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martes, 26 de febrero de 2019

HILARIÓN DAZA EN ANTOFAGASTA



     Hilarión Daza Groselle fue el presidente de Bolivia (en ejercicio) que originó en gran medida la Guerra del Pacífico (del Salitre) estuvo de visita por nuestra región, compartió con nuestros conciudadanos y conoció la realidad de nuestra ciudad, se dejó agasajar por nuestra gente y estableció un vínculo de camaradería con la sociedad local. Pero eso no fue suficiente para apaciguar sus ánimos y establecer la mesura al momento de decretar el embargo de la Compañía de salitres de Antofagasta. Situación que – bien sabía – lo llevaría inexorablemente a un conflicto.

Hilarión Daza Groselle

     El Catorce de febrero de 1879. Las tropas chilenas dirigidas por el coronel Emilio Sotomayor, asumieron, en nombre de la República, la soberanía sobre el territorio de Antofagasta. Se rompió así el diálogo sostenido entre ambos gobiernos y se inició la guerra. El cónsul boliviano Manuel Granier se embarcó en el vapor Amazonas, dirigiéndose al norte, para informar al gobierno de Hilarión Daza. Eran tiempos sin telégrafo y las informaciones se retardaban. Granier llegó a Tacna cinco días después del desembarco de las tropas chilenas. En Tacna no tuvo otra alternativa que contratar un chasqui para hacer llegar los documentos al presidente Daza, en la ciudad de La Paz.

      Para esta misión, Granier encomendó a Gregorio Colque, alias “El Goyo”. Colque salió de Tacna el 19 de febrero. Para llegar a su destino, debía recorrer cerca de dos mil kilómetros, pero era un chasqui muy competente y en seis días recorrió esa distancia. El 25 de febrero el presidente Daza, a través de una proclama formuló la declaración de guerra. “El Goyo” se había convertido, en el primer héroe del conflicto bélico.

Otros Tiempos

     Corría el año 1875. Hilarión Daza Groselle, de 35 años ocupaba el cargo de ministro de Guerra del presidente boliviano Tomás Frías. Un intento subversivo acontecido en Cobija lo obligó a viajar a ese puerto para solucionar el problema. Lo acompañaba un escolta del Batallón N° 1 del ejército boliviano. Solucionado el problema, Daza fue invitado a Antofagasta. Llegó aquí el 10 de febrero de 1875 acompañado de su escolta. Junto con la banda y los soldados que lo acompañaban recorrió puntos importantes como la Plaza Colón, donde el pueblo salía a aplaudir y avivar al joven soldado.

     Daza era un hombre alegre, gozador de la vida y gustador de las fiestas. Antofagasta lo agasajó ofreciéndole banquetes que terminaban siempre con un gran baile. Los artistas locales prepararon una obra teatral a él y a los oficiales que lo acompañaban. Cuando entró al teatro fue recibido de pie y con grandes vítores.
 
     Daza vivió días felices en Antofagasta. Al retornar a La Paz estrechó la mano de cada uno de los antofagastinos que lo habían festejado. Cuatro años después – en 1879 – con esa misma mano, rubricó los documentos que declaraban la guerra a Chile.
 

Distintos Pueblos e Historias.


     Declarada la guerra que enfrentó a Chile con Perú y Bolivia, los presidentes de Bolivia y Chile se transformaron en los dos principales protagonistas del conflicto, pues eran los responsables directos del éxito o del fracaso.

     La retirada de Camarones y la derrota y dispersión de soldados del combate de San Francisco provocaron que el coronel Eliodoro Camacho derrocara a Hilarión Daza, diez meses después de iniciada la guerra. Daza se fue a Europa y durante 14 años se refugió en París. En 1894, Daza pidió permiso al presidente boliviano Mariano Batista para retornar a su patria. Este ordenó que un grupo de militares lo protegiera. Al llegar a la estación de Uyuni, cayó muerto acribillado por sus defensores.

     El presidente chileno Aníbal Pinto, después de la elección presidencial de 1881, entregó su cargo a su sucesor, el presidente Domingo Santa María González. Pinto falleció en Valparaíso a los 59 años, por una enfermedad. Se ordenó rendirle los honores que le correspondían.

Anibal Pinto Garmendia

     Es la diferencia entre un gobierno ordenado y democrático y otro anárquico y demoledor.


