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jueves, 10 de julio de 2025

EL RETORNO DE LOS 4 CORAZONES

El viaje de los 4 corazones



«En la capital de Chile y en uno de los principales paseos públicos existe inmortalizada en bronce la estatua del prócer de nuestra independencia, el general José Miguel Carrera, cuya sangre corre por mis venas, por cuya razón comprenderá usted que ni como chileno, ni como descendiente de aquél, deben intimidarme ni el número de tropas, ni las amenazas del rigor. Dios guarde a Ud.». Ignacio Carrera Pinto.




Combate de la Concepción


Hace 143 años, los días 9 y 10 de julio de 1882, se llevó a cabo el Combate de La Concepción, en la sierra peruana. En dicho combate perdieron la vida 77 soldados chilenos, al mando del capitán Ignacio Carrera Pinto. Eran cuatro oficiales y 73 soldados de la 4.ª compañía del Batallón Chacabuco, 6° de Línea.

Los cuerpos de todos ellos quedaron sepultados en esas lejanas tierras, en otro país. Sin embargo, los oficiales chilenos que llegaron al lugar después de la batalla decidieron, de común acuerdo, conservar los corazones de los cuatro oficiales y enviarlos a la capital, como una muestra de respeto.

Pero una cosa es tomar una decisión y otra diferente es ejecutarla. Y se vieron entonces ante la difícil pregunta: ¿quién le pone el cascabel al gato? O, en este caso, ¿quién sería el que sacara los corazones de los cuerpos?

Según lo que refiere el soldado Marcos Ibarra en su Diario de campaña, con fecha 11 de julio de 1882: “Mi coronel Canto ordenó a los doctores cirujanos que sacaran los corazones a los valientes oficiales de la 4ª Compañía del Batallón Chacabuco 6º de Línea”. Pero es sabido que los cirujanos del ejército no se encontraban allí, con esa avanzada que sólo iba a buscar al batallón de Carrera para apoyarlo en la retirada hacia Tarma, sino en Huancayo, atendiendo a los heridos y enfermos provenientes de esta y otras plazas. Cabe suponer que Ibarra lo describió así para no restar solemnidad a este momento histórico.

¿Cómo se hizo entonces? Gracias al testimonio de Monseñor Víctor Barahona, quien conoció al soldado al que le cupo realizar esta tarea, se conoce esta parte de la historia.

Visto que los cirujanos se encontraban muy distantes, Del Canto se vio en la necesidad de pedir un voluntario entre los soldados.

Y uno de ellos, apenas un muchacho, con enérgica voz y dando un paso al frente, dijo: —¡Yo me atrevo, mi capitán!

—¿Tendrás el valor, muchacho? —le preguntó el oficial.

—Antes de engancharme, fui matarife, mi capitán.

- Bien, pero procede con cuidado, hay que sacar los corazones intactos.

—Enteritos, mi Capitán.

- Empieza por el capitán Carrera.

Ayudado por un corvo y su expertiz en el oficio, el soldado fue sacando los corazones, depositando cada uno de ellos, cuidadosamente, en una lata de conservas llena de aguardiente.

Estafetas especiales, nombrados para el caso por la oficialidad, transportaron los tarros y su preciosa carga hasta Lima, con una adecuada escolta. Una vez allá, fueron depositados en redomas de cristal y transportados con sumo respeto hasta Santiago. Desde ahí en adelante su historia es ya conocida: se conservaron en la Iglesia de la Gratitud Nacional hasta el año 1900, que el Ejército los solicitó para mantenerlos en un museo militar en el Cuartel de Artillería. En 1911 se trasladaron hasta su ubicación definitiva, en la Catedral de Santiago, donde se conservan intactos y con todas las medidas necesarias para su preservación.




