Tal vez y es muy de humanos, el recurrir a esas nobles soluciones
que nos brindan los muertos (según ciertas creencias), especialmente aquellos
que perecieron en situaciones trágicas, y que consideramos dignos de un fervoroso culto, hacedores de milagros o de mensajeros en lo divino. Ahora
bien, esta creencia y este fervor se está perdiendo con el tiempo y cada vez
son menos los creyentes, pero queda el testimonio (un indicativo), en el lugar mismo
de la tragedia, confinado a un pequeño espacio llamado animita, en donde asoma débilmente
y con el tiempo, la verdadera historia del supuesto mensajero que va
prevaleciendo sobre el sacro mito.
Sobre Juanita debo acotar que no la conocí. Mi llegada a esta
ciudad ocurrió a principios del año 1984, específicamente en el mes de marzo y
esta noticia “El de la Mujer Fondeada” era tema obligatorio de las diversas reuniones
sociales y la sobremesa universitaria, puesto que, involucraba a una reconocida
familia antofagastina, temas de drogas y mucha corrupción, en un tiempo de
mucha y peligrosa convulsión.
Según la historia, fue una fuerte marejada la responsable de
dejar al descubierto uno de los sucesos policiales más enigmáticos de los que
se recuerden en Antofagasta por aquellos años, la muerte de la bailarina Juana
Guajardo burgos, conocida en el ambiente nocturno como "Sandra Le
Roy". La mañana del 21 de febrero de 1983, un
grupo de jóvenes caminaban por la costa del sector "El Cobre", cuando
se percataron de la presencia de un cuerpo semidesnudo que era azotado por el
fuerte oleaje contra los roqueríos.
El cadáver - en si - presentaba múltiples lesiones, pero lo
más llamativo era que estaba atado con dos cuerdas, una de las cuales lo unía a
una zapata de tren de ocho kilos, elemento que había sido utilizado para
"fondear" a la bailarina en el lecho marino.
El hallazgo del artefacto ferroviario se transformó
inmediatamente en pieza clave para la investigación, que pronto fue bautizada
por la prensa como el caso de la "Mujer Fondeada".
La primera gran prueba para la policía fue determinar la
identidad de la mujer, tarea que no resultó fácil debido al avanzado estado de
descomposición de su cuerpo.
La occisa estaba irreconocible, su piel se había vuelto
semitransparente por la acción del agua y como si fuera poco había perdido los
ojos, nariz, parte del cuero cabelludo y las orejas a consecuencia del arrastre
de las olas y la acción de los peces. Sólo una gargantilla de oro de la que
colgaba un pequeño zapatito del mismo material permitió conocer más tarde el
nombre de la víctima. Era Juana Guajardo, desaparecida una semana antes en
extrañas circunstancias a la edad de 32 años.
La principal hipótesis que se manejó durante la investigación
fue el asesinato, pero nadie se atrevió nunca a descartar la teoría del
suicidio, menos aun cuando se conoció el informe forense. Según la necropsia
practicada al cadáver de la bailarina, ésta presentaba heridas cortantes en la
zona anterior de la muñeca izquierda, lesiones usuales entre quienes atentan
contra su vida. No obstante, las interrogantes no cesaban. ¿Cómo una mujer
menuda pudo infringirse tales cortes y luego internarse decenas de metros en el
mar portando una zapata de tren en sus brazos? Por lo demás, cuando se halló el
cuerpo había dos cuerdas atadas a su cintura, lo que permitía presumir que la
segunda también estaba conectada a un elemento pesado del que se liberó por la
intensa marejada.
La autopsia realizada a los restos de Juana Guajardo
estableció otros escabrosos detalles sobre la muerte. La "Mujer
Fondeada" había fallecido de asfixia por inmersión, es decir, al momento
de lanzarse o ser lanzada al mar estaba con vida.
Para complicar más el puzzle, amigos y familiares venidos
desde Arica (ciudad natal de la joven) aseguraban que Juana sufría de un
irracional temor al mar, síndrome conocido como "talasofobia".
