¿Quién fue Don José Antonio “Manco”
Moreno Palazuelos?
El porqué de su anonimato, es
inentendible, siendo que apoyó las ideas del hombre libre y luchó, de manera
literal, por las libertades individuales (Revolución de 1859, en donde perdió
un brazo) La historia dice sobre el:
“José Antonio Moreno haría de La
Hacienda del Paposo su centro de operaciones para mediados del 1800".
Paposo. Nacida de la encomienda acordada
por el Gobernador don Juan Henríquez al Corregidor de Copiapó don Francisco de
Cisternas y Villalobos, la estancia había arrastrado una existencia miserable,
pasando de mano en mano a sus sucesivos descendientes, hasta que doña
Candelaria Goyenechea de Gallo, la adquirió del último de ellos. Con ella,
pues, Moreno cerró un contrato de arrendamiento, erigiéndola en verdadero
fortín del Chile septentrional. Sin pérdida de tiempo hizo amojonar sus
deslindes, defendiéndolos carabina en mano de los que pretendieran traspasar
sus dominios.
No sería posible comprender tal exceso
de precauciones, si no recordáramos que a la fecha que llegó al Paposo, una
áspera cuestión limítrofe tenía por escenario el desierto atacameño. Si bien
Chile había limitado siempre con el Perú en el río Loa, en los 21° 30’ de latitud,
por una de esas paralogizaciones tan frecuentes en la diplomacia de La Moneda,
el Gobierno de Santiago no había cuestionado la resolución de Bolívar de
habilitar Cobija, en los 22° 30’ de latitud, como puerto mayor del Alto Perú”.
Pero ¿Qué es Paposo? ¿Dónde se ubica?
Nuestra Señora de El Paposo o
simplemente Paposo, como es conocida y reconocida en la actualidad, es una localidad
costera, cuyo territorio forma parte de la hermosa comuna de Taltal en la
región de Antofagasta-Chile. Este poblado forma parte de un extenso territorio –
situado en el desierto más árido del planeta – territorio que alberga una
biodiversidad única y sorprendente producto de la camanchaca, ese manto de
nubes que cubre continuamente sus cumbres y valles dando origen a los llamados
“Oasis de niebla”.
Por contar con vastos recursos,
especialmente el agua, estos territorios fueron ocupados desde tiempos
inmemoriales por el hombre (desde épocas prehispánicas) con el establecimiento
de los nómades del mar, los Camanchacos, pasando posteriormente por la época colonial,
cuando don Francisco de Cisternas y de la Fuente Villalobos, uno de los más
acaudalados terratenientes del norte de la Capitanía General de Chile, obtuvo
por merced de tierras la encomienda de Paposo (el 4 de julio de 1674), hasta
llegar a 1679 (presumiblemente) cuando el asentamiento comenzó a ser denominado
Nuestra Señora del Paposo.
Durante la época del Gobernador, don
Ambrosio O´Higgins (1788-1796), milicias de Copiapó, por orden de sus
autoridades locales, se apostaron en Paposo a fin de desbaratar eventuales
desembarcos de corsarios ingleses que rondaban el litoral del desierto de
Atacama.
Ya en la época republicana, la zona de
la rada de Paposo se encontraba próximo al límite septentrional del Reino de
Chile.
Hasta 1840 la soberanía ejercida por el
gobierno de Bolivia sobre la región no fue cuestionada efectivamente, pero el
31 de octubre de 1843 Chile creó la Provincia de Atacama incluyendo a Paposo.
Hacia 1850, la Hacienda de Paposo
pertenecía a la familia chilena Gallo Goyenechea, oriunda de Copiapó, quienes
trabajaban el mineral de cobre que existía en sus cercanías. También se
explotaba el guano.
El 10 de septiembre de 1857, mediante
Decreto del Intendente de la Provincia chilena de Atacama, se creó una nueva
Subdelegación, de carácter litoral, dentro del Departamento chileno de Caldera,
que incluía la Hacienda de Paposo.
A mediados de siglo XIX, el empresario
minero chileno, José Antonio Moreno Palazuelos habría adquirido el sector a la
familia Gallo. Habiendo hecho esto, hacia 1858 el manco Moreno, como así se le
conocía, construyó en Paposo su residencia, una formidable casona forrada en
tejuela. Posteriormente, su hija, Julia María Moreno
Zuleta contrae matrimonio con el Contralmirante Juan José Latorre
Benavente (hacia 1882) hija que heredó las instalaciones y sus vastas
propiedades.
Cabe señalar que dicha posesión (Paposo)
corresponde en la actualidad a la sucesión Latorre Moreno/López Latorre/Santa
Cruz López.
Pero ¿Quién fue realmente Don José Antonio
Moreno y la importancia de Doña Julia Moreno?
Extraído del libro:
Latorre y la vocación marítima de Chile.
Del historiador Oscar Espinosa Moraga.
