Aquello de Mirar Atrás, al Pasado
(Aunque son muchas las culpas)
Hará unos pocos días atrás, tal vez una semana para ser exacto y en honor a Tarrea, quién gusta y solicita exactitudes, un personaje cualquiera -desconocido para nosotros- nos hizo una crítica que guarda relación con la naturaleza y su biodiversidad. Nos acusó de alaracos ambientalistas, de dar más importancia a las plantitas y los bichitos, que al desarrollo del país. No quisimos entrar en controversias, para aquello habría que entrar a explicar nuestra postura y el porqué de nuestra posición. Pero este sapiens-sapiens parte de una premisa correcta: sí damos mucha importancia a nuestra naturaleza, mas no estamos en contra del progreso. Sólo pedimos conciencia tanto por parte de los que explotan el territorio, como de los que brindan los permisos para aquello. Todos deben tener muy en claro que el progreso siempre es bienvenido, pero no a cualquier costo, con aquello del todo vale. Así como existen zonas para explotar, dejemos espacios y recursos para que la flora y fauna se preserve, sin triquiñuelas y sin dobleces.
La triste historia de las Chinchillas
Los indígenas cazaban la chinchilla para utilizar su suave y tupida piel, eso es algo conocido. Pero lo hacían de tal manera que la especie podía mantenerse y sobrevivir a esa presión, cosa que hizo por siglos. Pero, a principios del siglo XIX llegó al norte “el hombre civilizado”, y se encontró con este pequeño animalito, muy similar a un conejo, que de tan abundante que era llegaba a espantar a los caballos, junto a los caminos, al atravesarse por entre sus patas. Al menos así nos refieren las antiguas crónicas.
Pues bien. Estos hombres se encontraron con la chinchilla, conocieron de la suavidad de su pelaje y ¿Cómo no? Enloquecieron por ella. Los europeos –cuándo no- pagaban cuantiosas sumas por las pieles de chinchilla, siempre dispuestos a comprar la mayor cantidad posible. Y los habitantes de nuestro país, como siempre bien dispuestos a aprovecharse de cualquier oportunidad para ganar dinero fácil, se lanzaron tras ellas.
Se sabe que, entre 1828 y 1832, se exportaron a Inglaterra 1800 cueros de chinchilla, pagando por ellos entre 5 y 6 pesos la docena. Pero eso no fue nada, apenas si el comienzo, pues 60 años después –en 1895- se exportaban ya 15.379 docenas (es decir, 185.000 pieles), con precios duplicados. En dos años la cantidad exportada se duplicó, llegando en 1898 a la cantidad de 32.694 docenas. Al año siguiente, según la Aduana de Coquimbo, se exportaron sólo desde ese puerto 27.533 docenas, a 15 pesos cada una.
Para 1900 se exportaron –por el mismo puerto- 32.501 docenas en el año, esta vez a 20 pesos, docenas que representan 400.000 chinchillas muertas, ¿Cuántas más se exportaron desde las provincias del norte, menos controladas, o de otros puertos? Se calcula que entre 1840 y 1916 se exportaron del país no menos de 7 millones de pieles de chinchilla.
No es posible pensar siquiera en lo que significa semejante cantidad. ¿Cómo podemos imaginarnos 400.000 chinchillas? Mucho menos 7 millones.
Las chinchillas pueden parecerse a los conejos, pero no lo son. No tienen su capacidad reproductiva. Sólo se aparean 2 veces al año, y no consiguen en ningún caso más de cuatro crías por camada. Y las técnicas de caza entonces empleadas en Chile eran las más bárbaras que concebirse puede.
Si el indígena ancestral las cazaba valiéndose del arte de poner lazos en la entrada de sus guaridas, lo que podía dar resultado o no, los cazadores del 1900 utilizaban todo tipo de técnicas, a cuál peor que la otra. Por ejemplo, persiguiéndolas con perros, quemando la vegetación para que salieran, destruyendo sus madrigueras, rodeándolas, a balazos, etc. Todas estas maneras absolutamente destructivas, ya que no sólo caían los animales adultos aprovechables, sino también las madres gestantes y las crías. Destruían además sus hábitats, de manera que de haber sobrevivientes no tenían donde vivir o qué comer. El ansia de la gente de obtener un dinero que duplicaba o triplicaba en corto tiempo lo que ganaban en sus labores habituales en el campo o la minería, los llevaba a cometer todo tipo de desmanes para lograr cazarlas.
