Pequeñeces que nos hablan de Historia.
(Lo que aflora por
el desierto)
Resulta evidente
que dimos con el tesoro de un niño. Uno de aquellos (de los tantos) que vivió y
creció contemplando las soledades y, tal vez, ayudando en las duras faenas de
los mayores. Su tesoro no se encontraba en cofres, arcas o muy bien protegido,
tan solo cubierto de manera muy simple, sin considerar el paso del tiempo.
Saludos estimadas
y estimados amigos.
Siempre nos han
contado que esta parte del territorio nacional tuvo una ocupación relativamente
reciente (con guerra incluida para su posesión). En cuanto a fechas -precisas-
podemos citar varias, como por ejemplo el año 1866 con el establecimiento de
Antofagasta, 1843 Tocopilla, 1862 Mejillones, 1858 Taltal, 1888 Calama. También
contamos con algunas localidades —poblados— que tuvieron una data muy anterior,
tanto de ocupación como de fundación, como sería el caso de Chiu-Chiu y San
Pedro de Atacama. Como corolario a este breve recorrido, podemos citar alguno
que otro poblado que fue relevante y cuya historia se perdió en el tiempo (sin
enumerar salitreras), como, por ejemplo: Gatico, Cobija, Caracoles, Cachinales
de la Sierra o Campamento Esmeralda.
Pues bien. Los
libros de becerros (metafórico, por supuesto) nos indican que esta parte del
territorio ya contaba con cierta población, mucho antes del establecimiento
masivo de personas; hablamos de una población dispersa tanto por la costa como
por los derroteros del interior, que en su mayor parte correspondía a
gambusinos y cateadores dedicados a la búsqueda de fortuna.
Ahora, ¿por qué
esta introducción tan extensa? ¿Cuál sería nuestro motivo para enumerar las
poblaciones existentes y las que existieron por el vasto territorio del
desierto?
Han de saber que,
por azares del destino y el apoyo brindado por nuestros socios, quienes nos han
permitido este año 2025 dedicarnos con más ahínco a recorrer el desierto, hemos
podido acceder a lugares en donde no debiese haber vivido alma alguna, pero
sorprendentemente, no ha sido así. Aparte de encontrarnos con los consabidos
descansos o tambos de los antiguos habitantes, aquellos que por milenios
transitaron por el territorio de este a oeste (y viceversa) para comerciar,
también nos hemos encontrado con antiguas construcciones que, sin duda,
edificaron nuestros connacionales en sus andanzas por el desierto,
construcciones que nos parecerán muy simples en la actualidad, pero que
brindaron una protección —mínima quizás— contra el medio y que, inclusive,
contaron con sus correspondientes corrales para los animales, que servían tanto
para el trabajo diario como para la subsistencia.
Hemos de agregar
que no son pocas las construcciones de este tipo que aún se mantienen en pie,
alejadas de los actuales y antiguos centros urbanos, con mucha dificultad en el
acceso y con sus correspondientes muertos. ¿De qué murieron? Eso nunca no lo
sabremos.
Hemos de contarles
-de igual manera- que el tiempo y el viento han hecho su trabajo, el de cubrir
las estructuras con su manto de olvido. Desde lejos solo se advierte un terreno
disparejo en la vasta planicie llana, o hay que ingresar por las abruptas
quebradas para dar con los vestigios de una ocupación temprana, que en más de las
veces o en todas tuvo un motivo que va de la mano con la minería. ¿Estos
connacionales habrán tenido fortuna? ¿Dieron con la riqueza o solo fue un
esfuerzo vano? Eso tampoco lo sabremos, pero hay ocasiones en donde asoma
-maravillosamente- parte de este pasado, especialmente en donde aún se
sostienen los precarios adobes, el caliche o la piedra que servía de base de
una de estas edificaciones, de aquellas que sabemos que son de antigua data y
en donde, sin necesidad de buscar o intervenir, simplemente afloran por efecto
del tiempo pequeños tesoros que quedaron ocultos y que nadie se llevó al partir
de una u otra manera, es decir, al marcharse o morir.
Estas pequeñas
minucias de la historia las dejamos ahí, cubiertas, protegidas del medio y de
los coleccionistas, y resulta muy grato el poder fotografiarlas, buscar su
historia, el saber que estamos hurgando en el pasado, pero también hay
impotencia cuando no podemos dar con la información mínima, y esto no va con la
idea de compartir dichas historias, que es nuestra tarea, más bien el de no
poder brindarnos a nosotros mismos una respuesta, aquello de quedarnos con
tantas dudas luego de tan extenuantes y peligrosos recorridos.
Dejamos —este año—
de seguir los derroteros establecidos por terceros y hemos ido por nuestros
propios caminos. Siempre con el afán de buscar nuestra historia y patrimonio,
pero con el consabido respeto y cuidado por los hallazgos.
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