Don Antonio Moreno y Doña Julia Moreno:
A fines de febrero de 1882, Latorre
llegó con la Escuadra a Valparaíso, para las reparaciones de rigor, después de
cerca de siete años de intenso ajetreo marinero.
En uno de los tantos saraos ofrecidos en
su honor conoció a doña Delfina Zuleta. En su mansión viñamarina trabó amistad
con la que había de ser su gran amor, doña Julia María del Carmen Moreno
Zuleta. No obstante, la diferencia generacional, la joven pareja se sintió
atraída desde el primer momento. Si bien el pretendiente carecía en absoluto de
medios de fortuna, su valer personal que lo erigió en la primera figura del
país, lo recomendaba como un candidato digno del mayor respeto.
Apenas la niña concluyó sus estudios
regulares, se efectuó el enlace. El 6 de mayo de ese año los casó el presbítero
don Tiburcio Benavente, tío del novio, en la casa de doña Delfina en
Valparaíso. La ceremonia revistió los caracteres dé un acontecimiento nacional,
dada la fulgurante personalidad del héroe de Angamos.
Nacida en Caldera el 15 de septiembre de
1863, la agraciada joven provenía de una estirpe de pura cepa nortina.
La importancia decisiva que tuvo en la
vida de nuestro biografiado y del país, nos obligan a detenernos en los
antepasados Moreno Zuleta.
Dos hermanos Fernández Palazuelos y Ruiz
de Ceballos, oriundos de la villa de Caries, Santander, España, llegaron a
Chile al promediar el siglo XVIII.
Pedro Antonio, se radicó en Santiago.
Allí casó con doña Josefa Martínez de Aldunate y Acevedo Borja. De esta unión
vienen doña María Encarnación, madre de don Diego Portales, y don Pedro
Antonio, padre del combativo político liberal don Juan Agustín Palazuelos
Ramírez.
El otro hermano, don Joaquín, se
estableció en Copiapó. Asociado a su hermano Pedro y a su sobrino Antonio, radicado
en Vallenar, se dedicó al comercio y abastecimiento de artículos esenciales con
irregulares resultados dado lo aleatorio de la actividad minera.
Al parecer, tuve en doña Candelaria
Vallejo a María de la Luz Palazuelos, casada por 1796 con don Santiago Escuti.
Doña Candelaria casó más tarde con don Martín de la Rivera, comerciante de
Coquimbo radicado en Copiapó.
Pero quien logró cautivar su esquivo
corazón fue doña María Antonia Moreno Morales, hija de don Juan Gregorio Moreno
Godoy y doña Ana María Riberos Bravo de Morales, naturales de La Serena y que
sobrellevaban una posición relativamente modesta.
Dos hijas naturales nacieron de esta
unión, María de las Mercedes, en abril de 1779, y Cecilia, en febrero de 1782.
Un excesivo apego a resabios nobiliares
o a una especie de atavismo familiar que lo aferraba al celibato, habían
impedido que el inquieto don Joaquín se resistiera a regularizar su situación.
Sintiéndose morir, el 4 de agosto de
1783 otorgó su testamento instituyendo a su hermano Pedro como su único y
universal heredero de sus bienes en Chile y de los que le correspondían por
fallecimiento de sus padres en Santander. Empero, cediendo a la presión de su
albacea consultor reverendo padre Fray Pedro Varas de la Orden Franciscana, a
regañadientes otorgó un segundo testamento al día siguiente separando la
cantidad de $ 6.000 para que se repartieran por igual entre sus dos hijas
naturales y $ 500 a doña María Antonia Moreno. Tan magra transacción no
conformó al empecinado sacerdote que siguió fustigando dramáticamente. A la
postre, el irreductible don Joaquín arrió bandera. El 7 extiende codicilo. En
él declara “para descargo de su conciencia” que ha resuelto “tomar estado en
doña María Antonia Moreno en quien tengo las dos hijas naturales que cito en mi
testamento cerrado otorgado anteriormente”. El día 8 los casó en artículo
mortis el reverendo padre Lector Jubilado Fray Fernando Mate de Luna, de San
Francisco, ante el vice párroco y Vicario de Copiapó. Dos días más tarde
expiró.
No fue muy cuantioso el caudal que
recibieron las flamantes herederas. Si bien el haber alcanzaba a los $ 26.443,
las deudas, legados, mandas y capellanías instituidas no eran despreciables. A
su hermano don Pedro debía el occiso $ 10.708. A su sobrino don Antonio otros $
1.500. La viuda, a la postre, apenas obtuvo 8 reales diarios para la
manutención de sus hijas, mientras se liquidaba la partición. El inventario y
tasación de los bienes dio lugar a un áspero juicio que fue a parar a las manos
de la Real Audiencia.
En definitiva, las dos hermanas
recuperaron un modesto caudal que apenas les permitió llevar una digna
existencia. Doña María de las Mercedes falleció septuagenaria, soltera sin
sucesión.
