Hey Mister. Uan Momento plis
Clippers en la bahía de Taltal
El ver estas imágenes nos lleva a recordar al Célebre Pablo
Neruda y su poema Farewell.
Amo el amor de los marineros
que besan y se van.
Dejan una promesa.
No vuelven nunca más.
En cada puerto una mujer espera:
los marineros besan y se van.
Una noche se acuestan con la muerte
en el lecho del mar.
El decir simplemente barcos salitreros o barcos en la bahía,
no hará tanta justicia y no despertará el interés de la gran mayoría -
¿totalidad? - de los antofagastinos que no vieron y no vivieron aquella época
de esplendor, es solo un barco. Tal vez, estas pocas palabras extraídas del
escrito de Salvador reyes (1933) nos permita hacernos una idea de lo
impresionante que debe haber sido el apreciar este espectáculo en nuestra bahía
y la infinidad de idiomas que se escuchaban en nuestras calles.
Barcos en la bahía de Antofagasta 1879
Hay quienes recuerdan haber visto en 1894 hasta 82 veleros
anclados en Valparaíso, 117 en Antofagasta y 124 en Iquique. En esos dos
últimos puertos, además de Pisagua, Caleta Buena. Tocopilla, Mejillones y
Taltal, se escribieron muchos de los mejores capítulos de la que pudiera
llamarse "edad heroica" de la carrera del salitre.
Grandes flotas de veleros, inglesas, norteamericanas,
alemanas y francesas, tenían como objetivo el litoral salitrero. Traían carbón
y embarcaban nitrato; traían y llevaban aventuras, y la buena, la auténtica
leyenda del mar.
El Norte era entonces rico y generoso. Demasiado rico y
demasiado generoso. La vida en aquellos puertos tenía un ritmo brusco,
dinámico, imprevisor. El salitre daba para todo, especialmente para que, en los
sitios alegres de Antofagasta, Iquique, Taltal y demás puertos, hallaran placer
los hombres que venían de las dos grandes soledades: del mar y de la Pampa.
En el libro de Lubbock, "The Nitrate Clippers", editado
en Glasgow. Lubbock, marino que consagró graneles y perdurables esfuerzos a la
historia de la navegación en todos los mares, resume los diversos aspectos de
la carrera del salitre y la epiloga con sus estadísticas y sus rápidos
recuerdos de ese período de brillante actividad.
El Bremen en la bahía de Antofagasta
Uno de los versos citados de R. H. Aithking que, traducidos
literalmente, dicen:
.- Puertos de mar donde la vida es una carga amenazada por la
tifoidea y el calor, hogar de los humildes y de los parias, de los vagabundos
de la costa y de los ociosos, donde las únicas diversiones para los gringos son
el amor, el juego y la bebida...
Claro está que semejantes versos, desde el punto de vista sanitario
y social, no hacen honor a la vida de los puertos nortinos. Pero la verdad era,
más o menos, ésa. ¿Cómo no recordar la zozobra con que en Antofagasta se leía
diariamente en los periódicos la nómina de los casos de viruela?
En cuanto el tono elegíaco con que el poeta habla de las
"únicas diversiones'', encierra, sin duda, un poco de hipocresía. Aquellas
eran las "únicas', pero justamente las que los marineros y los pampinos
buscaban y preferían por encima de todas.
El Preussen de 5 mástiles.
Aquella época de enorme actividad dejó poca o ninguna huella.
Como se borró en las olas la estela de las fragatas y de los bergantines, se
borró en la memoria de los pueblos del Norte el paso de los marineros. Allí la
gente se renueva con mucha frecuencia y esa facilidad para irse fue otra de las
características que acercó a los hombres del mar y a los hombres del desierto.
Carátula de Libro
Link. Escrito de Salvador Reyes
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