EL GENERAL HlLARlÓN DAZA EN EL LITORAL

     En los primeros años de Antofagasta, la visita a este puerto de alguno de los hombres de gobierno de Bolivia era todo un acontecimiento. Las largas distancias y los primitivos medios de transportes eran, sin duda, una de las causas principales para que se abstuvieran de venir al litoral. Recordamos que por esa época solo dos de las personalidades que ocupaban puestos prominentes en las esferas gobernativas, se dieron la satisfacción de visitar Antofagasta. El primero fue el ministro de la Guerra, General Hilarión Daza, que llegó a este puerto en los primeros días de febrero de 1875, y algún tiempo después el Ministro de Hacienda, don Eulogio Doria Medina. Por esos años, la personalidad del General Daza estaba rodeada de cierto prestigio; y éste llegó a acentuarse aún más, con el triunfo que obtuviera al mando de las fuerzas del Gobierno, poco antes de venir al litoral (enero 18 de 1875) combatiendo contra las tropas del General Quintín Quevedo en el pequeño caserío de Chacoma.

Eulogio Doria Medina

     El caserío nombrado pertenece a la hacienda de este mismo nombre, situada a 2 leguas de Viacha, cerca de La Paz. Ahí pelearon también los coroneles Juan Granier y Eleodoro Camacho. Su viaje al frente de un cuerpo de ejército, tenía por objeto sofocar una revolución que se había declarado en Cobija y que también tenía ramificaciones en este puerto; pero, depuestas las armas de los revolucionarios ante la aproximación de las tropas del Gobierno, llegó a convertirse en un verdadero paseo triunfal. El cuerpo que escoltaba a Daza era el “Batallón No. 1”, con el que había vencido en Chacoma, que traía su numerosa banda de músicos y con el mismo que se paseó con aire triunfal, al llegar a este puerto, por las principales calles de la población. Desde la llegada del General y ministro de la Guerra, las autoridades y la sociedad entera no pensaron sino en festejar de la mejor manera al distinguido huésped, cuya visita era considerada un gran honor para este pueblo.

Eliodoro Camacho

     Los banquetes estuvieron a la orden del día y se organizó un baile, muy concurrido y suntuoso, en honor del General Ministro. Una compañía dramática que estaba en Antofagasta, por esos días, organizó, de acuerdo con las autoridades, una soberbia función de homenaje y gala. Recordamos que, al penetrar al teatro, desbordante de público entusiasta, el General y su comitiva fueron vitoreados y aclamados; y, poniéndose de pie la concurrencia, lo ovacionó clamorosamente en esta forma: ¡viva el ministro de la Guerra!  ¡viva el General Daza! ¡viva el héroe de Chacoma! A buen seguro que, en ese entonces, este célebre personaje, no se imaginaria que su gloria y su prestigio tan sonados, iban a ser tan efímeros, y que años más tarde caería ignominiosamente de su falso pedestal, execrado por sus mismos conciudadanos. 

     El viaje de Daza al Litoral fue el más rápido que se había hecho hasta entonces, y como tal fue reputado como verdadera hazaña, de la que se hicieron muchos comentarios elogiosos. Salió de la Paz con su tropa el 27 de enero; cruzó el lago Titicaca; atravesó el territorio peruano y llegó a Mollendo, donde tomó el vapor inglés “Lima” que lo condujo a Cobija, a cuyo puerto llegó el día 7 de febrero. Demoró, por consiguiente, en esta larga travesía, apenas 11 días. Pero, mientras aquí se comentaba favorablemente la rapidez y completo éxito obtenidos, en el Perú la noticia había levantado polvareda. Y no era para menos. Los diarios, en grandes caracteres, daban la noticia de la invasión del territorio peruano por tropas armadas de la república de Bolivia, agregando que habían cruzado el territorio patrio sin la debida autorización del gobierno.

     La alarma fue grande. Hubo cambios de notas, discursos e interpelaciones en la Chara, etc., y después de algunos días de febril excitación, se vino a sacar en limpio que las tropas de Daza habían pisado el suelo peruano con la venia del ministro del Perú en Bolivia, señor de la Torre, lo que fue severamente censurado por el gobierno de Lima y desaprobado en una enérgica nota. cosas de aquellos tiempos y de aquellos gobernantes. Después de todo, apagada, aunque momentáneamente, la efervescencia revolucionaria en el Litoral, el pueblo se entregaba nuevamente a sus actividades industriales y comerciales, normalizándose de esta manera la vida ordinaria de sus laboriosos pobladores.

