San Agustín de Huantajaya
Si por lo que
paso a contar – a continuación - se me tilda de blasfemo y se insiste que me
quemaré en el infierno, espero que sea con carbón de La Huayca. Es de muy buena
calidad y con denominación de origen. Ahora bien, si para elaborar dicho carbón
se requiere talar ilegalmente los tamarugos del desierto, ahí pueden usar
cualquier otro carbón y de paso meter presos a los que cometen tamaña
aberración y muy especialmente, a los que deben proteger, aunque ellos cierren
muy dulcemente sus ojitos.
Muchas
gracias.
Muy buenas
tardes tengan, estimadas y estimados amigos.
Como es
sabido – por algunos - hará poco tiempo atrás anduvimos por la maravillosa región
de Tarapacá. Es decir, cruzamos toda esa región (de sur a norte y de norte a
oeste) para conocer sus atractivos y, como corolario, bajamos a la gloriosa
ciudad de Iquique pasando por Alto Hospicio.
Por lo
limitado de nuestro tiempo solo pudimos ver a través del parabrisas esta última
parte del camino en los cuales sobresalían los enormes Tillandsiales sobre las
dunas, la ciudad de Alto Hospicio inmersa en las sinuosidades de las cumbres que
miran al mar y el histórico camino a Huantajaya, aquella ruta que hice, en
solitario, hará algunas décadas atrás, cuando era más joven y osado.
Huantajaya:
Partamos por
el principio
Las
alternativas que se han planteado respecto al origen y significado del término
“Huantajaya” nos conducen, invariablemente, a las lenguas Aymara y quechua como
origen. La propuesta es que proviene del Puquina y se expresa de la siguiente
forma:
Huantajaya
derivaría de la forma original Huantaca-caya, la que se compone de Huantaca, el
cerro ubicado en la serranía costera interior; y caya, que en lengua puquina
significa hijo; es decir, significaría: “hijo de Huantaca”, lo que se
justificaría porque alude al hecho que el cerro Huantajaya (1.192 metros) es de
menor altura que el Huantaca (1.300 metros). Entre ambos media una distancia de
15 kilómetros.
Mi diario de
viaje:
Sin tener que
presentarme a ustedes, de manera formal o correcta, he de contarles que desde
muy pequeño me gustó la naturaleza y me adentré en ella, ya sea por caminos
existentes o haciendo los míos, siempre y cuando el destino final tuviese un
atractivo en cuanto a flora, fauna e inclusive por alguna minucia histórica
relevante o irrelevante. Todo cuenta en el conocimiento.
El porqué de
lo anterior.
Para no
extenderme sin razón, les hablaré de cuando estuve radicado en la hermosa
ciudad de Iquique (región de Tarapacá) y tuve el tiempo para recorrer algunos
espacios desconocidos para la gran mayoría. En aquel periodo – de mi estadía - sabía
de la existencia de múltiples lugares a los que sentía que debía ir, conocer,
aprender in situ y estos lugares (ya abandonados por supuesto) estaban fuera
del entonces radio urbano, por lo tanto, había que caminar bastante en épocas
no tan lejanas en las que se consideraba una locura el caminar, más aún por
espacios desolados y no era bien visto el salir a hacer trekking o el andar subiendo
cerros por gusto, especialmente en los días de descanso.
Pues bien.
Uno de aquellos lugares, por visitar, era la ex ballenera de Iquique, sitio que
se ubicaba en el extremo sur de la ciudad y al que, en aquellos años, se
accedía por un camino muy precario que conducía a las múltiples caletas
desperdigadas por la costa. Por ese entonces, este camino aún no se unía con la
obra de Tocopilla. Recuerdo – además - que recién se estaba construyendo el
aeropuerto y para llegar a la ballenera había que caminar bastante, pero bien valía
la pena este sacrificio ya que no había construcciones por el camino, tampoco
había tomas y todo era naturaleza, marina, pero naturaleza, al fin y al cabo.
Otros de los
sitios por recorrer eran:
La ex base
aérea Los Cóndores
La ex Fabrica
Cardoen (Triste espectáculo el que tuve que contemplar)
El ex mineral
de Huantajaya.
Estos tres
últimos enclaves me resultaron algo más complejos de llegar, ya que se
encontraban en lo que hoy se conoce como la comuna de Alto Hospicio. En aquel
tiempo la cantidad de personas que habitaban por estos parajes no era tan
numerosa y la ciudad, pueblo, enclave o villorrio era muy pequeña, hablamos de
unos miles de personas menos que en la actualidad y de construcciones muy
simples, inclusive precarias. De esto hará unos 35 años atrás.
