llagostera 1977, et al. 1998, et al. 1999) y que
han permitido vislumbrar el porcentaje proteico aportado por el mar a la dieta
prehistórica. Por otro lado, aunque en menor cantidad, la evidencia de
actividades de caza y captura de especies terrestres involucra camélidos como
el guanaco (Lama guanicoe), algunos tipos de pinnípedos, cánidos, roedores y
aves marinas (Becker 1998; Llagostera et al. 2000). Animales que seguramente
fueron destazados y consumidos en lugares próximos. Otro caso de convivencia en
equilibrio con la naturaleza, es el aprovechamiento de los restos de sus presas
a modo de materias primas en la confección de instrumentos de hueso y trabajo
en pieles (Llagostera 1977, et al. 1998, et al. 2000).
Algunas ideas sugieren
que este campamento prehistórico estaría inserto en un circuito mucho mayor. Su
contigua ubicación a las cotas de caza al interior de la Cordillera de la Costa
hacia el este, y a sus campamentos habitacionales en el borde costero al oeste,
estarían sugiriéndolo como un punto de encuentro intermedio entre mar y
cordillera (Llagostera et al. 1998, et al. 1999; Rojas 2016:28).
Expresiones plásticas y funcionales en piedra y hueso
El bagaje tecnológico empleado para la obtención de recursos
estaría compuesto por objetos elaborados principalmente en piedra y hueso,
instrumentos característicos por su simpleza, pero con una alta efectividad a
la hora de su uso. Artefactos que aún en la actualidad se continúan empleando e
incluso han servido de modelo (cuchillos, anzuelos, arpones, redes, etc.) para
la fabricación de instrumental moderno.
Los trabajos en hueso se conforman de
varios tipos de palillos aguzados y chuzos mariscadores, muy prácticos ante la
necesidad de desprender y/o desconchar moluscos (Carevic 1978:221). Entre los
artefactos de piedra se hallan puntas líticas triangulares cortas con pedúnculo
ojival y ocasionalmente con aletillas laterales, elaboradas en piedras
silicificadas y en menor cantidad basálticas, muy similares a las puntas
menores de Huentelauquén (Llagostera 1977:99, 1978:68). Otros empleos asignados
a las rocas fueron de molienda y trituración, privilegiando bloques de andesita
y arenisca, con una concavidad para ser usados posiblemente como morteros. Los
cantos rodados (guijarros), en cambio, luego de ser sometidos a trabajos de
percusión, se habrían ocupado como instrumental de corte y raspaje (cuchillos y
raederas), otros de ellos se habrían empleado como choppers o percutores para
la talla de piedra y como manos de moler (Llagostera 1977:95, 1978:68).
La esfera simbólica y ceremonial de los grupos “arcaicos”
Es bastante recurrente la idea de primitivismo que estas
antiguas sociedades, que para algunas personas, representan en la historia de
la humanidad. Sin ir mas lejos, la denominación empleada para definir al propio
período “arcaico”, en que se insertan, sugiere cierta obsolescencia en su
desarrollo cultural. Y aunque esta clasificación procura adscribir a un estadio
temporal determinado a aquellos grupos humanos que no han alcanzado un nivel de
desarrollo equivalente a sociedades de mayor complejidad social y económica.
Para otros, este epíteto apoya la idea de carencia evolutiva de los individuos
que integran dichos grupos, y por ello resulta lícito catalogarlos, en una
connotación negativa, como individuos irreflexivos, toscos y dependientes de
sus instintos. De esta forma, la simpleza en la confección de sus artefactos,
la ausencia de estructuras, de organizaciones jerárquicas, entre otros,
conducen a pensar, equivocadamente, que esto se corresponde con su desarrollo
cultural, cognitivo e ideológico.
Prueba de este error de apreciación, lo ejemplificarían las
actividades realizadas en la meseta de La Chimba 13 con el desarrollo de
posibles ceremonias votivas celebradas con el soterramiento de objetos de
carácter simbólico-ritual (Llagostera et al. 1998:470). Estos últimos se
refieren a peculiares piezas hechas de piedra, denominadas litos geométricos,
llamadas así por sus minuciosas formas poligonales (ver Figura 3), que fueron
enterradas durante la segunda ocupación del sitio (9.460 AP) (Llagostera 1977,
et al. 1996; et al. 1998, et al. 1999 et al. 2000). Sus principales diseños consistieron
en estrellas de varias aristas, círculos, hexágonos, cuadrados, entre otros. No
obstante, existen otras formas representativas de posibles instrumentos de uso
cotidiano, entre los que se mencionan puntas de proyectil con y sin pedúnculo,
pesas, limas y otros (Llagostera et al 1998:469; Rojas 2015, 2016). La
principal sustancia en su elaboración estuvo conformada mayormente de arenisca,
y en menores cantidades de piedras duras como la andesita, basalto, sílice y
granito, encontrándose además algunos ejemplares en huesos de cetáceos
(Llagostera 1978:70).