     El periódico “La Actualidad”, de este puerto, de fecha 20 de febrero, analizando los hechos acaecidos, y refiriéndose a las actividades revolucionarias, censuraba acremente los trastornos que individuos ambiciosos habían ocasionado a esta tranquila población, y sintetizando el sentir general del pueblo, decía: “Si hemos podido explicarnos las conmociones del interior, no nos damos cuenta en manera alguna por qué y para qué se han apresurado a revolucionar el Litoral, formado por pobladores en su mayor parte extranjeros, que han traído, ya sea a la costa o al desierto, el contingente de sus capitales y de su industria, los que no están garantizados, los que no pueden vivir holgadamente a la sombra de frecuentes trastornos.”

     “La bandera de nacionales y extranjeros, en el Litoral, debe ser el orden, para hacer expeditivo el trabajo que por múltiples caminos conduce al progreso, a la libertad y a la armonía social”. Las autoridades locales llevaron al General a visitar el Hospital, e imponiéndose de la forma tan modesta en que el Establecimiento era mantenido, tuvo el rasgo generoso de donar en su favor una importante cantidad de dinero y la promesa de conseguir, en seguida, del Gobierno, una eficaz ayuda para aliviar la triste situación de tantos infelices que iban en busca de alivio a ese asilo de caridad, sin poder atendérseles debidamente. 

     La Junta de Beneficencia agradeció este acto de generosidad, y algún tiempo después, cuanto el General Daza subió a la Presidencia de la República, queriendo demostrarle esta Honorable Corporación, su gratitud por todo lo que había hecho en beneficio del Hospital, le obsequió un artístico cuadro, en octubre de 1877 con los retratos de todos los caballeros que componían la corporación ya nombrada y con la encomiástica leyenda siguiente:

     “La mano con que blandisteis la gloriosa espada que en Chacoma salvó la patria y sus instituciones, la extendisteis, también generosa, en favor del enfermo y del desvalido, coronando así un sentimiento de noble caridad, el valor del héroe.

     La Junta de Beneficencia de este pueblo, señor, recuerda con gratitud vuestra visita al Hospital Del salvador, en el 18 de febrero de 1875, y os consagra un homenaje de sus sentimientos. En este cuadro, suplicándoos lo aceptéis, como una prenda sencilla, pero sincera del agradecimiento y respeto que os profesa.


Antofagasta octubre 27 de 1877

     Cuadro obsequiado por la Junta de Beneficencia de Antofagasta, al presidente de Bolivia don Hilarión Daza, con motivo de su visita al litoral en 1877.


RETORNO Y MUERTE DE HILARIÓN DAZA

     Desde enero de 1880, que dejó el Perú para irse a París, Hilarión Daza preparó un manifiesto para defenderse ante la historia. En él, acusó a Chile por la intervención armada; confirmó que él hubiera preferido una estrategia defensiva en el altiplano andino, pero “el ardor patriótico de las poblaciones bolivianas y los urgentes llamados que recibió del Perú, lo obligaron a llevar el ejército a Tacna”. Su intención era volver a Bolivia con esas tropas, unirlas a la Quinta División -dirigida por Narciso Campero- que patinó literalmente en camino a la guerra, y entrar a Caracoles para dividir al ejército chileno en dos frentes. Se defendió, asimismo, ante la Convención Nacional de 1881. “Si a los más oscuros criminales se les concede el derecho de defensa, es imposible que a un boliviano que fue General, presidente de la Nación, jefe de sus ejércitos en campaña, se le niegue lo que no se niega a los más desgraciados. ¿Soy delincuente? Castígueseme. Ábranseme las puertas del tribunal; iré, entraré en su templo. Bolivia puede exigir cuanto poseo: mi sangre, la de mis hijos, pero mi honra jamás”. Junto a esta carta pública, había otra privada, al entonces presidente Narciso Campero, que decía: “Empeño a Vuestra Excelencia, solemnemente, mi palabra de que no conspiraré, no alentaré a mis amigos, no seré un nuevo espíritu del mal lanzado en el torbellino de nuestras discordias”, todo para conseguir el salvoconducto. Campero autorizó su ingreso, mediante Resolución de 1º de febrero de 1883, para que Daza se presentara ante la próxima legislatura y asumiera defensa en el juicio de responsabilidades incoado en su contra.

     Las Cámaras no iniciaron el juicio; Daza permaneció aún 10 años en París, donde vivió en el número 41 del Boulevard des Capucines, gozando de una rica herencia que heredó su esposa, hermana de doña Balbina Gutiérrez v. de Richter. Ilusionado con volver al país y con que un manto de perdón y olvido hubieran borrado sus responsabilidades en la guerra, escribió desde Arequipa al nuevo jefe de Estado, Mariano Baptista, pero el Congreso inició el juicio, aunque en el debate resultó claro que no se podía sindicarlo de traición a la patria ni por violación de las garantías constitucionales sino por mal manejo de fondos públicos, y, por tanto, sería la Corte Suprema de Justicia el tribunal que conocería el caso. Daza se desplazó hasta Antofagasta, para ingresar por tren a Uyuni y luego a Sucre, por diligencia. Telegrafió al Presidente Baptista, el 17 de febrero de 1894, anunciando que había sido notificado legalmente y que marchaba a presentarse ante la Corte Suprema a asumir su defensa. “Daza tenía miedo. Al sentirse tan cerca temió que el tiempo hubiese aumentado los odios contra él en vez de disiparlos. Temió que hubiese elementos que le esperaban para ultrajarlo, incitados por la propaganda hecha por sus enemigos”, escribe Querejazu. Envió un nuevo manifiesto al pueblo boliviano, reiterando su propósito de someterse al alto tribunal; pero entonces, el gobierno, con el doble propósito de garantizar la seguridad de Daza y de acallar las críticas de la opinión pública por el permiso de ingreso otorgado, comisionó a las autoridades de Lípez para que lo detuvieran y condujeran a Sucre.

     El Prefecto de Oruro dispuso el envío de una pequeña guarnición de tropa, al mando del Teniente Coronel Andrés Guzmán Achá, Intendente de Policía de esa ciudad. En la tropa de Guzmán Achá vino el hombre que victimaría a Daza: se llamaba José María Mangudo. Alguna vez había insultado públicamente a Daza y éste lo degradó de capitán a soldado raso. “Pertenecía a la clase militar de los atrasados en los ascensos, que empeñan su casaca en las chicherías, rasgan la guitarra y son terror de los corregidores y los indígenas, al hacer valer sus galones para proveerse gratuitamente de corderos y gallinas”, cita este retrato Querejazu. A las 22:30 del 27 de febrero de aquel año, salió la comitiva de la oficina del jefe de estación a la casa donde se había alquilado una habitación de descanso para el ex presidente. Guzmán Achá y Ballivián escoltaban a Daza; detrás venía Mangudo y la tropa. De pronto, Daza tuvo un presentimiento y le dijo a Guzmán Achá: “No me traicione, coronel”. Instantes después lo victimaron los sargentos Ibáñez y Ortiz. La oposición acusó al gobierno de querer evitar, con el crimen político, la publicación de denuncias documentadas que Daza traía en su viaje de retorno. El gobierno ordenó una investigación, fueron sobreseídos Guzmán Achá y Ballivián, pero tiempo después Mangudo se declaró único responsable de haber instigado a los sargentos Ibáñez y Ortiz, a quienes había ofrecido ascensos si hacían “un gran servicio a la patria [...] puesto que el general Daza era el más desnaturalizado de los bolivianos, el único responsable de la pérdida del Litoral”.

    Examinando la vida de Daza, uno percibe la mano oscura del destino que, ciertamente, se ensañó con él; pero también abriga la certeza de que fue lo contrario de lo que los ingleses dicen “the right man in the right place”. Lástima que su conocida descendencia no lo haya vindicado, quizá porque no encontró suficiente documentación para aliviar su memoria de los cargos abrumadores, pero quizá parcialmente injustos, que se le reprochan. Sin embargo, el historiador Enrique Vidaurre Retamoso, en su esclarecedor libro: “El Presidente Daza” reivindica la figura de Hilarión Daza. Transcribimos párrafos de su alevoso asesinato: “Y para conocimiento del drama que debía desarrollarse en la ciudad de Uyuni, se transcribe seguidamente un detallado relato, hecho por un periódico sobre aquel crimen perpetrado en Uyuni, con todas las características de la alevosía y de la premeditación, hecho que conmovió hondamente al país.

