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viernes, 29 de noviembre de 2019

LOS NIÑOS DEL LLULLAILLACO



Fue durante el invierno del año 2019 cuando nos adentramos por los caminos vecinales que nos llevaron al volcán Lastarria y por las cercanías del famoso volcán Llullaillaco considerado uno de los cuatro volcanes más altos del mundo. Este volcán es un enorme macizo de sobre 6.000 m. que se encuentra en la frontera entre la región de Antofagasta (Chile) y la provincia de Salta (Argentina). 

Ahora bien, en el lado chileno e inmediatamente a los pies del volcán se encuentra el Parque Nacional Llullaillaco de 268.670 hectáreas de superficie. Es – sin duda alguna – un espacio agreste y amenazante, en donde vamos sintiendo la falta de oxigeno en cada paso que damos y se hacen notar las abruptas variaciones del clima, pero también es importante el tener presente, que este lugar mantiene un gran número de especies de flora y de fauna totalmente adaptadas a estas condiciones más, este espacio también nos lleva a un pasado remoto, a un tiempo algo anterior a la llegada de los conquistadores en donde el hombre de más al norte procuraba abrirse paso por el territorio en procura de conquistas y del comercio (camino del Inca) y también intentaba comunicarse con sus divinidades, eso de pedirle ayuda a la montaña en cuyas alturas encontraban el reino de los dioses para que enviase nubes y lluvias para sus siembras (los niños del Llullaillaco) morir por el bien de su gente.



Llegar a las inmediaciones del Llullaillaco por cualquier vía no es fácil, eso viene totalmente indicado en las cartas turísticas y en las páginas afines, pero acceder por el extremo sur, por la ruta de Taltal es aún más complejo. En algún momento se procuró habilitar un camino internacional que llegase hasta algunas ciudades de la Argentina de manera directa, pero este camino quedó en abandono sirviendo en la actualidad solo para acceder a ciertos puntos de interés turísticos como el volcán Lastarria, salar de Pajonales y las explotaciones mineras. El recorrido es complejo, por parajes totalmente desolados, aunque hermosos y únicos. Un viaje que vale la pena realizar.



Apenas llegados al Salar de pajonales (extremo sur del parque) es totalmente visible la cumbre del volcán Llullaillaco en cuya cumbre se realizó uno de los máximos descubrimientos arqueológicos de la zona, esto ocurrió en marzo de 1999 cuando fueron encontrados los cuerpos de un niño de siete años («El niño»), una niña de seis («La niña del rayo») y una joven mujer de quince años («La doncella»). Su estado de conservación era tal, que varios expedicionarios coincidieron en afirmar que parecían estar dormidos. Junto a ellos se hallaron 46 objetos que componían su ajuar formado por figuras humanas y animales en miniatura, utensilios y alimentos. Eran tres los niños incaicos excepcionalmente conservados por alrededor de quinientos años. Las Momias del Llullaillaco, también llamadas Los Niños del Llullaillaco y/o Los Niños del volcán.





Ahora bien. Desde mediados del siglo XX se conocía, por los relatos de montañistas, la existencia de ruinas precolombinas en ese punto inhóspito de la cordillera de Los Andes. Una expedición de Club Andino Chile realizó la primera ascensión deportiva al volcán Llullaillaco en 1952 y a su regreso dieron a conocer la existencia de ruinas arqueológicas en la montaña. 

A casi 50 años de esos primeros descubrimientos se realizó una expedición financiada por la National Geographic Society y apoyada por autoridades provinciales y departamentales. En un trabajo mancomunado, montañistas y arqueólogos argentinos y peruanos, bajo la dirección del antropólogo estadounidense Johan Reinhard y la arqueóloga argentina Constanza Ceruti, sacaron a la luz lo que escondía celosamente el sitio arqueológico más alto del mundo.

El hallazgo arqueológico


El Niño

El primer cuerpo localizado correspondía a un niño de aproximadamente siete años, se hallaba sentado sobre una túnica o unku de color gris con su rostro dirigido hacia el sol naciente. Como todos los varones de la élite incaica, tiene el cabello corto y un adorno de plumas blancas sostenido por una Huarak'ca (una honda de cuerda de lana) enrollada alrededor de su cabeza y llevaba un adorno pectoral confeccionado con piezas de Spondylus, pelo de camélidos y cabello humano. El grupo de ofrendas halladas junto al Niño estaba compuesto por miniaturas que representarían personajes y objetos de su entorno: textiles en miniatura, tocados confeccionados en textil, plumas, oro, pequeños detalles de spondylus, una placa ceremonial de plata, ushutas (ojotas de cuero y lana de camélidos), bolsitas de piel de animal que contienen cabello del niño, un saquillo tejido o chuspa, un engarzado con plumas blancas, y un aríbalo o urpo de cerámica, que consiste en un recipiente policromado de cuerpo voluminoso con base puntiaguda, dos asas y boca acampanada, presenta decoraciones geométricas, destacándose un helecho estilizado. Su principal función era la de transportar o almacenar líquidos. ​Atrae especialmente la atención en su ajuar una serie de estatuillas representando llamas en miniatura confeccionadas en oro, plata y spondylus, conducida por hombres finamente vestidos. Las estatuillas de camélidos, por lo general, eran ofrendas típicamente masculinas y escenificaban las principales actividades a cargo de los hombres.

En el mundo andino los camélidos poseían una importancia fundamental para el desarrollo de diversas actividades, especialmente en la economía; significaban alimento, transporte, y su lana proveía la materia prima para confeccionar los más variados textiles del Incanato. La principal función de los rebaños era acompañar a los ejércitos para servir como porteadores o alimento. También eran innumerables las llamas destinadas como ofrendas en los diversos rituales y festividades del mundo Incaico.

Otras piezas para destacar son las hondas o huarak'cas confeccionadas en lana de camélidos, son lazos de longitud y ancho considerables. Se encuentran asociadas al mundo masculino y evidencian diversos usos. Las huarak'cas eran usadas como adornos cefálicos asociadas a plumas y flores, eran signos de nobleza y se utilizaban en determinadas ceremonias. Durante su ceremonia de iniciación o huarachicuy, los jóvenes recibían su insignia o huarak'ca y la horadación de sus orejas, símbolos de pertenencia a la nobleza incaica y futuros administradores del imperio. ​



En 2004 un estudio a la momia realizado por la británica Angelique Corthals encontró una mezcla de sangre y saliva en un paño que se encuentra en el cuello del niño. Para Corthals esto es evidencia de una hemorragia en los pulmones causada por un fuerte golpe, por lo que sugiere que el niño murió violentamente. Para el arqueólogo Christian Vitry y el ingeniero Mario Bernaski la mancha de sangre es causa de un edema pulmonar producido por el ascenso de un niño de 7 años a más de 6700 m de altura, esta teoría es respaldada por el hecho de que no se encontraron signos de violencia en el pecho del niño.

La Doncella

El segundo hallazgo unos metros al Norte del Niño correspondía a una joven mujer, de alrededor de quince años al momento de la ofrenda. Llevaba en su cabeza un importante tocado de plumas blancas, en su rostro aún conserva restos de pigmento rojo, y en su boca pequeños fragmentos de hoja de coca. Posiblemente haya sido una Virgen del Sol o aclla, educada en las casas de las escogidas o aclla huasi, un lugar de privilegio para determinadas mujeres en el tiempo de los Incas. ​

Tenía un vestido o acsu de color marrón claro ajustado en la cintura por una faja con dibujos geométricos que combinan colores claros y oscuros con los bordes rojos. Sobre sus hombros lleva un manto o lliclla de color gris con guardas rojas, sostenida por un prendedor o tupu de plata a la altura del tórax. En su pecho, cerca del hombro derecho, tiene un conjunto de adornos colgantes de hueso y metal. Su largo cabello está peinado con pequeñas trenzas, como era costumbre en algunos poblados de los Andes. Los peinados y adornos en la cabeza servían para identificar a las personas cultural y geográficamente. Su ajuar incluía objetos de cerámica de formas y estilo incaico, un aríbalo —vasija cerámica—, jarrito, platos ornitomorfos; elementos textiles tales como chuspas fajas arrolladas y una pequeña wincha para el cabello. También keros de madera en miniatura, un peine de espinas de cardón y trozos de carne seca o charqui, y estatuillas antropomorfas femeninas de oro, plata y valva de spondylus (molusco). ​