Pues bien. Fue
un domingo cualquiera, de verano, que tomé el vehículo que nos llevaba a las
alturas de Iquique, por el Alto Hospicio y solo pedí al conductor que me dejara
en el último punto habitado, en dirección al desierto.
En aquellos
años, de simpleza absoluta, no existían las aplicaciones de guía, que hoy nos
resultan tan habituales y necesarias, tales como Google maps y las típicas aplicaciones
de trekking, más bien, todo se encontraba en los antiguos mapas de atlas
(fotocopiados, calcados o re dibujados) y por indicaciones de terceros, quienes
procuraban brindar una ayuda, pero sus coordenadas nos llevaban, en más de las
veces, por caminos erróneos. “Todos los caminos nos conducen a Roma” nos
decían. “De allá venimos”, replicábamos.
Apenas
descendí del vehículo (al final del poblado) me encontré frente a frente con el
desierto y sorprendentemente, en esta parte, el territorio es inclemente. Solo
había que endilgar los pasos en dirección este para llegar a la Base los
Cóndores, pasando - antes - por la fábrica Cardoen, aquella donde estallaron
las bombas de racimo y murió mucha gente (26 enero 1986).
https://chile-catastrofes-tragedias.blogspot.com/2016/06/tragedia-en-industria-militar-cardoen.html
Al llegar al
sitio industrial de Cardoen noté que eran varias las construcciones que aún quedaban
en pie, las más de ellas destruidas por la explosión. Tan solo algunos de los
muros – lejanos a la tragedia - quedaron como un mudo testimonio, por doquier
se observaban agujeros, de todos los tamaños, y hasta el piso de concreto
mostraba el daño de las explosiones. El lugar me sobrecoge.
Recuerdo el haberme
arrumbado a la sombra de un enorme pimiento del lugar – no había canto de aves,
tampoco había aves - e imaginar durante largo rato lo que allí ocurrió, ya era
mediodía y solo me acompañaba el sol.
Más adelante
– al poco andar – pude observar, a la distancia, la base aérea “Los Cóndores” en
la cual no logré ingresar. Ahí, enfrente, distinguía los hangares, las
edificaciones, la torre de Control, etc. Parecía abandonada, pero era
aconsejable el no comprobar dicha suposición.
¿Me devuelvo
o sigo?
Bastaron tan
solo unos momentos para tomar ánimo al decir que la segunda etapa estaba
cumplida. Ahora había que mirar en dirección nor-este y tomar el camino que me
llevaba al mineral de Huantajaya.
En dicho
camino, por donde mirase, encontraba esa tierra salina tan característica de
estos espacios, reseca, crujiente, inerte y con algo de arena. El sol quemaba,
más bien, picaba sobre mi cabeza y ese último tramo faltante, tramo que contaba
con algo de pendiente, lo realicé bajo la consigna del ¿Sigo? ¿Para qué? Mejor
me devuelvo, mejor sigo y seguí. Ya en
aquel tiempo gran parte del desierto se usaba de basural, por lo cual,
encontraba montañas de basura por doquier, inclusive cientos de lentes de sol
de una reconocida marca (falsos por supuesto) que fueron destruidos y dejados en
dicho espacio.
En Huantajaya
No les sabría
decir – en la actualidad - por donde llegué a este enorme derrotero, en el cual
sólo se conservaban los muertos desperdigados por el terreno (al parecer eran
chinos según las noticias de la época), de igual manera, me fui encontrando con
una gran cantidad de socavones que tornaban muy peligroso el desplazamiento,
puesto que algunos aparecían de sopetón al subir las pequeñas laderas arenosas,
y eran profundos.
Algo más
lejano pude distinguir el cementerio, cruces totalmente calcinadas por el sol y
anónimas. Según mi referente, es lo único que queda de este espacio, lo demás
debe estar bajo la tierra, bajo la arena o dentro de los filones. Simplemente no
hay nada (estructuras o edificaciones) que indiquen que por estos lares vivió
gente, es el destino de los campamentos del desierto, cuando estos dejan de
funcionar solo dejan a los muertos, lo demás aún les sirve a los vivos y se lo
llevan. No lo sabremos nosotros.
La historia
no culmina ese día ni a esa hora.
A las 17.00 h
inicié el camino de regreso a Hospicio y de allí a Iquique. Me llevé gran parte
del sol en mi cuerpo y el resto de el en la mochila con algunos kilos de tierra
y arena como agregado, además de los labios resecos y el cuerpo deshidratado,
pero puedo decir que estuve ahí y volví para contarlo.
