Para aseverar esto, la familia de cobre, debemos contar con
las pruebas correspondientes. Tenemos el artículo y el periódico que lo pone de
manifiesto, más, no hay cuerpos. Es decir, la mujer y el niño, se perdieron en
el tiempo
El triste caso del “Hombre de Cobre”.
En 1899 se encontró en Chuquicamata, en la mina Restauradora,
de propiedad del norteamericano Williams Matthews, arrendada por entonces a un
ciudadano francés de apellido Pidot, el cadáver momificado de un minero
indígena, que quedó atrapado dentro de su mina por un derrumbe. El cuerpo se
hallaba completamente momificado y cubierto de cobre, lo que le valió ser
conocido posteriormente como “el hombre de cobre”.
Su hallazgo despertó la codicia de varios, que quisieron
comprar la momia al trabajador que la había encontrado. El señor Pidot la
transó en 2.000 pesos -supuestamente en nombre del trabajador- con el
norteamericano Norman Walker, pero el dueño de la mina, Matthews, detuvo la
venta aduciendo que él le había arrendado la mina a Pidot, pero “no a sus mineros”.
A esto, Pidot argumentó que teniendo la momia al menos un 1% de cobre, él la
consideraba mineral, y por tanto, de su propiedad. Más de un año duró la pugna por la propiedad
de la momia, hasta que se logró su venta. Siguió a esto una serie de transacciones,
cada vez por sumas mayores, hasta quedar en propiedad del Ingeniero
norteamericano Edward Jackson. El presidente de la SOFOFA, Hermógenes Pérez de
Arce, lo estafó, realizando exitosas exhibiciones de la momia sin entregarle ni
un peso de lo convenido, por lo que Jackson la vendió a una sociedad formada
por los señores Torres y Tornero, quienes tampoco terminaron de pagarla a su
dueño, entregándole sólo 5 mil pesos de los 15 mil ofrecidos.
Estos señores llevaron la momia a Estados Unidos en 1901, a
la Gran Exposición Panamericana de Buffalo, Nueva York, para exhibirla en el
Pabellón chileno. Promocionada con un letrero que decía “Petrificación humana:
El único espécimen que existe de un cuerpo preservado de una raza que está
ahora completamente extinta”, la exhibición fue un enorme éxito. Tras el
término de la exposición, la momia siguió exhibiéndose en varios lugares de la
ciudad de Nueva York, donde Torres y Tornero intentaron venderla en varias
ocasiones, sin poder lograrlo debido al alto precio que pedían. Sin embargo, su
codicia los llevó a perder la momia, ya que habiéndose dado una vida de lujos
en Nueva York, adquirieron tales deudas que terminaron siendo embargados por la
compañía Hemenway & Co.
Jackson, quien, al no haber recibido el precio convenido por
la momia, la consideraba aún de su propiedad, hizo muchas gestiones para
recuperarla, viajando incluso a Estados Unidos, pero no consiguió sino ser
nuevamente estafado, por lo que volvió a Chile decepcionado y se olvidó de
ella.
La momia terminó siendo adquirida y donada al Museo de
Historia Natural de Nueva York por el magnate J.P. Morgan en 1905, y sus
utensilios, que habían sido vendidos por separado a otras personas, fueron
comprados por el mismo Museo en 1912, de manera que desde entonces forman parte
de su colección.
Esta momia, parte del patrimonio cultural de nuestro país,
nunca debió salir de Chile, o cuando menos debió haber sido recuperada en su
momento, pero bien sabemos que en aquellos años nadie se preocupaba por tales
cosas. Incluso en los tiempos actuales no existe la debida preocupación por el
patrimonio regional, sino que los hallazgos se envían a Santiago donde su
rastro se pierde, como bien sabemos nosotros, debido al caso de Tommy, la momia
de un niño indígena dolicocefálico encontrada en Mejillones, del cual nunca más
se supo. Desapareció sin dejar huellas.