     Ese relato testifical dice: Desde el jueves último, venía asegurándose que Daza llegaría a este puerto en unos días más. El sábado 24 de febrero de 1894, desembarcó Daza en Antofagasta. La novedad del arribo de este personaje atrajo a mucha gente al muelle de pasajeros por donde debía desembarcar, y se notaba verdadera ansiedad porque llegara el momento del desembarco. Entre los concurrentes había muchos jóvenes bolivianos con el deliberado propósito de hacer a Daza una manifestación hostil, y para lo cual habían reclutado a algunos desocupados.

     No pasó mucho y atracó al muelle el bote que conducía a este caudillo. Pisó la escala en medio de las miradas de todos y con paso lento se dirigió entre la multitud al Hotel Sudamericano, en cuyo establecimiento debía hospedarse. Ya en la plazuela del muelle principiaron a sentirse gritos aislados y ofensivos. Siguió Daza, siempre con paso lento y deteniéndose a cada instante, como para cerciorarse y conocer bien a las personas que tan indigna acogida le hacían. Una vez en el hotel y pasados los primeros momentos, no tuvo inconveniente en recibir la visita de amigos y periodistas, que fueron tratados galantemente por Daza. Contestó con la mejor disposición a todas las preguntas que se le hacían. Mi ida -dijo- obedeció al desarrollo de los acontecimientos que tuvieron lugar en Tacna, el 27 de diciembre de 1879. 

     Me fui a Arequipa en donde esperé a mi familia y con ella emprendí viaje a Europa, fijando mi residencia en París. Mi regreso obedece a un llamado del presidente de la Corte Suprema de Sucre, en el juicio sobre el esclarecimiento, pedido por mí, para levantar las inculpaciones y calumnias de mis enemigos políticos. Hace ocho meses que debió tener lugar este viaje mío, pero el Gobierno de Baptista tuvo a bien cerrarme las puertas de mi Patria y sólo hoy me permite el regreso a la capital boliviana, pediré que principie el juicio, y abrigo la seguridad de desvanecer por completo los injustos cargos y calumnias de que me han hecho víctima mis enemigos políticos. Esperemos todavía, creo que mis declaraciones comprobadas con documentos que oportunamente presentaré vendrán a dar la verdadera luz sobre los acontecimientos de la Guerra del Pacífico, y determinarán a los que deben llamarse los traidores de la Patria.

     Circularon en Antofagasta los más extraños rumores: "Daza viene vendido a Chile". "Trae 200.000 pesos para hacer revolución". "Va a entregar los Lípez". "Tiene la revolución combinada y resuelta". La víctima, el hombre culpable ayer, a su regreso mártir y héroe de leyenda, por obra de sus asesinos, no varió su itinerario. Afable, sagaz, con cierto barniz social del que antes carecía.

     Daza tomó en Antofagasta el tren del lunes 26 de febrero. Atravesaba la zona, si no vendida por él, al menos perdida para Bolivia. ¿Quién podría decir que ese hombre no tuvo en el corazón amarguísimos estremecimientos? ¿Quién negará que principiaba su expiación? Al llegar a Ollagüe, un Comisario de Policía procedió a practicar una requisa de su equipaje y persona - Nada traigo -, señor Comisario - le dijo -. En mi maleta hallará Ud. dos revólveres muy finos. En mi otra caja sólo llevo papeles y ropa. Llegó el convoy a Juliaca, donde un hombre alto, muy alto de estatura, tomó el pasamanos del balcón del tren y penetró en el coche. - Señor -dijo aquel gigante-, soy Subprefecto de Lípez, tengo orden del Gobierno de intimar a Ud. se dé por preso. - Muy bien -repuso Daza-. Estoy a sus órdenes... Ya no era el mismo. No usaba la pera aquella, llamada un tiempo yankee. Su bigote ralo y entrecano, acentuadas las facciones por un reposo de 14 años de vida tranquila, sin los cuidados de hacer feliz a su pueblo. Delicado el cutis, aprisionadas sus manos en irreprochables guantes de preville, era Daza un gentleman, correctísimo. Vestía una americana de casimir azul oscuro, con dibujos negros casi imperceptibles. Su sombrero era de alta copa y de falda flexible. El hombre había engordado un poco y, aunque los años no agobiaron todavía su espalda, notabas que su apostura y esbeltez de otra época, sufrieron detrimento. Afable, cortés y político, Daza era una figura simpática, atrayente. Hablaba francés, inglés e italiano, y era fecundo en recuerdos de Niza, Roma, París, donde si bien había perdido el tiempo en frivolidades, no por ello dejó de aprovechar en maneras y trato sociales, apropiándose ideas y reflexiones de alguna importancia. Su plan ostensible, para lo futuro, lo expresaba en estas palabras: Una vez justificado de los cargos que se me hacen, si no puedo avecindarme en algún paraje próximo a La Paz, como Sorata, por ejemplo, volveré a Europa a consumir los años que me quedan.

