El Mineral de Caracoles
Si alguien nos dijese que, desde hoy se protegerá
efectivamente este sitio, más bien lo que queda de él, veríamos los rostros de
los que financian y de los financiados. No somos incrédulos, pero conocemos a
muertos que aún cargan adobes (y cobran por esto) y a vivos muy vivos.
Recuerden: Más sabe el diablo por nosotros que por diablo.
Caracoles.
Entre la Historia y el Olvido
Fue su descubridor, según la historia, Don José Diaz Gana
junto a un pequeño grupo de cateadores (1870) y el poblamiento de estas
soledades fue vertiginoso, llegando a contar con una población de sobre 20.000
almas, todas dedicadas al negocio de la plata, en donde el tiempo valía plata y
el agua se pagaba con plata.
La vida productiva de este mineral fue muy breve, pero los
vestigios y los muertos aún forman parte del recorrido, un recorrido que nos
hace presente la simpleza, la precariedad de todos lo que aquí habitaron, en un
derrotero en donde todo debía ser traído desde otros lugares y en donde la vida
siempre estaba pendiendo de la fortuna.
¿El Nombre de caracoles?
Según los historiadores y cronistas consultados, el nombre
deriva de la gran cantidad de caracoles marinos fósiles que se encuentran
enquistados en la roca y dispersos por el lugar, hablamos de una especie
conocida (por su gran número) como Amonites y los tamaños van desde unos pocos
centímetros hasta unos individuos enormes que son los más buscados, aunque su
extracción y venta están prohibidos en nuestro país.
Dice la Historia
La voz de la plata se oyó en todos los corazones aventureros:
millares de hombres de minas, comerciantes, mujeres y trabajadores inundaron
Caracoles. Fueron muchos los pedimentos, muchas las minas. Los senos de la
tierra no se cansaban jamás de dar plata. El roto de Chile acudió el primero;
no le arredraba el desierto sin agua, quemante en el día, helado en la noche;
él reía y cantaba. Los poetas populares hicieron versos elogiando a los
descubridores chilenos y surgió una copla:
"Viene un enganche y me engancho,
y me voy pa. Caracoles;
y de allí 'traigo hartos soles.
pa' remoler con los Mauchos."
Se vio de nuevo la avidez de California y Chañarcillo. La voz
de la fortuna es cosa de encanto: es dolor, duda, temor y acumulaciones de
deseos. ¿La muerte? ¿Qué significa la muerte, si al margen de ella se puede
encontrar la fortuna?
Para llegar a Caracoles, a 180 kilómetros de la costa, había
que entrar por Cobija, hoy ciudad muerta; la distancia aparente es corta; pero
la ruta, espantosa. Y he aquí cómo Caracoles determinó la creación de
Antofagasta, mísera aldea sin porvenir antes de ese descubrimiento.
Dos hombres animosos, Don Francisco Bascuñán y don Justo
Peña, fueron a Caracoles, descubrieron minas y resolvieron lanzarse al desierto
en busca de una ruta más corta. Fuerte era la aventura, pero la intentaron.
Bajaron la serranía y tomaron un cauce muerto, o tal vez una quebrada, y al
cabo de unas peripecias trágicas se encontraron en La Chimba, que después fue
Antofagasta, el hogar y la esperanza del Chango López.
Corto, relativamente, resultó. el camino: los aventureros y
los hombres de empresa lo aceptaron; perdió cobija su prestigio y en la tierra
del Chango sin tierra, Juan López surgió un poblado que, en muy poco tiempo,
sería el floreciente puerto de Antofagasta, con prensa, iglesia, bomberos,
escuelas, teatros, industrias, etc.
Debió fundarse corno aldea en 1868. Es interesante anotar que
los tratadistas están en desacuerdo con la fecha de la efectiva fundación de la
aldea de Antofagasta y también del puerto.
El factor más importante en la fundación de Antofagasta fue
sin duda el descubrimiento del camino que acortaba la distancia entre la costa
y el mineral de Caracoles: pero nadie presintió lo que llegaría a ser.
Si se considera que en Caracoles la población alcanzó a
20.000 habitantes, que sumados a los del salitre formaron una gran cantidad, y
que Antofagasta era una ciudad llena de comercio, debernos admitir que esa
gente Invadiría al puerto en busca de esparcimiento. Le era necesario separarse
del desierto demoledor, En Antofagasta lo encontraría todo, desde las cosas más
apremiantes, hasta el vino y el amor. Por lógica la ciudad debió ser el más
resonante sitio de riqueza y vicio.
Con el descubrimiento de los minerales de Caracoles y
Huanchaca, que alzaron sus altos hornos en Antofagasta, que derramaban un río
de metal precioso sobre la dudad, vino La edad fantástica, increíble, de la
población: envueltos en el brillo del oro, formaron allí su aquelarre los siete
pecados capitales.
El dinero se ganaba a manos Llenas. En verdad, costaba
esfuerzo. pero ¿Qué podía importarte al estupendo roto el esfuerzo? Los
establecimientos de Huanchaca, Templemann y Caracoles reunían, como se ha
dicho, muchos obreros que ganaban mucho dinero y vivían la peor de las vidas.
Derrochaban sus ganancias y su salud: estaban desatendidos por las autoridades
y eran diezmados por los caciques políticos sin más perspectiva que enriquecer
a los ricos y jugar sus vidas con los dados de la muerte.
La ciudad, en aquel tiempo, semejaba una mancha de sombra
Junto a la claridad del océano; parecía un gran pulpo succionador de vidas.
Poseía muchas calles, donde vivía la gente de trabajo y los maestros; pero
había una nombrada Nuevo Mundo donde medraban las casas de amor, frente a cuyos
portales brillaban los más fantásticos faroles.
En toda su extensión reinaban las canciones y las cuecas ---
entonces, zamacuecas -- y en todos los sitios la razón suprema era la
embriaguez. con su cortejo temible de incoherencias. Los rotos aparecían con
los bolsillos rebosantes de monedas, que arrojaban a la calle, como quien
dispara pedruscos.
El más insignificante pedía cien vasos de ponche. El amor iba
con el que poseyera más fuerzas o mejor supiera esgrimir el corvo, ese mismo
corvo que hiciera célebres a los soldados del Batallón Atacama formado por
mineros.
Hubo pecadoras célebres. Se dice de una que, sorprendida en
Santiago buscando esclavas blancas, y a la que, para dejarla en libertad, le
exigieron como garantía una crecida suma que no llevaba encima, dejo en prenda
sus joyas, avaluadas por la autoridad en 500.000 pesos de aquella moneda en
peniques. Ese medio millón representaba, proporcionalmente, trozos de vida del
pueblo de Chile, tan sufrido y tan desorientado.
También las calles 12 de febrero y Angamos. Hoy Manuel
Antonio Matta-- lucían esa especie de negocios.
Y había uno más, un tanto oculto disimulado, que llegó a ser
el punto de reunión de toda la ciudad, sin distinción de clases. Llamábase Las
Delicias del Canario. Atraía, probablemente, ese nombre, por parecer arrancado
de algún relato de piratería. Un día, alguien escribirá la novela de aventuras
de Antofagasta y hará una obra de gran palpitación.
Es así.
Los viejos, sentados a la orilla del mar, queman sus
cigarrillos y piensan en las macabras caravanas vestidas de seda, del pecado
tan fascinantes y tan. fugaz. Se estremecen todavía al recordar a las
maravillosas mujeres, venidas desde todos los rincones del mundo, a
Antofagasta, a cambiar pecados por oro, a confundir lágrimas con risas, y
placer, con muerte.
A. A. H.
Antonio Acevedo Hernández
http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-3299.html
Lo que viene para este lugar.
Llegar a Caracoles cada vez se nos hace más difícil por la
gran cantidad de mineras y proyectos cupríferos asentados en el sector. La
extensión - de las faenas - va alterando los caminos y no resulta para nada
fácil el acceso. De igual manera, estos actuales derroteros van abarcando más
territorio y no nos sorprendería que en algún momento lleguen al sector
histórico de la Plata, la Placilla de Caracoles y haga desaparecer gran parte
de los vestigios que tan a mal traer se conservan.
Conversando entre los asistentes y viendo el interés, el nulo
interés de la población y de las instituciones encargadas en preservar, se
entendería que este enclave desapareciese con el tiempo y su existencia solo
quede plasmada en los libros de historia. Nos podrán decir – desde las mineras
citadas y los senescales de siempre - que eso no ocurrirá, como nos decían
hasta hace poco tiempo atrás que solo ocupaban agua de mar desalinizada, pero
ya están realizando prospecciones en las cercanías de la Placilla y también
vimos intervenciones en los accesos. Más, nunca hemos visto intención y/o
interés en proteger, por tanto, que sea lo que deba ser.
Quizás, la camioneta que nos siguió por todo el trayecto y
todo el tiempo que estuvimos ahí, no solo estaba para verificar que no éramos
ladrones de cobre.
Agradecimientos a todos los que asistieron a este recorrido y colaboraron con imágenes, especialmente a Don Sergio Cuellar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario