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sábado, 10 de febrero de 2018

LOS CAPELLANES EN LA GUERRA DEL SALITRE


Los Capellanes en Antofagasta y en la Guerra del Salitre
La Paz en la Guerra


     Hemos comprobado que nuestra historia cuenta con muchas referencias, hechos y detalles que se van repitiendo en el tiempo y estos van en continuo crecimiento por el aporte de los nuevos historiadores. Más. Siempre están esas pequeñas minucias que algunos consideran misceláneas y la siguiente historia se podría considerar como tal, pero, para la gente de aquella época fue de trascendental importancia. Los médicos sanaban el cuerpo y los capellanes el alma.

Capellán Correa absolviendo al ejército chileno en las alturas de Calama

Las crónicas nos dicen:

     Al comienzo de las operaciones de guerra, la otorgación de sacramentos era los más importante y necesario, a raíz de que la mayoría de los reclutas eran de origen campesino y no habían recibido ni siquiera el bautismo. A pesar de ello, las tropas demostraron ser bastante creyentes, y debido a esto, las misas pasaron a ser parte de la cotidianidad, realizándose todos los domingos, no importando dónde estuvieran. Extraído de http://gdp1879.blogspot.cl

     La victoria de Chile en la Guerra del Pacifico, no solo se alcanzó mediante el sacrificio de los soldados combatientes, sino que también de aquellos que acudieron raudamente a los servicios de apoyo en los campos de operaciones, me refiero a médicos, ingenieros, periodistas y también sacerdotes. Y dentro de este selecto grupo quiero destacar a los sacerdotes que, con su servicio de asistencia moral y espiritual, supieron infundir en las tropas, animo, confianza y paz, lo cual resulta indispensable en tiempos de guerra.

     En el caso de Chile esta asistencia a estado vinculada estrechamente a la función guiadora de la Iglesia y tal compromiso también estuvo presente en 1879 , en que el clero dio ejemplo de patriotismo , ofreciendo sus servicios personales , creando ambulancias , estableciendo hospitales de sangre , recolectando fondos para el auxilio de las viudas , fundando asilos para los huérfanos de la guerra , creando talleres para la fabricación de vestuario militar , hilas y vendas para los hospitales etc. , etc. .

     Iniciado el conflicto con Perú y Bolivia en 1879, la iglesia organiza "el cuerpo de capellanes" fue una tarea difícil para las autoridades eclesiásticas de Chile, pues no existía en la iglesia Chilena una institución dedicada a atender las necesidades espirituales castrenses, o sea no se contaba con un vicariato canónicamente organizado, esto dificultaba la creación y posterior desempeño de los capellanes que partirían al frente de guerra, a servir la espiritualidad de nuestras tropas, también se debería evaluar la cantidad de estos , donde se instalarían y su funcionamiento .

     La prensa hizo un llamado público al gobierno, sobre la urgente necesidad de enviar capellanes junto con el ejército. La solicitud del gobierno de Chile a sus hijos para defender la causa, encontró de inmediato eco en sacerdotes como, Florencio Fontecilla y Ruperto Marchant Pereira a ellos se agregarían otros seis más que fueron nombrados por el arzobispo Joaquín Larraín Gandarillas.

Ruperto Marchant Pereira

     Como vemos el número de capellanes en un principio era muy modesto, en relación con el contingente total de nuestras fuerzas armadas, que alcanzaban aproximadamente a los 2.440.- hombres al inicio de la guerra, cifra que, por supuesto aumentaría conforme al desarrollo de esta, es decir cada capellán velaría espiritualmente por 305 hombres, repartidos en un frente tanto marítimo como continental de varios miles de kilómetros cuadrados.

     Otra preocupación eclesiástica, fue si se designaba a un capellán para cada cuerpo de ejército o bastarían los 8 ya nombrados, se decidió que no habría capellanes particulares para ningún regimiento o batallón y que todos serian capellanes del Ejército de Chile, que prestarían servicios a donde los destinase el Capellán Superior conforme a las órdenes del General en Jefe, de esta forma seria más unitario el trabajo de los capellanes y se consultarían mejor sus necesidades.

     Así fue como se propuso a capellán mayor a don Florencio Fontecilla. El sería el encargado de dirigir el trabajo de sus compañeros.

Capellán Florencio Fontecilla

     A fines de 1879 el número de capellanes había aumentado de 8 a 19, aun así, se hacían pocos para las necesidades del frente de guerra.

