Fue durante el invierno del año 2019 cuando nos adentramos por los caminos vecinales que nos llevaron al volcán Lastarria y por las cercanías del famoso volcán Llullaillaco considerado
uno de los cuatro volcanes más altos del mundo. Este volcán es un enorme macizo
de sobre 6.000 m. que se encuentra en la frontera entre la región de
Antofagasta (Chile) y la provincia de Salta (Argentina).
Ahora bien, en el lado
chileno e inmediatamente a los pies del volcán se encuentra el Parque Nacional
Llullaillaco de 268.670 hectáreas de superficie. Es – sin duda alguna – un espacio
agreste y amenazante, en donde vamos sintiendo la falta de oxigeno en cada paso
que damos y se hacen notar las abruptas variaciones del clima, pero también es
importante el tener presente, que este lugar mantiene un gran número de
especies de flora y de fauna totalmente adaptadas a estas condiciones más, este
espacio también nos lleva a un pasado remoto, a un tiempo algo anterior a la
llegada de los conquistadores en donde el hombre de más al norte procuraba abrirse paso por el
territorio en procura de conquistas y del comercio (camino del Inca) y también intentaba comunicarse con sus divinidades, eso de pedirle ayuda a la montaña en cuyas
alturas encontraban el reino de los dioses para que enviase nubes y lluvias para
sus siembras (los niños del Llullaillaco) morir por el bien de su gente.
Llegar a las
inmediaciones del Llullaillaco por cualquier vía no es fácil, eso viene totalmente
indicado en las cartas turísticas y en las páginas afines, pero acceder por el
extremo sur, por la ruta de Taltal es aún más complejo. En algún momento se
procuró habilitar un camino internacional que llegase hasta algunas ciudades de
la Argentina de manera directa, pero este camino quedó en abandono sirviendo en
la actualidad solo para acceder a ciertos puntos de interés turísticos como el volcán
Lastarria, salar de Pajonales y las explotaciones mineras. El recorrido es
complejo, por parajes totalmente desolados, aunque hermosos y únicos. Un viaje
que vale la pena realizar.
Apenas llegados al
Salar de pajonales (extremo sur del parque) es totalmente visible la cumbre del volcán Llullaillaco en cuya cumbre se realizó uno de los máximos
descubrimientos arqueológicos de la zona, esto ocurrió en marzo de 1999 cuando fueron
encontrados los cuerpos de un niño de siete años («El niño»), una niña de seis
(«La niña del rayo») y una joven mujer de quince años («La doncella»). Su
estado de conservación era tal, que varios expedicionarios coincidieron en
afirmar que parecían estar dormidos. Junto a ellos se hallaron 46 objetos que
componían su ajuar formado por figuras humanas y animales en miniatura,
utensilios y alimentos. Eran tres los niños incaicos excepcionalmente conservados por
alrededor de quinientos años. Las Momias del Llullaillaco, también llamadas Los Niños del Llullaillaco y/o Los Niños del volcán.
Ahora bien. Desde
mediados del siglo XX se conocía, por los relatos de montañistas, la existencia
de ruinas precolombinas en ese punto inhóspito de la cordillera de Los Andes. Una
expedición de Club Andino Chile realizó la primera ascensión deportiva al
volcán Llullaillaco en 1952 y a su regreso dieron a conocer la existencia de
ruinas arqueológicas en la montaña.
A casi 50 años de esos primeros
descubrimientos se realizó una expedición financiada por la National Geographic
Society y apoyada por autoridades provinciales y departamentales. En un trabajo
mancomunado, montañistas y arqueólogos argentinos y peruanos, bajo la dirección
del antropólogo estadounidense Johan Reinhard y la arqueóloga argentina
Constanza Ceruti, sacaron a la luz lo que escondía celosamente el sitio arqueológico
más alto del mundo.