Doña Cecilia tuvo en un Moreno, cuya
identidad logró ocultarse a la posteridad pertinazmente, tres hijos naturales.
Ramón, fallecido soltero y al parecer sin sucesión, doña María Josefa que tuvo
en Francisco Fontanés por lo menos dos hijos naturales, Rita y Adolfo Fontanés.
Y, finalmente, José Antonio, el legendario “manco Moreno”, así apodado por
haber perdido un brazo, y que en el correr del tiempo haría fama y riquezas,
proyectando, además, la presencia de Chile hasta el extremo septentrional del
desierto de Atacama.
Nacido en la ciudad de Copiapó por 1812,
el joven José Antonio recibió esmerada educación, a juzgar por los documentos y
actuaciones que han llegado a nuestras manos. En un ambiente geográfico
proclive a la actividad minera desde temprana edad, José Antonio comienza con
suerte sin igual sus peregrinaciones en pos de las codiciadas vetas de metal
noble. Su incansable energía, empuje creador, golpe de vista certero y espíritu
de empresa, lo destacaron rápidamente de entre el montón, apoyado por su madre
que tenía una fe ciega en sus condiciones naturales. Con los $ 500 obtenidos de
la venta de dos sitios que sus tías doña Manuela Primera y doña Manuela Segunda
legaran a su hija María Josefa, doña Cecilia imprimió un fuerte envión a las
actividades del futuro gran cateador nortino.
Vecino colindante con las Palazuelos,
vivía su tío don Pedro Moreno Morales. Unido legítimamente a doña Mercedes
Hidalgo González, discurrían con su numerosa prole la suerte incierta de todos
los mineros, compartiendo aventuras y esfuerzos con José Antonio, que naciera y
creciera junto a sus hijos.
Tanta intimidad tenía al final que
producir sus efectos. Atraído por una fuerza irresistible José Antonio inició
un volcánico romance con su prima Carmen Moreno Hidalgo. Cuatro hijos naturales
nacieron de esta tempestuosa unión. Carmen, que casó con Segundo Cabrera;
Paula, casada con un señor Toledo, de Malpaso; María, unida a Juan Esteban
Garnham Orrego, de Valparaíso, y Emeterio, heredero moral del empuje
empresarial de su padre y pionero del salitre de Tarapacá.
¿Cuál fue la razón que impidió a esta al
parecer feliz pareja llegar al altar? ¿Alguna vinculación familiar más estrecha
de lo que permitían las leyes? ¿La identidad del padre de José Antonio
explicaría este escollo insuperable? No lo sabemos. El hecho es que José
Antonio y Carmen no llegaron a casarse.
Abocetado el ambiente familiar que
arrulló sus primeros años, permítasenos referirnos ahora al escenario histórico
y geográfico en que le cupo desarrollar sus sorprendentes peregrinaciones.
Aunque en forma rudimentaria, desde
antes de la llegada de los españoles, los indios changos habían conocido la
riqueza cuprífera. Los medios económicos limitados, ausencia de conocimientos
técnicos, sendas de penetración y aguadas se erigieron empero en serio
obstáculo para un cabal empadronamiento y explotación racional de los ricos
veneros diseminados a lo largo del desierto de Atacama.
A don José Cayetano de Almeyda y
Alburquerque había de corresponderle imprimir un impulso más dinámico a la
actividad minera de aquellas vastas soledades. Atraído por las muestras de
piedras preciosas que su hermano Lorenzo le enviara desde Río de Janeiro,
abandonó Lisboa, su tierra natal, para trasladarse a Cerro Frío, Brasil, en pos
de aquellas tentadoras riquezas. Como sus esperanzas excedían a los magros resultados
obtenidos, resolvió enfilar proa a Chile, que prometía más halagadoras
perspectivas. Vía provincias rioplatenses llegó al promediar el siglo XVIII a
Copiapó, donde echó sus reales. Allí casó con doña María Aracena Godoy, rica
heredera del mineral “Agua Amarga”. Hábil cateador, hacia 1784 descubrió la
veta “El Checo”, que le dio fama y riqueza. Muerto en Copiapó por 1805, sus
hijos continuaron la ruta trazada por su padre, con suerte disímil. De ellos se
recuerda con mayor fidelidad a don Diego. Luego de pasar sus primeros años en
Copiapó, se trasladó a Valparaíso, ejerciendo con cierta habilidad el comercio
de abastecimiento de los veleros mercantes que hacían la ruta del Pacífico. Sus
contactos y enlaces lo obligaron a desplazarse indistintamente a Santiago y
Rancagua, donde tenía importantes sucursales. En el puerto casó con doña Luisa
de Salas Castillo, echando las bases de una familia de importantes servidores
públicos. Después de una destacada actuación en la lucha emancipadora, retornó
al norte para tentar suerte en la minería. No obstante que la leyenda lo ha
erigido en el cateador por excelencia, depositario exclusivo de los secretos
del desierto, la documentación que discurre en los archivos notariales,
judiciales de Atacama ponen de relieve que su participación no fue mayor que la
pléyade de nortinos que recorrían el desierto, como Pedro por su casa. La
figura de un hombre derrochador de riquezas, que regalaba a sus amigos y
conocidos sus valiosos descubrimientos, no pasa de ser una fábula sin asidero
en la realidad. No debe, pues, sorprendernos que, como muchos otros, el caudal
reunido a costa de tanto esfuerzo se le escurriera por entre los dedos en cateos
sin destino ulterior. Murió pobre en Santiago el 8 de agosto de 1856.
