Entre un Maizal de Males
Un día cualquiera ¿Les parece bien un sábado para los más
estrictos en el relato? tuve la mala fortuna de encontrarme con un saqueador de
cementerios pampinos. Sorprendido “yo” de haberlo visto en sus fechorías,
sorprendido y encolerizado “el”, de que lo viese, solo atinó a decirme - con
algunas amenazas incluidas – “Si ya no les sirven a los muertos, que les sirvan
a los vivos”.
Los valores inculcados me impulsaron – en primera instancia –
a no dejar impune este acto, a realizar la reconvención al mísero ladronzuelo y
la correspondiente denuncia, pero recapacite ya que me sirvió la lección que me
dejó un organismo hará unos años atrás cuando sorprendimos y sacamos a un
infausto que estaba destruyendo un espacio de naturaleza y se nos acusó de
tomarnos atribuciones de otros. El individuo que saltaba en su motocicleta dentro
de una reserva nacional no era – para ellos - el malo, él era deportista,
nosotros si lo éramos por haberlo sacado del lugar.
Desde ese momento, solo somos observantes, convencidos de que
las cosas pasan porque alguien lo permite.
De igual manera, desde aquella vez, ese hermoso organismo de
estado, nos ha hecho la vida a cuadritos, pero no tenemos tiempo para sus
niñerías.
Que nos dice al respecto Don Rodrigo Castillo del Castillo y
Castillo Tapia.
A veces, las mejores intenciones - si no las peores - tienen
malos resultados.
En eso pensé al ver este desastre, una tumba abierta y
saqueada en un cementerio salitrero.
No, no es la primera vez que veo una, no es primera vez que
veo un ataúd abierto y/o destrozado con el fin de sacar, de él, cualquier cosa,
por pequeña que sea esta y que hubiesen dejado con su ocupante (debería estar
prohibido vender públicamente ciertos vestigios del pasado).
He visto muchos ataúdes rotos, muchos huesos desparramados y
demasiados cráneos desaparecidos, robados por algún infame adorador del diablo
o por algún oportunista -no menos despreciable-, para venderlo.
Pero me llamó la atención esta tumba porque, el hijo de la
difunta, le puso mucho esfuerzo (y dinero, eso de seguro) para preservar el
cuerpo de su madre. Esta mujer yace debajo de un panteón de metal, grande y
profusamente adornado, que ofrece gran contraste con el resto de las tumbas de
ese cementerio. Rodea el conjunto un cerco bajo, también metálico, y
prolijamente pintado. Se llega a la tumba bajando una escalera de ocho a 10
peldaños, al final de la cual, en el muro que la enfrenta, se encuentra una
placa que identifica a la mujer, y al amante hijo que allí la hubo dejado.
A la derecha, tras un muro extraño, que parece posteriormente
levantado, y bajo un techo de fuerte latón agujereado, se encuentra el lugar
que la contiene. Los restos de una reja -allí presentes- sugieren que
originalmente podía verse el ataúd a través de ella, y accederse al interior.
Lo que yo creo entender es que se construyó así, para que ese
hijo pudiera visitarla, ver el féretro y hasta llegar a él y, que en algún
momento (¿quizá cuando debió irse de ahí?), se retiró parte de la reja y se
reemplazó por ese muro, que la aisló del exterior. Creo que, a eso se debe que
el cuerpo dentro del ataúd, estuviera cubierto por una delgada lámina de plomo,
que lo encerraba, tras la que se puso la tapa que lo sellaba. Así se
contendrían dentro los efluvios del cadáver, y no afectaría – en mucho - que no
estuviese enterrado como el resto.
No pensó ese hijo, sin embargo, en que la ambición de la
gente supera cualquier obstáculo, supera el respeto por los muertos y supera el
miedo a su rencor y venganza.
Y así fue que un día, un día o noche, quién sabe- más de dos
manos cortaron el latón que servía de techo, se introdujeron en el mausoleo,
abrieron el ataúd, rompieron la lámina y profanaron el yacente cuerpo.
Así está todavía ahora, y el cuerpo se halla cubierto por una
fina capa de polvo del desierto, polvo que se introduce por los muchos
resquicios y por el latón a medio cortar, que quedó como una suerte de
compuerta, a la que sujetan unas piedras que alguien le puso encima -no creo
que fuesen los ladrones-, para que no fuera tan evidente lo que hicieron.
Debió haberla cubierto con tierra, ese hijo. Debió haberla
sepultado bien, y no dejarla expuesta a ese trato. Trato que ¿para qué estamos
con cosas? Es el que han recibido la mayoría de los muertos, en los cementerios
de la pampa. Salvo aquellos que por ser muy pobres quedaron cubiertos sólo por
la tierra, con una triste cruz por encima y que ningún saqueador buscaría por
ser demasiado esfuerzo para nada.
No fue buena idea ni ese mausoleo ni ningún otro que
construyeron, pues sirvieron de señal, de llamada a los saqueadores, a los de
entonces y a los de ahora, de aquellos que todavía buscan entre las tumbas algo
que llevarse, aunque más no sea que el cráneo del muerto. Les sorprendería ver
cuántos han perdido la cabeza, literalmente, en este desierto.
Salitreras del sector longitudinal, comuna de Sierra Gorda,
región de Antofagasta-Chile.
Para saber más:
Las Ciudades del Salitre
https://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-7715.html
Estudio sobre la industria salitrera de Chile.
https://revistas.uchile.cl/index.php/AICH/article/view/49939
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