Este es un pequeño detalle histórico que no es muy conocido y que, aunque no reviste gran importancia, nos pareció apropiado relatarlo con ocasión de un aniversario más de esta batalla. Un hecho que nos llena de tristeza y también de orgullo.





miércoles, 9 de julio de 2025

A SU SALUD PUES

A su salud pues

(Remedio pa´ la pena digo yo)


Aunque gran parte de los que llegaron a este norte, damas y caballeros, provenían del centro y sur del país, no es menos cierto que también nos encontrábamos con ciudadanos de los países limítrofes (Perú, Bolivia, Argentina) y con algunos europeos (de las Europas). Con lo anterior, podemos inferir que nuestros paisanos (coterráneos) no sólo llegaron con el afán y las mañas. También trajeron sus mitos, sus leyendas, sus comidas y bailes, sus males y sus escasos bienes que,  poco a poco pasaron a formar parte de las costumbres y tradiciones de este norte grande, enriquecidas por las de los foráneos y, en alguna medida, por la hasta entonces desconocida cultura de los naturales.

 

Lo que viene de un ayer que nos parece tan remoto y desconocido.

 

Han de saber que, en los antiguos tiempos de nuestro país, se servía en los velorios de los “angelitos” (los niños menores de 3 años) una bebida conocida como “Gloriao”. Recibió ese nombre de la oración con que comenzaban los rezos por el alma de la guagua, el Gloria.

Esta bebida, muy conocida desde Atacama al sur, lo que entonces era Chile, debe haber sido bastante utilizada después —suponemos— en las salitreras y en el norte en general, tras la ocupación, pues como hemos podido ver en muchas ocasiones, había una alta mortalidad de niños pequeños. Las condiciones de vida no eran las mejores, y tanto la asistencia médica como los medicamentos eran muy escasos. Se sabe que la farmacopea de ese entonces vendía productos que más enfermaban que sanaban.

Según consigna Oreste Plath en su “Geografía Gastronómica de Chile” (1943-1996), este licor se preparaba con agua hervida, clavo de olor, canela, azúcar quemada y cáscara de limón o naranja. A este cocimiento, ya preparado, se le agregaba el aguardiente. Si se quería rebajar el grado alcohólico, para que quedara más suave, mientras hervía se le aplicaba un fósforo, de modo que se quemara el alcohol.

Otra forma de prepararlo, según el mismo Plath, era con una infusión de palos de guindo, a la cual se le agregaban las especies, se colaba y servía.

Sin embargo, y él mismo lo dirá luego, la infusión con palos de guindo no era gloriao, sino mistela, un licor diferente, que se podía preparar de diversas formas, utilizando distintos ingredientes básicos, como palo de rosa, culén, apio e incluso coco.

Aunque las tradiciones se van perdiendo, aún se puede encontrar personas que recuerdan cómo eran las cosas antiguamente. Por ejemplo, nos dicen que lo habitual es que se sirviera en vasos, para cada persona, pero al parecer antes no era así, sino que se servía en una tetera, bebiendo directamente de ella. De esta forma se mantenía caliente y no se perdía el alcohol por evaporación. Otros refieren que se ponía el gloriao caliente en una jarra, la que se forraba con un mantel, y se le insertaba una bombilla, por medio de la cual se bebía, pasando la jarra de uno a otro como cuando se toma mate.

Hoy en día se prepara, según refieren distintas personas del sur, agregándole café, lo que le da un carácter muy diferente y -a nuestro parecer- ya no sería un gloriao, sino que debería llevar otro nombre.

Pero bueno, sabemos también que los nombres se les dan a las cosas de forma algo antojadiza, y así nos enteramos de que en la Región de la Araucanía se conoce como gloriao a una preparación muy diferente y que no tiene ninguna relación con la que describimos. Por esas tierras llaman gloriao a un cocho aguado (o pavito) que se bebe en las mañanas muy temprano, al salir a trabajar. Obviamente, no tiene alcohol ni relación alguna con el gloriao de los velorios.

En el mundo andino, del que una buena porción de nuestra región forma parte, el gloriado no es un licor o preparación específica, sino que se le llama así al conjunto de vinos, licores, comida, chocolate y cigarrillos que se sirven a los asistentes a un funeral. Distintos lugares, distintas costumbres, un solo país.

Para finalizar, mencionaremos que el gloriado (que llamamos gloriao por la deformación que hacemos del idioma) existe también en otros países de habla hispana, debido a que su remoto origen es hispano.

