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jueves, 1 de febrero de 2024

RUIBARBO

 

Don Guillermo. He de informarle que hasta aquí llegó Ruibarbo.

 

Quizás por qué, como decía Sui Generis en su conocida canción de los años ´70, este rocín tuvo este final y quedó tendido ahí, en medio del desierto, por el calcinado llano existente entre la estación Yungay y la ex salitrera Cota.



Podemos especular, basados en la historia, si este animal fue parte de uno de los tantos provenientes desde el sur del país (traídos por barco) o de un simple arreo desde el otro lado de la cordillera, algunos de manera legal y otros por contrabando, todos ellos directamente al cantón de Aguas Blancas.

Arreos por el desierto. Isaiah Bowman 1913

Traslado por el desierto. Isaiah Bowman 1913

Quizás el jamelgo no anduvo tanto y simplemente escapó de las pesebreras de la estación Yungay, más, sólo fuimos los testigos de que quedó tendido ahí - tal cual se puede ver - y sus huesos poco a poco se fueron cubriendo con el polvo del desierto.

Su dentadura era nueva, sus pezuñas no tenían herrajes (aunque por todo el sector se encuentran herraduras) y por su tamaño, era muy joven. Si fue o estuvo destinado a ser la silla de alguien, eso nunca se sabrá.





Como un postrero adiós, te nombraremos Ruibarbo.

Adiós a Ruibarbo entonces.

 

Dice una cita histórica:

 

“Rico o pobre, en Chile todo el mundo es dueño de un caballo; es una necesidad del país y vergüenza para el miserable que va a pie”. (Gabriel Lafond de Lurcy. 1802-1876. Viaje a Chile.)

 

Esta cita es bastante exagerada, ciertamente, y no refleja la realidad del país en aquellos años, pero sí evidencia una verdad manifiesta: el país se movía a lomos de animal. Sobran historias de tiempos remotos, reseñas, citas, anécdotas, y gestas heroicas, inclusive en nuestra propia historia nacional, que nos hablan de corceles, por lo que no parece necesario tratar de convencer a nuestros seguidores – a ustedes - que hasta la más humilde de las tareas realizada por estos animales y sus jinetes - en estos parajes desérticos - merece nuestra admiración y reconocimiento. Mas, eso siempre queda al escrutinio personal.

Recuerden: El desierto es implacable con sus huéspedes. Bueno, con algunos más que con otros. Pero es cosa sabida que nada se habría podido hacer en este territorio sin la ayuda de los animales de tiro, caballos, mulas, burros y bueyes.

 

Los Caballares

Los caballos, que como bien sabemos llegaron a este continente traídos por los conquistadores, eran de varias razas usadas por los españoles, pero terminaron por convertirse, por medio de los sucesivos cruzamientos a lo largo de nuestra historia nacional, y ayudados por el aislamiento a que históricamente nos ha sometido la Cordillera de Los Andes, en una raza propia del país, diferente de cualquier otra, que hoy se conoce como caballo chileno y que ha sido reconocido por el Gobierno como Monumento Natural.

Aunque es cierto que esta raza es más propia de la zona central, ya que el caballo nortino (aquel que se encuentra presente desde Coquimbo al norte), está sometido a un clima distinto y a diferentes trabajos, tanto como el sureño y por la misma razón, son algo diferentes.

Mención aparte merece el caballo chilote, que debido al extremo aislamiento en que estuvo esa isla, no sólo mantuvo la baja alzada del caballo que trajeron los españoles, sino que incluso, dadas las condiciones en que debió vivir, se hizo algo más pequeño.

Si bien se había traído ya caballos para atender las necesidades de la industria y la minería en el norte, en esta tierra que aún se consideraba parte de Bolivia, no fue sino hasta el inicio de la Guerra del Pacífico que llegaron a nuestras costas un gran número de caballos especialmente con las tropas chilenas (sobre los dos mil) todos ellos de raza chilena y criados en la zona central del país.





Las condiciones de compra, aparte de la salud del animal, incluían una alzada de 1,45 mt. Cuando ya no fue posible cumplir con esto, debido a la mucha necesidad de animales, se rebajó esta medida hasta 1,43. Se pagaron entonces entre 20 y 30 pesos por cada caballo, siendo los últimos, los de menor tamaño, pagados a mejor precio, debido a la escasez de éstos.

Es difícil, en general, que un caballo chileno sobrepase el metro 46 cm de altura. Es lo propio de la raza.

El caballo de raza chilena es un animal muy resistente, cosa que quedó demostrada en la guerra, ya que no sólo eran apropiados para el combate, sino que soportaron los rigores del clima y las durísimas cabalgatas por el desierto. Prueba de esto son los siguientes comentarios, que citamos textualmente: "En ese país (Chile), sucede con la crianza del caballo lo mismo que con la humana, se somete a los potrillos y a los niños a un tratamiento durísimo, a un abandono completo, contra las intemperies i las enfermedades, sucumbiendo todos los que no se hallen dotados de una constitución muy robusta, mientras que los sobrevivientes son capaces de sobrellevar fatigas inverosímiles i rendir en un breve espacio de tiempo i con alimentos insuficientes, una cantidad de trabajo mui superior a la que los mejores operarios agrícolas de Europa en igualdad de circunstancias, como también sus caballos pueden ejecutar." "...las cualidades de su raza caballar, que, si no sobresalen por su altura y su fuerza, estos animales tienen otras mui valiosas, puesto que el caballo chileno es dócil, intelijente, sobrio i resistente, cuyo conjunto de propiedades prominentes, causa sorpresa a cuantos tienen oportunidad de conocerlas."

Manuel Baquedano con su caballo Caliboro

Estas opiniones pertenecen al Cirujano Mayor de la Corbeta blindada alemana "Hansa", testigo de la toma del Morro de Arica, el que tuvo oportunidad de conocer nuestra caballería y sus animales.

 

Pasada la guerra e iniciada la explotación de los numerosos yacimientos mineros y salitreros de la zona, los caballos se hicieron relativamente caros: costaban una media de 60 dólares (12 libras esterlinas), el equivalente a unos 200 pesos chilenos. Esto contrastaba con otros animales como los cerdos, que sólo costaban 5 dólares (1 libra), y las vacas lecheras, que costaban unos 20 dólares (4 libras). Para qué decir las cabras, que eran mucho eran más baratas, pues sólo costaban 2 dólares (1/2 libra).


Pese a su costo, los caballos llegaron en gran número a nuestro territorio, para cubrir las necesidades de transporte y carga, ya sea por barco desde el sur o por arreos desde el otro lado de la frontera, ya que no había suficiente producción nacional. Puede parecernos sorprendente hoy en día, pero la realidad es, que en Calama se producía una enorme cantidad de forraje, para atender a las necesidades de los animales de gran parte del territorio.

Con la llegada del tren, y posteriormente los vehículos, los caballos fueron desapareciendo del norte, quedando reducidos a unos cuantos cientos, repartidos en lugares rurales y ciudades como Calama, que tenían un entorno agrícola que permitía mantenerlos y darles un uso. Para el año 2021, había en todo Chile menos de 170.000 caballares, y entre las tres primeras regiones el censo arrojó un número un poco mayor a los 300 individuos.

Ni la sombra de los miles que en algún momento recorrieron este desierto, trabajando en minas, salitreras y campos, llevando personas, insumos, agua, materiales, herramientas y minerales.

Hoy sólo queda el recuerdo de su presencia y unos cuantos huesos, blanqueados por el sol, que nos los recuerdan.

Caballos en la historia de Antofagasta






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