     Su financiamiento, estadía, y sustento en el frente era otro tema complicado, aunque ellos iban integrados a las divisiones del ejército y por lo tanto la alimentación y habitación era provista por este, el vestuario y útiles personales eran costeados por los propios sacerdotes.

      Según consta en documentos los capellanes se ofrecían voluntariamente a prestar servicios al ejército, rehusando recibir salario por sus servicios, como ven completo desinterés de los sacerdotes por los beneficios económicos por su labor en el ejército expedicionario, lo que realzaba más sus espíritus patrióticos y de servicio.

    Sin embargo, la autoridad eclesiástica, previendo las necesidades en campaña, asigna una cantidad de dinero que se enviaba al capellán mayor para solventar gastos, pero este aporte no siempre fue constante o bien se atrasaba durante meses.

      Una vez desembarcados en Antofagasta, los capellanes no tenían una labor asignada en ningún cuerpo de ejército, así el cuerpo de capellanes quedo disperso, sin posibilidad que los sacerdotes pudieran ayudarse o relevarse mutuamente, varios de ellos en ciertos momentos debieron ejecutar una labor extenuante, en la más completa soledad y aislamiento de sus compañeros.

     Luego de su reunificación. Estos entraron inmediatamente a someterse a una ardua instrucción sobre la vida militar en campaña y comenzar su primera labor, las actividades pastorales muy bien recibidas por la población.

    Esto significó una creciente demanda de sacerdotes que atendiesen a la población civil, de los territorios que nuestras tropas iban ocupando, todo esto debido a que, con la ocupación de Antofagasta, comenzó también la huida de sacerdotes peruanos y bolivianos de las zonas controladas por Chile.

     Esta situación no evaluada en un principio, recargo aún más la labor de los pocos capellanes incluso algunos se dieron el tiempo y sacrificio, de misionar en algunos de los más apartados poblados del norte, desarrollando su función de "curas”.

     En cartas enviadas a Santiago Florencio Fontecilla y Ruperto Marchant Pereira, expresan la urgente necesidad de más sacerdotes, pues ellos estaban con la doble y a veces triple función de párrocos de la población, capellanes de hospitales de sangre y asistiendo soldados en el frente de batalla en esos duros momentos.

    Pisagua fue el bautismo de guerra de los capellanes, en los días siguientes fueron de grandes sacrificios atendiendo a soldados heridos y moribundos de las batallas y de las plagas que aumentaban día a día. Un soldado comentaba: eran pasado las seis de tarde en Pisagua el día del desembarco en la playa los heridos aún estaban allí, por no sé qué motivo no había ni ambulancias ni camillas, pero los curitas estaban allí, ellos en medio de las balas estaban socorriendo a los heridos, su valentía evito una mortandad mayor.

Capellanes en la Guerra del Pacífico

     José Clemente Larraín, refiriéndose a los sucesos posteriores a la batalla de Tarapacá expresa: Los capellanes de nuestro ejército, no abandonaron en ningún momento a nuestros heridos en los consuelos de la religión.

     Otro capellán relata: eran cerca de las 2 de la tarde, el campo de Tacna estaba sembrado de cadáveres y heridos estos alzaban sus rifles para llamar la atención y fuesen en su auxilio, era preciso ir uno a uno dando la extremaunción, ungiéndoles en la frente y tomando sus encargos y ultimas disposiciones ...Dios mío....

     El trasladarse con los ejércitos, era más penoso y agotador para ellos ya que a sus comisiones castrenses debía de sumarse sus labores civiles de pastor, y en base a esto trasladarse a los pueblos del interior todas las semanas a ejercer sus labores de cura en alejados poblados, todo esto a pie o carreta de acuerdo de la disponibilidad.

     M. Pereira y Javier Valdez narran en cartas como debían atravesar el árido desierto nortino a pie , Valdez narra cómo camino desde Junín a Dolores cuando supo que comenzara la batalla , y viendo la necesidad de estar allí marcho a pie 8 leguas hasta encontrar el tren que lo llevo hasta Dolores , fray Pacheco , también cuenta que el llego a Dolores cuando recién terminaba la batalla desde allí seguí al ejército a San Francisco de donde salieron a las 4 p.m. caminando toda la noche y llegando a estación Dibujo , para luego seguir a Tarapacá a 11 leguas de allí , todas a pie .