En el Perú, por ejemplo, se prepara de forma muy similar, con la notable diferencia de que se le agrega un par de hojas de higuera. Y, cosa curiosa, no se sirve con ocasión de los funerales, sino todo lo contrario, cuarenta días después de un parto.

En Colombia y Ecuador se prepara también, pero, aunque no pudimos encontrar la receta, sí supimos que ambos son diferentes entre sí y también con el nuestro, y que no guarda relación tampoco con los velorios.







martes, 8 de julio de 2025

PEQUEÑECES QUE NOS HABLAN DE HISTORIA

Pequeñeces que nos hablan de Historia.

(Lo que aflora por el desierto)


Resulta evidente que dimos con el tesoro de un niño. Uno de aquellos (de los tantos) que vivió y creció contemplando las soledades y, tal vez, ayudando en las duras faenas de los mayores. Su tesoro no se encontraba en cofres, arcas o muy bien protegido, tan solo cubierto de manera muy simple, sin considerar el paso del tiempo.

Saludos estimadas y estimados amigos.

Siempre nos han contado que esta parte del territorio nacional tuvo una ocupación relativamente reciente (con guerra incluida para su posesión). En cuanto a fechas -precisas- podemos citar varias, como por ejemplo el año 1866 con el establecimiento de Antofagasta, 1843 Tocopilla, 1862 Mejillones, 1858 Taltal, 1888 Calama. También contamos con algunas localidades —poblados— que tuvieron una data muy anterior, tanto de ocupación como de fundación, como sería el caso de Chiu-Chiu y San Pedro de Atacama. Como corolario a este breve recorrido, podemos citar alguno que otro poblado que fue relevante y cuya historia se perdió en el tiempo (sin enumerar salitreras), como, por ejemplo: Gatico, Cobija, Caracoles, Cachinales de la Sierra o Campamento Esmeralda.

Pues bien. Los libros de becerros (metafórico, por supuesto) nos indican que esta parte del territorio ya contaba con cierta población, mucho antes del establecimiento masivo de personas; hablamos de una población dispersa tanto por la costa como por los derroteros del interior, que en su mayor parte correspondía a gambusinos y cateadores dedicados a la búsqueda de fortuna.

Ahora, ¿por qué esta introducción tan extensa? ¿Cuál sería nuestro motivo para enumerar las poblaciones existentes y las que existieron por el vasto territorio del desierto?

Han de saber que, por azares del destino y el apoyo brindado por nuestros socios, quienes nos han permitido este año 2025 dedicarnos con más ahínco a recorrer el desierto, hemos podido acceder a lugares en donde no debiese haber vivido alma alguna, pero sorprendentemente, no ha sido así. Aparte de encontrarnos con los consabidos descansos o tambos de los antiguos habitantes, aquellos que por milenios transitaron por el territorio de este a oeste (y viceversa) para comerciar, también nos hemos encontrado con antiguas construcciones que, sin duda, edificaron nuestros connacionales en sus andanzas por el desierto, construcciones que nos parecerán muy simples en la actualidad, pero que brindaron una protección —mínima quizás— contra el medio y que, inclusive, contaron con sus correspondientes corrales para los animales, que servían tanto para el trabajo diario como para la subsistencia.

Hemos de agregar que no son pocas las construcciones de este tipo que aún se mantienen en pie, alejadas de los actuales y antiguos centros urbanos, con mucha dificultad en el acceso y con sus correspondientes muertos. ¿De qué murieron? Eso nunca no lo sabremos.

Hemos de contarles -de igual manera- que el tiempo y el viento han hecho su trabajo, el de cubrir las estructuras con su manto de olvido. Desde lejos solo se advierte un terreno disparejo en la vasta planicie llana, o hay que ingresar por las abruptas quebradas para dar con los vestigios de una ocupación temprana, que en más de las veces o en todas tuvo un motivo que va de la mano con la minería. ¿Estos connacionales habrán tenido fortuna? ¿Dieron con la riqueza o solo fue un esfuerzo vano? Eso tampoco lo sabremos, pero hay ocasiones en donde asoma -maravillosamente- parte de este pasado, especialmente en donde aún se sostienen los precarios adobes, el caliche o la piedra que servía de base de una de estas edificaciones, de aquellas que sabemos que son de antigua data y en donde, sin necesidad de buscar o intervenir, simplemente afloran por efecto del tiempo pequeños tesoros que quedaron ocultos y que nadie se llevó al partir de una u otra manera, es decir, al marcharse o morir.

Estas pequeñas minucias de la historia las dejamos ahí, cubiertas, protegidas del medio y de los coleccionistas, y resulta muy grato el poder fotografiarlas, buscar su historia, el saber que estamos hurgando en el pasado, pero también hay impotencia cuando no podemos dar con la información mínima, y esto no va con la idea de compartir dichas historias, que es nuestra tarea, más bien el de no poder brindarnos a nosotros mismos una respuesta, aquello de quedarnos con tantas dudas luego de tan extenuantes y peligrosos recorridos.

Dejamos —este año— de seguir los derroteros establecidos por terceros y hemos ido por nuestros propios caminos. Siempre con el afán de buscar nuestra historia y patrimonio, pero con el consabido respeto y cuidado por los hallazgos.











lunes, 7 de julio de 2025

EL CERRO COLOSO

El Coloso

El Bastión sur de la Bahía de Antofagasta


Los cerros —cualesquiera que sean estos— están ahí, a nuestro alcance, y podemos disfrutar y/o usufructuar de ellos —siempre y cuando no estén intervenidos por terceros— desde todos los ámbitos. Es decir: deportivos, económicos, logísticos, paisajísticos, de investigación e inclusive literarios. Sobran los motivos para hacer de una cumbre un punto de interés relevante; es más, sirven inclusive para mejorar la economía de un lugar, aunque esto —el proyectar a una ciudad y desarrollar sus puntos de interés turísticos— requiere de gente distinta, gente que aún no ha nacido.

 

Un domingo distinto

 

Resulta inexplicable para los demás, especialmente para aquellos que gustan de una vida más apacible, pero podemos subir innumerables veces a la cumbre del Cerro Coloso y todas ellas nos resultan gratas y diferentes, siempre encontrando algo nuevo en el recorrido o simplemente viviendo nuevas experiencias.

Ahora bien. El Coloso es una enorme mole que se yergue por sobre los 900 m s. n. m. en el extremo sur de la bahía de Antofagasta y, según los expertos, esta mole es muy anterior a la formación de la cordillera de la costa; es decir, mientras esta parte del territorio estaba bajo el mar, El Coloso ya recibía la luz del sol y es probable que contase con vegetación y su propia fauna.

De igual manera, cuando vamos subiendo por las grietas de esta mole y fijamos la vista en lontananza, especialmente mirando al este, es factible el poder imaginarnos cómo se conformó este territorio con el correr del tiempo, las enormes fuerzas que actuaron, las fallas que la circundan, los flujos que se fueron depositando y la vida que fue quedando oculta e inerte en los diversos estratos. Todo esto es posible de advertir recorriendo la base de esta imponente mole y que resulta más fácil de notar e imaginar desde la cumbre.

Pues bien. El Coloso no es tan solo un promontorio que nos puede hablar sobre el pasado remoto; también es la cuna de nuestra Antofagasta, es decir, un pasado algo más reciente. La historia nos dice que, por estos lugares, en una de sus tantas ensenadas, desembarcó el cateador Juan López, aquel que puso (simbólicamente) la primera piedra de nuestra ciudad, lo que él llamó Peña Blanca; pero, cuando López decidió avecindarse definitivamente por estas playas, no lo hizo solo. Junto a él llegaron varios personajes, entre los que destacamos a los hermanos Carabantes, quienes se establecieron por los alrededores del Coloso y explotaron algunos yacimientos de cobre. Hemos de decir que una de dichas vetas aún es posible advertir en una de las abruptas laderas del cerro.