Entre otros objetos que acompañaban a «la doncella» se destaca una estatuilla femenina confeccionada con láminas de plata, su vestimenta miniaturizada consiste en acsu, una túnica que envuelve el cuerpo sujetada por una faja llamada chumpi, y una manta conocida como lliclla que cubre los hombros y espalda, ambas unidas por tupus, alfileres de plata, representando la vestimenta típica de las mujeres. El tocado de la estatuilla, confeccionado en plumas blancas recortadas y entretejidas sobre un soporte de lana es una reproducción exacta del que llevaba la mujer, y presenta una prolongación a modo de capa, en la parte posterior. En el área andina, los tocados son y han sido el complemento del atuendo, portadores de diferenciación social, género, pertenencia étnica y jerarquización social.

La Niña del Rayo

El tercer hallazgo correspondió a una pequeña niña, de seis años, que se hallaba sentada, con las piernas flexionadas y la cabeza erguida mirando hacia el suroeste. En algún momento la descarga de un rayo penetró más de un metro en la tierra y la alcanzó, dañando parte de su cuerpo y su vestimenta; debido a este hecho se la conoce como «La Niña del Rayo». ​Su cabello lacio está peinado con dos trenzas pequeñas que salen de la frente, y lleva como adorno una placa de metal. Sus ojos están cerrados y la boca semi abierta, pudiéndose observar la dentadura. Como sinónimo de belleza y jerarquía, su cráneo fue intencionalmente modificado, teniendo una forma cónica. Sobre sus hombros la cubre un manto o lliclla de color marrón sostenida por un prendedor o tupu de plata colocado a la altura del pecho. La cabeza y parte del cuerpo estaba cubierta por una gruesa manta de lana oscura, y todo el cuerpo estaba envuelto en otra manta de color claro con bordados rojos y amarillos en su perímetro. Acompañaban a la pequeña varios elementos de cerámica en miniatura, de estilo incaico como platos con cabeza de pato; bolsas o chuspas; mocasines de cuero; sandalias, keros, de madera tallada con decoraciones geométricas incisas, y un conjunto de estatuillas antropomorfas femeninas en miniatura de oro, plata y mullu vestidas con miniaturas de textiles y tocados de plumas, y un brazalete miniatura de oro batido.

La Capac cocha

Las investigaciones sostienen que el sacrificio de los niños se produjo en el marco de la ceremonia llamada Capac cocha o Capac hucha, durante un verano entre 1480 —fecha de expansión del imperio incaico al noroeste argentino— y 1532 —fecha en que el imperio cayó bajo dominio español— Desde un punto de vista etimológico, «hucha» significa deber, deuda, obligación, cuyo incumplimiento cobra el sentido de «falta». De esta manera, en palabras de Gerald Taylor, «el Capac hucha corresponde a la realización de una obligación ritual de máxima importancia y esplendor—Capac—». El ritual de la Capac hucha, fue extensamente documentado por los cronistas españoles, y la existencia de esta clase de yacimientos arqueológicos en las montañas de Los Andes en alturas cercanas a los 5000 m.s.n.m (16 404 pies) es bien conocida, varios de estos yacimientos fueron profanados y saqueados y, tanto restos humanos como otras piezas arqueológicas fueron vendidos en el mercado negro o en museos.

En el caso de estos tres cuerpos, al parecer, los dos niños eran de familias nobles, escogidos desde su nacimiento para ser parte fundamental del ritual, como sugiere el hecho de que sus cráneos fueran deformados con distintas técnicas. Las investigaciones basadas en el análisis de ADN han determinado que no existía parentesco entre los tres.

Documental National Geografic. Los Niños del Llullaillaco

Críticas y controversias

Respecto a las culturas originarias

Las críticas desde algunas comunidades originarias se centran mayormente en el respeto a la tradición cultural heredada del Inca de la cual se sienten depositarios únicos, así como de a quién corresponde la «propiedad» de los restos arqueológicos. Estos grupos sostienen que el retiro de los cuerpos de los niños configura una profanación, también afirman que este museo es un desafío a la Constitución de la Nación Argentina que establece que el Congreso de la Nación Argentina reconoce la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos, garantizando -concurrentemente con las provincias- el respeto a su identidad y «asegurando su participación en la gestión de los intereses que los afecten».

Algunos profesionales han puesto el acento en el respeto a los criterios de las diversas culturas, previstos en el Código de Ética Profesional del Consejo Internacional de Museos —ICOM—, cuando expresa en el punto titulado «Responsabilidades profesionales respecto de las colecciones», que «el museo tendrá que responder con diligencia, respeto y sensibilidad a las peticiones de que se retiren de la exposición al público restos humanos o piezas con un carácter sagrado. También se responderá de la misma manera a las peticiones de devolución de dichos objetos. 
En la política de los museos se debe establecer claramente el procedimiento para responder a esas peticiones».

Para el arqueólogo Christian Vitry, esta investigación ayudó a entender mejor el contexto de los rituales que se realizaban en los cerros hace 500 años y más. Según la creencia Inca, los niños ofrendados no morían, sino que se reunían con sus antepasados, quienes observaban las aldeas desde las cumbres de las altas montañas. Vitry sostuvo ante un medio de Salta que «se dice que las momias son de origen inca, y si bien lo inca no existe como entidad política, social y cultural, no se puede decir que no existen los pueblos originarios locales que asumen como "propios" los elementos del pasado.». Más recientemente Vitry opinó que «Hoy, las momias del Llullaillaco forman parte del patrimonio cultural local, patrimonio que fue consensuado por un cuerpo social, es decir, toda la comunidad, incluyendo los grupos indígenas.»

Una publicación especializada ha llegado a afirmar que la exhibición de los restos de las momias de Llullaillaco constituye una «...falta de consideración, rayana con el desprecio por la humanidad de los integrantes de una antigua cultura indígena» ​

Esta concepción de la exhibición de los restos como una profanación parece más bien inspirada en el enfoque católico posterior al proceso de evangelización y no en la tradición incaica, ya que los propios incas acostumbraban a sacar las momias de sus antepasados de sus bóvedas en noviembre, mes de llevar difuntos, que llamaban aya marq'ay killa darles de comer, adornarlos, y pasearlos por calles y plazas. ​

El inevitable deterioro

Existe una discutida corriente de opinión que sostiene que cuando se remueve un patrimonio arqueológico de sus condiciones ambientales originales, aun observando las mayores precauciones, se produce un deterioro, que, aunque mínimo, con el transcurso de los años puede ser grave, puntualizando que en 10 años de extraídos los restos se han deteriorado más que en los 500 años que estuvieron en su emplazamiento original.

Las declaraciones del anatomopatólogo Gerardo Vides Almonacid, quién está a cargo de controlar la preservación de los cuerpos de los niños, parecían confirmar este deterioro cuando afirmó que «Sobre la base de toda la investigación que se hizo, tanto en 1999 como en 2004 y en diciembre de 2008, demuestran que los cuerpos están estables. Es decir que están preservados. Lógicamente siempre existe el deterioro, cualquier persona cuando pasa el tiempo, aunque esté vivo se va deteriorando. Diez años antes tenía una situación, una preservación de su físico y de su cuerpo; diez años después tiene muchas alteraciones, pero eso no significa que esté mal, significa que está bien, que los cuerpos están estabilizados». En el mismo sentido, un informe generado por el director Miguel Xamena; el responsable del diseño del sistema de crío preservación del MAAM, el ingeniero Mario Bernaski y por el propio Almonacid, reporta que «después de diez años el impacto natural por los cambios no ha sido tan grave» aunque estudios recientemente publicados han afirmado totalmente lo contrario.





Para saber más:

Las Momias del Llullaillaco


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