El hallazgo
arqueológico
El Niño
El primer cuerpo
localizado correspondía a un niño de aproximadamente siete años, se hallaba
sentado sobre una túnica o unku de color gris con su rostro dirigido hacia el
sol naciente. Como todos los varones de la élite incaica, tiene el cabello
corto y un adorno de plumas blancas sostenido por una Huarak'ca (una honda de
cuerda de lana) enrollada alrededor de su cabeza y llevaba un adorno pectoral
confeccionado con piezas de Spondylus, pelo de camélidos y cabello humano. El
grupo de ofrendas halladas junto al Niño estaba compuesto por miniaturas que
representarían personajes y objetos de su entorno: textiles en miniatura,
tocados confeccionados en textil, plumas, oro, pequeños detalles de spondylus,
una placa ceremonial de plata, ushutas (ojotas de cuero y lana de camélidos), bolsitas
de piel de animal que contienen cabello del niño, un saquillo tejido o chuspa,
un engarzado con plumas blancas, y un aríbalo o urpo de cerámica, que consiste
en un recipiente policromado de cuerpo voluminoso con base puntiaguda, dos asas
y boca acampanada, presenta decoraciones geométricas, destacándose un helecho
estilizado. Su principal función era la de transportar o almacenar líquidos. Atrae
especialmente la atención en su ajuar una serie de estatuillas representando
llamas en miniatura confeccionadas en oro, plata y spondylus, conducida por
hombres finamente vestidos. Las estatuillas de camélidos, por lo general, eran
ofrendas típicamente masculinas y escenificaban las principales actividades a
cargo de los hombres.
En el mundo andino
los camélidos poseían una importancia fundamental para el desarrollo de
diversas actividades, especialmente en la economía; significaban alimento,
transporte, y su lana proveía la materia prima para confeccionar los más
variados textiles del Incanato. La principal función de los rebaños era
acompañar a los ejércitos para servir como porteadores o alimento. También eran
innumerables las llamas destinadas como ofrendas en los diversos rituales y festividades
del mundo Incaico.
Otras piezas para
destacar son las hondas o huarak'cas confeccionadas en lana de camélidos, son
lazos de longitud y ancho considerables. Se encuentran asociadas al mundo
masculino y evidencian diversos usos. Las huarak'cas eran usadas como adornos
cefálicos asociadas a plumas y flores, eran signos de nobleza y se utilizaban
en determinadas ceremonias. Durante su ceremonia de iniciación o huarachicuy,
los jóvenes recibían su insignia o huarak'ca y la horadación de sus orejas,
símbolos de pertenencia a la nobleza incaica y futuros administradores del imperio.
En 2004 un estudio
a la momia realizado por la británica Angelique Corthals encontró una mezcla de
sangre y saliva en un paño que se encuentra en el cuello del niño. Para
Corthals esto es evidencia de una hemorragia en los pulmones causada por un
fuerte golpe, por lo que sugiere que el niño murió violentamente. Para el
arqueólogo Christian Vitry y el ingeniero Mario Bernaski la mancha de sangre es
causa de un edema pulmonar producido por el ascenso de un niño de 7 años a más
de 6700 m de altura, esta teoría es respaldada por el hecho de que no se
encontraron signos de violencia en el pecho del niño.
La Doncella
El segundo
hallazgo unos metros al Norte del Niño correspondía a una joven mujer, de
alrededor de quince años al momento de la ofrenda. Llevaba en su cabeza un
importante tocado de plumas blancas, en su rostro aún conserva restos de
pigmento rojo, y en su boca pequeños fragmentos de hoja de coca. Posiblemente
haya sido una Virgen del Sol o aclla, educada en las casas de las escogidas o
aclla huasi, un lugar de privilegio para determinadas mujeres en el tiempo de
los Incas.
Tenía un vestido o
acsu de color marrón claro ajustado en la cintura por una faja con dibujos
geométricos que combinan colores claros y oscuros con los bordes rojos. Sobre
sus hombros lleva un manto o lliclla de color gris con guardas rojas, sostenida
por un prendedor o tupu de plata a la altura del tórax. En su pecho, cerca del
hombro derecho, tiene un conjunto de adornos colgantes de hueso y metal. Su
largo cabello está peinado con pequeñas trenzas, como era costumbre en algunos
poblados de los Andes. Los peinados y adornos en la cabeza servían para
identificar a las personas cultural y geográficamente. Su ajuar incluía objetos
de cerámica de formas y estilo incaico, un aríbalo —vasija cerámica—, jarrito,
platos ornitomorfos; elementos textiles tales como chuspas fajas arrolladas y
una pequeña wincha para el cabello. También keros de madera en miniatura, un
peine de espinas de cardón y trozos de carne seca o charqui, y estatuillas
antropomorfas femeninas de oro, plata y valva de spondylus (molusco).
