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domingo, 2 de febrero de 2025

SAN AGUSTÍN DE HUANTAJAYA

San Agustín de Huantajaya

 


Si por lo que paso a contar – a continuación - se me tilda de blasfemo y se insiste que me quemaré en el infierno, espero que sea con carbón de La Huayca. Es de muy buena calidad y con denominación de origen. Ahora bien, si para elaborar dicho carbón se requiere talar ilegalmente los tamarugos del desierto, ahí pueden usar cualquier otro carbón y de paso meter presos a los que cometen tamaña aberración y muy especialmente, a los que deben proteger, aunque ellos cierren muy dulcemente sus ojitos.

Muchas gracias.

 

Muy buenas tardes tengan, estimadas y estimados amigos.

Como es sabido – por algunos - hará poco tiempo atrás anduvimos por la maravillosa región de Tarapacá. Es decir, cruzamos toda esa región (de sur a norte y de norte a oeste) para conocer sus atractivos y, como corolario, bajamos a la gloriosa ciudad de Iquique pasando por Alto Hospicio.

Por lo limitado de nuestro tiempo solo pudimos ver a través del parabrisas esta última parte del camino en los cuales sobresalían los enormes Tillandsiales sobre las dunas, la ciudad de Alto Hospicio inmersa en las sinuosidades de las cumbres que miran al mar y el histórico camino a Huantajaya, aquella ruta que hice, en solitario, hará algunas décadas atrás, cuando era más joven y osado.

Huantajaya:

Partamos por el principio

Las alternativas que se han planteado respecto al origen y significado del término “Huantajaya” nos conducen, invariablemente, a las lenguas Aymara y quechua como origen. La propuesta es que proviene del Puquina y se expresa de la siguiente forma:

 

Huantajaya derivaría de la forma original Huantaca-caya, la que se compone de Huantaca, el cerro ubicado en la serranía costera interior; y caya, que en lengua puquina significa hijo; es decir, significaría: “hijo de Huantaca”, lo que se justificaría porque alude al hecho que el cerro Huantajaya (1.192 metros) es de menor altura que el Huantaca (1.300 metros). Entre ambos media una distancia de 15 kilómetros.

 

Mi diario de viaje:

 

Sin tener que presentarme a ustedes, de manera formal o correcta, he de contarles que desde muy pequeño me gustó la naturaleza y me adentré en ella, ya sea por caminos existentes o haciendo los míos, siempre y cuando el destino final tuviese un atractivo en cuanto a flora, fauna e inclusive por alguna minucia histórica relevante o irrelevante. Todo cuenta en el conocimiento.

 

El porqué de lo anterior.

 

Para no extenderme sin razón, les hablaré de cuando estuve radicado en la hermosa ciudad de Iquique (región de Tarapacá) y tuve el tiempo para recorrer algunos espacios desconocidos para la gran mayoría. En aquel periodo – de mi estadía - sabía de la existencia de múltiples lugares a los que sentía que debía ir, conocer, aprender in situ y estos lugares (ya abandonados por supuesto) estaban fuera del entonces radio urbano, por lo tanto, había que caminar bastante en épocas no tan lejanas en las que se consideraba una locura el caminar, más aún por espacios desolados y no era bien visto el salir a hacer trekking o el andar subiendo cerros por gusto, especialmente en los días de descanso.

 

Pues bien. Uno de aquellos lugares, por visitar, era la ex ballenera de Iquique, sitio que se ubicaba en el extremo sur de la ciudad y al que, en aquellos años, se accedía por un camino muy precario que conducía a las múltiples caletas desperdigadas por la costa. Por ese entonces, este camino aún no se unía con la obra de Tocopilla. Recuerdo – además - que recién se estaba construyendo el aeropuerto y para llegar a la ballenera había que caminar bastante, pero bien valía la pena este sacrificio ya que no había construcciones por el camino, tampoco había tomas y todo era naturaleza, marina, pero naturaleza, al fin y al cabo.

 

Otros de los sitios por recorrer eran:

La ex base aérea Los Cóndores

La ex Fabrica Cardoen (Triste espectáculo el que tuve que contemplar)

El ex mineral de Huantajaya.

 

Estos tres últimos enclaves me resultaron algo más complejos de llegar, ya que se encontraban en lo que hoy se conoce como la comuna de Alto Hospicio. En aquel tiempo la cantidad de personas que habitaban por estos parajes no era tan numerosa y la ciudad, pueblo, enclave o villorrio era muy pequeña, hablamos de unos miles de personas menos que en la actualidad y de construcciones muy simples, inclusive precarias. De esto hará unos 35 años atrás.

