Todas las generaciones han tenido que vivir su preciado momento de asombro. Los de mayor edad – los eméritos - con la férrea y consabida resistencia a los cambios mientras que los más jóvenes, siempre dispuestos a aceptar estos, plegándose jubilosos a los adelantos, comprendiendo los beneficios.
Ahora bien, la historia nos dice que el hombre comenzó a
vencer las distancias con el simple acto de caminar. Aquello de subirse al lomo
de un animal no fue tarea fácil, los cuadrúpedos eran usados (en sus inicios)
sólo para el trabajo y la carga, y hubo de pasar mucho tiempo antes de que
llegaran a servir de transporte para el hombre.
El navegar, algo que también acompaña al hombre desde tiempos
inmemoriales, llevaba implícito un gran número de vicisitudes y de
inimaginables peligros, algunos de los cuales siguen plenamente vigentes.
Aquello de volar, finalmente, no estaba en el consciente de
la gente (salvo en las ideas de unos cuantos, adelantados a sus tiempos) y
tardó mucho tiempo en llegar a materializarse, pero en el transporte terrestre
el desarrollo fue más continuo. Del uso de animales para carga se pasó a la
tracción animal, y de ésta al vapor como fuerza motriz. Con el vapor llegó el
tren, en los inicios de la revolución industrial. El tren, una maquinaria que
sobrepasaba a cualquiera otra de la época, y que impresionaba profundamente a
la gente. Por esto, cuando asomó el tren por primera vez en nuestro país, estas
enormes bestias de metal, escupidoras de humo, causaron más de algún estropicio
y pánico entre la población.
En nuestro norte, el arribo e instalación de la población fue
relativamente tardía y la llegada del tren, ya conocido a nivel nacional, fue
casi simultáneo. Mas, era totalmente desconocido e inimaginable para las
poblaciones locales, algunas de las cuales que no conocían ni el mar, y
tuvieron que enfrentarse por primera vez a una locomotora. Ciertamente era de
esperarse que, de acuerdo a las creencias de esos tiempos, aquellos lejanos
tiempos en que se pensaba que todo lo extraordinario e inexplicable, todo lo
nuevo, era obra del malulo, la gente creyese que el tren, esa maquinaria humeante
alimentada por el fuego, era su última creación, destinada a causar calamidades
entre los vivos.
BIOGRAFIA DEL TREN
De Don Andrés Sabella Gálvez
En la “Cantina”, flotaba un sabor a sangre entre los platos.
desgracia del tren rayaba de luto la mirada de los obreros:
-
¡Mierda
debería volvérsele el pan a ese bestia del maquinista! Mandíbulas de piedra
tibia.
Una viejecilla mascaba, cuidadosamente, atisbando en su
derredor, como si esperara a alguien. Y en verdad que esperaba a alguien: a sus
perdidas remembranzas. Pronto llegaron y la viejecilla empezó a conversar con
un tono de guitarra oscura. La escuchaban los obreros y un solo ruido de
cucharas sinfonizaba su charla:
-El tren es obra del Malo, m’hijitos . . . El Malo anda
metido en su barriga. ¿No ven cómo corre, cómo escupe fuego, cómo huele a no sé
qué cochinada? Los trenes de hoy son menos criminales que los de mi juventud:
¡i están bautizados!
El primer tren era “moro” y el Malo lo guiaba como un loco,
para que los cristianos se mataran, a montones. ¡Ay, las desgracias que nos
daba el tren! Un curita arregló Ia cuestión y se propuso bautizarlo. Juntó a
dos señoras y a dos generales para padrinos y una tarde que lo pilló
tranquilito, le echó agua bendita con un hisopo grandazo...
iEstaba bautizado! Le pusieron Santiago:
“Santiago se llama el tren
porque corre muy ligero,
porque mató a un caballero
luego que empezó a correr...”
- ¡Güeno la agüela memoriona! -subraya una chiquilla que se
ha quedado con los platos en el aire, durante el relato.
-Es cosa de Dios, mi linda...
Un tajazo de viento salta por la ventana. La viejecilla
quiere desembuchar todo lo que recuerda a propósito del tren:
-Cuando apareció el tren, un cuyano vino a conocerlo y, como
era tan reintrusazo, no se cansaba de mirarlo; de repente, el tren movió sus
patazas y se fue; entonces el cuyano le gritaba:
-Ché, no te vayás..., dejáme verte, conocerte bien. ...,
esperáte un momentito. . .
-Y el tren le contestaba bien relejos con una risa de
endemoniado:
-Píllame si podís, pus, cuyano e'mierda . . .
Un carpintero se paró y tosió, irónicamente, como un
catedrático. Se caló el calañés y se marchó, silbando. La viejecilla reparó en
su actitud y sentenció:
-Tan diablazos que son y cuando divisan al malo se cagan
tóos…
Volvía la muchacha con el té. La viejecilla proseguía:
¿Conocen la herejía que vomita el tren cuando se echa a
correr? Se le corea:
¡Quién me ataja, quién me ataja con cuchillas y navajas! . .
.
La narradora, confundida de voces, no se amilana y prosigue su
lección.
-Es el Malo el que lo hace tirar la provocación, porque el
Malo necesita gente que perder.
Ultimo sorbo. La viejecilla entorna los ojos. Cae el
silencio.
El viento blande estrellas en las calles. Los obreros se
retiran. La viejecilla dormita. Un trencito de fuego le cruza la frente: la
muerte se lleva a los cristianos en un trencito negro, como culebrón de azogue.
La viejecilla, despierta, temblando.
Un canto de mujer joven levanta el pecho de la noche.
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