Basado en
este viaje, tenía dos dudas que quería despejar y que guardan relación con
Huantajaya.
La primera de
ellas era ¿Qué fue Huantajaya?
Las ganas de
conocer dicho lugar nacieron en el hospital de Iquique, cuando un septuagenario
personaje se presentó en las oficinas de un distinguido servidor – del lugar -
portando un antiguo mapa del sector y un título de propiedad minero. Eran
documentos que estuvieron a mi vista y se desplegaban de manera muy cuidadosa
ante el estado de estos. Este señor se presentó como el propietario de muchas
de estas vetas y requería el apoyo de un letrado para reclamar dichas
pertenencias. Pude ver en dichos mapas que no solo mostraban la ubicación,
también indicaban galerías y filones. Según lo que pude averiguar, con el
tiempo, ese señor ya nada podía hacer para recuperar su heredad.
La segunda
incógnita venía dada por un lugar que muchos han oído nombrar, y quizás
conocen. El pueblo de La Tirana. Este es un espacio de congregación y devoción
para los seguidores del catolicismo. No hablaré sobre la leyenda, eso puede
quedar para más adelante, más bien, hablaré de la imagen que se venera desde
principios del 1900 (la virgen del Carmen) y según lo confidenciado, por los
que saben por supuesto, esta imagen no era – primigeniamente – de este poblado
y de dicha iglesia.
Según las
fuentes, esta imagen era de la iglesia de Huantajaya y fue trasladada desde
dicho centro minero a la Tirana cuando se cerraron los procesos extractivos y
se abandonó el poblado, es decir, casi a fines de los 1800.
Una parte de
la historia dice:
“Se presume
que la iglesia de la Tirana fue erigida en el siglo XVI por Fray Antonio
Rondón, quien se encontraba evangelizando la zona. La versión actual de dicha
iglesia dice, que fue levantada a comienzos del siglo XX en el mismo lugar en
que se encontraba su antecesora, destruida por los sismos que a fines del siglo
XIX azotaron a la región”
Pueblo de La
Tirana:
https://www.monumentos.gob.cl/monumentos/zonas-tipicas/pueblo-tirana
Es decir,
calzarían las fechas y quizás la historia de la virgen de Huantajaya tenga algo
de veracidad.
Como dirían
los detractores:
¡Prueba todo
lo aseverado so hereje o te quemarás en el infierno con carbón de la Huayca!
(Dicen que es el mejor y dura más que cualquier otro carbón)
Para todo lo anteriormente
expuesto no me es dable el brindar pruebas o testimonios, solo el agregar que
me fue confidenciado en su momento y yo no debo haber sido un personaje muy
importante para ser el único dueño de tamaña verdad y de forma exclusiva, es
decir, muchos lo deben haber sabido, pero era una minucia que importaba a muy
pocos, por lo tanto, pocos prestaron atención a este detalle.
Como siempre
ocurre al final del camino.
Uno se
arrepiente, tarde o temprano, de lo que no hizo.
Yo anduve por
estos espacios, en solitario, y en los tiempos en donde poco había que temer.
Hoy es el momento para contar estas experiencias, casi sin imágenes y sin
recordar los puntos exactos de mi visita, porque no contaba con cámara fotográfica,
aunque en Iquique (Zofri) eran muy económicas, pero había que revelar dichas
imágenes y esto quitaba tiempo ¿Volver a rehacer este camino? Claro que sí,
pero en vehículo y según lo que he averiguado, ya no queda mucho de la base
aérea, de lo que fue la fábrica Cardoen ya es recuerdo, polvo y olvido y
Huantajaya ha tenido algo más de fortuna al ser declarado Monumento Histórico
Nacional y sitio Patrimonial de Alto Hospicio.
Como dice el
tango que “20 años no es nada”. He de confidenciarles que para muchos es una
vida y volvería a Huantajaya para recordar (No emular) a aquel joven (o sea yo)
que supo dar con sus vestigios cuando solo el olvido se enseñoreaba por sus
lindes. La pregunta sería ¿Para que ir si ya no queda nada?
Las imágenes
-hermosas por demás – fueron bajadas de internet.
Para saber
más:
San Agustín
de Huantajaya
Mineral de
Huantajaya
http://dialogoandino.cl/wp-content/uploads/2016/07/04-DONOSO-DA-32.pdf
Las Minas de
Huantajaya
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