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martes, 7 de julio de 2020

CUCARACHA O BARATA. HE AHÍ EL DILEMA.

Las cucarachas o también conocidas como baratas (palabras consideradas sinonimias). Son insectos del orden Blattodea, el cual también incluye a las termitas. Ahora bien. Alrededor de 30 especies de cucarachas de las 4.600 especies conocidas (y de los 460 géneros descritos) están asociadas con hábitats humanos y solo cuatro especies son reconocidas como plagas, agentes propagadores de enfermedades por los espacios en donde habitan.

Molukia negra (Moluchia brevipennis) 

Imagen facilitada por página Facebook Parque Natural " Cerro Los Pinos"

Ahora bien, considerar a todas estas minúsculas como propagadoras de enfermedades no es muy acertado ya que, hay especies en nuestro país consideradas endémicas (propias) que habitan exclusivamente en la naturaleza – alejadas de las ciudades – y son polinizadoras, dispersadoras de semillas y principalmente detritívoras, es decir, formadoras de suelo, un trabajo similar al que realizan las lombrices. Ellas comen material vegetal y lo que defecan es nutriente que las plantas pueden absorber"

Hasta ahora, la ciencia ha descrito 14 especies endémicas de cucarachas, presentes solo en Chile desde Los Vilos hasta la Región de los Lagos aproximadamente. Estas especies consideradas nativas, tienen una relación estrecha con las plantas del matorral mediterráneo porque, sus requerimientos, son los vegetales.

Según los estudios y los investigadores. Estas especies no están presentes ni en el desierto ni el extremo sur del país.

Un ejemplo de cucaracha nativa, la Molukia Negra o Moluchia brevipennis está considerada en la categoría de "Vulnerable", según el proceso de clasificación de especies del Ministerio del Medio Ambiente. ¿La razón? Su hábitat está siendo destruido, ella habita la zona mediterránea de Chile Central y tiene una estrecha interacción con las plantas nativas del Bosque Esclerófilo y Matorral Costero, biomas que la investigadora advierte son "extremadamente raros a nivel mundial".

A considerar (tener presente) Mientras las cucarachas endémicas están sufriendo la pérdida de hábitat, las cucarachas consideradas “plagas” viven una situación completamente distinta. Ese 1% de cucarachas que infecta las ciudades - y por ende nuestros hogares - se están volviendo altamente tolerante a los insecticidas. Además, y contrario a lo que se pueda pensar, las cucarachas son capaces de aprender "por su sistema nervioso y repertorio conductual complejo". "Esta capacidad les ha permitido adaptarse constantemente a las estrategias de control que inventamos nosotros los humanos para mantenerlas a raya".

 

Pycnoscelus surinamensis, una inmigrante asiática ilegal


Las cucarachas de Antofagasta-Chile


Ahora bien y basándonos en el escrito del Sr. Rodrigo Castillo del Castillo y Castillo en su página “Bichos de Antofagasta”.

En nuestro país, Chile, hay registradas al menos 23 especies de cucarachas, de las cuales solo 3 de ellas tienen el molesto hábito de vivir dentro de nuestras casas y edificios, siendo todas "baratas" de origen extranjero, que se han avecindado en nuestro país, como en todo el mundo.

Éstas son:

-        Periplaneta americana

-        Blatta orientalis

-        Blatella germanica, que suele vivir dentro de nuestros electrodomésticos.


Cucarachas de Antofagasta-Chile


Como bien podrán suponer, Antofagasta no cuenta con cucarachas propias (nativas)

Las otras especies son casi todas endémicas del país, y viven en zonas alejadas del hombre, ocupando un importante lugar en los ambientes naturales en el que viven.

No obstante, esto no quiere decir que no puedan llegar nuevas especies y eso es lo que hemos encontrado en nuestra ciudad, una especie oriental que, habiéndose distribuido por muchas partes del mundo, ha llegado también a Antofagasta. Se trata de la cucaracha Pycnoscelus surinamensis.

Pycnoscelus surinamensis

Esta barata es de tamaño medio, alcanzando hasta los 25 mm, bastante menos que la Periplaneta americana, que tanto nos disgusta y a no pocos asusta, cuando tiene la ocurrencia de volar. A diferencia de ella, la P. surinamensis no vuela, aunque tanto machos como hembras tienen alas tan largas como su cuerpo, siendo de un color muy oscuro en los machos y notoriamente más claros en las hembras. Las ninfas (individuos juveniles) de esta cucaracha no poseen alas. Una característica que la hace especial es que la hembra puede reproducirse sin necesidad de tener un macho, por partenogénesis, aunque los individuos nacidos de esta manera serán todos hembras.

Para cualquier antofagastino, acostumbrado a ver baratas desde niño, es fácil reconocer a esta especie, pues tanto adultos como juveniles se aprecian distintos a las que ya conocemos.

Una diferencia fundamental -y no poco importante para nosotros- es que la P. surinamensis no parece interesarse en conocer el interior de nuestras casas, sino que gusta de los lugares en que hay plantas y tierra, bajo la cual se esconde y permanece, alimentándose de todo tipo de materia en descomposición. Los ejemplares que encontré estaban a unos 7 cm de profundidad, y mostraban una asombrosa habilidad para enterrarse y esconderse.