Durante meses la policía rastreó la costa, interrogó a
cercanos de la víctima y buscó pistas en todos los frentes, pero nada dio
resultados. Las pesquisas por el crimen o suicidio de la bailarina jamás
arrojaron resultados, y hasta hoy persiste la duda sobre los hechos que
rodearon la desaparición de la infortunada mujer.
Lilith Kraushaar en su publicación aparecida en AISTHESIS
Nº53 (2013): 29-51 de la Universidad Católica del Norte, Chile, nos dice:
Las fotografías del cadáver de Juana Guajardo se exhibieron
casi todos los días en la edición del diario la Estrella del Norte de
Antofagasta desde que fue hallado su cadáver en febrero hasta julio de 1983.
Estas fotografías del cadáver en la playa fueron expuestas junto a otras
fotografías de ella, de periodistas, de sospechosos, de prácticas rituales para
comunicarse con muertos y de su propia animita.
En una especie de develamiento por etapas de su identidad,
las fotografías que se publicaban eran de distintos ángulos y posiciones del
camarógrafo y de los acomodos que se le hacían al cadáver (con pantalones y sin
ellos), como en un recordatorio constante de la violencia y del destino final
de esta mujer.
En las variaciones de aperturas del lente fotográfico y de
los close-up prevalecían las marcas de lápiz y las partes descubiertas en un afán
de destacar, manipular y censurar al lector ciertas partes del cadáver que
darían cuenta de su identidad o de sus asesinos. Especialmente las fotografías
de su rostro fueron apareciendo lenta y particularmente encuadradas hasta
mostrarse en primer plano.
En un principio se tachó el rostro con una cruz; luego, la
marca fue desapareciendo en las siguientes publicaciones, hasta dejar un rostro
irreconocible al descubierto, como si se quisiera dejar para el final aquello
que no se puede conocer antes de establecer el “cómo se debe leer” o para
lograr el impacto del rostro-monstruo que sostiene la paradoja macabra de la
muerte de una mujer que se describía por su belleza. Las marcas de lápiz
pretenden ganar tiempo al ir dando a conocer, al mostrar y ocultar lo que no se
conoce, al exhibir lentamente este cadáver informe para que vaya abriendo
posibilidades de generar imaginarios e información de manera que pudiera ser
manejado o controlado lo que no se sabía de la mujer. Específicamente, fue la
marca de cruz de lápiz en su pecho que cubría una gargantilla colgada aún a su
cuello, considerada pieza clave para develar su identidad, la que fue
reconocida por colegas de Juana, pero el control sobre su identidad se mantuvo
con la justificación de que se esperaban también las pruebas de laboratorio.
Pruebas que no entregaban o distorsionaban resultados acerca de su identidad,
de la forma de morir, y de los asesinos:
Noticias de Antofagasta.
El mar dejo ayer al descubierto un espantoso y horrendo
crimen en esta ciudad. El cadáver de una mujer fue arrastrado por la marejada y
rescatado frente a la playa de las industrias pesqueras justo donde se ubican
los tanques de petróleo en el industrial. El cuerpo sin vida de una mujer de aproximadamente
34 años presentaba una muerte estimada en ocho días de antigüedad.
El cadáver
apareció atado con un firme nudo a una cuerda de nylon de color amarillo. El o
los homicidas intentaron “fondearla” a la infortunada víctima, a manera de
ancla, en el extremo presentaba una pesada “zapata” de ferrocarrilera de las
que usan en los convoyes para sus frenos. Pesado trozo de metal fue encargado
de llevar hasta el fondo del océano a la difunta, la que aparentemente reflotó
el cuerpo debido a la descomposición, la que actuó como elemento inflable
natural […].
El cuerpo estaba desnudo hasta la cintura, la víctima llevaba
solamente un blue jeans y calzón de fibra sintética.
Macabro hallazgo.
