En nuestras costas viven muchas especies animales, la mayoría de ellas desconocidas para el antofagastino medio, que nunca se ha sumergido en nuestras frías aguas.
De una buena cantidad de ellas conoce
Y, dentro de esas conchas, en alguna (ahora rara) ocasión,
podemos encontrar una muy llamativa, de aspecto fusiforme y bastante diferente
a otras conchas de caracoles, esta es la del Caracol Porcelana, Caracol Oliva
(aceituna) o -según la ciencia- Felicioliva peruviana Lamarck.
Tiene este caracol tal variedad de colores, diseños y hasta
formas, que muchos científicos han creído que se trata de especies, o
subespecies, diferentes. Pero no. Son todos caracoles de la misma especie, que
parecieran esforzarse por no ser como los demás, por distinguirse del resto de
ellos de alguna manera. Se reconocen al menos 7 colores básicos: blanco, lila,
rosa, leonado, café, oliva y plomo; y no menos de 5 formas: cónica, conoidal,
oliva, semi-ahusada y ahusada. La combinación de estos colores y formas, más la
gran variedad de diseños (generalmente zigzagueantes) en colores cafés y lilas,
producen una enorme cantidad de variaciones, no menos de 60 distintas
reconocibles (Gigoux, 1937). Y, por si fuese poco, se sabe que tienen la
capacidad de cambiar el color de sus diseños.
Años atrás, era común verlos. Aún más años atrás -quizá
alguien lo recuerde todavía- los varones los utilizaban como adorno de sus
pantalones de baño, colocándolos en los extremos del cordón con que se ataban.
Obviamente, se esforzaban en encontrar el más bonito y llamativo, para atraer
más miradas. Y si regresamos aún más en el tiempo, un milenio, veremos que los Camanchacos
les daban un valor ornamental, utilizando los más pequeños como cuentas para
hacer collares, y los más grandes y bonitos como ofrendas mortuorias, en sus
entierros.
No se les considera comestibles, ya que su carne es dura,
correosa y sin sabor, aunque se cree, por el número de ellos encontrados en los
conchales de los Camanchacos, que éstos llegaban a consumirlos en ocasiones,
probablemente por necesidad.
Hoy en día su número es muy escaso, y son pocas las playas de
nuestra ciudad, o sectores de ellas, en los que se puede hallar una de sus
conchas, indicio cierto y triste de que en el mar ya no van quedando, que se
están desapareciendo poco a poco (nos referimos, obvio, a nuestras playas, es
posible que sea abundante en otra zona a lo largo de su distribución).
Tras encontrar uno de ellos, hace unas semanas, y guiados
(mayorcitos que somos) más por la nostalgia que por otra cosa, nos pusimos a
buscarlos playa tras playa. En la gran mayoría de ellas ya no se les
encuentran, sólo en una que otra pudimos, tras revisar incontables conchales,
recoger algunos ejemplares. No todos en buenas condiciones (más bien al revés),
aún pudimos conseguir dos o tres “casi nuevos”, completos y con sus colores y
diseños vívidos todavía.
Una cosa lleva a la otra, y se nos ocurrió entonces hablarles
de ellos y mostrárselos, en la seguridad de que serán muchos los que no los
hayan visto nunca. Pero, atención, tampoco nosotros podemos decir en estricto
rigor que los conocemos, ya que jamás hemos visto uno vivo, sólo sus vacías
conchas. Ni siquiera en internet hay fotos de ejemplares vivos, son muy
escasas. Les compartimos una en que se puede apreciar bastante bien.
Estos coloridos caracoles viven en la zona submareal, entre 4
y 20 metros de profundidad, en playas rocosas y con fondo de arena fina, entre
Sechura, Perú, y Lota, en Chile. Miden hasta 6 cm (Gigoux, 1937) y se mueven
con gran rapidez, sobre todo cuando buscan enterrarse en la arena para escapar.
Se le considera el caracol más bonito de Chile.
Para saber más:
Felicioliva peruviana
https://www.mnhn.gob.cl/noticias/felicioliva-peruviana-lamarck-1811
https://www.ifop.cl/macrofauna/oliva-peruviana/
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