     El equipaje de Daza consistía: en una maleta de mano conteniendo ropa blanca y prendas de vestir, otra más pequeña que la anterior con doce o quince juegos de botones de pecho, prendedores, cadenas, etc., joyas de distintas clases que eran de su uso personal; la otra maleta contenía preciosos artículos de tocador, escobillas, peines, espejos, perfumes y un llavero. En la bodega, Daza traía 2 maletas francesas grandes, especie de baúles mundos, cuyo contenido sólo saben los que han intervenido en su registro e inventario. Además, era suyo un cajón de madera, reforzado con sunchos de hierro y cuidadosamente embalado. Durante el trayecto de Juliaca a Uyuni, no ocurrió ningún incidente digno de mención; 1'500 metros antes de llegar a Uyuni, el tren disminuyó su velocidad y se arrastraba con lentitud sobre los rieles. Los encargados de la custodia de Daza, enviados desde Oruro, que esperaban en Uyuni la llegada del convoy de Antofagasta, para cumplir su misión, tuvieron el proyecto de desembarcar al General sin entrar en la estación. En Uyuni, el 27 de febrero, desde tempranas horas se sentía mucha excitación en el pueblo con la noticia de que el General Daza llegaba en el tren de esa noche.

     Esa misma mañana aparecieron carteles fijados en varios lugares, incitando al pueblo para castigar al traidor de "Camarones". A las 7 de la noche había gran grupo del pueblo en la calle Ferrocarril esperando la llegada del tren y, cuando éste se puso a la vista del pueblo, se lanzó a la estación. 

     Pero la autoridad, en previsión de desórdenes, había puesto guardias en la puerta para que impidieran la entrada; el tren se encontraba como a un kilómetro de ésta, donde detuvo su marcha, con cuyo motivo toda la pueblada tomó en dirección a él, porque se dijo que Daza bajaba allí; la pueblada llegó a encontrar el tren a medio kilómetro antes de la entrada a la estación donde lanzó piedras y balazos al coche de pasajeros y una parte fue al encuentro de Daza que lo creían venir a pie. Desengañados de que Daza no había bajado del tren, se lanzaron otra vez sobre la estación dando gritos de "Muera el traidor de Camarones", "Queremos la cabeza de Daza", pero la guarnición les volvió a impedir la entrada a la estación. Diez soldados, bajo el mando de un oficial, guardaban a cada una de las puertas de la estación. La puerta de entrada al tren tenía también un piquete, al mando del Capitán Mangudo. Aprovechando la lentitud de la marcha del convoy y, sin duda, en obedecimiento a órdenes superiores, Mangudo penetró al coche de pasajeros, después de ordenar al maquinista forzar presión y acelerar el movimiento. - ¡Canalla! -dijo Mangudo al abrir la puerta del coche y dirigiéndose a Daza-: aquí dejarás tus huesos, al fin has caído en nuestras manos. Daza no se dignó responder a esta soez imprecación. A unos quince metros antes de franquear la puerta de entrada, un grupo, como de 20 personas, profirió gritos de muerte y amenazas contra el preso y arrojó piedras al coche, disparando tres tiros de revólver y rompiendo con bastones los cristales de las ventanillas. - ¡Esto es inaudito! -dijo Daza-. Yo vengo a mi país, que ya creí constituido y gozando de garantía. Que se me veje, que se me fusile o insulte, si así les place, pero no tienen derecho de hacer sufrir ninguna tropelía a mis compañeros de viaje. Una vez el tren en el recinto de la estación, penetró al coche el Intendente de la Policía de Oruro. - Buenas noches -dijo-, General ya sabe Ud. cuál es mi misión. - Buenas noches, Teniente Coronel. Ya sé su comisión: me tiene Ud. a sus órdenes. - ¿Cuál es su equipaje? ¿Qué cosa tiene Ud.? - He aquí: esto es lo mío -repuso Daza-. Guzmán tomó del asa la maleta necesaire y precedió al General para bajar a la plataforma. Allí había agrupados hasta unos ochenta individuos, toda gente formal conocida, única a la que fue permitido tener acceso a la estación, bajo garantía del jefe de ella. Los primeros grupos que rodearon a Daza, satisfecha su curiosidad, se dispersaron. Daza traía un paquete de manifiestos en la mano, y consiguió distribuir algunos ejemplares a sus amigos. Interrumpiendo el relato de "El Litoral", pasemos a ver el manifiesto del General Hilarión Daza a sus conciudadanos, el mismo del que también hizo circular algunas hojas en el puerto de Antofagasta:

     "Al regresar a mi Patria, después de una peregrinación de más de 14 años, tengo la obligación de dirigir la palabra a mis compatriotas, no para pedir mi absolución ni excitarles a un fallo desfavorable, porque está el Supremo Tribunal de la Nación con los autos en su despacho, a fin de condenarme, si he faltado, o absolverme si los cargos que se me hacen son injustos, nacidos de prevenciones, cuya causa no quiero calificar. Los cargos hechos a mi vida pública pertenecen a la historia, y mis procedimientos como General del Ejército en la Campaña del Pacífico, ya han sido fallados por la justicia y la sensatez del Senado Nacional. El actual Gobierno, inspirándose en los sentimientos de justicia, ha dado campo ancho a la defensa de mi honra y, en pos de ella, vuelvo a mi Patria sin odio para nadie, y esperando que el tiempo eche el polvo del olvido al pasado, en que la desgracia y no el crimen me ha perseguido. Deferente a los llamados de la ley, vuelvo desde el viejo continente a vindicarme de los cargos que se me han hecho y yo me inclino reverente ante el Supremo Tribunal de Justicia, seguro de la integridad y la ilustración de los prohombres que lo componen. 

     No rehuyo el juicio y, por el contrario, lo busco, pues siendo ese mi propósito me encamino a la Capital de la República: Y si en ese mi largo ostracismo aún me quedan amigos fieles, ruego a éstos conserven el orden bajo cuya égida se desarrollan la justicia, el progreso y la libertad. Aleccionado por dolorosa y larga experiencia, y amando a mi Patria con toda la ternura de mi corazón, sólo espero que mis compatriotas suspendan todo juicio respecto al asunto judicial a que se me llama ante la Respetabilísima Corte Suprema, cuyo fallo espero y lo busco con veneración y respeto. El que fue presidente de la República Boliviana, calumniado de mil modos, se presenta en la frontera de la Patria, no como conspirador ambicioso sino como el Magistrado Nacional que quiere vindicarse de cargos que se le han formulado. Siendo éstos los motivos que me llevan a Bolivia, insisto en suplicar a mis conciudadanos, esperen, como espero yo, el fallo del Tribunal Supremo de nuestra Patria querida. 

     Han pasado los tiempos de pasiones y debemos inaugurar las épocas de justicia, porque sin ella será imposible todo adelanto nacional. Con este motivo, e inmediatamente de haber sido notificado en la ciudad de Arequipa con Exhorto de la Corte Suprema de Justicia de Bolivia, dirigí al señor presidente de la República el siguiente telegrama, y otro al señor Goitia para que trasmita al señor presidente de la Corte Suprema. En conclusión, y al pisar el patrio suelo, llevo el olvido y, confiando en el porvenir de mi Patria, busco el amparo de la justicia, al cual todo boliviano tiene derecho. Antofagasta, febrero 25 de 1894.

