Dios creó los desiertos y Diego de Almeyda sus oasis
Benjamín Vicuña Mackenna
Así cuenta la historia y ha de ser cierta:
"Si visitas
Sierra Esmeralda, casi en los límites de nuestra región por el sur, encontrarás
una inscripción que contiene estas palabras: Aquí estuvo D. A. 1838"
Que mejor recuerdo para una persona que el de perpetuar su nombre para la posteridad, puesto que no solo pensó en su fortuna personal, también procuro dejar un legado a todos aquellos que se adentrasen en este desierto del Atacama. Ahora bien. Es muy probable que las higueras y perales que
pueblan algunas aguadas y quebradas de nuestra región fuesen labor de Almeyda.
Eso no lo sabremos nunca. Pero lo que si sabemos por las referencias es lo siguiente:
“Acostumbraba a llevar en sus viajes y expediciones al desierto sarmientos de
higuera y semillas de árboles frutales que plantaba en las aguadas que
encontraba en el desierto, esto con la finalidad de que los fatigados viajeros
pudieran encontrar sombra y frutos en sus viajes” Son los oasis de Almeyda.
Higueras de Camping Indígena. Cercanías de Cobija y Gatico.
Diego de Almeyda y Aracena. Nacido en la ciudad de Copiapó en el año 1780 Fue
hijo de José Cayetano Almeyda, un noble portugués que había llegado a Chile en
1778 y que contrajo matrimonio con una joven de la ciudad de Coquimbo llamada
María Antonieta Aracena y Godoy. Sus padres se establecieron en la ciudad de
Copiapó para dedicarse a la industria minera y explotar un yacimiento de cobre
al interior de Tierra Amarilla.
El pequeño Diego realizó sus estudios en Copiapó, siendo
joven se vinculó a la minería gracias a las actividades de su padre. Este hecho
marcaría más adelante su vida.
Al morir su padre en el año 1805, la familia se trasladó a
Valparaíso. En esta ciudad Diego se dedica a la actividad comercial de
productos agrícolas que suministraba a los barcos que recalaban en el puerto
para abastecerse. Se abastecía gracias a que poseía una propiedad agrícola
cerca de la ciudad de Rancagua. En esta ciudad conoce a Rosario Salas del
Castillo, con quien contrajo matrimonio y tuvo nueve hijos.
Durante los acontecimientos revolucionarios de 1810 formó
parte del bando patriota y proveyó al ejército libertador, sin embargo, debido
a los retrasos en los pagos, su fortuna se vio seriamente afectada.
Posteriormente fue apresado por los realistas, pero pudo escapar del barco que
lo llevaba a la reclusión en el Archipiélago de Juan Fernández, y permaneció
oculto hasta la victoria de Chacabuco en 1817.
Gracias a sus aportes a la independencia de América, recibió
el reconocimiento de "Ciudadano Americano Benemérito en grado
Eminente" por parte del Gobierno del Perú.
Culminada la Independencia, se deshizo de sus negocios en
Valparaíso y se trasladó a Copiapó junto a su esposa e hijos menores,
convirtiéndose en uno de los más notorios e infatigables exploradores mineros
del desierto de Atacama. Recorrió gran parte del desierto a pie, dormía donde
lo encontraba la noche y en ocasiones cavaba su lecho en la arena, por estos
motivos fue apodado cariñosamente por sus amigos como "El loco
Almeyda". Acostumbraba a llevar en sus viajes y expediciones al desierto
sarmientos de higuera y semillas de árboles frutales que plantaba en las
aguadas que encontraba en el desierto, esto con la finalidad de que los
fatigados viajeros pudieran encontrar sombra y frutos en sus viajes. Sus
exploraciones lo llevaron a los límites del Atacama (Por el norte) quedando
testimonios de su paso por Mejillones, Cobija y San Pedro de Atacama.
Aguada Peralito. Sector de Paposo. Comuna de Taltal.
Aguada Peralito. Sector de Paposo. Comuna de Taltal.