Pues bien. Fue un domingo cualquiera, de verano, que tomé el vehículo que nos llevaba a las alturas de Iquique, por el Alto Hospicio y solo pedí al conductor que me dejara en el último punto habitado, en dirección al desierto.

En aquellos años, de simpleza absoluta, no existían las aplicaciones de guía, que hoy nos resultan tan habituales y necesarias, tales como Google maps y las típicas aplicaciones de trekking, más bien, todo se encontraba en los antiguos mapas de atlas (fotocopiados, calcados o re dibujados) y por indicaciones de terceros, quienes procuraban brindar una ayuda, pero sus coordenadas nos llevaban, en más de las veces, por caminos erróneos. “Todos los caminos nos conducen a Roma” nos decían. “De allá venimos”, replicábamos.

Apenas descendí del vehículo (al final del poblado) me encontré frente a frente con el desierto y sorprendentemente, en esta parte, el territorio es inclemente. Solo había que endilgar los pasos en dirección este para llegar a la Base los Cóndores, pasando - antes - por la fábrica Cardoen, aquella donde estallaron las bombas de racimo y murió mucha gente (26 enero 1986).

 

https://chile-catastrofes-tragedias.blogspot.com/2016/06/tragedia-en-industria-militar-cardoen.html

 

Al llegar al sitio industrial de Cardoen noté que eran varias las construcciones que aún quedaban en pie, las más de ellas destruidas por la explosión. Tan solo algunos de los muros – lejanos a la tragedia - quedaron como un mudo testimonio, por doquier se observaban agujeros, de todos los tamaños, y hasta el piso de concreto mostraba el daño de las explosiones. El lugar me sobrecoge.

Recuerdo el haberme arrumbado a la sombra de un enorme pimiento del lugar – no había canto de aves, tampoco había aves - e imaginar durante largo rato lo que allí ocurrió, ya era mediodía y solo me acompañaba el sol.

Más adelante – al poco andar – pude observar, a la distancia, la base aérea “Los Cóndores” en la cual no logré ingresar. Ahí, enfrente, distinguía los hangares, las edificaciones, la torre de Control, etc. Parecía abandonada, pero era aconsejable el no comprobar dicha suposición.

 

¿Me devuelvo o sigo?

 

Bastaron tan solo unos momentos para tomar ánimo al decir que la segunda etapa estaba cumplida. Ahora había que mirar en dirección nor-este y tomar el camino que me llevaba al mineral de Huantajaya.

En dicho camino, por donde mirase, encontraba esa tierra salina tan característica de estos espacios, reseca, crujiente, inerte y con algo de arena. El sol quemaba, más bien, picaba sobre mi cabeza y ese último tramo faltante, tramo que contaba con algo de pendiente, lo realicé bajo la consigna del ¿Sigo? ¿Para qué? Mejor me devuelvo, mejor sigo y seguí.   Ya en aquel tiempo gran parte del desierto se usaba de basural, por lo cual, encontraba montañas de basura por doquier, inclusive cientos de lentes de sol de una reconocida marca (falsos por supuesto) que fueron destruidos y dejados en dicho espacio.

 

En Huantajaya

 

No les sabría decir – en la actualidad - por donde llegué a este enorme derrotero, en el cual sólo se conservaban los muertos desperdigados por el terreno (al parecer eran chinos según las noticias de la época), de igual manera, me fui encontrando con una gran cantidad de socavones que tornaban muy peligroso el desplazamiento, puesto que algunos aparecían de sopetón al subir las pequeñas laderas arenosas, y eran profundos.

Algo más lejano pude distinguir el cementerio, cruces totalmente calcinadas por el sol y anónimas. Según mi referente, es lo único que queda de este espacio, lo demás debe estar bajo la tierra, bajo la arena o dentro de los filones. Simplemente no hay nada (estructuras o edificaciones) que indiquen que por estos lares vivió gente, es el destino de los campamentos del desierto, cuando estos dejan de funcionar solo dejan a los muertos, lo demás aún les sirve a los vivos y se lo llevan. No lo sabremos nosotros.

 

La historia no culmina ese día ni a esa hora.

A las 17.00 h inicié el camino de regreso a Hospicio y de allí a Iquique. Me llevé gran parte del sol en mi cuerpo y el resto de el en la mochila con algunos kilos de tierra y arena como agregado, además de los labios resecos y el cuerpo deshidratado, pero puedo decir que estuve ahí y volví para contarlo.

 

Basado en este viaje, tenía dos dudas que quería despejar y que guardan relación con Huantajaya.

 

La primera de ellas era ¿Qué fue Huantajaya?

