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miércoles, 2 de agosto de 2017

EL DERROTERO DEL CERRO PLOMO


El Derrotero del Cerro Plomo

Panizos Blancos

 

Un libro maravilloso, con letras que debiesen estar en la memoria de nuestra población puesto que, los derroteros, son parte importante de nuestra identidad nortina (de Tocopilla, Mejillones, Taltal y Antofagasta) Ahora bien, estas letras nos llevan en una travesía, en un misterioso viaje por nuestra tierra, en tiempos pretéritos y en un lenguaje muy simple. Son letras, que nos hablan de epopeyas, de hombres luchando solitarios contra parajes abiertamente inhabitables, con temperaturas abrasadoras durante el día y con fríos que calan los huesos por las noches, sin agua y sin posibilidad de hallar alimento en el terreno (Cita de Wilfredo Santoro Cerda), pero encontramos algo más, en este relato, algo que nos habla de sueños, esos sueños de riquezas que siempre están a la vuelta del cerro.

Tal como indica su encabezado, “estamos ante una novela de ficción relacionada a búsquedas de tesoros” una novela llamada "El derrotero del cerro plomo”, es una leyenda que se basa en una narración verídica" escrita por Jean Arondeau. Ahora, sobre el autor poco o nada hemos encontrado, pero su escrito. El texto completo, lo dejamos íntegro para vuestro deleite.

 

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Así comienza:

Diversos motivos, entre los cuales no era el menor mi deseo de “rodar tierras”, me hicieron llegar por primera vez al puerto de Antofagasta en un luminoso día del mes de Enero de 192… Gracias a un amigo de mi padre, pude emplearme, casi inmediatamente, en una firma extranjera, y así empiezan los acontecimientos que han dado vida a este libro. Se desempeñaba como Mayordomo de la Casa, un simpático setentón a quien denominaremos Apolónides Ulloa, que era muy estimado de cuantos trataban con él por su carácter afable y servicial y por sus dotes de corrección y honradez. Ulloa era sobreviviente de la campaña de 1879 y también había tomado parte en la revolución de 1891. Aparte de estos títulos, que de por sí encierran la idea de aventuras, Ulloa había sido un incansable viajador y era agradable oírlo contar sus anécdotas que salpimentaba con interesantes experiencias.



     Como él residía de firme en Antofagasta, se había hecho de una casita situada en los alrededores del puerto y que había convertido pacientemente en un pedazo de nuestro florido Sur. Vivían con él, su esposa y su hija, casada ésta con Moisés Aguayo, a quien también veremos figurar en los acontecimientos. Dos o tres meses después de mi llegada, me había hecho un buen amigo de Ulloa, llegando por último a vivir en su casa, donde prácticamente, encontré un segundo hogar.

     Durante un feriado y con objeto de conocer las oficinas salitreras, me dirigí a la pampa, portando una carta de Ulloa para uno de sus amigos, que fue muy atento y servicial. Pocos días antes de mi regreso a Antofagasta, un accidental conocido que se jactaba de ser el mejor “baqueano” de la provincia, me invitó a que lo acompañara al “cateo” de unos valiosos yacimientos de plata, cuya ubicación sólo él y su mozo conocían.


Anexamos el mapa y parte del escrito original para que vayas en su búsqueda, en una de esas, la historia resulta cierta.





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