Dice don Benjamín Vicuña Mackenna en su libro “El Libro del
Cobre y del Carbón Piedra en Chile” Fue don Diego de Almeida allá en sus
mocedades. i en su edad madura, el descubridor de todas las minas de cobre que
dieron más tarde vida a Taltal, haciéndose así el precursor de las riquezas
arjentíferas que hoi arrastran poderosa corriente de emigrantes a aquellas
ásperas breñas. I en efecto, en uno de los crestones de la ya famosa Sierra
Esmeralda se ha encontrado una inscripción que a manera de profecía contenía
estas palabras: Aquí estuvo D. A. 1838. I cosa curiosa un hombre que llevó esas
mismas iniciales i que fue el primero de los cristianos que atravesara el
Despoblado (Diego de Almagro) había pasado por allí tres siglos justos antes de
esa fecha (1535). El D. A. ha sido fatídico para el desierto. Por esa época,
don Diego (el de Almeida) había ya encontrado el mineral de la Vaca muerta en
las vecindades de Taltal, i en ella una veta de cobre de lei de valor crecido i
de ancho de una vara al sol; lo que pareció tan poca cosa, dada la. soledad, la
falta de agua, la vaca muerta i la distancia, al viejo esplorador, que. como
quien brinda un cigarro a un camarada regaló el hallazgo a Zuleta. Puso este
trabajo a aquella mina que denominó la Descubridora, i le produjo abundantes.
metales con el auxilio de una noria, cuyas ruinas el cateador admira todavía en
parajes tan hórridos i desamparados.
Sierra Esmeralda
Ese benemérito gastador del desierto de Atacama, en donde
entrara por la primera vez joven para salir de él anciano i aquejado a su lecho
de muerte, en años ya provectos, fue don Diego de Almeida, de cuya mula de
cateador en las estepas, puede decirse lo que Miguel Luis Amunátegui espresó en
pintoresca frase del caballo de batalla del ilustre Freire,- «que no había
dejado guijarro en el suelo de Chile que no hubiese removido con su casco”, Don
Diego, que vagaba en las arenas atacameñas desde 1824, según en otro libro
estensamente hémoslo referido, -asomándose ya a Copiapó, ya a San Pedro de Atacama,
en la otra estremidad del Despoblado, había fijado su atención en la abundancia
i riqueza de los mantos cupríferos. que en los planos del disecado rio Salado
habían puesto en descubierto antiquísimos i ya casi estinguidos aluviones.
Puede asegurarse por esto que el verdadero descubridor de
aquel grupo, (el grupo de las Animas) fue don Diego de Almeida; si bien el
hallazgo directo del Salado, que ha producido tantos millones, fue debido a un
cateador humilde llamado Pedro Lujan, hijo de la Serena, que murió pobre i
olvidado, tildado tal vez de loco como don Diego, i sin dejar como este, otra
memoria que el nombre de una aguada del desierto que todavía lo conserva – “La aguada
de Luján”. - El descubrimiento de las Animas tuvo lugar en 1833, i el del
Salado propio uno o dos años más tarde.
Aguada Panul. Sector de Paposo. Comuna de Taltal.
En uno de los días de 1835 a 1840, venia del sur, como era su
arraigada costumbre, es decir; a pie, llaucana en mano e que en esos tiempos no
se conocía el simpático pico actual), con su bestia tirada de la brida por el
mozo, el jénio andador i mil veces feliz de don Diego de Almeida. Caminando por
llanos, subiendo i bajando algunas pequeñas quebradas que hai al norte de Bahía
Salada, se fijó que había algunas granallas riquísimas de cobre. Inmediatamente
empezó el escarpe, que resultó favorable. Aquel descubrimiento lo denominó
Quebrada Seca.
Nos parece que, en 1841, viniendo de Copiapó don Diego de Almeida,
-descubrió la mina Tránsito de Lechuzas i algunas otras del mismo mineral que
nunca dieron gran cosa.
En 1841 o 42, el señor Almeida encontró el mineral del
Algarrobo, cuyas minas, aunque casi agonizantes, todavía producen no
despreciables cantidades de quintales i de miles.
En Roco fue donde encontró el mozo de don Diego de Almeida,
José Martínez, la Bella Vista; el cual, lleno de gusto, llamó al incansable andador,
i sin preámbulo este le dijo: - que no era exacto, pues de a caballo no se descubrían
minas - I como Martínez se hubiese bajado de la mula antes que llegase el señor
Almeida, este agregó: - Para que conste, te apeaste)). Don Diego, según Martínez,
empezó el escarpe con más fuerza que una máquina, quedando la veta mui ancha i
el metal bastante rico. Los datos que siempre hemos tenido de Roco hablan poco
en favor de ese hoi casi desierto mineral. En 1843 o 45, don Diego, andando corno
acostumbraba, descubrió el Morado, (aunque hai algunos que atribuyen esa
felicidad a Nicolás Pérez Talavera), mina i mineral célebres por su riqueza i
sus pleitos.