¿Debería nuestro Gobierno hacer gestiones para recuperar al
“hombre de cobre”? Creemos que sí. Creemos que sí porque consideramos que su
historia no quedará completa hasta que no se haya reunido nuevamente con su
familia. Porque sí, aunque no se mencione, pocos años después de su hallazgo se
encontró en el mismo lugar de esa mina, y a sólo seis metros de distancia, los
cuerpos de su mujer y su hijo, muertos junto a él de la misma y terrible
manera. Nos enteramos de esto mediante un artículo (sin identificación de
autor, pero probablemente del Director del periódico) publicado en el diario La
Nación, del 24 de enero de 1917, el que transcribimos a continuación:
"Aún en los
tiempos modernos la vida de las minas es vida accidentada y novelesca. Guardan
ellas misterios (y) secretos. Sus sombrías cavernas fueron y serán teatro de
tragedias. Sangre y lágrimas se amalgaman con las riquezas que atesoran.
Y las minas atraen: el
hombre civilizado hogaño, como antaño el indígena, buscan y buscaron sus
derroteros, catan y cataron los montes y desiertos hasta dar con sus próvidos
filones.
Con fortuna los unos
las rinden a su antojo; sin fortuna los más pierden vida y hacienda, no siendo
raro el caso en que tendidos quedan al sol sobre la mina misma o emparedados en
el misterio inhospitalario de sus entrañas.
El grabado adjunto es
la reconstitución gráfica de terrible tragedia. Cierra e capítulo triste de una historia
amarga cuyo primer acápite lo escribió ha cuatro lustros la barreta de un
minero de Chuquicamata.
En la mina
Restauradora del mineral citado se descubrió, al efecto veinte años hace, la
momia de un indio al que un derrumbe cavara prematuro e impenetrable sepulcro.
Este indio, que se conserva intacto, vestido de cuprífera armadura, se exhibe
hoy en Norteamérica y tal vez hasta el fanal en donde prosigue su sueño de
siglos, llegue la noticia de haberse puesto punto final a su historia doliente.
No hace un lustro,
otro minero esforzado, don Luciano Páez, nuestro huésped actual, descubrió en
la misma Restauradora, a seis metros del sitio donde fue encontrado el indio en
referencia dos nuevas momias igualmente cuprificadas, y que, sin margen a duda,
son la mujer y el hijo de aquél indio.
Junto a ellos se
encontraron útiles de trabajo y cacharros usados tres siglos atrás por los
indios bolivianos.
Como lo demuestra el
grabado, es tan admirable el estado de conservación en que se encuentran las
momias, que no hay un detalle, ni el más mínimo, que haya sido borrado por el
tiempo.
El gesto de sus
rostros, las contorsiones de sus miembros, el espanto que revelan las cuencas
hondas de sus ojos vacíos, dicen de las angustias de la muerte.
La familia completa,
pero reducida, debió llegar feliz desde remotos lugares en busca del tesoro de
la mina; acampó a sus alrededores, horadó sus rocas, se internó en sus cavernas
y allí un derrumbe la dejó prisionera por siglos de siglos. El hambre y la sed
arrollaron a sus miembros como a piltrafas hasta darlos a la muerte, y una vez
muertos todos, como para calmar sus sueños de riqueza, el cobre de la mina fue
cubriendo sus cuerpos hasta momificarlos.
El señor Páez, minero
propietario de Chuquicamata, ha querido que no se pierdan piezas tan preciosas
de museo y desde la sierra de Calama ha peregrinado con su hallazgo hasta
llegar a nosotros."
Pensamos que deberían reunirse estas tres momias, para ser
conservadas en nuestro país, como corresponde a nuestro patrimonio. Llamar al
“hombre de cobre”, una momia de 1500 años de antigüedad, con el eufemismo de
“Embajador de Chile”, para justificar que esté en otro país, nos parece poco
serio, y creemos que la decisión de la Cámara de Diputados de 2016, de iniciar
gestiones para su recuperación, no debería quedar en el olvido.
Aunque ahora viene otra pregunta, quizá si de difícil
respuesta: ¿dónde están hoy día “la mujer de cobre” y su hijo? ¿existe una
exhibición en algún museo dónde se la pueda ver? ¿por qué seguimos hablando del
“hombre de cobre”, que está tan lejos como Nueva York, y no decimos nada de su
“familia de cobre” y sus pertenencias, que debieran estar en algún lugar de la
Capital?
Alguien dirá que no deberíamos hacer tales preguntas, porque
ya se sabe que "la curiosidad mató al gato", pero sin la curiosidad
¿no estaría todavía el hombre en alguna caverna?
Estimados,hay qué recuperar estos cuerpos momificados que pertenecen a nuestra cultura
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