ALGORTA
Algorta fue una antigua salitrera ubicada en Antofagasta-Chile que perteneció a don
Higinio Astoreca, se dice que paralizo ante del año 1930. También se dice, que
después esta salitrera pasó a manos de la familia Urruticoechea, familia de
tradición minera. Ya en la década del 40’, Leona de Urruticoechea viuda de
Quiroga, le entregó - en vida - su parte de la compañía a su sobrino Luis de
Urruticoechea, pasándose a llamar “Astoreca y Urruticoechea”. Entre tanto, en
1942 falleció el socio Fidel Astoreca dejando como herederas a su viuda y dos
hijas que optaron por vender su parte a Luis de Urruticoechea, incorporándose a
este patrimonio las propiedades salitreras “Concepción” en Antofagasta, y
“Algorta” todo esto para 1947. Finalmente, Luis de Urruticoechea Angulo
abandonó los negocios mineros para radicarse en España dejando en la gerencia a
su hijo Luis de Urruticoechea Echevarría. A mediados de esa década – 1950 - la
familia empezó a retornar al negocio minero de la mano de la explotación de
yodo, a través de ACF Minera en Tarapacá y Algorta en Antofagasta.
A considerar: Esta salitrera comenzó a construirse a fines
del año 1911 y se llamó “Higinio de Astoreca”, su dueño “Astoreca y Cia” un
antiguo industrial de Tarapacá. El administrador de ese entonces era don Juan
Bombehi.
Al buscar más información entre los libros de Becerros
(expresión muy nuestra) Don Rodrigo Castillo del Castillo y Castillo Tapia nos
dice:
Me gusta la historia tanto como la naturaleza, por eso el
recorrer el desierto me produce no poco contento. Pero, aunque es interesante
visitar las ruinas de las salitreras, nunca podré conseguir que no sea una
experiencia triste.
Yo no puedo simplemente ver esos lugares como ruinas de algo
que allí hubo, y mucho menos podría rayar las murallas con un “Aquí estuvo
Tonto Retonto, 1997”, o romper algo por el sólo placer de destruir. Para mí
(¿Cuántas veces lo habré dicho?) es recorrer un lugar donde vivió gente, donde
transitaron personas, donde transcurrió parte de sus vidas.
Encontrar un horno para el pan me hace pensar inmediatamente
en quién lo hizo, tanto como en quien lo usaba horneando pan a diario. Me hace
pensar en la gente que lo compraba, que lo comía.
Recorrer el interior del matadero hace que desfilen frente a
mis ojos los animales que traían para faenar, y hasta creo ver la sangre
corriendo loma abajo por la canaleta. Me parece oír los mugidos, y ver la
ensangrentada ropa de los matarifes.
No, para mí no son sólo unas viejas murallas que se resisten
a caer, para mí son historia viva, que tiene mucho que decir. En Astoreca/Algorta
hay mucho que ver, y mucho que sentir.
La mayoría de las casas son iguales, por fuera y por dentro,
pero de pronto surge una con alguna diferencia; con dibujos en las paredes,
para los niños, por ejemplo. Se ve el intento de alguien, el padre, la madre,
por hacer un poco, un poquito, más alegre la vida a esos pequeños, tan
sufridos. Algunos de los dibujos nunca se terminaron, quedaron apenas esbozados
en su mayoría, y un par de ellos a medio pintar. ¿De dónde sacar pinturas en
ese perdido rincón del desierto? ¿y cómo adquirirlas, además, si los sueldos no
alcanzaban? En otra casa, el dibujo fue mejor hecho y parece ser uno de los
personajes de Barrabases, la revista que trataba sobre un equipo de fútbol. O
tal vez -por la época- sea de su antecesora del mismo autor, “El Cometa”. Infaltable -diría alguien- un Condorito.
Ni los niños ni los adultos lo pasaban bien en la Oficina
Algorta, que tenía las peores condiciones y los más bajos sueldos de todo el
norte. Se pagaban 60 pesos diarios a los obreros a mediados de los ‘50, en
tanto en las otras oficinas recibían sobre 70, e incluso 100 en las de la
Compañía Salitrera Iquique.
Según denuncia ante el Senado hecha por el Senador Allende en
1952, las condiciones de vida eran malísimas, siendo las casas chicas e
insuficientes, con pisos de tierra y sin ventilación. La Pulpería era también
mala y se aprovechaba de los trabajadores, vendiéndoles alimentos de mala
calidad.
En la panadería y el matadero se trabajaba en condiciones
totalmente antihigiénicas, cosa que -de este último- se puede apreciar en sus
ruinas todavía, bastante bien conservadas. Las fondas donde se expendía comida
no eran mejores ni menos insalubres, según una inspección municipal proveniente
de Antofagasta, realizada por la época. No vimos el Hospital, si algo quedaba
de él, del que se sabe albergaba sólo 13 camas, para una población de 5.000
personas. Así, no es de extrañar el alto número de tumbas de niños pequeños,
que se pueden ver en el cementerio. Dicen que a esa oficina la afectaba alguna
especie de epidemia.
Con todo esto, me pregunto ¿Cómo puede ir gente a esos
lugares y rayarlos, ensuciarlos y destruirlos? ¿Cómo puede no importarles ni un
comino los últimos vestigios de toda una época?
Quizá sea porque, en nuestra cultura y a día de hoy, ya no
importa ni el vecino, ya no importa nada, sino uno mismo.
(Obviamente, los dibujos están en parte restaurados. No es la
idea engañar a nadie, es simplemente que no soporto ver las paredes y los
dibujos rayados groseramente).
Para saber más:
Las Ciudades del Salitre
https://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-7715.html
Estudio sobre la industria salitrera de Chile.
https://revistas.uchile.cl/index.php/AICH/article/view/49939
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