Mucho ignoramos de las creencias de los indígenas que poblaron el norte, en tiempos prehispánicos. Pero algunos resabios quedan de ellas todavía, aunque a veces se confunden unas con otras o con leyendas españolas, en tal medida, que casi se pierde su verdadero sentido.
Así pasa, por ejemplo, con el Llajtay, un personaje mítico en
el que creían los diaguitas y calchaquíes (los calchaquíes eran una etnia de
ascendencia diaguita y poblaban el noroeste argentino, en las provincias de
Salta, Catamarca y La Rioja).
Lo que se puede rescatar de este personaje, en su versión
original, es que tuvo en su origen tanta importancia como la Pachamama. Y así
como la Pachamama es una deidad femenina, considerada la madre del mundo, la
Tierra, y se la invocaba para todo, al Llajtay, deidad masculina, dueño y
protector de los animales, se le invocaba antes de ir a cazar, a fin de que
concediera el permiso para matar animales.
No se encuentra un consenso hoy en día respecto a si hay un
parentesco entre estas dos divinidades, aunque algunos afirman que el Llajtay
es hijo de la Pachamama, y algotro dice que es su esposo. Considerando la
importancia capital de la Pachamama en la cosmogonía indígena andina, cabe
mejor suponer que, de existir un parentesco, fuese el de hijo.
El Llajtay (también llamado Llastay o Yastay por
deformación), es el dueño de los animales y aves: guanacos, vicuñas, suris,
chinchillas, quirquinchos, perdices, etc. Él los cuida y protege de la caza
excesiva, permitiendo a los cazadores matar sólo lo necesario. Y, por cierto,
cuando algún cazador mata en forma excesiva, lo castiga de diversas maneras, ya
sea golpeándolo, haciéndolo perderse para siempre en las serranías o quebradas
o matando sus perros.
La apariencia original del Llajtay no se conoce, es una
divinidad andina y los diaguitas no hacían imágenes de ellas. Sin embargo,
cuando le resultaba necesario presentarse ante los hombres, el Llajtay adoptaba
la forma de los animales bajo su protección (sus animales) especialmente del
huanaco, de la vicuña o el suri. En cualquiera de estos casos, el animal cuya
forma adoptaba era más grande, más colorido y más fuerte que los normales.
Refiere una de las historias que en una ocasión se presentó como un suri de
gran tamaño y de color renegrido, capaz de matar un perro de una sola patada,
en tanto en la mayoría de las ocasiones prefería la apariencia de un macho de
vicuña o un relincho de huanaco (relincho se le llama al macho líder de una
manada), siempre de gran alzada y a veces de pelaje brillante. También se habla
de que es un guanaco blanco, o resplandeciente o incluso que va envuelto en
llamas.
Se tuercen luego las creencias, añadiéndole relatos más
fantasiosos, apariencia humana y se le liga con (los infaltables) tesoros
escondidos de oro y plata. Estas últimas historias reflejan ya claramente la
influencia hispana y el ansia de enriquecimiento fácil. Se presenta entonces al
Llajtay en forma tan diversa como cuando escoge la forma animal: para algunos
es un anciano pequeño y vestido a la usanza indígena, con trato amable y hablar
pausado. Para otros, aparece como un hombre grande y fuerte, de trato duro, o
un hombre maduro de piel blanca y trato condescendiente. Se habla de pactos y
convenios con él, y no falta tampoco el que le asigna características del Maligno
o, incluso, alguno que dice derechamente que “el Malo” y el Llajtay son la
misma cosa. Sin embargo, existiría una forma simple de reconocerlo: tenga la
apariencia humana que tenga, sus huellas siempre serán de huanaco.
Obviamente, todo esto último es sincretismo con las creencias
e historias de origen español, que se repiten a todo lo largo y ancho de Hispanoamérica.
Como hemos dicho, los cazadores debían pedir permiso al
Llajtay antes de salir de caza, de manera que -contando con su permiso- sería
seguro que encontrarían animales o aves que cazar. El no hacerlo podía resultar
en que los animales desaparecieran (recogidos por el Llajtay y encerrados en
sus vastos corrales) o en que los cazadores fueran castigados por su osadía.
Para pedir permiso, presentaban al Llajtay su alimento
favorito: la harina tostada de chaclión. El chaclión es una planta amarantácea,
que produce un pseudocereal, conocido como “trigo inca”.
Se dejaba una bolsa con esta harina en un sitio visible, en
el lugar de la serranía donde se quería cazar, y se volvía al día siguiente a
revisarla. Si se apreciaban pruebas de que se había sacado harina, se entendía
la ofrenda aceptada y se procedía a la caza. Pero ésta debía ser estrictamente
para comer, no estaba bien matar más animales de los necesarios para el consumo
o matar crías y hembras. Hacer estas últimas cosas desencadenaría la ira del
Llajtay, con terribles consecuencias.
Podemos rescatar la enseñanza moral de esta figura
mitológica: el hombre debe respetar la naturaleza y no abusar de ella,
consumiendo solamente lo necesario y cuidando de que los animales puedan
reproducirse, para mantener su número y asegurar la supervivencia de las
especies.
Para saber más:
El Llajtay
https://pueblosoriginarios.com/sur/andina/diaguita/yastay.html
https://www.folkloredelnorte.com.ar/leyendas/yastay.htm
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