Entre otros
objetos que acompañaban a «la doncella» se destaca una estatuilla femenina
confeccionada con láminas de plata, su vestimenta miniaturizada consiste en
acsu, una túnica que envuelve el cuerpo sujetada por una faja llamada chumpi, y
una manta conocida como lliclla que cubre los hombros y espalda, ambas unidas
por tupus, alfileres de plata, representando la vestimenta típica de las
mujeres. El tocado de la estatuilla, confeccionado en plumas blancas recortadas
y entretejidas sobre un soporte de lana es una reproducción exacta del que
llevaba la mujer, y presenta una prolongación a modo de capa, en la parte posterior.
En el área andina, los tocados son y han sido el complemento del atuendo,
portadores de diferenciación social, género, pertenencia étnica y
jerarquización social.
La Niña del Rayo
El tercer hallazgo
correspondió a una pequeña niña, de seis años, que se hallaba sentada, con las
piernas flexionadas y la cabeza erguida mirando hacia el suroeste. En algún
momento la descarga de un rayo penetró más de un metro en la tierra y la
alcanzó, dañando parte de su cuerpo y su vestimenta; debido a este hecho se la
conoce como «La Niña del Rayo». Su cabello lacio está peinado con dos trenzas
pequeñas que salen de la frente, y lleva como adorno una placa de metal. Sus
ojos están cerrados y la boca semi abierta, pudiéndose observar la dentadura.
Como sinónimo de belleza y jerarquía, su cráneo fue intencionalmente
modificado, teniendo una forma cónica. Sobre sus hombros la cubre un manto o
lliclla de color marrón sostenida por un prendedor o tupu de plata colocado a
la altura del pecho. La cabeza y parte del cuerpo estaba cubierta por una
gruesa manta de lana oscura, y todo el cuerpo estaba envuelto en otra manta de
color claro con bordados rojos y amarillos en su perímetro. Acompañaban a la
pequeña varios elementos de cerámica en miniatura, de estilo incaico como
platos con cabeza de pato; bolsas o chuspas; mocasines de cuero; sandalias,
keros, de madera tallada con decoraciones geométricas incisas, y un conjunto de
estatuillas antropomorfas femeninas en miniatura de oro, plata y mullu vestidas
con miniaturas de textiles y tocados de plumas, y un brazalete miniatura de oro
batido.
La Capac cocha
Las
investigaciones sostienen que el sacrificio de los niños se produjo en el marco
de la ceremonia llamada Capac cocha o Capac hucha, durante un verano entre 1480
—fecha de expansión del imperio incaico al noroeste argentino— y 1532 —fecha en
que el imperio cayó bajo dominio español— Desde un punto de vista etimológico,
«hucha» significa deber, deuda, obligación, cuyo incumplimiento cobra el
sentido de «falta». De esta manera, en palabras de Gerald Taylor, «el Capac
hucha corresponde a la realización de una obligación ritual de máxima
importancia y esplendor—Capac—». El ritual de la Capac hucha, fue extensamente
documentado por los cronistas españoles, y la existencia de esta clase de
yacimientos arqueológicos en las montañas de Los Andes en alturas cercanas a
los 5000 m.s.n.m (16 404 pies) es bien conocida, varios de estos yacimientos
fueron profanados y saqueados y, tanto restos humanos como otras piezas
arqueológicas fueron vendidos en el mercado negro o en museos.
En el caso de
estos tres cuerpos, al parecer, los dos niños eran de familias nobles,
escogidos desde su nacimiento para ser parte fundamental del ritual, como
sugiere el hecho de que sus cráneos fueran deformados con distintas técnicas.
Las investigaciones basadas en el análisis de ADN han determinado que no
existía parentesco entre los tres.