Un acontecimiento inesperado vino a
estremecer el país. El 19 de mayo de 1832 Juan y José Godoy y don Miguel Gallo
Vergara, afortunado hijo del fundador del apellido en Chile, solicitaron la
pertenencia de la rica veta de plata virgen ubicada en las Sierras de
Chañarcillo, al interior de la ciudad de Copiapó.
Una estampida de mineros cubrió en pocos
momentos la zona, iniciándose un aluvión de pedimientos en sus aledaños.
Meses después, el 6 de octubre, Almeyda
pedía la mina de cobre de Matancilla, en la hacienda del Paposo, a tres leguas
de la costa, y la de Hueso Parado a una y media legua del mar (25° 25’).
Tres días más tarde, José Antonio Moreno
y su tío abuelo don Manuel Moreno Morales, iniciaba su largo historial de
pedimentos, solicitando la veta de plata en Pajonales, al interior de Copiapó.
A fines del siguiente mes, el 24 de noviembre, ahora solo, José Antonio toma
posesión de otra en la sierra “Veta Negra”. Siempre independiente, el 26 de septiembre
de 1833 reactiva la explotación de “El Checo”, que hiciera famoso al primer
Almeyda, y que se encontraba desde algún tiempo abandonada.
Ya en franca actividad minera, para
afianzar sus empresas en creciente aumento, el 20 de diciembre de 1834 vende en
$ 3.000 su casa ubicada en la capital atacameña, a una cuadra de la Iglesia de
la Merced.
Mente plástica y permeable a los
constantes cambios que exigen las circunstancias del momento, a veces asociado
otras por su propia cuenta, inicia un vertiginoso peregrinar por los aledaños
de Copiapó, como tanteando su gran marcha hacia el extremo norte, que lo
cubriría de gloria. Asociado a Miguel Moreno, el 10 de septiembre de 1835 piden
una veta argentífera en Chañarcillo, no conocida hasta entonces. Unido a Juan
Zavala y Francisco Hidalgo, su primo, el 9 de diciembre denuncia una veta de
oro ubicada en el mineral cuprífero de Ojancos (27° 30’).
Presa de febril dinamismo, en los años
que siguen cubre Portezuelo La Viñita, Cerro Cerrillo, Cerro Blanco,
Algarrobito, Bandurrias, Los Lirios.
Un observador poco avisado podría pensar
que Moreno estaba ajeno al acontecer político nacional. Pues no es así. Como
todo hombre de empuje, hijo de sus propias obras, el afortunado cateador era un
celoso defensor de las libertades individuales. El cohecho y la presión
desenfrenada tendiente a desvirtuar el juicio, bueno o malo, dada la infancia
mental del electorado, le repugnaban vivamente. Las elecciones celebradas el 26
y 27 de febrero de 1837 para elegir diputados y electores de senadores, no
habían sido una excepción. El 30 Moreno formuló una enérgica reclamación
planteando la nulidad del 25 proceso. Como era de esperarlo, el férreo sistema
ideado por su primo don Diego Portales, no daba margen a que prosperaran este
tipo de iniciativas. La protesta siguió la suerte de tantas otras. La
experiencia había de dejar en nuestro minero una amarga lección que lo hizo
renegar hasta su muerte de la política contingente.
Pero, este episodio no lo apartó de la
meta que se había trazado. El 1° de Abril de 1839 lo encontramos con Juan Agustín Fontanés solicitando las
vetas argentíferas de Punta Gorda y Cabeza de Vaca. Con un préstamo de $ 3.500
edificó en corto tiempo casas, galpones, bodegas, corrales y dotó de los
implementos necesarios para dar vuelo a la nueva pertenencia. El 21 de noviembre
de 1842 canceló religiosamente la deuda.
En 1845 participó con Almeyda y otros
colegas en lo que por aquellos días se llamó el “cateo monstruo”.
La experiencia acumulada lo decidió a
asociarse a Jacinto Marult y a su tío Manuel Moreno, para emprender una empresa
en gran escala.