Pycnoscelus surinamensis

Ninfas, capturadas vivas en Antofagasta


Dado lo seco del clima en los alrededores de la ciudad, y su necesidad de lugares húmedos, es difícil que esta cucaracha vaya a propagarse más allá -a mi parecer- como tampoco es probable que, como hacen las otras especies introducidas, vaya a adentrarse en una casa o subir a un edificio.

La verdad, con ese aspecto algo rollizo, hasta las encontré tiernas y sentí simpatía por ellas.

De mi consideración. La cucaracha ya no puede caminar, porque le falta, porque no tiene….

Se tenía que decir y se dijo

 

Referencias y agradecimientos

- Facebook Parque Natural " Cerro Los Pinos"

Molukia Negra o Moluchia brevipennis


- Nuevos registros de Moluchia strigata (Blanchard, 1851) (Blattodea: Ectobiidae) en el Mediterráneo Matorral, Chile central

https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0717-65382016000100015

 

- Diversidad de cucarachas nativas en Chile: dos nuevas especies del género Moluchia Rehn, 1933 (Blattodea: Ectobiidae) para el Valle Central.

https://www.researchgate.net/publication/325139839_Diversidad_de_cucarachas_nativas_en_Chile_dos_nuevas_especies_del_genero_Moluchia_Rehn_1933_Blattodea_Ectobiidae_para_el_Valle_Central

- Especies de cucarachas en Chile

https://www.rentokil.cl/cucarachas/tipos-de-cucarachas/


- Bichos en Antofagasta

http://bichosenantofagasta.blogspot.com/


 


lunes, 6 de julio de 2020

EL LOCO DEL BURRO


 “Es fantástico e increíble, pero estrictamente verídico: Urmeneta vivió en el Tamaya dieciocho años. Su caso no tiene precedentes, no se parece a nada. En este lapso sus hijos crecieron -descalzos y semidesnudos-, su esposa tomó la apariencia de una mendiga, y él mismo estragado por el hambre y la obsesión, llegó a parecerse a un espectro.

Cierto día, en octubre del año 52, su desastre culminó. No teniendo ya con qué comer ni con qué pagar a sus hombres, se resolvió a darse por vencido y puso en venta la mitad de su pertenencia. Pero no encontró interesados, porque nadie quería la mina maldita”

José Tomás Urmeneta

De nuestra consideración: ¿Que tenían ellos que llegaron a lo más alto y, que nos falta a nosotros?

Cualquiera que mirase la imagen de José Tomás Urmeneta podrá emitir alguno que otro juicio, inclusive descalificador y totalmente entendible sobre la oligarquía chilena en el siglo XIX, de la insensibilidad social y de otros tantos atributos que, fueron menester de algunos, pero nunca de todos.

Sobre Urmeneta podemos afirmar que, fue un acaudalado, un visionario, reconocido filántropo y amante de las artes, pero, por sobre todo, poseía una característica que quisiésemos resaltar en este escrito y anhelamos poseer. La capacidad de jugarse el todo por el todo en pro de un objetivo (un sueño).

Ahora bien. Si todos tuviésemos algo de Urmeneta, de López, de Moreno, Almeida, Ossa y de otros tantos más, que grande sería nuestro país, ejemplos hay para seguir, lo que ya no quedan son visionarios.

De los que hacen cortapisas (los chaqueteros de siempre) no se preocupen por ellos, esos jamás se acabarán, tal vez por estos chacales ya no quedan tantos emprendedores o visionarios.

Gracias a Enrique Bunster, afamado cronista de mediados del siglo XX. Por el conocimos realmente a Urmeneta, puesto que, fue el, quién nos mostró a este personaje en toda su existencia y grandeza. Entonces y en honor a ambos, Bunster y Urmeneta. Va este escrito de manera literal.

Fundición y puerto de Guayacán 1872

 

Del libro Bala en boca: 

El loco del burro

Entre 1851 y 1860, Chile fue el primer país productor de cobre en el mundo. Después de perder esta posición privilegiada, la recobró en 1871 y la mantuvo hasta 1880. Había por entonces quinientas minas en trabajo, y los cargamentos eran conducidos anualmente en sesenta veleros y sesenta vapores con destino a los puertos de Europa y el Lejano Oriente.

Esto fue obra casi exclusiva del capital nacional, en una época en que la explotación se hacía con sistemas anticuados y cuando aún no se tocaba el mineral de Chuquicamata.

Este hermoso récord no tuvo nada que ver con la iniciativa o la protección de los gobiernos: antes bien, fue conquistado a pesar de la política estatal, que encarecía la producción con los impuestos desmedidos y nada hizo por respaldarla en el exterior, no obstante que más de la mitad del consumo mundial era de procedencia chilena. Para los estadistas el cobre ha sido solamente un surtidor de ingresos fiscales: él sólo rendía más que la agricultura y la ganadería reunidas.

La clave de aquella primacía estuvo en la inaudita riqueza de las minas. Al paso que en Inglaterra se contentaban los productores con leyes hasta del dos por ciento, en Chile se decía que una veta «era mala» cuando su ley bajaba de diez.

Otro factor determinante fue el poderío de los hombres que sostuvieron la industria. Como el carbón y el salitre, el cobre atrajo o formó a los mayores magnates nacionales. Uno de ellos, don José Tomás de Urmeneta, poseyó la más cuantiosa fortuna de la América del Sur.

Los orígenes de este auge se confunden con los albores de la Independencia, y es todo un símbolo el que los proyectiles de los cañones libertadores se hayan fundido con el cobre nativo de Aconcagua y Atacama. De esa época datan las primeras exportaciones en gran escala, cuando la Compañía de Calcuta, de don Agustín de Eyzaguirre, empezó a mandar sus cargamentos a los puertos de la India (1819), Contemporáneo es también el arribo de los primeros «indiamen», buques hindúes fletados por la British East India Company (la más fuerte empresa particular del orbe, con armada y ejércitos propios), que venían a buscar el metal rojo a cambio de trigo y el té de Ceylán.

En pos de los traficantes llegaron los mineros y hasta los fundidores -tan rápidamente se extendió la fama del chilean copper-; y ya a mediados del siglo existía en Guayacán, levantado por una sociedad inglesa el célebre establecimiento de fundición con el que iban a relacionarse los grandes negocios cupríferos.

Urmeneta entró en acción hacia 1834. La posteridad conoce la altura a que alcanzó y la envergadura de la obra que legó a su patria. Lo que suele ignorarse es el punto desde donde empezó a subir y las circunstancias que determinaron su encumbramiento fabuloso.

Este legítimo rey de la minería nació en Santiago en 1808 y murió en Limache en 1878. Era un retoño de esa inmigración vizcaína que hizo la prosperidad y el prestigio de Chile y que en nuestros días se ha visto reemplazada por la inmigración semita. La muerte de sus padres lo dejó huérfano a los diez años. A los quince, el hermano que lo protegía le costeó su traslado a Providence, Rhode Island, Estados Unidos, para que estudiase comercio. Al regresar, cuatro años después, ya pudo bastarse a sí mismo, pagando el pasaje con el producto de su primer negocio: la venta de un cajón de agujas. El hombre excepcional se anunciaba en sus actos. Habiéndole sido adjudicada su parte de la herencia familiar, renunció a ella en favor de sus hermanas, no pidiendo otra cosa que una mancerina sin valor, recuerdo sentimental de su madre. Después de una segunda salida al extranjero para completar su aprendizaje mercantil, vino a establecerse en la hacienda de Sotaquí, departamento de Ovalle, de la que era propietario su amigo don Mariano Ariztía. Allí contrajo matrimonio con doña Carmen Quiroga, y es importante saber que la única dote que novia y novio aportaron, fue «la decencia de sus personas».

El objeto de su establecimiento era hacerse cargo de la administración de la hacienda, que Ariztía le había confiado más por caridad que por conveniencia... Pero desde el momento mismo de instalarse allí, sus miradas se posaron sobre un cerro que divisaba desde el corredor de la casa: el cerro Tamaya.

(Literal) Está éste situado a veinte kilómetros al N. O. del pueblo de Ovalle, en la banda septentrional del río Limarí, y corre de norte a sur con una altitud de 900 metros. Su aspecto es salvaje y desolado. Su sola utilidad era una vetita de cobre, ya medio bronceada, de la que extraían metal para la manufactura de utensilios domésticos.

Contrariando la opinión de los mineros y cateadores, el joven Urmeneta se forjó la idea de que esta montaña podía esconder un vasto yacimiento. El origen de su intuición es un misterio; sólo se sabe que, con la ayuda pecunaria de su protector, tomó en arriendo un pique abandonado, casi en la cumbre del cerro, y comenzó a trabajarlo con sus pobres medios.

A poco de iniciarse las faenas, los barreteros tropezaron con una buchada que hizo de su explorador un pequeño potentado. La producción, enviada a Inglaterra, significole una ganancia de doscientos mil pesos de 48 peniques.

Pero la bonanza no debía pasar de allí. El pique se broceó, y en dos años se tragó la mayor parte de los haberes del empresario.

Inmutable ante el fracaso, éste denunció otra mina abandonada, la de El Durazno, que creía más cercana a la supuesta veta matriz, y empezó a horadarla en la roca viva. La nueva empresa consumió los restos de su capital. Arruinado, tuvo que sacar a su mujer y a sus niños de la casa de Sotaquí y llevárselos consigo a un rancho de adobes y techo de totora que levantó en la falda del cerro. Los paisanos le hicieron blanco de su lástima y de sus burlas. Por su costumbre de movilizarse en un asno -que otro lujo no podía permitirse-, le llamaron «El Loco del Burro». 

Es fantástico e increíble, pero estrictamente verídico: Urmeneta vivió en el Tamaya dieciocho años. Su caso no tiene precedentes, no se parece a nada. En este lapso sus hijos crecieron -descalzos y semidesnudos-, su esposa tomó la apariencia de una mendiga, y él mismo estragado por el hambre y la obsesión, llegó a parecerse a un espectro.

Cierto día, en octubre del año 52, su desastre culminó. No teniendo ya con qué comer ni con qué pagar a sus hombres, se resolvió a darse por vencido y puso en venta la mitad de su pertenencia. Pero no encontró interesados, porque nadie quería la mina maldita.

En tal momento decisivo -gran momento de la historia de Chile-, el noble Ariztía acudió una vez más en su ayuda y le entregó cuarenta mil pesos para que jugase su última carta.

La perforación se reanudó, y dos días después, en el lugar denominado Frontón de Campino, a 330 varas de profundidad, las barretas cortaron un filón de un metro ochenta de grueso y de ley del sesenta por ciento.

¡La veta cuprífera más grande y rica jamás encontrada en el mundo!

 «No ha habido minero -dice un historiador- que haya merecido más ampliamente su suerte y su caudal».

De un día para otro, el Tamaya solitario pasó a ser el mágico imán que atraía a los soñadores de riquezas. Sus laderas se poblaron de cateadores afanosos, y una en pos de otra fueron descubriéndose nuevas minas. El cerro entero era un depósito de cobre de leyes descomunales. 

Urmeneta frisaba entonces en los cuarenta y cuatro años. Se le describe como un hombre de airoso porte, parco y glacial a simple vista, pero poseedor en el fondo de una sensibilidad incomparable.

Sus virtudes fueron recompensadas con largueza. El solo Pique Urmeneta, como se llamó a la mina descubridora, le produjo diez millones de pesos. Las otras vetas, que posteriormente fue comprando, han debido rendirle cuatro o cinco veces más.

Su tenacidad fenomenal y sus rentas inmensas permitiéronle imprimir a sus empresas un impulso del que no había ejemplo en el país. Las faenas de extracción se modernizaron mediante poderosas maquinarias movidas por el vapor y manejadas por operarios traídos de Inglaterra. Al pie de la montaña surgió una población, y un camino expresamente labrado dio paso a los convoyes de mulas y carretas que transportaban el mineral hasta la costa. Navíos de Liverpool, Swansea y El Havre venían a estacionarse en Coquimbo a la espera de su embarque.

Ficha Minera Tamaya

Las exportaciones debían hacerse en bruto, porque la fundición inglesa de Guayacán había fracasado y se hallaba paralizada. En 1858, Urmeneta decidió que el cobre chileno debía fundirse en Chile, y sin dilación compró el establecimiento y se dio a la tarea de reacondicionarlo.

Lo que no habían conseguido los británicos, lo logró él a fuerza de práctica y paciencia. Mezclando en cierta porción (secreto suyo) los óxidos con los sulfatos, obtuvo un abaratamiento y una aceleración del fundido que habilitaron a la usina para volver a encender sus fuegos. La dirección del negocio corría a cargo de don Maximiano Errázuriz, su yerno predilecto, con el que había formado la sociedad Urmeneta & Errázuriz. Era la mayor fundición de su especie en el continente, después de la de Lota: daba trabajo a cuatrocientos hombres y consumía cada año 25.000 toneladas de carbón. El Humo de sus treinta y cinco hornos ennegrecía el cielo del lugar, y su resplandor, por las noches, era el faro que guiaba a los buques al entrar en la bahía.

El nuevo multimillonario se tomó un memorable desquite de sus años de miseria. El esplendor y magnificencia de su vida hicieron época en la sociedad chilena. En los alrededores de Limache compró para su solaz una estancia de quinientas cuadras, que fertilizó con obras de regadío y forestó con especies exóticas, hasta convertirla en un lugar de ensueño. En la capital (calle de las Monjitas) levantó un palacio suntuoso al costo de quinientos mil pesos. Construido en piedra y en estilo gótico inglés, este edificio tenía puertas de maderas preciosas y vitrales coloreados a fuego. Sus salones y vestíbulos llegaron a reunir la más valiosa galería de arte conocida en Santiago. Fiestas y bailes feéricos lo tuvieron por escenario, y su celebridad lo pobló de leyendas. Se decía que los duendes se daban cita en sus enormes habitaciones y que en una de las torrecillas, disimulada por la yedra, existía una salida secreta por donde el dueño de casa escapaba en horas nocturnas. 

A la puerta del palacio había una berlina con caballos y lacayos importados de Inglaterra. En días de spleen o de ocio, el magnate se hacía conducir a Valparaíso. Allí lo esperaba el Dart, su yate a vapor de doscientas toneladas, con camarotes principescos y tripulación de uniforme. A su bordo embarcose una vez con el naturalista Philippi y el fotógrafo Helsby, y salió a vagar por el Pacífico. Parodiando a Colón, gratificó al vigía que primero divisó la tierra de Juan Fernández. Haciendo él mismo de piloto, puso la proa a la Oceanía y fue a dar a Tahití, el edén de las vaina que se entregan por una sonrisa. 

Favorito del éxito y la fama, se vio aureolado de todos los honores que podía apetecer. Fue hecho diputado (1858) y senador (1861); presidió los directorios de los ferrocarriles fiscales, fue juez de la Corte Suprema y consejero de Gobierno; y en el colmo de su triunfo (1870) lo ungieron candidato a la Presidencia de la República, que se le escapó de las manos por causa de la intervención electoral.

