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domingo, 5 de diciembre de 2021

PAPOSO. EL BASTIÒN DEL MANCO MORENO.

 

¿Quién fue Don José Antonio “Manco” Moreno Palazuelos?


El Manco Moreno


Resultó muy grato el poder acceder a la historia de un pro hombre nortino (hombre como pocos). Cateador, empresario, minero, mecenas, etc. Personaje que permanece injustamente en el anonimato de la historia, de nuestra historia y quién sostuvo – de manera literal – la defensa – en solitario y con arma en el brazo – del límite norte del naciente Chile.

El porqué de su anonimato, es inentendible, siendo que apoyó las ideas del hombre libre y luchó, de manera literal, por las libertades individuales (Revolución de 1859, en donde perdió un brazo) La historia dice sobre el:

“José Antonio Moreno haría de La Hacienda del Paposo su centro de operaciones para mediados del 1800".

Paposo durante la visita de Rodolfo Amando Philippi en 1853


Paposo. Nacida de la encomienda acordada por el Gobernador don Juan Henríquez al Corregidor de Copiapó don Francisco de Cisternas y Villalobos, la estancia había arrastrado una existencia miserable, pasando de mano en mano a sus sucesivos descendientes, hasta que doña Candelaria Goyenechea de Gallo, la adquirió del último de ellos. Con ella, pues, Moreno cerró un contrato de arrendamiento, erigiéndola en verdadero fortín del Chile septentrional. Sin pérdida de tiempo hizo amojonar sus deslindes, defendiéndolos carabina en mano de los que pretendieran traspasar sus dominios.

No sería posible comprender tal exceso de precauciones, si no recordáramos que a la fecha que llegó al Paposo, una áspera cuestión limítrofe tenía por escenario el desierto atacameño. Si bien Chile había limitado siempre con el Perú en el río Loa, en los 21° 30’ de latitud, por una de esas paralogizaciones tan frecuentes en la diplomacia de La Moneda, el Gobierno de Santiago no había cuestionado la resolución de Bolívar de habilitar Cobija, en los 22° 30’ de latitud, como puerto mayor del Alto Perú”.

 

Pero ¿Qué es Paposo? ¿Dónde se ubica?

Nuestra Señora de El Paposo o simplemente Paposo, como es conocida y reconocida en la actualidad, es una localidad costera, cuyo territorio forma parte de la hermosa comuna de Taltal en la región de Antofagasta-Chile. Este poblado forma parte de un extenso territorio – situado en el desierto más árido del planeta – territorio que alberga una biodiversidad única y sorprendente producto de la camanchaca, ese manto de nubes que cubre continuamente sus cumbres y valles dando origen a los llamados “Oasis de niebla”.

Por contar con vastos recursos, especialmente el agua, estos territorios fueron ocupados desde tiempos inmemoriales por el hombre (desde épocas prehispánicas) con el establecimiento de los nómades del mar, los Camanchacos, pasando posteriormente por la época colonial, cuando don Francisco de Cisternas y de la Fuente Villalobos, uno de los más acaudalados terratenientes del norte de la Capitanía General de Chile, obtuvo por merced de tierras la encomienda de Paposo (el 4 de julio de 1674), hasta llegar a 1679 (presumiblemente) cuando el asentamiento comenzó a ser denominado Nuestra Señora del Paposo.

Durante la época del Gobernador, don Ambrosio O´Higgins (1788-1796), milicias de Copiapó, por orden de sus autoridades locales, se apostaron en Paposo a fin de desbaratar eventuales desembarcos de corsarios ingleses que rondaban el litoral del desierto de Atacama.

Ya en la época republicana, la zona de la rada de Paposo se encontraba próximo al límite septentrional del Reino de Chile.

Hasta 1840 la soberanía ejercida por el gobierno de Bolivia sobre la región no fue cuestionada efectivamente, pero el 31 de octubre de 1843 Chile creó la Provincia de Atacama incluyendo a Paposo.

Hacia 1850, la Hacienda de Paposo pertenecía a la familia chilena Gallo Goyenechea, oriunda de Copiapó, quienes trabajaban el mineral de cobre que existía en sus cercanías. También se explotaba el guano.

El 10 de septiembre de 1857, mediante Decreto del Intendente de la Provincia chilena de Atacama, se creó una nueva Subdelegación, de carácter litoral, dentro del Departamento chileno de Caldera, que incluía la Hacienda de Paposo.

Hito 25, recreación turística.


A mediados de siglo XIX, el empresario minero chileno, José Antonio Moreno Palazuelos habría adquirido el sector a la familia Gallo. Habiendo hecho esto, hacia 1858 el manco Moreno, como así se le conocía, construyó en Paposo su residencia, una formidable casona forrada en tejuela. Posteriormente, su hija, Julia María Moreno Zuleta​ contrae matrimonio con el Contralmirante Juan José Latorre Benavente (hacia 1882) hija que heredó las instalaciones y sus vastas propiedades.