La suerte, su fiel compañera, no lo
abandonó. Entre mayo y agosto de 1848 cumplió lo que podría llamar la primera
etapa de su fructífera carrera. El 17 de mayo pide la mina de plata de Sierra
Condros, en Tierra Amarilla; el 22, la Mina Vieja de cobre en Ojancos, para
culminar el 15 de Julio con la no menos valiosa mina de plata virgen y nueva en
los cordones de la Sierra Garín, en los 27° 11’ de latitud y a 1.238 metros sobre el nivel del mar,
y que denominó “Descubridora”. En los siguientes días descubre otra que
denomina “La Segunda” y una más “La Tercera”, rematando el 24 de agosto en el
gran manto que bautizó con el nombre de Sierra San José.
Tal como había acontecido con
Chañarcillo, una estampida de mineros cubrió la región, atropellando los
derechos de sus descubridores. Una ola de reclamos y querellas, nacidas al
calor de una ambición descontrolada puso en peligro no sólo la vida sino la
fortuna de los Moreno. Un antiguo cateador, Nicolás Pérez, pretendió derechos
prioritarios sobre la mina. Una acertada sentencia del Juzgado de Copiapó cortó
en ciernes las alas del pretendiente.
Comenzaba a disfrutar los resultados de
tantos sacrificios, cuando en abril de 1849 fallece doña Cecilia Palazuelos,
que junto a su hermana María de las Mercedes, habían sido para el aguerrido
minero su único consuelo y sostén en las horas aciagas de la adversidad.
Pero la vida debe seguir su curso cruel
e imperturbable.
Siempre cateando infatigable, ahora con
José Joaquín Vallejo, el 28 de febrero de 1850 descubre otra veta argentífera
en la cuesta del Bolaco, en las sierras de Chañarcillo.
El 18 de junio casa su hija María con
Juan Esteban Garnham Orrego, que acababa de emigrar de Valparaíso en pos de
nuevos horizontes.
Vientos de fronda comenzaban a oscurecer
el horizonte nacional. Pueblo joven de mente proclive a asimilar las corrientes
dominantes en países adelantados, el Chile de mediados del siglo XIX sintió
como propio los postulados de los movimientos revolucionarios liberales que
conmovían al Viejo Continente. Imbuido en los principios de la Revolución
Francesa, la intelectualidad se levantó contra el recio régimen portaliano. El
7 de septiembre de 1851 estalló una revolución en La Serena tendiente a imponer
reformas radicales al régimen imperante. El 26 de diciembre Copiapó cayó en
manos de los complotados. No obstante, mejor apertrechadas, las fuerzas
gobiernistas recuperaron el control el 8 de enero siguiente. Junto a otros
cabecillas, mineros todos, Moreno salva la cordillera, radicándose en Bolivia.
No por mucho tiempo. Tres meses después,
el 10 de abril, lo hallamos imperturbable pidiendo-la mina Santa Rosa en Tres
Puntas.
Con renovados bríos, construye casas, un
gran muelle en Taltal, en los 25° 25’ de latitud, y caminos de penetración al interior,
por donde surcarán la flota de carretas que acarrearán el material desde las
minas a los barcos que habrán de conducirlos a su destino.
Sin perjuicio de echar las bases de una
gran empresa, continúa infatigable sus cateos.
Siguiendo la ruta señalada por sus
colegas del siglo XVIII, en enero de 1853 descubre un rico manto cuprífero en
la caleta El Cobre en los 24° 15’ de latitud, lo más septentrional que se había
hurgado hasta el momento. El 25 de febrero efectuó los primeros pedimentos.
Aunque en sus incursiones encontró depósitos de salitre, no se interesó por su
explotación industrial, por aquellos años en ciernes. Aunque de paso recordemos
que sólo cuatro años más tarde, en 1857, Domingo Latrille, francés avecindado
en Bolivia y que explotaba el guano de Tarapacá desde hacía 16 años, descubrió
el primer depósito del fertilizante en el interior de Cobija. Su baja ley, 35%,
falta de capitales e indiferencia del Palacio Quemado, postergó la explotación
del valioso abono, que proyectaría a la fama a su hijo Emeterio Moreno.
Hombre de gran mundo, de refinada
cultura y esmerada educación, don José Antonio había sabido conciliar la ruda y
agitada vida del minero con las exquisiteces de los grandes salones. El cuadro
que nos deja de su vida en el Paposo Rodulfo Amando Philippi, sabio de gabinete
que el Gobierno había tenido la ingenuidad de contratar para apreciar la
riqueza del desierto, no puede ser más sugerente: “Encontramos —había de
recordar más tarde— dos mujeres a caballo que venían de El Cobre, siendo un
fenómeno encontrarse con un alma viviente en este triste desierto, y al cabo de
haber marchado a trote largo tres horas y media, divisamos el desmonte de una
mina, luego una bandera chilena, y, finalmente, escondido entre peñascos, el
establecimiento de cobre, planteado desde pocos meses. Su dueño, el señor don
José Antonio Moreno, nos recibió del modo más afable y cariñoso. Había
periódicos: “El Mercurio” de Valparaíso, “El Correo de Ultramar”, una cocina
muy buena, vinos, etc., y agua buena, ¡traída de Valparaíso!”. “El señor Moreno
—reconoce— había hecho muchos viajes por el desierto y es un observador atento
y juicioso, le debí muchas noticias importantes, y he visto confirmado todo lo
que me dijo”.