Los que de él se mofaron un día, cuando cabalgaba en el burro de la pobreza, han debido mirarlo después con estupefacción supersticiosa, como si en él se hubiese encarnado el héroe de un cuento legendario.

El incesante crecimiento de la producción hizo insuficiente la capacidad de Guayacán. Teniéndolo previsto, Urmeneta planeó y ejecutó en dos años el montaje de una nueva planta fundidora. El lugar elegido fue la bahía de Tongoy, a treinta kilómetros al sur de Coquimbo, sobre una caleta que antaño utilizaron los balleneros y cuya playa estaba cubierta de restos de cetáceos. La imponente fábrica significó un desembolso de un millón de pesos, y fue traída des Alemania en un barco expresamente fletado. Inaugurada en 1868, se la exhibió como el más acabado exponente de la industria pesada nacional. Comprendía nueve hornos de reverbero y otras tantos de manga; potentísimos chorros de aire multiplicaban la liquidación de los metales. Frente al establecimiento debieron construirse tres muelles de fierro, dotados de equipos de vagonetas y grúas a vapor. En la cercanía se formó una población de mil quinientas almas.

¡Las realizaciones que hoy están reservadas a los gobiernos y a los trust financieros, las llevaba a cabo un hombre solo, con sus propios medios y sin respaldo de nadie!

Su audacia y dinamismo no se detuvieron aquí. En plena era del ferrocarril, resultaba anacrónico el que los minerales se siguiesen transportando en carretas..., y entonces encargó a Errázuriz que hiciera construir un camino de hierro desde las minas hasta Tongoy, y luego otro desde Guayacán hasta Cerrillos, para empalmar con el F. C. de Coquimbo.

Las dos líneas, de una extensión conjunta de cincuenta kilómetros, se entregaron al servicio entre 1859 y 1868, y fue su costo de un millón y medio de pesos. Los rieles treparon por las faldas del Tamaya hasta su cumbre misma, casi a novecientos metros de altura; y hasta allí subieron los trenes, arrastrados por dos y tres locomotoras, para recoger el tesoro que fluía del fondo de los piques. 

Simultáneamente Urmeneta había terminado de comprar las restantes minas del cerro, y a la fecha explotaba las más ricas de entre ellas: la Almagro, la Murciélago, el Borracho, Arenillas, Las Ánimas, Campaniño y San Lázaro. La fama de su fuerza colosal repercutió en el exterior: en la Mining Review de Chicago, un articulista le llamó «The mining Genius of Chile».

José Tomás Urmeneta

Fueron esos los años en que el cobre alcanzó su récord histórico. Ferrocarriles y fundiciones no daban abasto: en 1871 Guayacán casi se fundió a sí misma (al decir de un humorista) entregando su cifra tope de cuatro millones de kilos en barras y seis millones en lingotes. La usina sólo dejaba de funcionar seis horas en el año: lo justo para limpiar las tuberías de sus hornos. Tongoy apenas le iba en zaga, y la producción de las dos mantenía ocupada en su acarreo al grueso de la flota mercante nacional.

Sobre el hombre del Tamaya caía la riqueza como un aguacero. Desbordándose, ésta tuvo que ser canalizada en otras direcciones, en negocios que ya casi escapaban al control de su dueño. Durante los últimos años de su vida el rey del cobre abordó la industria vinícola, plantando en Limache la viña que sería famosa y cuya administración confió al segundo de sus yernos, don Adolfo Eastman. Intervino a la vez en las empresas carboníferas, explotó la plata y el oro en catorce minas de Punitaqui, Tambillos, Arqueros, Huasco y Andacallo. Del mismo modo estuvo comprometido en los cultivos experimentales de la seda y la betarraga de azúcar. Su fortuna llegó a estimarse en setenta millones de pesos.

Si no fue aún más poderoso, es porque practicó el principio de que hay que hacer algo por el prójimo. 

Se mencionan entre sus gestos filantrópicos el obsequio de un lazareto y dos escuelas al pueblo de Limache y la subvención de seis colegios en las poblaciones mineras; la fundación de la Casa de Orates de Santiago, el mantenimiento del Hospital de San Vicente y el pago de la mayor parte de las obras del cerro Santa Lucía. Como amante del arte, fue un mecenas que mandó a perfeccionarse en Europa a pintores y escultores que más tarde alcanzaron la celebridad. Sin ser banquero ni prestamista, financió los proyectos industriales y comerciales de cuanta gente buscó su ayuda. Entre los favorecidos se cuenta el Gobierno de la República, al que facilitó trescientos mil pesos para la construcción del ferrocarril Santiago-Valparaíso.

Sus donaciones espontáneas no pueden casi enumerarse. Con la misma generosidad con que hizo restaurar las iglesias de La Estampa y la Viñita, dotó de equipo al Cuerpo de Bomberos, proporcionó su yate durante el conflicto con España, socorrió al vecindario de Valparaíso a raíz del bombardeo y encabezó todas las listas de suscripciones para la erección de los monumentos que adornan la capital. 

Los legados y pensiones llenan páginas y páginas de su testamento. Pocos días antes de morir, entregó a Eastman una orden escrita encargándole que sus funerales se hiciesen sin ninguna ostentación «pues quería que la que se había de gastar en una ceremonia, se repartiera entre los pobres».

Sus exequias tuvieron el brillo de una apoteosis. El templo de San Francisco fue estrecho para contener a la multitud que desfilaba ante la capilla ardiente; y un acompañamiento popular de millares de personas marchó en pos de la carroza. Lo lloraron y lo despidieron como a un benefactor de la nación.

 

Referencias:

Bala en Boca

http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/bala-en-boca--0/html/ff78a072-82b1-11df-acc7-002185ce6064_3.html


 


domingo, 5 de julio de 2020

LAS AGUADAS DE COBIJA

Antofagasta es considerada, desde siempre, la tierra de la riqueza infinita pero, durante mucho tiempo solo fue desolación (despoblado), un espacio carente de todo y muy especialmente del más vital de los elementos - el agua - y como reza el dicho: “Sin agua no hay posibilidades de vida” y todo podría haber sido muy distinto - en nuestros inicios - si no hubiese sido por las muchas sorpresas que este desierto nos brindó para su conquista, fue allí donde la existencia de las aguadas costeras constituyeron una invaluable fuente de agua que, permitió la subsistencia de los primeros habitantes y de los primeros colonizadores. No obstante, a medida que la población aumentaba, debieron buscar nuevas soluciones, aplicando nuevas tecnologías, especialmente de las resacadoras lo que permitió abastecerse directamente del mar.

Erika Maulen en una de las aguadas de Cobija (Vertiente seca)

¿Qué pasó entonces con estas aguadas costeras? El tiempo y la modernidad permitieron que se fueran perdiendo sus huellas y le restaron total importancia hasta quedar en el olvido. Más, antiguos escritos nos permiten traer al presente estos lugares y esta es la oportunidad de mostrar algunas de ellas para el conocimiento y deleite de ustedes. Sean entonces bienvenidos a nuestra búsqueda. A las Aguadas de Antofagasta y en esta oportunidad nos vamos a las aguadas de Cobija.

Cobija es en la actualidad una caleta pesquera perteneciente a la comuna de Tocopilla, Región de Antofagasta (Chile). Se ubica en las costas del océano Pacífico, entre las ciudades de Tocopilla y Antofagasta.

Puerto de Cobija en la actualidad

Fue fundada en 1825 a instancias de Simón Bolívar con el nombre de Puerto La Mar (o Lamar), y fue un puerto boliviano hasta su ocupación por tropas chilenas en marzo (21) de 1879 en el marco de la Guerra del Pacífico o del Salitre. Fue la capital del departamento boliviano del Litoral hasta 1875.

En cuanto a su historia contemporánea, la cual no es de nuestro interés en esta oportunidad, nos dice:

Simón Bolívar se propuso crear un puerto para el recientemente organizado estado boliviano. En un principio se pensó en el puerto de Arica; sin embargo, fracasadas las conversaciones con el Perú para la cesión de este, el gobierno boliviano comisionó al coronel Francisco Burdett O'Connor, quien eligió el puerto de Cobija (antiguo asentamiento chango). Hemos de agregar como minucia histórica que, el primer asentamiento en el lugar databa de 1578, cuando funcionó como puerto de cabotaje para Charcas.

Francisco Burdett O'Connor

A instancias y reclamos del gobierno chileno, el estado boliviano lo decretó puerto nacional el 25 de diciembre de 1825. Finalmente, fue entregado al Estado boliviano, en concesión, nombrándolo La Mar, en "justa recompensa al mérito contraído por el gran Mariscal don José de La Mar, vencedor en Ayacucho" según reza el decreto de su habilitación.

José de La Mar

 

Ahora bien, Cual o cuales serían las ventajas de Cobija para haber establecido un puerto en estas latitudes, nos referimos al litoral hiperárido de Antofagasta, en un espacio carente de recursos y sin la presencia de desembocaduras de ríos, salvo el Loa, muy distante.

Pues bien, el más importante de todos ellos, la presencia de aguadas además de:

a) Ser un lugar seguro y protegido para la recalada de los navíos;

b) Contar con algo de recursos. Abundante pesca, especialmente del congrio y del tollo in situ, que era convertida por los indígenas locales en charqui de pecado y exportado a las provincias interiores con el nombre de "charquecillo" (Potosí, Sucre, Lipes);

c) La presencia de pastos en los altos de los cerros comarcanos, por espacio de varios meses, gracias a la camanchaca costera, entre los meses de Julio y diciembre, lo que permitía el talaje de animales, como burros y mulas;

 d) La existencia de una bien traficada vía de comunicación prehispánica con el interior, a través de paskanas y tambos que permitían el acceso a las poblaciones ribereñas del Loa (Calama, Chiuchiu,) y del altiplano de Lipes.

Condiciones que no se daban en ninguna otra parte de esta extensa franja litoral norte y que favorecieron el asentamiento humano pretérito y reciente.

Oleo de Jean Víctor Adam, Cobija 1841
Oleo de Juan Mauricio Rugendas, Cobija 1842

Sobre el tema que nos convoca, las aguadas:

Dice la historia que, en 1829 el ministro del Interior del Presidente Santa Cruz asumió como su principal responsabilidad entregar suficiente agua potable a la población establecida en Cobija, ante lo cual, se hizo muy necesario ubicar aguadas. Esta orden dio resultados positivos y en noviembre de ese año, el gobernador Gaspar Aramayo informó de la existencia de cuatro de ellas. Luego, transcurrido un mes, orgullosamente dio cuenta del nuevo descubrimiento de otros cuatro surgimientos de agua, uno de ellos ubicados en el centro mismo de Cobija.

En suma, al término de ese año, sumando las existentes, Cobija contaba con diez aguadas. Santa Cruz, en alerta de las dificultades que surgían en Cobija por su creciente desarrollo como puerto y entendiendo que se dependía de un adecuado abastecimiento de agua, dictó el 30 de diciembre de 1830, un decreto para resolver el problema: “habiendo observado —proclamó la disposición— que las playas de Cobija no carecen de aguadas y que ellas se encuentran en todas direcciones decreto que:

Primero. Se autoriza al gobernador de El Litoral para comprar dos taladros artesianos, como el que tiene en el puerto, los que se utilizarán en perforar la tierra hasta conseguir las aguadas abundantes, en beneficio de la población.

Segundo. Se ha autorizado para perfeccionar y adelantar las aguadas existentes y particularmente la de Las Cañas, estableciéndose en ella grandes depósitos y estanques que contribuyan a la comodidad de la población”.

El decreto produjo sus frutos. Se trabajó fuertemente en las aguadas Algarrobo y Las Cañas.

Aguada Las Cañas. Cobija 2016

En la primera las obras costaron 4.000 pesos. Si bien era una de las más importantes, el caudal que entregaba no era constante.

 

Según datos:

Febrero de 1833: produjo 5 barriles diarios

Abril de 1833: produjo 7 barriles diarios

Junio de 1833: produjo 12 a 13 barriles diarios

Agosto de 1833: produjo 15 barriles diarios

¿A cuantos litros de agua equivale un barril? En las reseñas históricas no hay mención, pero ha de corresponder a unos 120-160 litros aproximadamente

Esta agua se distribuía mediante los aguadores que iban por la ciudad vendiendo esta agua en toneles montados sobre burros, y a veces, sobre llamas o alpacas.

Los arreglos en la aguada Las Cañas tuvieron un costo menor de 3.000 pesos y producía más que la de Algarrobo. En el mes de julio, producía en su depósito más grande 100 barriles diarios y en el más pequeño 50. Pero la lluvia aumentaba su capacidad. En agosto llegaba a 500 diariamente.



Las aguadas tenían un depósito mayor y otro menor. Eran construidos de madera, pero forrados interiormente con plomo a fin de evitar la fuga de agua. La aguada descubierta en el centro de la población también fue arreglada. La cifra fue de 300 pesos, lo que se explica por qué recibió la colaboración de mano de obra, entregada por los soldados de la Brigada de Artillería.

El aporte de esta aguada era tal que se la comparaba con la de Las Cañas. Igual que las otras estaba formadas por un receptáculo de madera forrado con plomo. Tanto la fuente como el depósito estaban encerradas en una especie de cajón de sólidas paredes, para evitar que el agua se ensuciara con el polvo arrastrado por el viento.

El avance de Cobija

La Guerra contra la Confederación Perú boliviana (1836-1839) decidió la caída de Andrés de Santa Cruz, el “hacedor de Cobija”. Sin embargo, el ascenso de José Miguel Velasco (1839-1841) no debilitó la preocupación por el puerto. Al asumir el cargo, pidió al gobernador de El Litoral que le sugirieran cuáles eran los problemas más agudos. La respuesta fue que era urgente reparar las aguadas, entre otros asuntos. Respecto a las aguadas se respondió: “es una verdad que el principio vital de la existencia de Cobija no será sólo la conservación de las aguas… sino la seguridad consistente en los depósitos para que la distribución de aquello sea muy exacta. Hay quejas porque las fuentes se encontraban ruinosas”. Finalmente se insistía en la necesidad de descubrir nuevas surgencias de agua.  Más tarde, Cobija solucionaría el problema de agua con la instalación de máquinas condensadoras.


Sobre su antigua población indígena. de changos y camanchacas.

 

Cobija fue un reducto de numerosas familias de indígenas pescadores y uno de los poquísimos "puertos" del extremo norte de Chile, junto a Iquique y Pisagua, que, juntos, tienen el raro privilegio de contar con información muy temprana (fines del siglo XVI). por ser sitios de recalada casi forzosa. Ya el Factor de Potosí Juan Lozano Machuca   en 1580 se refiere explícitamente a este lugar, nombrándolo como el "puerto de Atacama" ubicado en “la ensenada de Atacama". Y señala que por esas fechas había unos 400 “uros pescadores" morando en sus contornos. Seguramente tal población se extendía por una extensa franja litoral incluyendo Cobija, Chacaya, Gatico y Punta Guasilla y otros sitios próximos.