La existencia de los litos geométricos, sumado a algunas
propiedades de su industria lítica y a las características propias de su forma
de vida estarían vinculando a este sitio con el Complejo Huentelauquén
(Iribarren 1961; Llagostera 1977, 1978, et al. 1998; Weisner 1969).
Indiscutiblemente, los litos geométricos, no habrían sido
diseñados con una intención instrumental (utensilios y/o herramientas), sino
que estarían representando simbólicamente aspectos tanto de la naturaleza como
de artefactos de uso diario (Rojas 2016). Esta idea se sustenta en el tipo de
material empleado para su manufactura (arenisca), que resulta de muy fácil
degradación al ser sometida a cualquier tipo de presión. Esto significa, sumado
a sus tamaños y terminaciones del tipo “roma”, que estos objetos serían
inservibles en prácticas que involucren manipulación constante y/o fuerza
(Rojas 2016:38). Por esta razón, se piensa que los litos representan elementos
simbólicos dentro de un escenario ritual en la realización de ceremonias,
siendo fundamentales en actos propiciatorios celebrados para la obtención de
buenas temporadas de caza (Carevic 1978; Llagostera 1977, 1982, 1989, et al
1998:470, et al. 1999; Rojas 2016).
Este planteamiento de ceremonialidad se refuerza con el
enterratorio de un individuo de unos 30-40 años, depositado con su cuerpo en
posición hiperflexionada de cúbito ventral, con su cara contra el suelo y en
orientación este-oeste (Costa-Junqueira 2001). En él, fue posible evidenciar
patologías diagnósticas de una vida dedicada a actividades en el mar
(Costa-Junqueira y Quevedo 1997:514). Junto al cuerpo se encontraron ofrendas
compuestas de 15 conchas de Concholepas, una piedra de 20 cm de alto y
fragmentos de pigmento rojo junto al cráneo. Todo cubierto con una capa de
conchas y pescados, además de diversos objetos de arenisca (Costa-Junqueira
2001).
Comentarios finales
La frase “todo tiempo pasado fue mejor” parece, en este caso,
cobrar más fuerza que nunca, por lo menos en el caso de la naturaleza.
Ciertamente, no es posible abandonar nuestra forma de vida y adoptar las
antiguas costumbres de estos milenarios grupos. Sin embargo, parece
perfectamente viable abrazar la convicción de convivir de manera armónica con
el entorno natural que nos rodea. Resulta fundamental considerar que estos,
cada vez menos visibles, parajes han sido, por miles de años, testigos de
increíbles maravillas realizadas por los seres humanos. Como también en unas
cuantas décadas han podido presenciar su peor cara, manifestada en una
destrucción y contaminación progresiva. De paso, esta breve revisión permite,
en cierto sentido, el distanciamiento de la típica concepción que se tiene
sobre las sociedades tempranas, en este caso de los pescadores, cazadores y
recolectores tempranos de Antofagasta. Quienes erróneamente se han clasificados
en una suerte de humanos sin desarrollo cognitivo complejo y sin capacidad de
crear cultura. Planteamiento que se ha intentado dejar invalidado en este
trabajo a partir de la evidencia obtenida desde numerosas investigaciones
arqueológicas. Mismos resultados que han permitido demostrar que a pesar de una
ocupación de aproximadamente tres mil años en el sitio, éste mantuvo su balance
natural, situación que en pocas décadas nos hemos encargado de revertir.
Asimismo sucede con
la evidencia arqueológica que - en la actualidad - es impresentablemente
destruida por empresas de extracción de áridos dejando de lado la riqueza de un
lugar único en nuestras costas nortinas y por qué no americanas.
El desafío que queda es tomar como enseñanza, de parte de
estas antiguas poblaciones, la convivencia y el respeto por estos espacios
naturales. Es de esperar entonces, que este valioso territorio siga otorgando
vida natural y silvestre para el deleite de las futuras generaciones de
antofagastinos. Para que puedan, quizás con un poco de suerte, experimentar la
misma sensación que nuestros antecesores hace miles de años cuando habitaban
este magnífico oasis de niebla.
Figura 1: Ubicación del sitio arqueológico La Chimba 13,
sector La Chimba, Antofagasta (tomado de Rojas 2016).
Figura
2: Diversos artefactos tecnológicos de factura: a) ósea, b) lítica, c)
miscelánea (tomado y modificado de Rojas 2015b
Figura 3: Litos Geométricos del sector La Chimba
correspondientes a investigaciones realizadas entre 1976 y 2015 confeccionados
en arenisca y piedras duras. Destacan variadas figuras poligonales, así como
representaciones de pesas, limas, puntas de proyectil, anzuelos y pequeños
morteros (tomado y modificado de Rojas 2015b:93).
Figura 4: Vista general del sitio La Chimba 13 (tomado de
Rojas 2016).
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