No obstante, el cuadro certero que le
trazara el pionero, Philippi concluyó, ante el escándalo de los expertos, que
el desierto “era sumamente pobre en especies metálicas”:
No sería posible
comprender tal exceso de precauciones, si no recordáramos que a la fecha que
llegó al Paposo, una áspera cuestión limítrofe tenía por escenario el desierto
atacameño. Si bien Chile había limitado siempre con el Perú en el río Loa, en
los 21° 30’ de latitud, por una de esas paralogizaciones
tan frecuentes en la diplomacia de La Moneda, el Gobierno de Santiago no había
cuestionado la resolución de Bolívar de habilitar Cobija, en los 22° 30’ de latitud,
como puerto mayor del Alto Perú. La ausencia de aguadas, caminos y
fondeaderos abrigados, conspiraron para que la zona adquiriera mayor relieve
del que había llevado durante la Colonia., Las actividades mineras no habían
pasado del paralelo 27°. Con excepción de Arica, el litoral atacameño y de Tarapacá estaba
abandonado a su triste suerte.
Así las cosas, en 1840 Alejandro Cochet,
un químico francés avecindado en Perú, descubrió que el guano combinado con
estiércol de establo constituía un poderoso fertilizante para las tierras
gastadas. Una avalancha de empresarios invadieron el litoral, tarapaqueño en
pos de las ricas covaderas que las aves del litoral habían formado desde
tiempos inmemoriales. Sin pérdida de tiempo, el 23 de marzo de 1842 el Gobierno
de Bolivia determinó que las concesiones abarcarían desde los ríos Loa hasta el
Salado, que desembocaba en el mar a la altura de Chañaral, en los 26° 23’ de latitud,
o sea en pleno territorio chileno.
Previo reconocimiento del litoral, el presidente
Bulnes procedió a declarar por ley de 31 de octubre del mismo año, de propiedad
nacional las guaneras existentes en el desierto de Atacama, o sea al sur del
Loa.
Debidamente instruido por su Gobierno,
el plenipotenciario boliviano representó el 31 de enero siguiente que Chile
sólo alcanzaba hasta el paralelo 26° en el río Salado.
Moreno, pues, se encontraba en pleno
campo de batalla diplomática. Las medidas precautorias adoptadas eran más que
justificadas.
No obstante, los siniestros vaticinios
del sabio Philippi, siguió cateando incansablemente, esta vez hacia el sur.
Como en otras ocasiones, sus esfuerzos fueron compensados ampliamente. En 1857 descubre
a 17 Km. de la costa el mineral de Tumbes, y a 35 Km. Abundancia. Más al
interior “Reventón”, “Desierto”, “Parrilla” “Colorada”, “Salvadora”,
“Montecristo”, “Casualidad” (25° 25’).
“Reventón” alcanzó hasta 400 metros de
profundidad “desde el sol”. Según San Román, constituyó “uno de los casos más
extraordinarios en la historia minera del mundo”.
Podría pensarse que tan agitada
existencia trotamunda constituyó un obstáculo para cumplir sus deberes morales.
Y sin embargo no fue así. En verdad, si no pudo llenar el principal de ellos,
unirse legítimamente a la madre de sus hijos, por lo menos con éstos fue un
padre bondadoso, tierno y ejemplar. Visitaba regularmente a María al colegio
donde hacía sus primeras letras. En estas cotidianas reuniones conoció a una
condiscípula de ésta y prima suya, doña Delfina Zuleta Hidalgo. Nacida en
Copiapó en 1835, la gentil chica provenía también de vieja estirpe nortina. Don
Hipólito, su padre, era hijo de don Pedro Zuleta y de doña Bernarda Araya,
familia de mineros que con gran esfuerzo hablan amasado un modesto caudal. El 8
de Julio de 1833 había casado con doña Bernardina Hidalgo Andrada, hija del
copiapino don Joaquín Hidalgo Valladares, primo de doña Mercedes y por ende tío
abuelo de José Antonio Moreno, y de doña Narcisa Andrada Maldonado, natural de
Tamantina, La Rioja, Provincia de San Juan, ex dependencia del Reino de Chile.
Otro tío y socio de Moreno, don Antonio Moreno Hidalgo había casado meses
después, el 17 de octubre, con una hermana de doña Narcisa, doña Juana Lucero,
y también trasplantada a Copiapó.
Ambiente y circunstancias muy
especiales, pues, se dieron de la mano para que, a despecho de la diferencia
generacional, José Antonio y Delfina unieran sus destinos. El 26 de junio de
1857 contrajeron matrimonio en Copiapó.
Sin medios de fortuna, la gentil novia
sólo aportó al matrimonio su insolente y atractiva juventud.