La occisa estaba irreconocible debido a que presentaba
ausencia total de la piel, cuero cabelludo, ojos, y en definitiva cualquier
rasgo que permitiera su identificación. Sólo una gargantilla presumiblemente de
oro será el elemento destacable que a la postre podría servir cómo pista de
identificación […]. Irreconocible. […]
El alto funcionario y sus oficiales se dedicó a cumplir el
primer peritaje y examen ocular de la occisa. La tarea de reconocimiento, a
primera vista, resulto completamente estéril. El cuerpo de contextura gruesa,
de un metro sesenta, aparentemente presentaba sólo lesiones típicas del
arrastre en toda la zona cervical. El rostro carecía de ojos, nariz, boca,
partes blandas, que fueron devoradas por los peces y constituía sólo una masa
blanca e uniforme de carne […].
Alrededor de su cuello una gargantilla brilló como el
elemento que a la postre podría ser la pieza vital en la investigación, tanto
como lo será la autopsia que se realizará a primeras horas de hoy […]
Las fotografías del cadáver informe de Juana fueron expuestas
junto a sus fotografías de bailarina de la bohemia antofagastina, con sus
atuendos que dejan ver partes de su cuerpo desnudo y belleza que luego se va a
quebrantar con su tortura y muerte.
Así las imágenes de la apertura de su cadáver siguen siempre
en primer plano, expandiendo la imaginación de los lectores a toda forma de
fantasía y ficción antes, durante y después de perpetrado el crimen. Según
Didi-Huberman “no existe imagen del cuerpo sin la apertura – el despliegue
hasta la herida, hasta la dilaceración – de su propia imaginación”.
La exposición fotográfica del cadáver de “la prostituta” como
deshecho muestra las condiciones para la producción “del horror del caos” (Lynn
31) y sus significantes la apuntan como agente de ese caos, el que se construyó
en la circulación de una estética de tentación, de mujer caída, de culpa, de
violencia masculinizada, de amenaza, de silenciamiento, de mensaje, de castigo,
de vicios, de intimidación, extendido hacia los lectores. En un espectáculo en
que el cadáver participa de lo que Jean Clair plantea como “exhibición de una
vida desnuda de los órganos, de una fisiología del estado puro, exaltación del
residuo biológico, fascinación por la muerte bajo el aspecto de cadáver: no se
está lejos de un carnaval, con todo lo que acompaña esta inversión regular,
ritual y pasajera de un orden social”. Aquí, entonces, se intentaba revivir el
“síntoma recurrente de una figuralidad” del cuerpo muerto contemplado, que
según Didi-Huberman exige “una tarea psíquica en la que se desarrolla toda la
subjetivación de mundos fantasmáticos” (La venus rajada 41) que se somete a la
producción y visibilización del síntoma del cuerpo que figura el horror a
través de los elementos secundarios que recogen el pathos de la escena. En las
primeras imágenes se muestran estos cadáveres en los lugares donde fueron
ocultados-encontrados y al personal policial que los examina y monitorea, lo
que nos hace dirigir la mirada hacia el “objeto síquico” al ocultar e indicar
aquello que quieren “ignorar nuestros esfuerzos conscientes para discernir y
objetivar las cosas del mundo”.
De este modo se marca aquello a lo que “le volvemos la
espalda”, la condición de residuo, de ultraje, de descomposición, lo informe.
Es en un acto de doblez que, por un lado, nos esconde la supuesta aberración y,
por otro, nos obliga o demanda su contemplación, se exhibe en la íntima
relación de comunión que se establece en la autoridad del poder soberano. En la
manifestación pública de una escatología aceptada y celebrada, según Clair, se
plantea como necesidad y condición de la unidad del socius:
“Todo ocurre como si, de la exposición de estos cuerpos
entregados al horror, otro cuerpo, el cuerpo social, sacase una necesidad y,
quizás las condiciones mismas de su cohesión”.
AISTHESIS Nº53 (2013): 29-51
Lilith Kraushaar
Universidad Católica del Norte, Chile
REFERENCIAS
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