Las ganas de conocer dicho lugar nacieron en el hospital de Iquique, cuando un septuagenario personaje se presentó en las oficinas de un distinguido servidor – del lugar - portando un antiguo mapa del sector y un título de propiedad minero. Eran documentos que estuvieron a mi vista y se desplegaban de manera muy cuidadosa ante el estado de estos. Este señor se presentó como el propietario de muchas de estas vetas y requería el apoyo de un letrado para reclamar dichas pertenencias. Pude ver en dichos mapas que no solo mostraban la ubicación, también indicaban galerías y filones. Según lo que pude averiguar, con el tiempo, ese señor ya nada podía hacer para recuperar su heredad.

La segunda incógnita venía dada por un lugar que muchos han oído nombrar, y quizás conocen. El pueblo de La Tirana. Este es un espacio de congregación y devoción para los seguidores del catolicismo. No hablaré sobre la leyenda, eso puede quedar para más adelante, más bien, hablaré de la imagen que se venera desde principios del 1900 (la virgen del Carmen) y según lo confidenciado, por los que saben por supuesto, esta imagen no era – primigeniamente – de este poblado y de dicha iglesia.

Según las fuentes, esta imagen era de la iglesia de Huantajaya y fue trasladada desde dicho centro minero a la Tirana cuando se cerraron los procesos extractivos y se abandonó el poblado, es decir, casi a fines de los 1800.

Una parte de la historia dice:

“Se presume que la iglesia de la Tirana fue erigida en el siglo XVI por Fray Antonio Rondón, quien se encontraba evangelizando la zona. La versión actual de dicha iglesia dice, que fue levantada a comienzos del siglo XX en el mismo lugar en que se encontraba su antecesora, destruida por los sismos que a fines del siglo XIX azotaron a la región”

 

Pueblo de La Tirana:

 https://www.monumentos.gob.cl/monumentos/zonas-tipicas/pueblo-tirana

 

Es decir, calzarían las fechas y quizás la historia de la virgen de Huantajaya tenga algo de veracidad.

 

Como dirían los detractores:

 

¡Prueba todo lo aseverado so hereje o te quemarás en el infierno con carbón de la Huayca! (Dicen que es el mejor y dura más que cualquier otro carbón)

 

Para todo lo anteriormente expuesto no me es dable el brindar pruebas o testimonios, solo el agregar que me fue confidenciado en su momento y yo no debo haber sido un personaje muy importante para ser el único dueño de tamaña verdad y de forma exclusiva, es decir, muchos lo deben haber sabido, pero era una minucia que importaba a muy pocos, por lo tanto, pocos prestaron atención a este detalle.

 

Como siempre ocurre al final del camino.

 

Uno se arrepiente, tarde o temprano, de lo que no hizo.

Yo anduve por estos espacios, en solitario, y en los tiempos en donde poco había que temer. Hoy es el momento para contar estas experiencias, casi sin imágenes y sin recordar los puntos exactos de mi visita, porque no contaba con cámara fotográfica, aunque en Iquique (Zofri) eran muy económicas, pero había que revelar dichas imágenes y esto quitaba tiempo ¿Volver a rehacer este camino? Claro que sí, pero en vehículo y según lo que he averiguado, ya no queda mucho de la base aérea, de lo que fue la fábrica Cardoen ya es recuerdo, polvo y olvido y Huantajaya ha tenido algo más de fortuna al ser declarado Monumento Histórico Nacional y sitio Patrimonial de Alto Hospicio.

Como dice el tango que “20 años no es nada”. He de confidenciarles que para muchos es una vida y volvería a Huantajaya para recordar (No emular) a aquel joven (o sea yo) que supo dar con sus vestigios cuando solo el olvido se enseñoreaba por sus lindes. La pregunta sería ¿Para que ir si ya no queda nada?

Las imágenes -hermosas por demás – fueron bajadas de internet.

 

Para saber más:

San Agustín de Huantajaya

https://www.monumentos.gob.cl/monumentos/monumentos-monumentos/asentamiento-minero-san-agustin-huantajaya#:~:text=Huantajaya%20debe%20ser%20considerado%20una,decir%20de%20los%20cronistas%20tempranos.

 

Mineral de Huantajaya

http://dialogoandino.cl/wp-content/uploads/2016/07/04-DONOSO-DA-32.pdf

 

Las Minas de Huantajaya

https://tarapacaenelmundo.com/las-minas-de-tarapaca/#:~:text=Huantajaya%20derivar%C3%ADa%20de%20la%20forma,Huantajaya%20(1.192%20metros)%20es%20de

 










 

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