En los años siguientes fueron naciendo
Herminia Delfina, 1859, Julia María del Carmen, 1863 y José Antonio, mayo de
1865. Uno póstumo no logró sobrevivir. Herminia y José Antonio, murieron
solteros, la una a los 11 años de edad y el otro a los 33.
El establecimiento de un hogar feliz no
coartó, como podría pensarse el eterno peregrinar por el desierto de este
cateador impenitente. La suerte, su fiel compañera, no lo abandonó. En 1859
descubrió el valioso yacimiento de cobre del Cachiyuyal, a cuyo frente colocó a
su no menos dinámico hijo Emeterio.
El vuelo de las empresas obligó a
plantear al Gobierno la habilitación de la entonces modesta caleta de
pescadores de Taltal, en los 25° 25’ de latitud, como puerto menor de los embarques mineros, que hasta ese
momento se hacían por Caldera con el considerable perjuicio para la industria
en general. El 12 de diciembre de 1857, el presidente Montt y su ministro
Manuel Ovalle Errázuriz, firmaban el decreto 91 que materializaba tan acertada
iniciativa. La aduana sería formada por un teniente administrador, un guarda
interventor y dos marineros, dependientes de Caldera. “Don José Antonio Moreno
—prescribía el artículo 4° — pondrá a disposición de los empleados de la Aduana de Taltal la
habitación en que deban residir en este puerto”. El 12 de Julio de 1858 se
acordaron facilidades para embarcar por Paposo.
Para laborar el material, Moreno
racionalizó las tareas trayendo modernos equipos europeos, levantó una gran
fundición en Taltal y adquirió tres vapores, el “Herminia”, el “Sauce Peake”, y
“El Correo de Talcahuano”, que abrieron una dinámica corriente comercial con el
Viejo Continente. Todo este gran complejo industrial funcionaba con la
precisión de un reloj al ojo avizor de Emeterio Moreno, encargado de su
administración.
El Cobre, Paposo y Taltal, adquirieron
personalidad internacional. En menos de 10 años, Moreno amasó una considerable
fortuna. Empresarios ingleses llegaron a ofrecerle por Paposo dos millones y
medio de pesos oro de 48 peniques. Curiosamente, no había sido el dinero lo que
estimulara a este cateador singular sus peregrinaciones por el árido desierto,
sino la sed insaciable de vencer y doblegar la adversidad. La oferta fue
rechazada. No menor fue la sorpresa de sus paisanos cuando, en la cúspide de su
meteórica carrera, se le tentara, como a otros, con un sillón senatorial. La
idea no le halagaba, pues había no pocos legisladores de escasa valía.
La revolución liberal de 1859 lo
encontró en plena actividad. No obstante, su espíritu individualista lo decidió
a prestar decidido apoyo a los Gallo, con quienes estaba familiarmente
relacionado. Participó en la batalla de Los Loros, el 14 de marzo de 1859, y en
la de Cerro Grande, el 29 de abril siguiente.
Su presencia, en el extremo
septentrional atacameño, permitió entre otros títulos, que el problema
limítrofe chileno-boliviano a que hiciéramos referencia anteriormente se
transara, fijando la frontera en el paralelo 24°, un poco al norte del Paposo. Curiosamente, Moreno no
alcanzó a conocer este acuerdo labrado en 1866, meses después de su muerte.
Una cruel enfermedad que lo atacó
arteramente, no logró doblegar su carácter de acero... Desde su lecho de agonizante,
tuvo fuerzas para levantarse y ofrecer una vez más sus servicios y fortuna
personal cuando el 18 de septiembre de 1865 la Escuadra española apareció en la
poza de Valparaíso premunida de un ultimátum.
Sintiendo que sus fuerzas lo abandonaban
rápidamente, días más tarde, el 30, otorgó su testamento, fiel reflejo de su
monolítica organización mental.
Nadie fue olvidado. Juan Zuleta recibió
$ 14.000 por sus honorarios como administrador del Paposo; su hijo Emeterio $
6.000 por su labor en Taltal y Cachiyuyal y una donación especial de $ 10.000.
A sus hijas Carmen y Paula $ 5.000 cada una y el sitio y casa de Copiapó; a su
otra hija María le asigna $ 20.000 destinados a invertirlos en un bien raíz que
le permita vivir dignamente y cuya propiedad pasaría a las hijas solteras que
tuviera; a Gregoria Ossa $ 6.000; a Ernesto Enrique Schmidt, casado con su
cuñada Lucila Zuleta Hidalgo, $ 10.000 “por haberlo servido bien y con
honradez” y al Hospi32 tal de Copiapó $ 10.000. A sus hermanos María Josefa y Ramón
les instituyó una mesada mensual por vida de $ 50 y $ 100 respectivamente.
Efectuadas las deducciones
correspondientes, el acervo debía repartirse entre sus tres hijos legítimos
Herminia, Julia y José Antonio, y el que esperaba en esos instantes su mujer.