 

La primera referencia clara a Cobija como el "puerto de Atacama".

 

Lozano Machuca señala en su: "Descripción de Cobija” hacia 1580.

 

"... se podrían poner estos indios de Atacama en la Corona real y reducirse a uno o dos pueblos, que serán hasta dos mil indios: demás del tributo que darían a Su Majestad, se podrían labrar muchas minas de cobre que hay en aquella comarca, en especial en el mismo puerto de  Atacama, a la lengua del agua y partes donde con cinceles se podrá cortar el cobre fino como V. Excelencia lo verá por la muestra que lleva Diego Enríquez...".

 

"En la ensenada de Atacama que es donde está el puerto hay cuatrocientos indios pescadores uros que no son bautizados ni reducidos ni sirven a nadie, aunque a los caciques de Atacama dan pescado en señal de reconocimiento. Es gente muy bruta, no siembran ni cogen y susténtanse de solo pescado y están junto a esta veta de cobre, y así con estos indios y los atacamas se podría labrar esta veta y sería de gran provecho a su Majestad por estar tan junto al puerto y poderse llevar cobre por todo el reino y a España por el estrecho. [de Magallanes]... Será esta ensenada de 20 leguas...".

 

Un pueblo de 50 ranchos de cueros de lobos marinos.

 

En la fecha antedicha (1580), los changos pobladores de Cobija no han sido aún evangelizados.  Es probable que para esta tan antigua fecha, ni siquiera haya existido una capilla y menos una iglesia en Chiuchiu o "Atacama la Baja", desde donde posteriormente bajarán de tanto en tanto sacerdotes a Cobija a bautizar y evangelizar a los residentes indígenas. Las primeras referencias a visitas pastorales de sacerdotes a Cobija datan del año 1641, si bien existen indicios de que su población indígena ya fue visitada esporádicamente desde fines del siglo XVI. Cuando bastante más tarde, el ingeniero militar francés Amédée-François Frézier visita el lugar en junio del año 1712, cita expresamente haber visto la presencia de 50 ranchos de indígenas en la bahía de Cobija.  Así lo señala Vicente Cañete y Domínguez, Gobernador Interino de Potosí, en su descripción del Puerto de Santa Magdalena de Cobija en 1787, al aportar nuevos y valiosos antecedentes sobre el modo de vida de estos pescadores recolectores.

Amédée François Frézier

 

La declinación demográfica y desaparición de los changos.

 

132 años después del relato de Lozano Machuca (1712), aún viven en Cobija y sus alrededores al menos unos 200 a 220 changos pescadores de acuerdo con el recuento de viviendas indígenas que nos reseña Frézier. No hay prácticamente población blanca asentada allí todavía. La población indígena no había declinado aún y sus servicios como pescadores, mariscadores, cargadores y hábiles elaboradores de charqui de pescado eran todavía muy apreciados. Esta situación demográfica cambiará muy bruscamente en el siglo XIX a partir del año 1825, cuando la naciente república de Bolivia establece aquí su principal puerto de entrada al Pacífico, tras el prolijo reconocimiento marítimo hecho por el marino Francis O´Connor, comisionado al efecto por el mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre. Con la llegada de numerosos comerciantes, aventureros y mineros, y la construcción del poblado e incipiente puerto, se verificará un brusco cambio en el modo de vida de estos pescadores y muy pronto las enfermedades y epidemias troncharán la vida de la mayor parte de ellos.

 

Antonio José de Sucre

Los terremotos y la aparición de la epidemia de fiebre amarilla.

 

Hacia 1860-1865, bajo control administrativo y económico boliviano, conocerá Cobija su máximo esplendor, llegando a albergar una población de casi 5.000 habitantes, incluyendo los numerosos indígenas changos (Bittmann, 1980). Veinte años después, hacia los años 1880-85, desaparece para siempre la población aborigen en este puerto como efecto directo de la epidemia de fiebre amarilla que se descargó con terrible virulencia en el litoral sur peruano y boliviano en el año 1869.

Dice Don Horacio Larraín Barros: Este doloroso episodio de la historia humana (la desaparición completa de una etnia ancestral) de esta zona litoral no ha merecido un estudio serio hasta el presente por parte de los investigadores, ignorándose cuáles o quiénes habría sido los transmisores y "vectores" humanos directos de este flagelo. ¿Tuvo algo que ver en esta pavorosa difusión epidémica la importación masiva a las costas peruanas de operarios chinos traídos de Cantón, los que se diseminaron por las guaneras de la costa? No conocemos estudios históricos serios y fundados en este sentido, pero sospechamos que existe alguna desgraciada relación entre estos dos hechos, cronológicamente tan coincidentes.

 

De Cobija, en la actualidad, solo quedan sus ruinas aledañas a un poblado de pescadores.








 

Bibliografía relevante:

 

PARA VIVIR EN COBIJA: PREVALENCIA DEL MODO DE VIDA COSTERO EN ATACAMA

https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0717-73562015000200014