Documental National Geografic. Los Niños del Llullaillaco
Críticas y
controversias
Respecto a las culturas originarias
Las críticas desde
algunas comunidades originarias se centran mayormente en el respeto a la
tradición cultural heredada del Inca de la cual se sienten depositarios únicos,
así como de a quién corresponde la «propiedad» de los restos arqueológicos.
Estos grupos sostienen que el retiro de los cuerpos de los niños configura una
profanación, también afirman que este museo es un desafío a la Constitución de
la Nación Argentina que establece que el Congreso de la Nación Argentina
reconoce la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas
argentinos, garantizando -concurrentemente con las provincias- el respeto a su
identidad y «asegurando su participación en la gestión de los intereses que los
afecten».
Algunos
profesionales han puesto el acento en el respeto a los criterios de las
diversas culturas, previstos en el Código de Ética Profesional del Consejo
Internacional de Museos —ICOM—, cuando expresa en el punto titulado
«Responsabilidades profesionales respecto de las colecciones», que «el museo
tendrá que responder con diligencia, respeto y sensibilidad a las peticiones de
que se retiren de la exposición al público restos humanos o piezas con un
carácter sagrado. También se responderá de la misma manera a las peticiones de
devolución de dichos objetos.
En la política de los museos se debe establecer
claramente el procedimiento para responder a esas peticiones».
Para el arqueólogo
Christian Vitry, esta investigación ayudó a entender mejor el contexto de los
rituales que se realizaban en los cerros hace 500 años y más. Según la creencia
Inca, los niños ofrendados no morían, sino que se reunían con sus antepasados,
quienes observaban las aldeas desde las cumbres de las altas montañas. Vitry
sostuvo ante un medio de Salta que «se dice que las momias son de origen inca,
y si bien lo inca no existe como entidad política, social y cultural, no se
puede decir que no existen los pueblos originarios locales que asumen como
"propios" los elementos del pasado.». Más recientemente Vitry opinó
que «Hoy, las momias del Llullaillaco forman parte del patrimonio cultural
local, patrimonio que fue consensuado por un cuerpo social, es decir, toda la
comunidad, incluyendo los grupos indígenas.»
Una publicación
especializada ha llegado a afirmar que la exhibición de los restos de las
momias de Llullaillaco constituye una «...falta de consideración, rayana con el
desprecio por la humanidad de los integrantes de una antigua cultura indígena»
Esta concepción de
la exhibición de los restos como una profanación parece más bien inspirada en
el enfoque católico posterior al proceso de evangelización y no en la tradición
incaica, ya que los propios incas acostumbraban a sacar las momias de sus
antepasados de sus bóvedas en noviembre, mes de llevar difuntos, que llamaban
aya marq'ay killa darles de comer, adornarlos, y pasearlos por calles y plazas.
El inevitable deterioro
Existe una
discutida corriente de opinión que sostiene que cuando se remueve un patrimonio arqueológico de sus condiciones ambientales originales, aun
observando las mayores precauciones, se produce un deterioro, que, aunque
mínimo, con el transcurso de los años puede ser grave, puntualizando que en 10
años de extraídos los restos se han deteriorado más que en los 500 años que
estuvieron en su emplazamiento original.
Las declaraciones
del anatomopatólogo Gerardo Vides Almonacid, quién está a cargo de controlar la
preservación de los cuerpos de los niños, parecían confirmar este deterioro
cuando afirmó que «Sobre la base de toda la investigación que se hizo, tanto en
1999 como en 2004 y en diciembre de 2008, demuestran que los cuerpos están
estables. Es decir que están preservados. Lógicamente siempre existe el
deterioro, cualquier persona cuando pasa el tiempo, aunque esté vivo se va
deteriorando. Diez años antes tenía una situación, una preservación de su físico
y de su cuerpo; diez años después tiene muchas alteraciones, pero eso no
significa que esté mal, significa que está bien, que los cuerpos están
estabilizados». En el mismo sentido, un informe generado por el director Miguel
Xamena; el responsable del diseño del sistema de crío preservación del MAAM, el
ingeniero Mario Bernaski y por el propio Almonacid, reporta que «después de
diez años el impacto natural por los cambios no ha sido tan grave» aunque
estudios recientemente publicados han afirmado totalmente lo contrario.
Para saber más:
Las Momias del Llullaillaco
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