La tasación efectuada por el ingeniero
Francisco J. San Román, hijo del minero argentino homónimo, compañero de
correrías de Moreno, “arrojó un haber de dos millones de pesos oro”.
Trasladado a Santiago falleció a la una
de la madrugada del 7 de noviembre.
“Ha dejado de existir en esta ciudad — expresó
sinceramente conmovido “El Ferrocarril” al día siguiente — el respetable
caballero don José Antonio Moreno. Su muerte es no sólo una inmensa pérdida
para su familia, lo es también para el país entero y especialmente para la
industria del norte, a que dio tan inmenso desarrollo. La muerte de este hombre
laborioso y emprendedor es una pérdida de mucha consideración para la provincia
de Atacama no solamente por los fuertes capitales que empleaba, con los cuales
daba trabajo a más de 1.000 hombres, sino para todos sus amigos que conocían su
mérito, para los establecimientos de beneficencia que auxiliaba con generosidad
y para todos los infelices para quienes siempre tuvo abierta su mano. Apenas
llegó a Copiapó la noticia del atentado de Pareja, él desde su lecho en que se
hallaba agonizante, olvidó su terrible situación y lleno de entusiasmo ofreció
sus servicios y su fortuna para defender la honra del país”.
Curiosamente, los diarios de Copiapó y
Valparaíso no dijeron una palabra para rendir homenaje a su leal y abnegado
hijo.
Curiosamente, este hombre hecho para ser
perpetuado en el bronce fue castigado con el silencio más frío y despiadado que
la muerte misma, por sus paisanos copiapinos y la posteridad que tanto le
debían.
Un año más tarde, su viuda adquirió el
mausoleo en el Cementerio General que acogería en su seno los restos del
esforzado minero, y del que en el correr del tiempo había de ser su hijo
político póstumo, el Almirante Latorre.
Dueña de una inmensa fortuna, con tres
hijos- de tierna edad y uno por nacer, que no había de sobrevivir, doña Delfina
debió ponerse a la cabeza de las innumerables empresas de su marido. En un
desesperado intento de continuar esa obra titánica, organizó la Sociedad José
Antonio Moreno y Compañía, integrada por ella en su calidad personal y como
representante de sus hijos, por Ernesto Enrique Schmidt, por Juan Zuleta y
Emeterio Moreno.
Empero, las cosas no resultaron como las
había previsto doña Delfina. Al año siguiente de constituida la sociedad se
disolvió por escritura pública otorgada en Caldera ante el notario Francisco
Pastene.
Emeterio Moreno se trasladó a
Antofagasta, donde comenzaba a cobrar vuelo otra nueva riqueza, el salitre. A
mediados de 1872 organizó una caravana que recorrió las Pampas de Aguas Blancas
hasta el salar ubicado a 18 leguas, donde levantó una Oficina de Paradas, que
bautizó “Esmeralda”. A comienzos de febrero de 1879 comenzó las faenas en
pequeña escala, ignorando el conflicto que estallaría días más tarde con la
ocupación del litoral por las tropas chilenas.
El 10 de agosto de 1870 Delfina casó con
el Dr. Rafael Tomás Barazarte Oliva, de dilatada trayectoria. Nacido en Talca
el 8 de septiembre de 1838, había recibido su título de médico cirujano en
1862. Luego de ejercer en Ancud y Vallenar, se embarcó en “La Esmeralda”,
participando en la acción de Papudo, donde recibiera su bautismo de fuego
Latorre. Concluida la guerra, en 1868 se radicó en Copiapó, ejerciendo como
médico del hospital. Allí conoció a la joven viuda, por intermedio de Joaquín
Zuleta, su hermano, a quien había atendido profesionalmente.
Su unión a doña Delfina determinó un
cambio radical en su existencia. Heredero de los secretos del empresario
minero, Barazarte abandonó su profesión para consagrarse durante los 13 años
siguientes a recorrer toda la región de Chañaral a Antofagasta.
A la postre, sus esfuerzos fueron
coronados por el triunfo. En 1880 descubrió el mineral Cachinal de la Sierra,
al interior del Paposo.
Dueño de una considerable fortuna, ayudó
generosamente al Gobierno durante la guerra del Pacífico. Siguiendo las aguas
de Moreno, no hubo obra de beneficencia que no recibiera su aporte y estímulo
generoso.
De nuestra consideración:
La historia que se cuenta - en este
norte y por los pasillos diversos - es muy simple y no merece duda alguna. El
contralmirante Juan José Latorre, el héroe de Angamos, fue premiado por el
gobierno chileno (en virtud a su destacada participación en la guerra del
Pacífico) cediéndole – a perpetuidad - la extensa hacienda de Paposo.
La verdadera historia queda en
evidencia, El Paposo es heredad de José Antonio Moreno, el gran Manco Moreno.
Para saber más y corroborar la información:
Latorre y la vocación marítima de Chile. Del historiador Oscar Espinosa Moraga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario