CACHINALES DE LA SIERRA
“Los hombres, que bajo
el eterno sol buscaban oro, no eran precisamente los mejores y más pacíficos.
Era gente muy rápida en sacar el cuchillo y el revólver”.
Esta frase nos suena y resuena bastante intimidante, en la
actualidad, pero este norte no congregó – en sus inicios – a gente muy pacífica
o fácilmente doblegable (ni siquiera en la actualidad). Habitar en estos
parajes, tan carentes e inhóspitos, resultó una tarea muy difícil y requería de
temple, de un carácter fuerte, indómito y muy preparado para las adversidades
(que eran muchas).
Ahora bien. Cuantos sureños llegaron por estos lugares en
búsqueda de la esquiva riqueza y cuantos de ellos dejaron sus restos en estas
soledades. Una pregunta que no sabríamos
responder con un número exacto, pero si con algo de historia.
Por ciertos lugares del Atacama – en este inmenso despoblado
- aún es posible encontrar los vestigios de los antiguos poblados mineros en
donde la soledad, el viento y la arena del desierto, han realizado su trabajo
de olvido. Uno de ellos (entre los muchos que existieron) es Cachinales de la
Sierra, un lugar inhóspito, carente de todo lo necesario, en donde cuesta creer
que hubo población humana, en gran número, y en donde hoy, cuesta llegar por el
estado de los caminos y por lo peligroso del sector.
Según la leyenda o historia, que nos contaron hará algunos
años atrás. Una mujer del poblado de Cachinales de la Sierra aburrida de las
soledades y las privaciones, le comunicó al marido que, cierto día, abandonaría
el lugar y volvería a la ciudad. El marido, presa de la desesperación (por el
abandono y los celos) la introdujo violentamente dentro de una de las casas, se
aferró fuertemente a ella y prendió un par de cartuchos de dinamita, volando
por el aire casa y pareja. Es por esto que - según algunos – se estableció un
pequeño recordatorio en el sitio, una ermita o animita. Más, si toda esta
historia es parte de un mito, leyenda o si fue un hecho verídico, eso ya no
forma parte de nuestra búsqueda, pero da para el inicio de este relato.
Vamos con la historia propiamente tal
Hacia 1860 “Taltal está tomando mucha importancia pues por él
se exportan gran cantidad de minerales de cobre; ya había construido un
establecimiento de fundición y probablemente se construirán otros, lo cual hace
crecer la riqueza de las minas que se trabajan en esta parte del territorio”.
A este inicio
cuprífero de la región se sumaron nuevos descubrimientos argentíferos, como en
Cachinal de La Sierra y Esmeralda.
En 1882 se inició el funcionamiento del ferrocarril de la
Taltal Railway Company hasta El Refresco y en agosto del año 1888 alcanzó la
localidad de Aguada de Cachinal, distante 42 km de la anterior.
De forma simultánea a la llegada del ferrocarril a la
estación de Refresco se inició un proceso de solicitudes de sitios en la
población.
En 1888 la localidad pasaba de los 2.000 habitantes, aunque
Arturo Olid escribió que ese mismo año entre la población de Aguada de Cachinal
y el mineral de Guanaco ascendía a 5.000 habitantes. Este mismo año, Ernesto
Williams, en un informe para la Sociedad Nacional de Minería indicaba que
Aguada de Cachinal llegó a formar “una regular población minera comercial”, en
una placilla distribuida en base al característico plan simétrico discutido con
antelación.
Después del período de bonanza, la población comenzó a
descender, aunque el censo de 1895 consignó que, en el poblado, quedaban 679
habitantes y se mantuvo en la subdelegación que según el censo de 1907 estaba
habitada por 1797 personas.
Hacia el fin de la década de 1920, la mayoría de los trabajadores
migró en busca de nuevas oportunidades laborales, siendo absorbidos por las
oficinas salitreras cercanas, principalmente las oficinas Caupolicán y Moreno,
donde, según el Inspector del Trabajo de Taltal, en 1929 se ocupaban “bastantes
trabajadores del antiguo pueblo de Aguada (El Guanaco) que está muy cerca de
esas Oficinas a donde se ha ido a radicar definitivamente, pues el citado
pueblo ya está casi deshabitado”.
El proceso de poblamiento aumentó la oferta económica en la
placilla, existiendo al inicio de 1883 seis tiendas de mercaderías surtidas y
menestras, un café y una panadería y una fonda. Desde 1884 la localidad era el 2°
distrito de la subdelegación de Cachinal de La Sierra, donde existía una aguada
o puquio, como se denominaba a los lugares de aprovisionamiento de este recurso
en el desierto, destinado a proveer de agua al mineral de plata de Cachinal de
La Sierra, y donde en 1882 se inició la instalación de una máquina de
amalgamación de la Sociedad Beneficiadora de Metales, que recibía 11 carretas
diarias para procesar y obtener plata. Ubicada a 126 km del puerto de Taltal,
la localidad que había concentrado informalmente alrededor de 280 personas estaba
unida por un camino carretero que debido a los descubrimientos auríferos se vio
altamente frecuentado “por el cual transitan diariamente numerosos coches
conduciendo pasajeros y multitud de carretas llevando víveres y retornando
minerales”, con el consecuente beneficio para el movimiento portuario y el
comercio local que lo aprovisionaba.
La localidad estaba ligada completamente a la fundición
emplazada en sus cercanías, por tanto, entró en franca decadencia cuando la
Compañía Minera Arturo Prat compró un establecimiento de fundición en el puerto
de Taltal. Según Olid, frente a la adversidad se iniciaba el desalojo del incipiente
poblado y “la tribulada población de la Aguada alistaba sus cacharpas para
buscar en otra parte mejores vientos y mejor fortuna”.
Cuando llegó a la localidad el “monstruo del siglo”, como
denominaba la prensa local al ferrocarril, el poblado se convirtió en un nodo
más de la red ferroviaria en ampliación. La prensa destacó la ocasión, que
consideraba como parte de la modernización e integración al país y el fin de
los espacios inhabitados: “es un hecho que el árido desierto de Atacama va a
desaparecer” sentenciaba un articulista de Taltal, “porque no es posible llamar
desierto donde el tren hace oír a cada rato el potente silbido de sus calderos
y donde el telégrafo va marcando con la uniforme sucesión de sus postes, que por ese delgado
alambre que les une se comunican el mundo entero, se transmite sus impresiones,
sus novedades, sus esperanzas i sus desengaños”.
Siguiendo el citado informe de Manuel José Vicuña, en 1888 la
localidad pasaba de los 2.000 habitantes, aunque Arturo Olid escribió que ese
mismo año entre la población de Aguada de Cachinal y el mineral ascendía a
5.000 habitantes. Este mismo año, Ernesto Williams, en un informe para la Sociedad
Nacional de Minería indicaba que Aguada de Cachinal llegó a formar “una regular
población minera comercial”, en una placilla distribuida en base al
característico plan simétrico discutido con antelación. Después del período de
bonanza, la población comenzó a descender, aunque el censo de 1895 consignó que
en el poblado quedaban 679 habitantes y se mantuvo en la subdelegación que
según el censo de 1907 estaba habitada por 1797 personas.
En el espacio urbano que se consolidaba, se repitió la
sociabilidad característica de este tipo de centros de producción minera, donde
diariamente arribaban aventureros, buscadores de fortuna, comerciantes,
familias completas y mujeres solas en busca de trabajo. Con la llegada de
nuevos pobladores se complejizaba la oferta de menestras, servicios y
entretenciones, sumándose almacenes de provisiones, de mercaderías, de útiles
para minas, casas compradoras de minerales, oficinas de ensayes, hoteles con
regular confort, cafés, panaderías, boticas, carnicerías y todo aquello que
pueda llenar las primeras necesidades de un pueblo, se han reunido ya en la Aguada
de Cachinal, para facilitar sus trabajos, contribuir a su desarrollo y borrar
el desierto en buena extensión de territorio.
La explotación aurífera y su promesa de riqueza fácil hacían
de estos lugares espacios de difícil convivencia, una verdadera “fiebre del
oro” que era comparada con la suscitada algunos años antes en la lejana
california. Según Plüschow, quienes llegaban en busca de trabajo “los hombres que
bajo el eterno sol buscaban oro no eran precisamente los mejores y más
pacíficos. Era gente muy rápida en sacar el cuchillo y el revólver”.
Después del broceo de la mayoría de las explotaciones, sus
dueños cerraron y el despoblamiento vino a la par del proceso de decadencia del
mineral. Hacia el fin de la década de 1920, la mayoría de los trabajadores
migró en busca de nuevas oportunidades laborales, siendo absorbidos por las oficinas
salitreras cercanas, principalmente las oficinas Caupolicán y Moreno, donde,
según el Inspector del Trabajo de Taltal, en 1929 se ocupaban “bastantes
trabajadores del antiguo pueblo de Aguada (El Guanaco) que está muy cerca de
esas Oficinas a donde se ha ido a radicar definitivamente, pues el citado
pueblo ya está casi deshabitado”.
Recorriendo el Desierto.
He aquí uno de los objetivos de los Caminantes del Desierto.
El llegar a ciertos lugares en donde pocos han estado y tener la posibilidad de
constatar la historia in situ. Han de saber, que en cada espacio que visitamos,
no solo la flora y la fauna nos resulta de importancia, la historia también
forma parte del patrimonio de este norte y tiene su espacio en nuestras
páginas.
Para saber más.
https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0719-12432019000200009
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