No difiere mucho de lo actual en realidad, si se piensa, ya que solemos escuchar voces que nos hablan de “las trabas” que se ponen a los proyectos que darían trabajo a la gente, sólo por la presencia de este u otro animal nativo.
Hubo intentos de cambiar la situación, por parte de algunas autoridades de entonces, como el Señor Intendente de Antofagasta, don C. M. Sayago, que pidió al Ministerio de Industria, en octubre de 1900, que se prohibiera absolutamente la caza de la chinchilla por 5 años, para evitar su extinción. No escuchada su petición, serían posteriormente los Diputados de las provincias del norte quienes presentarían una moción en el Congreso Nacional, en 1901, solicitando la prohibición absoluta de su caza, por un período de tiempo, de manera de asegurar que no desaparecieran.
Los Diputados M. Gallardo González (Elqui), D. de Toro H. y M. Francisco Irarrázaval (Combarbalá), E. Villegas (Vallenar), Maximiliano Pica (Taltal y Tocopilla) y Eduardo Phillips (Antofagasta), presentaron un proyecto de ley que prohibía la caza de octubre a marzo (época de cría), prohibía el uso de todo sistema que no fuesen trampas que las cazaran vivas (para poder liberar hembras y crías), la venta de cueros de menos de 28 cm (crías), protegía la “Algarrobilla”, planta que les servía de alimento, y fijaba fuertes multas como castigo, que podían reemplazarse con días de cárcel (hasta 20) si no se pagaban.
Por su parte, algunas comunas tomaron sus propias medidas, dictando decretos alcaldicios:
La Comuna de San Antonio prohibió la caza entre septiembre y marzo, por cualquier medio. La Comuna de Tierra Amarilla la prohibió por 2 años, la Comuna de Chañarcillo por 2 años, y la Comuna de Puquios también por 2 años.
¿Sirvió de algo? Pues no, no sirvió de mucho. No existían los medios para controlar, y era mucho el dinero involucrado en este negocio, fomentado –claro está- por las grandes casas comerciales norteamericanas y europeas, a quienes sólo les interesaba ganar dinero.
Para 1914 la piel de chinchilla era el principal producto de exportación del país, a pesar que ya se había suscrito cuatro años antes un tratado entre Bolivia, Chile, Perú y la Argentina para protegerla, prohibiendo su caza, acopio, transporte y venta de pieles.
Sólo se acabó la exportación en 1917, cuando eran tan escasas que el precio de una piel se hizo impagable para los compradores europeos y dejaron de solicitarlas ya que contaban con criaderos de chinchillas domésticas, de modo que no se justificaba el exorbitante gasto. Pero, para ese entonces, la chinchilla se había declarado extinta en su forma silvestre en Perú, Bolivia y Argentina. Aunque en Chile se dictó una ley para protegerla efectivamente en 1926, se hizo tan escasa que se la llegó a considerar extinta en la vida silvestre hasta el año 1953, cuando se realizó la que se creía ser la primera ascensión al volcán Licancabur y se encontraron poblaciones de ella en el lugar, a 4.900 metros de altura. Justamente fue un cazador de chinchillas de San Pedro de Atacama, Severo Titichoca, quien realizó el primer ascenso al volcán 30 años antes, en 1884, y sirvió de guía en el segundo ascenso, realizado en 1886 por Juan Santelices., subdelegado del gobierno chileno en Atacama, con la misión de reconocer los nuevos territorios adquiridos tras la guerra.
Tras el descubrimiento de esa población de chinchillas andinas, se han sucedido otras con el curso de los años, pero en todos los casos se trata de poblaciones muy pequeñas y con muy poca variación genética, por lo que el riesgo de extinción de la especie sigue estando vigente.
En Atacama, su presencia se restringe a los sitios prioritarios de Lagunas Bravas, Laguna del Negro Francisco, Laguna Grande, Laguna Santa Rosa y Laguna Verde, todos en la zona de la puna. En Antofagasta, en tanto, se le ha registrado en EL Laco (San Pedro de Atacama), el Parque Nacional Llullaillaco, el extremo sureste del Salar de Atacama, en el volcán Licancabur (registros históricos) y en el Salar de Tara. En Tarapacá y Arica-Parinacota se le considera todavía extinta.
Para saber un poco más:
Las Chinchillas de Chacaya
https://caminantesdeldesierto.blogspot.com/p/las-chinchillas-de-chacaya-chinchillas.html






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