Don Guillermo. He de informarle que
hasta aquí llegó Ruibarbo.
Quizás por qué, como decía Sui Generis en su conocida canción
de los años ´70, este rocín tuvo este final y quedó tendido ahí, en medio del
desierto, por el calcinado llano existente entre la estación Yungay y la ex
salitrera Cota.
Podemos especular, basados en la historia, si este animal fue
parte de uno de los tantos provenientes desde el sur del país (traídos por
barco) o de un simple arreo desde el otro lado de la cordillera, algunos de
manera legal y otros por contrabando, todos ellos directamente al cantón de
Aguas Blancas.
Arreos por el desierto. Isaiah Bowman 1913
Traslado por el desierto. Isaiah Bowman 1913
Quizás el jamelgo no anduvo tanto y simplemente escapó de las pesebreras de la estación Yungay, más, sólo fuimos los testigos de que quedó tendido ahí - tal cual se puede ver - y sus huesos poco a poco se fueron cubriendo con el polvo del desierto.
Su dentadura era nueva, sus pezuñas no tenían herrajes
(aunque por todo el sector se encuentran herraduras) y por su tamaño, era muy
joven. Si fue o estuvo destinado a ser la silla de alguien, eso nunca se sabrá.
Como un postrero adiós, te nombraremos Ruibarbo.
Adiós a Ruibarbo entonces.
Dice una cita histórica:
“Rico o pobre, en Chile todo el mundo es dueño de un caballo;
es una necesidad del país y vergüenza para el miserable que va a pie”. (Gabriel
Lafond de Lurcy. 1802-1876. Viaje a Chile.)
Esta cita es bastante exagerada, ciertamente, y no refleja la
realidad del país en aquellos años, pero sí evidencia una verdad manifiesta: el
país se movía a lomos de animal. Sobran historias de tiempos remotos, reseñas,
citas, anécdotas, y gestas heroicas, inclusive en nuestra propia historia
nacional, que nos hablan de corceles, por lo que no parece necesario tratar de
convencer a nuestros seguidores – a ustedes - que hasta la más humilde de las
tareas realizada por estos animales y sus jinetes - en estos parajes desérticos
- merece nuestra admiración y reconocimiento. Mas, eso siempre queda al
escrutinio personal.
Recuerden: El desierto es implacable con sus huéspedes.
Bueno, con algunos más que con otros. Pero es cosa sabida que nada se habría
podido hacer en este territorio sin la ayuda de los animales de tiro, caballos,
mulas, burros y bueyes.
Los Caballares
Los caballos, que como bien sabemos llegaron a este
continente traídos por los conquistadores, eran de varias razas usadas por los
españoles, pero terminaron por convertirse, por medio de los sucesivos
cruzamientos a lo largo de nuestra historia nacional, y ayudados por el aislamiento
a que históricamente nos ha sometido la Cordillera de Los Andes, en una raza
propia del país, diferente de cualquier otra, que hoy se conoce como caballo
chileno y que ha sido reconocido por el Gobierno como Monumento Natural.
Aunque es cierto que esta raza es más propia de la zona
central, ya que el caballo nortino (aquel que se encuentra presente desde Coquimbo
al norte), está sometido a un clima distinto y a diferentes trabajos, tanto
como el sureño y por la misma razón, son algo diferentes.
Mención aparte merece el caballo chilote, que debido al
extremo aislamiento en que estuvo esa isla, no sólo mantuvo la baja alzada del
caballo que trajeron los españoles, sino que incluso, dadas las condiciones en
que debió vivir, se hizo algo más pequeño.
Si bien se había traído ya caballos para atender las
necesidades de la industria y la minería en el norte, en esta tierra que aún se
consideraba parte de Bolivia, no fue sino hasta el inicio de la Guerra del
Pacífico que llegaron a nuestras costas un gran número de caballos especialmente
con las tropas chilenas (sobre los dos mil) todos ellos de raza chilena y criados
en la zona central del país.
Las condiciones de compra, aparte de la salud del animal,
incluían una alzada de 1,45 mt. Cuando ya no fue posible cumplir con esto,
debido a la mucha necesidad de animales, se rebajó esta medida hasta 1,43. Se
pagaron entonces entre 20 y 30 pesos por cada caballo, siendo los últimos, los de
menor tamaño, pagados a mejor precio, debido a la escasez de éstos.
Es difícil, en general, que un caballo chileno sobrepase el
metro 46 cm de altura. Es lo propio de la raza.
El caballo de raza chilena es un animal muy resistente, cosa
que quedó demostrada en la guerra, ya que no sólo eran apropiados para el
combate, sino que soportaron los rigores del clima y las durísimas cabalgatas
por el desierto. Prueba de esto son los siguientes comentarios, que citamos
textualmente: "En ese país (Chile), sucede con la crianza del caballo lo
mismo que con la humana, se somete a los potrillos y a los niños a un
tratamiento durísimo, a un abandono completo, contra las intemperies i las
enfermedades, sucumbiendo todos los que no se hallen dotados de una
constitución muy robusta, mientras que los sobrevivientes son capaces de
sobrellevar fatigas inverosímiles i rendir en un breve espacio de tiempo i con
alimentos insuficientes, una cantidad de trabajo mui superior a la que los
mejores operarios agrícolas de Europa en igualdad de circunstancias, como
también sus caballos pueden ejecutar." "...las cualidades de su raza
caballar, que, si no sobresalen por su altura y su fuerza, estos animales
tienen otras mui valiosas, puesto que el caballo chileno es dócil, intelijente,
sobrio i resistente, cuyo conjunto de propiedades prominentes, causa sorpresa a
cuantos tienen oportunidad de conocerlas."
Manuel Baquedano con su caballo Caliboro
Estas opiniones pertenecen al Cirujano Mayor de la Corbeta blindada alemana "Hansa", testigo de la toma del Morro de Arica, el que tuvo oportunidad de conocer nuestra caballería y sus animales.
Pasada la guerra e iniciada la explotación de los numerosos
yacimientos mineros y salitreros de la zona, los caballos se hicieron
relativamente caros: costaban una media de 60 dólares (12 libras esterlinas),
el equivalente a unos 200 pesos chilenos. Esto contrastaba con otros animales
como los cerdos, que sólo costaban 5 dólares (1 libra), y las vacas lecheras,
que costaban unos 20 dólares (4 libras). Para qué decir las cabras, que eran
mucho eran más baratas, pues sólo costaban 2 dólares (1/2 libra).
Pese a su costo, los caballos llegaron en gran número a
nuestro territorio, para cubrir las necesidades de transporte y carga, ya sea
por barco desde el sur o por arreos desde el otro lado de la frontera, ya que
no había suficiente producción nacional. Puede parecernos sorprendente hoy en día,
pero la realidad es, que en Calama se producía una enorme cantidad de forraje,
para atender a las necesidades de los animales de gran parte del territorio.
Con la llegada del tren, y posteriormente los vehículos, los
caballos fueron desapareciendo del norte, quedando reducidos a unos cuantos
cientos, repartidos en lugares rurales y ciudades como Calama, que tenían un
entorno agrícola que permitía mantenerlos y darles un uso. Para el año 2021,
había en todo Chile menos de 170.000 caballares, y entre las tres primeras
regiones el censo arrojó un número un poco mayor a los 300 individuos.
Ni la sombra de los miles que en algún momento recorrieron
este desierto, trabajando en minas, salitreras y campos, llevando personas, insumos,
agua, materiales, herramientas y minerales.
Hoy sólo queda el recuerdo de su presencia y unos cuantos
huesos, blanqueados por el sol, que nos los recuerdan.
Caballos en la historia de Antofagasta
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