Cabe señalar que dicha posesión (Paposo) corresponde en la actualidad a la sucesión Latorre Moreno/López Latorre/Santa Cruz López. ​

 

Pero ¿Quién fue realmente Don José Antonio Moreno y la importancia de Doña Julia Moreno?

Extraído del libro:

Latorre y la vocación marítima de Chile.

Del historiador Oscar Espinosa Moraga.

 

 

Don Antonio Moreno y Doña Julia Moreno:

A fines de febrero de 1882, Latorre llegó con la Escuadra a Valparaíso, para las reparaciones de rigor, después de cerca de siete años de intenso ajetreo marinero.

En uno de los tantos saraos ofrecidos en su honor conoció a doña Delfina Zuleta. En su mansión viñamarina trabó amistad con la que había de ser su gran amor, doña Julia María del Carmen Moreno Zuleta. No obstante, la diferencia generacional, la joven pareja se sintió atraída desde el primer momento. Si bien el pretendiente carecía en absoluto de medios de fortuna, su valer personal que lo erigió en la primera figura del país, lo recomendaba como un candidato digno del mayor respeto.

Apenas la niña concluyó sus estudios regulares, se efectuó el enlace. El 6 de mayo de ese año los casó el presbítero don Tiburcio Benavente, tío del novio, en la casa de doña Delfina en Valparaíso. La ceremonia revistió los caracteres dé un acontecimiento nacional, dada la fulgurante personalidad del héroe de Angamos.

Nacida en Caldera el 15 de septiembre de 1863, la agraciada joven provenía de una estirpe de pura cepa nortina.

La importancia decisiva que tuvo en la vida de nuestro biografiado y del país, nos obligan a detenernos en los antepasados Moreno Zuleta.

Dos hermanos Fernández Palazuelos y Ruiz de Ceballos, oriundos de la villa de Caries, Santander, España, llegaron a Chile al promediar el siglo XVIII.

Pedro Antonio, se radicó en Santiago. Allí casó con doña Josefa Martínez de Aldunate y Acevedo Borja. De esta unión vienen doña María Encarnación, madre de don Diego Portales, y don Pedro Antonio, padre del combativo político liberal don Juan Agustín Palazuelos Ramírez.

El otro hermano, don Joaquín, se estableció en Copiapó. Asociado a su hermano Pedro y a su sobrino Antonio, radicado en Vallenar, se dedicó al comercio y abastecimiento de artículos esenciales con irregulares resultados dado lo aleatorio de la actividad minera.

Al parecer, tuve en doña Candelaria Vallejo a María de la Luz Palazuelos, casada por 1796 con don Santiago Escuti. Doña Candelaria casó más tarde con don Martín de la Rivera, comerciante de Coquimbo radicado en Copiapó.

Pero quien logró cautivar su esquivo corazón fue doña María Antonia Moreno Morales, hija de don Juan Gregorio Moreno Godoy y doña Ana María Riberos Bravo de Morales, naturales de La Serena y que sobrellevaban una posición relativamente modesta.

Dos hijas naturales nacieron de esta unión, María de las Mercedes, en abril de 1779, y Cecilia, en febrero de 1782.

Un excesivo apego a resabios nobiliares o a una especie de atavismo familiar que lo aferraba al celibato, habían impedido que el inquieto don Joaquín se resistiera a regularizar su situación.

Sintiéndose morir, el 4 de agosto de 1783 otorgó su testamento instituyendo a su hermano Pedro como su único y universal heredero de sus bienes en Chile y de los que le correspondían por fallecimiento de sus padres en Santander. Empero, cediendo a la presión de su albacea consultor reverendo padre Fray Pedro Varas de la Orden Franciscana, a regañadientes otorgó un segundo testamento al día siguiente separando la cantidad de $ 6.000 para que se repartieran por igual entre sus dos hijas naturales y $ 500 a doña María Antonia Moreno. Tan magra transacción no conformó al empecinado sacerdote que siguió fustigando dramáticamente. A la postre, el irreductible don Joaquín arrió bandera. El 7 extiende codicilo. En él declara “para descargo de su conciencia” que ha resuelto “tomar estado en doña María Antonia Moreno en quien tengo las dos hijas naturales que cito en mi testamento cerrado otorgado anteriormente”. El día 8 los casó en artículo mortis el reverendo padre Lector Jubilado Fray Fernando Mate de Luna, de San Francisco, ante el vice párroco y Vicario de Copiapó. Dos días más tarde expiró.



No fue muy cuantioso el caudal que recibieron las flamantes herederas. Si bien el haber alcanzaba a los $ 26.443, las deudas, legados, mandas y capellanías instituidas no eran despreciables. A su hermano don Pedro debía el occiso $ 10.708. A su sobrino don Antonio otros $ 1.500. La viuda, a la postre, apenas obtuvo 8 reales diarios para la manutención de sus hijas, mientras se liquidaba la partición. El inventario y tasación de los bienes dio lugar a un áspero juicio que fue a parar a las manos de la Real Audiencia.

En definitiva, las dos hermanas recuperaron un modesto caudal que apenas les permitió llevar una digna existencia. Doña María de las Mercedes falleció septuagenaria, soltera sin sucesión.

Doña Cecilia tuvo en un Moreno, cuya identidad logró ocultarse a la posteridad pertinazmente, tres hijos naturales. Ramón, fallecido soltero y al parecer sin sucesión, doña María Josefa que tuvo en Francisco Fontanés por lo menos dos hijos naturales, Rita y Adolfo Fontanés. Y, finalmente, José Antonio, el legendario “manco Moreno”, así apodado por haber perdido un brazo, y que en el correr del tiempo haría fama y riquezas, proyectando, además, la presencia de Chile hasta el extremo septentrional del desierto de Atacama.

Nacido en la ciudad de Copiapó por 1812, el joven José Antonio recibió esmerada educación, a juzgar por los documentos y actuaciones que han llegado a nuestras manos. En un ambiente geográfico proclive a la actividad minera desde temprana edad, José Antonio comienza con suerte sin igual sus peregrinaciones en pos de las codiciadas vetas de metal noble. Su incansable energía, empuje creador, golpe de vista certero y espíritu de empresa, lo destacaron rápidamente de entre el montón, apoyado por su madre que tenía una fe ciega en sus condiciones naturales. Con los $ 500 obtenidos de la venta de dos sitios que sus tías doña Manuela Primera y doña Manuela Segunda legaran a su hija María Josefa, doña Cecilia imprimió un fuerte envión a las actividades del futuro gran cateador nortino.

Vecino colindante con las Palazuelos, vivía su tío don Pedro Moreno Morales. Unido legítimamente a doña Mercedes Hidalgo González, discurrían con su numerosa prole la suerte incierta de todos los mineros, compartiendo aventuras y esfuerzos con José Antonio, que naciera y creciera junto a sus hijos. 

Paposo desde las alturas.

Tanta intimidad tenía al final que producir sus efectos. Atraído por una fuerza irresistible José Antonio inició un volcánico romance con su prima Carmen Moreno Hidalgo. Cuatro hijos naturales nacieron de esta tempestuosa unión. Carmen, que casó con Segundo Cabrera; Paula, casada con un señor Toledo, de Malpaso; María, unida a Juan Esteban Garnham Orrego, de Valparaíso, y Emeterio, heredero moral del empuje empresarial de su padre y pionero del salitre de Tarapacá.

¿Cuál fue la razón que impidió a esta al parecer feliz pareja llegar al altar? ¿Alguna vinculación familiar más estrecha de lo que permitían las leyes? ¿La identidad del padre de José Antonio explicaría este escollo insuperable? No lo sabemos. El hecho es que José Antonio y Carmen no llegaron a casarse.

Abocetado el ambiente familiar que arrulló sus primeros años, permítasenos referirnos ahora al escenario histórico y geográfico en que le cupo desarrollar sus sorprendentes peregrinaciones.

Aunque en forma rudimentaria, desde antes de la llegada de los españoles, los indios changos habían conocido la riqueza cuprífera. Los medios económicos limitados, ausencia de conocimientos técnicos, sendas de penetración y aguadas se erigieron empero en serio obstáculo para un cabal empadronamiento y explotación racional de los ricos veneros diseminados a lo largo del desierto de Atacama.

A don José Cayetano de Almeyda y Alburquerque había de corresponderle imprimir un impulso más dinámico a la actividad minera de aquellas vastas soledades. Atraído por las muestras de piedras preciosas que su hermano Lorenzo le enviara desde Río de Janeiro, abandonó Lisboa, su tierra natal, para trasladarse a Cerro Frío, Brasil, en pos de aquellas tentadoras riquezas. Como sus esperanzas excedían a los magros resultados obtenidos, resolvió enfilar proa a Chile, que prometía más halagadoras perspectivas. Vía provincias rioplatenses llegó al promediar el siglo XVIII a Copiapó, donde echó sus reales. Allí casó con doña María Aracena Godoy, rica heredera del mineral “Agua Amarga”. Hábil cateador, hacia 1784 descubrió la veta “El Checo”, que le dio fama y riqueza. Muerto en Copiapó por 1805, sus hijos continuaron la ruta trazada por su padre, con suerte disímil. De ellos se recuerda con mayor fidelidad a don Diego. Luego de pasar sus primeros años en Copiapó, se trasladó a Valparaíso, ejerciendo con cierta habilidad el comercio de abastecimiento de los veleros mercantes que hacían la ruta del Pacífico. Sus contactos y enlaces lo obligaron a desplazarse indistintamente a Santiago y Rancagua, donde tenía importantes sucursales. En el puerto casó con doña Luisa de Salas Castillo, echando las bases de una familia de importantes servidores públicos. Después de una destacada actuación en la lucha emancipadora, retornó al norte para tentar suerte en la minería. No obstante que la leyenda lo ha erigido en el cateador por excelencia, depositario exclusivo de los secretos del desierto, la documentación que discurre en los archivos notariales, judiciales de Atacama ponen de relieve que su participación no fue mayor que la pléyade de nortinos que recorrían el desierto, como Pedro por su casa. La figura de un hombre derrochador de riquezas, que regalaba a sus amigos y conocidos sus valiosos descubrimientos, no pasa de ser una fábula sin asidero en la realidad. No debe, pues, sorprendernos que, como muchos otros, el caudal reunido a costa de tanto esfuerzo se le escurriera por entre los dedos en cateos sin destino ulterior. Murió pobre en Santiago el 8 de agosto de 1856.

Planicie Litoral de Paposo.


Un acontecimiento inesperado vino a estremecer el país. El 19 de mayo de 1832 Juan y José Godoy y don Miguel Gallo Vergara, afortunado hijo del fundador del apellido en Chile, solicitaron la pertenencia de la rica veta de plata virgen ubicada en las Sierras de Chañarcillo, al interior de la ciudad de Copiapó.

Una estampida de mineros cubrió en pocos momentos la zona, iniciándose un aluvión de pedimientos en sus aledaños.

Meses después, el 6 de octubre, Almeyda pedía la mina de cobre de Matancilla, en la hacienda del Paposo, a tres leguas de la costa, y la de Hueso Parado a una y media legua del mar (25° 25’).

Tres días más tarde, José Antonio Moreno y su tío abuelo don Manuel Moreno Morales, iniciaba su largo historial de pedimentos, solicitando la veta de plata en Pajonales, al interior de Copiapó. A fines del siguiente mes, el 24 de noviembre, ahora solo, José Antonio toma posesión de otra en la sierra “Veta Negra”. Siempre independiente, el 26 de septiembre de 1833 reactiva la explotación de “El Checo”, que hiciera famoso al primer Almeyda, y que se encontraba desde algún tiempo abandonada.

Ya en franca actividad minera, para afianzar sus empresas en creciente aumento, el 20 de diciembre de 1834 vende en $ 3.000 su casa ubicada en la capital atacameña, a una cuadra de la Iglesia de la Merced.

Mente plástica y permeable a los constantes cambios que exigen las circunstancias del momento, a veces asociado otras por su propia cuenta, inicia un vertiginoso peregrinar por los aledaños de Copiapó, como tanteando su gran marcha hacia el extremo norte, que lo cubriría de gloria. Asociado a Miguel Moreno, el 10 de septiembre de 1835 piden una veta argentífera en Chañarcillo, no conocida hasta entonces. Unido a Juan Zavala y Francisco Hidalgo, su primo, el 9 de diciembre denuncia una veta de oro ubicada en el mineral cuprífero de Ojancos (27° 30’).

Presa de febril dinamismo, en los años que siguen cubre Portezuelo La Viñita, Cerro Cerrillo, Cerro Blanco, Algarrobito, Bandurrias, Los Lirios.

Un observador poco avisado podría pensar que Moreno estaba ajeno al acontecer político nacional. Pues no es así. Como todo hombre de empuje, hijo de sus propias obras, el afortunado cateador era un celoso defensor de las libertades individuales. El cohecho y la presión desenfrenada tendiente a desvirtuar el juicio, bueno o malo, dada la infancia mental del electorado, le repugnaban vivamente. Las elecciones celebradas el 26 y 27 de febrero de 1837 para elegir diputados y electores de senadores, no habían sido una excepción. El 30 Moreno formuló una enérgica reclamación planteando la nulidad del 25 proceso. Como era de esperarlo, el férreo sistema ideado por su primo don Diego Portales, no daba margen a que prosperaran este tipo de iniciativas. La protesta siguió la suerte de tantas otras. La experiencia había de dejar en nuestro minero una amarga lección que lo hizo renegar hasta su muerte de la política contingente.

Guanacos de Paposo.


Pero, este episodio no lo apartó de la meta que se había trazado. El 1° de Abril de 1839 lo encontramos con Juan Agustín Fontanés solicitando las vetas argentíferas de Punta Gorda y Cabeza de Vaca. Con un préstamo de $ 3.500 edificó en corto tiempo casas, galpones, bodegas, corrales y dotó de los implementos necesarios para dar vuelo a la nueva pertenencia. El 21 de noviembre de 1842 canceló religiosamente la deuda.

En 1845 participó con Almeyda y otros colegas en lo que por aquellos días se llamó el “cateo monstruo”.

La experiencia acumulada lo decidió a asociarse a Jacinto Marult y a su tío Manuel Moreno, para emprender una empresa en gran escala.

La suerte, su fiel compañera, no lo abandonó. Entre mayo y agosto de 1848 cumplió lo que podría llamar la primera etapa de su fructífera carrera. El 17 de mayo pide la mina de plata de Sierra Condros, en Tierra Amarilla; el 22, la Mina Vieja de cobre en Ojancos, para culminar el 15 de Julio con la no menos valiosa mina de plata virgen y nueva en los cordones de la Sierra Garín, en los 27° 11’ de latitud y a 1.238 metros sobre el nivel del mar, y que denominó “Descubridora”. En los siguientes días descubre otra que denomina “La Segunda” y una más “La Tercera”, rematando el 24 de agosto en el gran manto que bautizó con el nombre de Sierra San José.

Tal como había acontecido con Chañarcillo, una estampida de mineros cubrió la región, atropellando los derechos de sus descubridores. Una ola de reclamos y querellas, nacidas al calor de una ambición descontrolada puso en peligro no sólo la vida sino la fortuna de los Moreno. Un antiguo cateador, Nicolás Pérez, pretendió derechos prioritarios sobre la mina. Una acertada sentencia del Juzgado de Copiapó cortó en ciernes las alas del pretendiente.

Comenzaba a disfrutar los resultados de tantos sacrificios, cuando en abril de 1849 fallece doña Cecilia Palazuelos, que junto a su hermana María de las Mercedes, habían sido para el aguerrido minero su único consuelo y sostén en las horas aciagas de la adversidad.

Cercanías de Caleta El Cobre.


Pero la vida debe seguir su curso cruel e imperturbable.

Siempre cateando infatigable, ahora con José Joaquín Vallejo, el 28 de febrero de 1850 descubre otra veta argentífera en la cuesta del Bolaco, en las sierras de Chañarcillo.

El 18 de junio casa su hija María con Juan Esteban Garnham Orrego, que acababa de emigrar de Valparaíso en pos de nuevos horizontes.

Vientos de fronda comenzaban a oscurecer el horizonte nacional. Pueblo joven de mente proclive a asimilar las corrientes dominantes en países adelantados, el Chile de mediados del siglo XIX sintió como propio los postulados de los movimientos revolucionarios liberales que conmovían al Viejo Continente. Imbuido en los principios de la Revolución Francesa, la intelectualidad se levantó contra el recio régimen portaliano. El 7 de septiembre de 1851 estalló una revolución en La Serena tendiente a imponer reformas radicales al régimen imperante. El 26 de diciembre Copiapó cayó en manos de los complotados. No obstante, mejor apertrechadas, las fuerzas gobiernistas recuperaron el control el 8 de enero siguiente. Junto a otros cabecillas, mineros todos, Moreno salva la cordillera, radicándose en Bolivia.

No por mucho tiempo. Tres meses después, el 10 de abril, lo hallamos imperturbable pidiendo-la mina Santa Rosa en Tres Puntas.

Con renovados bríos, construye casas, un gran muelle en Taltal, en los 25° 25’ de latitud, y caminos de penetración al interior, por donde surcarán la flota de carretas que acarrearán el material desde las minas a los barcos que habrán de conducirlos a su destino.

Sin perjuicio de echar las bases de una gran empresa, continúa infatigable sus cateos.

Burros en libertad. Resabios del salitre y la minería.


Siguiendo la ruta señalada por sus colegas del siglo XVIII, en enero de 1853 descubre un rico manto cuprífero en la caleta El Cobre en los 24° 15’ de latitud, lo más septentrional que se había hurgado hasta el momento. El 25 de febrero efectuó los primeros pedimentos. Aunque en sus incursiones encontró depósitos de salitre, no se interesó por su explotación industrial, por aquellos años en ciernes. Aunque de paso recordemos que sólo cuatro años más tarde, en 1857, Domingo Latrille, francés avecindado en Bolivia y que explotaba el guano de Tarapacá desde hacía 16 años, descubrió el primer depósito del fertilizante en el interior de Cobija. Su baja ley, 35%, falta de capitales e indiferencia del Palacio Quemado, postergó la explotación del valioso abono, que proyectaría a la fama a su hijo Emeterio Moreno.

Hombre de gran mundo, de refinada cultura y esmerada educación, don José Antonio había sabido conciliar la ruda y agitada vida del minero con las exquisiteces de los grandes salones. El cuadro que nos deja de su vida en el Paposo Rodulfo Amando Philippi, sabio de gabinete que el Gobierno había tenido la ingenuidad de contratar para apreciar la riqueza del desierto, no puede ser más sugerente: “Encontramos —había de recordar más tarde— dos mujeres a caballo que venían de El Cobre, siendo un fenómeno encontrarse con un alma viviente en este triste desierto, y al cabo de haber marchado a trote largo tres horas y media, divisamos el desmonte de una mina, luego una bandera chilena, y, finalmente, escondido entre peñascos, el establecimiento de cobre, planteado desde pocos meses. Su dueño, el señor don José Antonio Moreno, nos recibió del modo más afable y cariñoso. Había periódicos: “El Mercurio” de Valparaíso, “El Correo de Ultramar”, una cocina muy buena, vinos, etc., y agua buena, ¡traída de Valparaíso!”. “El señor Moreno —reconoce— había hecho muchos viajes por el desierto y es un observador atento y juicioso, le debí muchas noticias importantes, y he visto confirmado todo lo que me dijo”.

No obstante, el cuadro certero que le trazara el pionero, Philippi concluyó, ante el escándalo de los expertos, que el desierto “era sumamente pobre en especies metálicas”:

La Hacienda del Paposo sería su centro de operaciones. Nacida de la encomienda acordada por el Gobernador don Juan Henríquez al Corregidor de Copiapó don Francisco de Cisternas y Villalobos, la estancia había arrastrado una existencia miserable, pasando de mano en mano a sus sucesivos descendientes, hasta que doña Candelaria Goyenechea de Gallo, la adquirió del último de ellos. Con ella, pues, Moreno cerró un contrato de arrendamiento, erigiéndola en verdadero fortín del Chile septentrional. Sin pérdida de tiempo hizo amojonar sus deslindes, defendiéndolos carabina en mano de los que pretendieran traspasar sus dominios.

Paposo y sus farellones costeros, oasis de niebla del norte de Chile.


No sería posible comprender tal exceso de precauciones, si no recordáramos que a la fecha que llegó al Paposo, una áspera cuestión limítrofe tenía por escenario el desierto atacameño. Si bien Chile había limitado siempre con el Perú en el río Loa, en los 21° 30’ de latitud, por una de esas paralogizaciones tan frecuentes en la diplomacia de La Moneda, el Gobierno de Santiago no había cuestionado la resolución de Bolívar de habilitar Cobija, en los 22° 30’ de latitud, como puerto mayor del Alto Perú. La ausencia de aguadas, caminos y fondeaderos abrigados, conspiraron para que la zona adquiriera mayor relieve del que había llevado durante la Colonia., Las actividades mineras no habían pasado del paralelo 27°. Con excepción de Arica, el litoral atacameño y de Tarapacá estaba abandonado a su triste suerte.

Así las cosas, en 1840 Alejandro Cochet, un químico francés avecindado en Perú, descubrió que el guano combinado con estiércol de establo constituía un poderoso fertilizante para las tierras gastadas. Una avalancha de empresarios invadieron el litoral, tarapaqueño en pos de las ricas covaderas que las aves del litoral habían formado desde tiempos inmemoriales. Sin pérdida de tiempo, el 23 de marzo de 1842 el Gobierno de Bolivia determinó que las concesiones abarcarían desde los ríos Loa hasta el Salado, que desembocaba en el mar a la altura de Chañaral, en los 26° 23’ de latitud, o sea en pleno territorio chileno.

Previo reconocimiento del litoral, el presidente Bulnes procedió a declarar por ley de 31 de octubre del mismo año, de propiedad nacional las guaneras existentes en el desierto de Atacama, o sea al sur del Loa.

Debidamente instruido por su Gobierno, el plenipotenciario boliviano representó el 31 de enero siguiente que Chile sólo alcanzaba hasta el paralelo 26° en el río Salado.

Moreno, pues, se encontraba en pleno campo de batalla diplomática. Las medidas precautorias adoptadas eran más que justificadas.

No obstante, los siniestros vaticinios del sabio Philippi, siguió cateando incansablemente, esta vez hacia el sur. Como en otras ocasiones, sus esfuerzos fueron compensados ampliamente. En 1857 descubre a 17 Km. de la costa el mineral de Tumbes, y a 35 Km. Abundancia. Más al interior “Reventón”, “Desierto”, “Parrilla” “Colorada”, “Salvadora”, “Montecristo”, “Casualidad” (25° 25’).

“Reventón” alcanzó hasta 400 metros de profundidad “desde el sol”. Según San Román, constituyó “uno de los casos más extraordinarios en la historia minera del mundo”.

Podría pensarse que tan agitada existencia trotamunda constituyó un obstáculo para cumplir sus deberes morales. Y sin embargo no fue así. En verdad, si no pudo llenar el principal de ellos, unirse legítimamente a la madre de sus hijos, por lo menos con éstos fue un padre bondadoso, tierno y ejemplar. Visitaba regularmente a María al colegio donde hacía sus primeras letras. En estas cotidianas reuniones conoció a una condiscípula de ésta y prima suya, doña Delfina Zuleta Hidalgo. Nacida en Copiapó en 1835, la gentil chica provenía también de vieja estirpe nortina. Don Hipólito, su padre, era hijo de don Pedro Zuleta y de doña Bernarda Araya, familia de mineros que con gran esfuerzo hablan amasado un modesto caudal. El 8 de Julio de 1833 había casado con doña Bernardina Hidalgo Andrada, hija del copiapino don Joaquín Hidalgo Valladares, primo de doña Mercedes y por ende tío abuelo de José Antonio Moreno, y de doña Narcisa Andrada Maldonado, natural de Tamantina, La Rioja, Provincia de San Juan, ex dependencia del Reino de Chile. Otro tío y socio de Moreno, don Antonio Moreno Hidalgo había casado meses después, el 17 de octubre, con una hermana de doña Narcisa, doña Juana Lucero, y también trasplantada a Copiapó.

La fauna de Paposo.


Ambiente y circunstancias muy especiales, pues, se dieron de la mano para que, a despecho de la diferencia generacional, José Antonio y Delfina unieran sus destinos. El 26 de junio de 1857 contrajeron matrimonio en Copiapó.