     La gran facilidad de desplazamiento de los capellanes se debió a que la gran mayoría de estos eran jóvenes, aunque igual marchaban sin la vestimenta adecuada para esta zona ni la preparación militar, es decir puro corazón y coraje.

     Pese a esto , ellos no estaban acostumbrados a la vida militar y el constante peregrinar , afecto en mayor o menor medida la salud de la mayoría de ellos , Así lo hizo saber el capellán mayor al alto mando , solicitando reemplazos , porque ellos ya estaban gastados y muchos muy enfermos , los capellanes Madariaga , Valdez , Cruzat , Christie , Astete y el propio Fontecilla entre otros más vieron sus vidas peligrar por el tifus , tuberculosis , hepatitis y disentería , incluso luego de recuperarse muchos volvieron y fallecieron cumpliendo su labor en las filas de nuestro ejército.

     Lo que sí está claro, es el intenso patriotismo que estos capellanes tenían, M. Pereira escribía, mi anhelo es acompañar al ejército donde este vaya, le solicito a F. Fontecilla hablar con el general en jefe, para ver si el ejército se moviliza más al norte, a Lima, ellos que fueron los primeros sean considerados para esa avanzada, decía: debemos ir con la tropa a la vanguardia.

     El capellán Triviño participo casi en todas las batallas, siendo un soldado de Cristo, estuvo siempre junto a los heridos en combate, lleno de entusiasmo, querido por la tropa.

     El capellán Madariaga, participo en el desembarco de Pisagua, todos vieron al padre Madariaga en medio del fuego, en la proa de los lanchones de desembarco, con un Cristo en la mano derecha, alentando a la tropa para que cumpliese con su deber.

     El capellán Vivanco, en Chorrillos avanzando junto con la tropa del Atacama, en momentos que las balas pasaban silbando sobre sus cabezas y salvando a un joven oficial peruano herido en combate.

     El capellán Ortúzar que viendo al Manco-Cápac alistarse, se trasladó al puente para transformarse en un soldado más y combatir en nombre de Dios y de Chile.

     Incluso Alberto del Solar en su diario recuerda un encuentro de el con el capellán Donoso en la batalla de Chorrillos, el cura había desembarcado de uno de nuestros buques de guerra y se dirigió rápidamente a el campo de batalla para asistir a los heridos y moribundos en plena batalla.

     Otra de las funciones casi desconocidas de los capellanes, se refería a la sepultación de los soldados fallecidos en el campo de batalla, estos en su mayoría eran enterrados en fosas comunes para evitar las epidemias, estas labores junto con el servicio fúnebre que se efectuaba con tan mínimas comodidades, era una de las labores más íntimas y delicadas de los capellanes realizada en estrecha comunión con los soldados.

Sacerdote Enrique Christie Gutierrez

     Fueron estos hombres de profundas convicciones sacerdotales y patrióticas, ambos planos a veces inexplicables para los hombres que vivimos los comienzos del siglo XXI.

     Sin embargo, el contexto en el que se generó la guerra en 1879, podemos apreciar que la iglesia tanto chilena como peruana y boliviana, se comprometió con la causa de sus respectivos países y puso a sus hombres a disposición del estado.

     Uno de los aspectos más mencionados en los diarios de vida de los soldados, eran los efectos benéficos que lograban los capellanes castrenses, al impartir la absolución antes de entrar en batallas o la simple confesión.

     El oficial Arturo Benavides relata: en la mañana llego al campamento un sacerdote y se instaló bajo un algodonero, fue visitado por oficiales, clases y soldados, unos llegaban arrogantes y otros cabizbajos y pensativos........ Pero todos se retiraban radiantes de gozo e instaban a otros a ir donde el " padrecito"



     Vicuña Mackenna, cuenta que la noche antes de la batalla de Tacna pocos soldados durmieron, muchos oraron, nadie tuvo miedo. Los capellanes del ejército, sentados en la arena o en sus recados de montar, escucharon las últimas confesiones de los que llevaban en su corazón el presentimiento de la muerte cercana.

Extraido de: GUERRA DEL PACIFICO , HONOR A SUS HEROES


Los Capellanes en la Guerra del Pacífico

     De los 47 capellanes que sirvieron en las filas de las fuerzas armadas chilenas y viajaron al norte, la mayoría eran sacerdotes Diocesanos, el resto fueron Franciscanos, Jesuitas, orden de María, dominicos y otros.

     El nombramiento del "Capellán jefe o Capellán mayor" como se le denomino, y que ejerció su ministerio en el escenario del conflicto, fue fundamental, porque aunó voluntades, estableció coordinación y destino a los sacerdotes a los lugares donde más se les necesitaba.

     Desde Santiago eran dirigidos por el vicario Monseñor Joaquín Larraín Gandarillas quien, de acuerdo con el gobierno, hacia los nombramientos oficiales de los capellanes castrenses.

Monseñor Joaquín Larraín Gandarillas

     Luego de llegar a algún puerto del norte, los capellanes eran destinados ya sea a los buques de guerra de nuestra armada, hospitales de sangre o a alguna de las divisiones del ejército, y desde allí atender al personal de los diferentes batallones.

    El cuerpo de capellanes nunca tuvo personal suficiente como para poder destinar uno a cada regimiento, claro hay algunas excepciones, como el capellán Pacheco, que estuvo siempre en el regimiento Bulnes.

     Algunos capellanes fueron más conocidos que otros, en parte porque estuvieron más tiempo en el servicio, que ocuparon algún cargo importante, o por que realizaron una labor más destacada en este campo se da la paradoja de que hay algunos con 2 o 4 años que nadie recuerda, mientras que otros con 2 o 3 meses son muy mencionados por sus contemporáneos, como ejemplo el caso del capellán Donoso.


Capellán Camilo Ortuzar Montt

     Lo que está claro es el trabajo de los religiosos castrenses, y lo beneficioso que resulto para la tropa, abarcando aspectos mucho más allá de su propia misión de capellán ellos no solo evangelizaron, misionaron y administraron sacramentos, sino también auxiliaron a enfermos y moribundos, consolaron, tranquilizaron y animaron a las tropas, fueron consejeros espirituales y además " rivalizaron durante la guerra en su celo apostólico y caritativo”

    Francisco Machuca opinaba que desde el primer día hicieron labor cristiana y patriótica, visitando a los enfermos, aconsejando a los indecisos, alentando el espíritu de todos y más que nada predicando la sobriedad y combatiendo el alcoholismo.

     José Clemente Larraín oficial del 7º de Línea señalaba, nos gustaría decir lo que hay de admirable, de sublime en aquellos sacerdotes que con su piedad su risa y sus consuelos estaban siempre al lado del soldado, en particular en la hora del peligro o en su lecho de dolor, eran estos entonces su único alivio y esperanzas.

    El historiador Gonzalo Bulnes dice, corresponde recordar la labor del servicio religioso y me limitare a decir.” que los capellanes dieron pruebas de abnegación, distribuyéndose en todas las zonas de peligro de los campos de combate para atender a los heridos y moribundos”.

Capellán Salvador Donoso

    Los capellanes cumplieron una extenuante labor a lo ancho y largo del desierto nortino, satisfaciendo las necesidades espirituales de las tropas y de la población civil de los territorios ocupados, aparte del apoyo a las ambulancias con heridos que cada día crecían más, tuvieron que vivir el dia a dia de los soldados en sus mismas condiciones, ya sea en los desembarcos o en las fatigosas marchas por el desierto.

     Para concluir diré que la labor del capellán se concentró en una sola cosa. Caridad para los soldados. Testimonios de estos hay muchos.

   Nicanor Molinare decía, fray José María Madariaga que en Antofagasta había llamado mucho la atención por su carisma, inteligencia y caridad sin límites había demostrado una caridad angelical, una constancia digna de elogios para curar soldados, consolarlos y confortarlos... de palabra fácil, de purísimas costumbres llano en su trato con toda persona, vivía con nuestra tropa y con ellos compartía la vida de campamento.

Fray José María Madariaga

     Un hecho que a muchos contemporáneos impactó, puesto que muchos lo relataron, fue cuando el padre Marchant Pereira, después de la batalla de Tacna, se bajó de su caballo para colocar sobre el a dos soldados chilenos heridos, el señor Marchant Pereira marchaba a pie tirando de la brida de su caballo, esto sin importarle las balas que le rosaban el cuerpo y consolando a los soldados heridos con cariñosas palabras.

     Se consigna este hecho que enaltece a los capellanes de nuestro ejército que como Marchant Pereira no abandonaron un solo momento a los heridos prodigándoles toda clase de atenciones y los consuelos de la religión.


La Canción del Cura y la Beata. Película Caliche Sangriento. 

Referencias:

Boletín de la guerra del Pacífico 1879-1881


Correspondencia de capellanes en la Guerra del Pacífico


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