El viaje de los 4 corazones
«En la capital de
Chile y en uno de los principales paseos públicos existe inmortalizada en
bronce la estatua del prócer de nuestra independencia, el general José Miguel
Carrera, cuya sangre corre por mis venas, por cuya razón comprenderá usted que
ni como chileno, ni como descendiente de aquél, deben intimidarme ni el número
de tropas, ni las amenazas del rigor. Dios guarde a Ud.». Ignacio Carrera
Pinto.
Combate de la
Concepción
Hace 143 años, los
días 9 y 10 de julio de 1882, se llevó a cabo el Combate de La Concepción, en
la sierra peruana. En dicho combate perdieron la vida 77 soldados chilenos, al
mando del capitán Ignacio Carrera Pinto. Eran cuatro oficiales y 73 soldados de
la 4.ª compañía del Batallón Chacabuco, 6° de Línea.
Los cuerpos de
todos ellos quedaron sepultados en esas lejanas tierras, en otro país. Sin
embargo, los oficiales chilenos que llegaron al lugar después de la batalla
decidieron, de común acuerdo, conservar los corazones de los cuatro oficiales y
enviarlos a la capital, como una muestra de respeto.
Pero una cosa es
tomar una decisión y otra diferente es ejecutarla. Y se vieron entonces ante la
difícil pregunta: ¿quién le pone el cascabel al gato? O, en este caso, ¿quién
sería el que sacara los corazones de los cuerpos?
Según lo que refiere
el soldado Marcos Ibarra en su Diario de campaña, con fecha 11 de julio de
1882: “Mi coronel Canto ordenó a los doctores cirujanos que sacaran los
corazones a los valientes oficiales de la 4ª Compañía del Batallón Chacabuco 6º
de Línea”. Pero es sabido que los cirujanos del ejército no se encontraban
allí, con esa avanzada que sólo iba a buscar al batallón de Carrera para
apoyarlo en la retirada hacia Tarma, sino en Huancayo, atendiendo a los heridos
y enfermos provenientes de esta y otras plazas. Cabe suponer que Ibarra lo
describió así para no restar solemnidad a este momento histórico.
¿Cómo se hizo
entonces? Gracias al testimonio de Monseñor Víctor Barahona, quien conoció al
soldado al que le cupo realizar esta tarea, se conoce esta parte de la historia.
Visto que los
cirujanos se encontraban muy distantes, Del Canto se vio en la necesidad de
pedir un voluntario entre los soldados.
Y uno de ellos,
apenas un muchacho, con enérgica voz y dando un paso al frente, dijo: —¡Yo me
atrevo, mi capitán!
—¿Tendrás el
valor, muchacho? —le preguntó el oficial.
—Antes de
engancharme, fui matarife, mi capitán.
- Bien, pero
procede con cuidado, hay que sacar los corazones intactos.
—Enteritos, mi
Capitán.
- Empieza por el
capitán Carrera.
Ayudado por un
corvo y su expertiz en el oficio, el soldado fue sacando los corazones,
depositando cada uno de ellos, cuidadosamente, en una lata de conservas llena
de aguardiente.
Estafetas
especiales, nombrados para el caso por la oficialidad, transportaron los tarros
y su preciosa carga hasta Lima, con una adecuada escolta. Una vez allá, fueron
depositados en redomas de cristal y transportados con sumo respeto hasta
Santiago. Desde ahí en adelante su historia es ya conocida: se conservaron en
la Iglesia de la Gratitud Nacional hasta el año 1900, que el Ejército los
solicitó para mantenerlos en un museo militar en el Cuartel de Artillería. En
1911 se trasladaron hasta su ubicación definitiva, en la Catedral de Santiago,
donde se conservan intactos y con todas las medidas necesarias para su
preservación.
Este es un pequeño
detalle histórico que no es muy conocido y que, aunque no reviste gran
importancia, nos pareció apropiado relatarlo con ocasión de un aniversario más
de esta batalla. Un hecho que nos llena de tristeza y también de orgullo.