El Coloso nos parecerá en la actualidad un promontorio termo, inhóspito y rocoso, pero la historia nos dice algo distinto y solo nos debemos transportar —con estudios en mano— al pasado reciente. Haría unos 10.000 años, estaba culminando la última glaciación y nos indican los expertos que, por la zona cordillerana, los niveles pluviométricos eran mucho mayores. Dicha agua, la nieve y el hielo marcaron profundamente el territorio, dejando profundas grietas que podemos advertir en la actualidad.

Por las zonas intermedias del desierto, por donde hoy nada crece ni prospera, también había vegetación —una megaflora— y también una fauna variada —megafauna— y esto se advierte —especialmente— en la región de Tarapacá, en donde nos encontramos con asentamientos humanos en el medio del desierto. Dichos asentamientos contaban con sistemas básicos de regadío y vivían de la agricultura y la crianza de animales, algo impensado en los tiempos actuales.

En Antofagasta no debe haber sido muy distinto; hablamos de la vida contenida en el desierto y los efectos de la última glaciación. Por esta parte del territorio contamos con dos grandes cauces que provienen desde el interior, desde las alturas. Hablamos de Quebrada Caracoles y El Profeta. Ambas se juntan por el sector superior del sector La Negra (inmediatamente superior al Coloso) y se distribuyen por las diversas quebradas que dan a la costa. De igual manera, en un tiempo de mayor humedad, hará 10.000 años y 3.500 años atrás (un tiempo muy húmedo en donde se rellenaron los acuíferos del desierto), la humedad en la costa debe haber sido mucho mayor a la actual y lo que hoy encontramos, tan solo islas de vegetación, debe haber formado parte de grandes paños verdes de vida como lo vemos en el sector de Paposo al norte. Con lo anterior y teorizando, Coloso aún conserva vida, escasas especies adaptadas a la sequía intensa, pero en tiempos no tan remotos, dicha vegetación pudo ser abundante, diversa y permitió la vida de muchas especies animales, incluyendo a los guanacos. Estos rumiantes nos dejaron el testimonio de su presencia con sus intrincados senderos, los revolcaderos y defecaderos. También estuvo presente el hombre por la cumbre, quizás en búsqueda de cuarzos para sus puntas de proyectiles y/o en búsqueda de su alimento, tanto de vegetales como de animales. Por el extremo sur del imponente Coloso se advierten las profundas grietas que no fueron modeladas exclusivamente por el viento, eso es evidente; el agua corrió por dichas laderas en su camino al mar y todo el territorio, desde su zona superior y desde las cumbres, contuvo vida natural que debió ser prodigiosa, inimaginable y definitivamente desconocida.

Antofagasta -la región- cuenta con una gran infinidad de cerros, desde los pequeños que dan la espalda a la ciudad hasta aquellos que sobrepasan los miles de metros y que incitan de manera misteriosa a subir, llegar a su cumbre, pero el Coloso no es tan solo la atalaya que domina desde el extremo sur, fijando su vista en el homólogo de Deriva, aquel que se encuentra en la punta norte de la bahía, el Morro Moreno. Coloso es parte de la historia de Antofagasta y forma parte de los grandes mitos y leyendas que se han tejido por los antiguos habitantes, esos que murmuraban que, en una de sus laderas, había una gran veta de oro, una veta que fue confidenciada por un indio —a quien le salvaron la vida— y en agradecimiento brindó las coordenadas de dicho dorado, pero como suele suceder, el confidente nunca gozó de dicha fortuna, murió trágicamente camino al derrotero y se fue al fondo del mar con el secreto de su ubicación. La historia se conoce (aún) como “El Derrotero de Naranjo”.

Es verdad. Subimos un cerro, ínfimo para muchos, apenas 940 m.s.n.m. con distancias totales de 14 km de acarreos, pendientes, muros y bordes, pero la finalidad —para nosotros— no era tan solo el llegar a la cumbre y bajar sanos; para nosotros va mucho más allá.

 

El dominio del coloso

https://caminantesdeldesierto.blogspot.com/2018/06/el-cerro-coloso.html

 

Apart en la Cuenca del Coloso

https://repositorio.sernageomin.cl/server/api/core/bitstreams/28b8a501-33b8-4dbe-870c-7655feeb8cca/content