Sin medios de fortuna, la gentil novia sólo aportó al matrimonio su insolente y atractiva juventud.

En los años siguientes fueron naciendo Herminia Delfina, 1859, Julia María del Carmen, 1863 y José Antonio, mayo de 1865. Uno póstumo no logró sobrevivir. Herminia y José Antonio, murieron solteros, la una a los 11 años de edad y el otro a los 33.

El establecimiento de un hogar feliz no coartó, como podría pensarse el eterno peregrinar por el desierto de este cateador impenitente. La suerte, su fiel compañera, no lo abandonó. En 1859 descubrió el valioso yacimiento de cobre del Cachiyuyal, a cuyo frente colocó a su no menos dinámico hijo Emeterio.

El vuelo de las empresas obligó a plantear al Gobierno la habilitación de la entonces modesta caleta de pescadores de Taltal, en los 25° 25’ de latitud, como puerto menor de los embarques mineros, que hasta ese momento se hacían por Caldera con el considerable perjuicio para la industria en general. El 12 de diciembre de 1857, el presidente Montt y su ministro Manuel Ovalle Errázuriz, firmaban el decreto 91 que materializaba tan acertada iniciativa. La aduana sería formada por un teniente administrador, un guarda interventor y dos marineros, dependientes de Caldera. “Don José Antonio Moreno —prescribía el artículo 4° — pondrá a disposición de los empleados de la Aduana de Taltal la habitación en que deban residir en este puerto”. El 12 de Julio de 1858 se acordaron facilidades para embarcar por Paposo.

La flora de Paposo.


Para laborar el material, Moreno racionalizó las tareas trayendo modernos equipos europeos, levantó una gran fundición en Taltal y adquirió tres vapores, el “Herminia”, el “Sauce Peake”, y “El Correo de Talcahuano”, que abrieron una dinámica corriente comercial con el Viejo Continente. Todo este gran complejo industrial funcionaba con la precisión de un reloj al ojo avizor de Emeterio Moreno, encargado de su administración.

El Cobre, Paposo y Taltal, adquirieron personalidad internacional. En menos de 10 años, Moreno amasó una considerable fortuna. Empresarios ingleses llegaron a ofrecerle por Paposo dos millones y medio de pesos oro de 48 peniques. Curiosamente, no había sido el dinero lo que estimulara a este cateador singular sus peregrinaciones por el árido desierto, sino la sed insaciable de vencer y doblegar la adversidad. La oferta fue rechazada. No menor fue la sorpresa de sus paisanos cuando, en la cúspide de su meteórica carrera, se le tentara, como a otros, con un sillón senatorial. La idea no le halagaba, pues había no pocos legisladores de escasa valía.

La revolución liberal de 1859 lo encontró en plena actividad. No obstante, su espíritu individualista lo decidió a prestar decidido apoyo a los Gallo, con quienes estaba familiarmente relacionado. Participó en la batalla de Los Loros, el 14 de marzo de 1859, y en la de Cerro Grande, el 29 de abril siguiente.

Su presencia, en el extremo septentrional atacameño, permitió entre otros títulos, que el problema limítrofe chileno-boliviano a que hiciéramos referencia anteriormente se transara, fijando la frontera en el paralelo 24°, un poco al norte del Paposo. Curiosamente, Moreno no alcanzó a conocer este acuerdo labrado en 1866, meses después de su muerte.

Una cruel enfermedad que lo atacó arteramente, no logró doblegar su carácter de acero... Desde su lecho de agonizante, tuvo fuerzas para levantarse y ofrecer una vez más sus servicios y fortuna personal cuando el 18 de septiembre de 1865 la Escuadra española apareció en la poza de Valparaíso premunida de un ultimátum.

Sintiendo que sus fuerzas lo abandonaban rápidamente, días más tarde, el 30, otorgó su testamento, fiel reflejo de su monolítica organización mental.

Nadie fue olvidado. Juan Zuleta recibió $ 14.000 por sus honorarios como administrador del Paposo; su hijo Emeterio $ 6.000 por su labor en Taltal y Cachiyuyal y una donación especial de $ 10.000. A sus hijas Carmen y Paula $ 5.000 cada una y el sitio y casa de Copiapó; a su otra hija María le asigna $ 20.000 destinados a invertirlos en un bien raíz que le permita vivir dignamente y cuya propiedad pasaría a las hijas solteras que tuviera; a Gregoria Ossa $ 6.000; a Ernesto Enrique Schmidt, casado con su cuñada Lucila Zuleta Hidalgo, $ 10.000 “por haberlo servido bien y con honradez” y al Hospi32 tal de Copiapó $ 10.000. A sus hermanos María Josefa y Ramón les instituyó una mesada mensual por vida de $ 50 y $ 100 respectivamente.

Efectuadas las deducciones correspondientes, el acervo debía repartirse entre sus tres hijos legítimos Herminia, Julia y José Antonio, y el que esperaba en esos instantes su mujer.