Hemos dicho antes que las esploraciones de Moreno, el más
lejítimo heredero de la gloria minera de Almeida, junto con don José Manuel
Zuleta i don José Santos Ossa, esta valiente vanguardia del desierto, le habían
llevado hasta el selvático asiento i caleta del Cobre, en los confines
setentrionales del Despoblado, i allí hallóle en el verano de 1853 el viajero
Philippi, llevando no la vida angustiada i menesterosa del que puso sus
poltrones días en los afanes de la codicia, sino el pasar espléndido del que ha
nacido para merecer los dones de la fortuna después del logro del · trabajo. El
champaña era servido en la mesa del rei del desierto, en reemplazo del agua
salobre de los oasis, en torno a Taltal al Paposo i al Cobre, es decir, en
pleno desierto.
Como los minerales de esa costa resultaron ser escesivamente
ricos, don José Antonio Moreno improvisó en diez años tan caudalosa fortuna,
que comenzaba ya a figurar entre nuestros millonarios, cuando la muerte, este
cansancio de las grandes fatigas sobrellevadas con férreo músculo, vino a
sentarse a la puerta de su hogar i le arrebató a la industria nacional por los
años de 1863 o 64.
El señor Moreno, dice aquél, tuvo conocimiento de la
existencia de minerales de cobre en estas rejiones, por relaciones que le había
hecho Nicolás Pérez Talavera, su socio en varias empresas de cateos; quien
babia recorrido buscando plata, que era la única sustancia que le gustaba, en
varias ocasiones, sin encontrar su apetecido metal. Pérez era, como el señor
Almeida, como José Gonzalez i como José Tapia, tan pujante para andar a pie
como para no comer. Cada uno de estos tiene su historia sobre lo resistente de
su estructura habiendo pasado Gonzalez varias ocasiones. hasta más de tres días
sin comer ni beber, sin que nada sufriese su físico. Pérez, después de haber descubierto,
en unión de su hijo, Francisco, de su yerno Ramon Brito i de Martin, hermano de
éste, la sierra que hasta hoi es denominada con el de su apellido, cayó
gravemente enfermo de una debilidad i dolores a las piernas, que lo llevaron al
sepulcro en 1854, si la memoria no nos traiciona. Villaflor agrega que el incansable
cateador Pérez sucumbió tullido, a consecuencia del. agotamiento de su fuerza
muscular en las piernas, por lo cual en realidad murió de ... «andar».
La minería metálica en Chile en el siglo XIX Augusto Millán U.
En el año 1853 cuando don Diego de Almeyda ya contaba con 73
años, ejerció de guía del naturalista Rodolfo Philippi, quien, a petición del
Estado, reconoció las áridas tierras atacameñas. La expedición realizó un gran
viaje que comenzó en Paposo, llegó a San Pedro de Atacama y retornó a Copiapó
por el Camino del Inca. El tramo del desierto entre Mejillones y San Pedro de
Atacama demoró tan sólo en doce días en esta expedición científica.
Don Rodolfo Philippi indica en sus crónicas. Don Diego de
Almeida era un hombre de baja estatua con una cara muy llamativa, y tenía según
sus propias palabras 73 años de edad, pero sus amigos estimaron su real edad a
90 años. Pero él era todavía bastante ágil y habiloso. Desde su juventud era
minero, cateador y administrador, ganó todo su dinero en este rubro. Su
fantasía estaba viva igual que de un jovencito, día y noche soñó de minas
ricas, cuáles deberían existir, y en su mente ya tenía el segundo Potosí en
este desierto.
Falleció en la ciudad de Santiago el 6 de agosto de 1856 a la
edad de 76 años.
De nuestra consideración:
Desde que Caminantes del Desierto comenzó sus incursiones por la cordillera costera de Antofagasta nos hemos encontrado con más de alguna sorpresa que no cuenta con data y menos aún con su correspondiente gestor. Entre estas sorpresas están los frutales de Paposo y de algunos otros sectores de la región. Son viejos árboles que se mantienen en las quebradas producto de las aguadas que afloran en el lugar. ¿Quiénes fueron los que plantaron estos árboles en terrenos tan escabrosos? ¿Habrán sido precarias iniciativas comerciales de las comunidades locales? Tal vez sea así o tal vez fue la mano de nuestro personaje. Lo que sí es claro, Las decenas de higueras repartidas por nuestra costa alguien las trajo, alguien las plantó y cumplen su tarea. Dar sombra y dar frutos. Déjennos pensar por unos instantes que aquí está la mano de Almeyda que trascendió al presente.
Monumento a Diego de Almeyda. Ciudad de Chañaral
“El Libro del Cobre y del Carbón Piedra en Chile”
Monumento a Diego de Almeyda en Chañaral
No recuerdo dónde había leído sobre Almeida y sus árboles frutales en el desierto. Gracias por más informaciones y lindas fotografías.
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