     Retomado el hilo de la anterior narración sobre el crimen de Uyuni, se dice que: Pasados ciertos instantes, Daza penetró a la oficina del señor Turriaga. Allí departió tranquilamente con 3 o 4 personas de entre los curiosos, que le hicieron compañía hasta horas 9:15 de la noche. Vengo a defenderme -dijo, entre otras cosas-. Tenemos autoridades constituidas; yo me pongo al amparo de la ley, y no temo al fallo de la justicia. Habían calmado los gritos y algazara que desde por la tarde se oían en la calle. Se decidió que Daza no se quedara en la estación a pasar la noche y, despidiéndose de todos, encabezó la marcha a su alojamiento. Al salir de la estación, iba el pobre desgraciado en medio del Intendente señor Ballivián y del coronel Guzmán Achá. El primero iba a la izquierda del General y el segundo a la derecha, enganchado del brazo, en prueba de íntima amistad. Iban los tres delante, en el orden indicado, detrás de ellos, y cubriendo a Daza, el Capitán Mangudo; a la derecha de éste, el oficial Ramos; a la izquierda el oficial Valda. Detrás iba, como a doce pasos, una escolta de soldados de veinticinco hombres. Antes de llegar a la vereda, por las inmediaciones de la casa donde está la escuela, el señor Ballivián se había separado so pretexto de unas llaves o de abrir una puerta. Al llegar a la vereda, el coronel Achá se cambió de lado, dando la vereda al General. En este momento ordenó el coronel, al Capitán Mangudo, pasara adelante para ver si estaba despejada la vuelta de la esquina en donde no había un alma. Al llegar a la esquina, el coronel Achá, del brazo con el General, dijo: ¡Adelante mi General!, deshaciéndose del brazo. Al decir esto, alguna cosa observaría el General Daza, porque contestó: ¡Me traiciona coronel!, y sobre la marcha se sintieron las detonaciones, primero un tiro, después otro, y otro. La escena fue muy rápida. - ¡Cobardes! -exclamó el General- ¡Me han asesinado!... y cayó en tierra. Ante todo, conviene tener presente que la calle estaba silenciosa, no se advertía ni más ni menos animación que la de costumbre.


     Una mujer se dirigía a su casa, por la acera fronteriza al lugar del asesinato. Tres o cuatro curiosos vieron todo lo ocurrido de sobre la pared de calamina y por entre las rendijas del cerco de la estación. Un viejo extranjero, llamado D. Miguel, seguía a pocos pasos detrás del piquete de la fuerza pública. Enrique Rocha Monroy Un conductor de tren y un palanquero presenciaron casualmente la muerte de Daza, desde una tienda situada a veinte pasos del lugar del siniestro. ¿Y qué había sido del pueblo? Vamos a decirlo. Se ha calumniado al pueblo atribuyéndole el crimen y he aquí lo que hacía el pueblo soberano; no había en Uyuni más pueblo que 20 beodos, encabezados por Alfredo Ross, muchacho díscolo y vago de profesión. Esos veinte beodos viendo que Daza, una vez llegado el tren, no salía de la estación, se fueron en grupo al "Hotel Gobillard" a beber cerveza. Cuando Daza salió con sus guardianes, vino alguien al hotel y dijo: - Lo llevan a Daza. Corrieron los veinte beodos hacia la calle, mientras tanto la comitiva fúnebre doblaba la esquina ya descrita; no habían avanzado los ebrios ni treinta metros de la cuadra, cuando sonaron los disparos, y ellos, que al sentir las detonaciones se creyeron atacados o descubiertos, emprendieron la fuga a la desbandada, en dirección contraria a la que llevaba la víctima.

Hilarión Daza

     Daza recibió dos balazos, el uno le penetró en la parte posterior del hígado y le salió bajo la tetilla derecha; esta bala al salir melló la tapa de oro de su cartera y traspasó un retrato de su hija, en traje de primera comunión. El otro balazo se internó en el omóplato y le salió en la clavícula. Asesinado Daza, fue colocado bajo guardia, en la habitación que debía servirle de alojamiento. Un fotógrafo tomó algunas vistas.

     El boticario de Uyuni, Quinteros, antes fogonero de Challapata, procedió, no se sabe por orden de quién, a practicar la autopsia. Ya pueden imaginarse cómo se haría la operación. Quinteros se valió de un cuchillo de mesa, y como ni con ayuda de una piedra podía romper los huesos, tuvo que prestarse un formón para abrir el pecho del cadáver. Y como quien destripa un pavo, sacó, sin método, por el gusto de hacerlo, pues que él era incapaz de formar idea de su misión. Un prendedor de brillantes y un reloj de oro de la víctima han desaparecido. Un paquete de manuscritos del que Daza no quería desprenderse ni un momento y que en el instante de su asesinato llevaba en la mano, también desapareció. La maleta de joyas, rasgada a puñal, ha sido felizmente recobrada: eran estas joyas las recibidas de la herencia de doña Balbina vda. de Richter, hermana de doña Benita, esposa de Daza. El 28, a horas cuatro de la tarde, fue inhumado Daza ante la estupefacción de la población de Uyuni.

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