La tasación efectuada por el ingeniero Francisco J. San Román, hijo del minero argentino homónimo, compañero de correrías de Moreno, “arrojó un haber de dos millones de pesos oro”.

Trasladado a Santiago falleció a la una de la madrugada del 7 de noviembre.

“Ha dejado de existir en esta ciudad — expresó sinceramente conmovido “El Ferrocarril” al día siguiente — el respetable caballero don José Antonio Moreno. Su muerte es no sólo una inmensa pérdida para su familia, lo es también para el país entero y especialmente para la industria del norte, a que dio tan inmenso desarrollo. La muerte de este hombre laborioso y emprendedor es una pérdida de mucha consideración para la provincia de Atacama no solamente por los fuertes capitales que empleaba, con los cuales daba trabajo a más de 1.000 hombres, sino para todos sus amigos que conocían su mérito, para los establecimientos de beneficencia que auxiliaba con generosidad y para todos los infelices para quienes siempre tuvo abierta su mano. Apenas llegó a Copiapó la noticia del atentado de Pareja, él desde su lecho en que se hallaba agonizante, olvidó su terrible situación y lleno de entusiasmo ofreció sus servicios y su fortuna para defender la honra del país”.

Curiosamente, los diarios de Copiapó y Valparaíso no dijeron una palabra para rendir homenaje a su leal y abnegado hijo.

Curiosamente, este hombre hecho para ser perpetuado en el bronce fue castigado con el silencio más frío y despiadado que la muerte misma, por sus paisanos copiapinos y la posteridad que tanto le debían.

Un año más tarde, su viuda adquirió el mausoleo en el Cementerio General que acogería en su seno los restos del esforzado minero, y del que en el correr del tiempo había de ser su hijo político póstumo, el Almirante Latorre.

Dueña de una inmensa fortuna, con tres hijos- de tierna edad y uno por nacer, que no había de sobrevivir, doña Delfina debió ponerse a la cabeza de las innumerables empresas de su marido. En un desesperado intento de continuar esa obra titánica, organizó la Sociedad José Antonio Moreno y Compañía, integrada por ella en su calidad personal y como representante de sus hijos, por Ernesto Enrique Schmidt, por Juan Zuleta y Emeterio Moreno.

 

Empero, las cosas no resultaron como las había previsto doña Delfina. Al año siguiente de constituida la sociedad se disolvió por escritura pública otorgada en Caldera ante el notario Francisco Pastene.

Emeterio Moreno se trasladó a Antofagasta, donde comenzaba a cobrar vuelo otra nueva riqueza, el salitre. A mediados de 1872 organizó una caravana que recorrió las Pampas de Aguas Blancas hasta el salar ubicado a 18 leguas, donde levantó una Oficina de Paradas, que bautizó “Esmeralda”. A comienzos de febrero de 1879 comenzó las faenas en pequeña escala, ignorando el conflicto que estallaría días más tarde con la ocupación del litoral por las tropas chilenas.

El 10 de agosto de 1870 Delfina casó con el Dr. Rafael Tomás Barazarte Oliva, de dilatada trayectoria. Nacido en Talca el 8 de septiembre de 1838, había recibido su título de médico cirujano en 1862. Luego de ejercer en Ancud y Vallenar, se embarcó en “La Esmeralda”, participando en la acción de Papudo, donde recibiera su bautismo de fuego Latorre. Concluida la guerra, en 1868 se radicó en Copiapó, ejerciendo como médico del hospital. Allí conoció a la joven viuda, por intermedio de Joaquín Zuleta, su hermano, a quien había atendido profesionalmente.

Su unión a doña Delfina determinó un cambio radical en su existencia. Heredero de los secretos del empresario minero, Barazarte abandonó su profesión para consagrarse durante los 13 años siguientes a recorrer toda la región de Chañaral a Antofagasta.

A la postre, sus esfuerzos fueron coronados por el triunfo. En 1880 descubrió el mineral Cachinal de la Sierra, al interior del Paposo.

Dueño de una considerable fortuna, ayudó generosamente al Gobierno durante la guerra del Pacífico. Siguiendo las aguas de Moreno, no hubo obra de beneficencia que no recibiera su aporte y estímulo generoso.



 

De nuestra consideración:

La historia que se cuenta - en este norte y por los pasillos diversos - es muy simple y no merece duda alguna. El contralmirante Juan José Latorre, el héroe de Angamos, fue premiado por el gobierno chileno (en virtud a su destacada participación en la guerra del Pacífico) cediéndole – a perpetuidad - la extensa hacienda de Paposo.

La verdadera historia queda en evidencia, El Paposo es heredad de José Antonio Moreno, el gran Manco Moreno.

 

Para saber más y corroborar la información:

Latorre y la vocación marítima de Chile. Del historiador Oscar Espinosa Moraga. 

https://obtienearchivo.bcn.cl/obtienearchivo?id=documentos/10221.1/76343/1/189189.pdf&origen=BDigital


 

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