El Humedal del Km 12 o ¿del 6?
Lo que haga más felices a los
intrincados de siempre
Decir kilómetro 12 llenará de alegría y de recuerdos a muchos
de los antofagastinos que vivieron su niñez por estos lares e hicieron de este
lugar su patio de juegos y lugar de exploración. En la actualidad, algunos
manejan la idea de llamarle Km 6 y este cambio, en el nombre, no altera en nada
su pasado y su actual condición, pero da pie a la controversia y algunos – como
bien saben - se aprovechan de la controversia “vana” para cambiar el tenor de
la conversación y así escapar a su culpa o, librar de la culpa a sus cercanos,
con la falacia del espantapájaros. De
igual manera, los que allí están establecidos, ya sea con su empresa, su galpón
o construcción, no tienen culpa, son otros los que cerraron los ojos,
extendieron la manito y permitieron la destrucción de tan hermoso lugar y esos
otros siguen entre nosotros, cual mosca (Como dice la canción ¡Complete la
oración!)
Las Crónicas de los Caminantes del Desierto.
Esta crónica, más bien esta historia y vivencia la llevamos a
ustedes gracias al auspicio del Sr Carlos Antonio Altamirano. Gracias Carlos,
somos tus agradecidos.
Apenas llegado a este norte, un día de marzo de 1984, con la
finalidad de cursar estudios superiores, me di a la tarea de buscar los colores
de la naturaleza a los cuales estaba tan acostumbrado, aquella naturaleza tan
expresiva que había dejado atrás y que, en este lugar, al parecer no existía.
Fue realmente un cambio drástico y resultaba muy deprimente el simple acto de
observar aquellos cerros que aprisionan a esta ciudad contra el mar y no ver un
mísero atisbo de vegetación; y la ciudad, la que conocí en aquellos años, no
era muy cobijante que digamos, especialmente por su evidente escasez de agua,
la de aquel entonces, escasez que no permitía mantener más de algunos espacios
con vegetación y que resultaban insuficientes.
Algunos dieron como sugerencia el visitar La Chimba, otros
hablaron de Taltal y sus cerros, hasta que llegamos a la más hermosa de las
ideas: visitar el humedal del km 12, supuestamente un oasis escondido tras los
cerros y en donde encontraría vegetación, bastante vegetación y algo de fauna.
Llegar ahí era relativamente sencillo, según me dijeron, sólo
se debía tomar el camino que nos llevaba de Antofagasta a Calama, es decir,
salir de la ciudad por la quebrada del Salar del Carmen y cuando llegase al
final de los cerros, ahí me encontraría con dicho vergel, espacio que en
aquellos años también contaba con quintas en donde se cultivaban frutas y
verduras para el consumo local.
Como corresponde y sin ser aún - en dichos años- un Caminante
del Desierto, digo esto para explicar que no me fui caminando al sector,
conseguí que alguien me llevase al lugar. Apenas asomé por dicho espacio la
alegría me embargó, ahí en frente de mi vista podía contemplar la naturaleza en
toda su plenitud, una naturaleza muy especial, puesto que era muy nortina y
sobrecogedora. Atravesé las calles de aquel incipiente pueblo de agricultores
del desierto y me dirigí raudo a perderme entre aquella vegetación, entre los
enormes arbustos, pero – extrañamente - no eran arbustos los que veía, más bien
eran las llamadas Colas de Zorro, una especie que abunda en los márgenes de los
ríos de este norte e independiente del porqué, estaban ahí, para el deleite de
todos, me llené de alegría e ingresé por dicha vegetación hasta perder de vista
las casas y los cerros. Era primavera y había flores por doquier, hermosas
flores cuyos aromas inundaban el aire y que invitaban a perderse entre tanta
maravilla. Eso de recostarse en el mullido colchón de las Cortaderias (Colas de
Zorro) y escuchar el paso del viento moviendo cual marejada las altas y
plumosas espigas, todas danzando al unísono, hasta donde alcanzase la vista.
Fue gratificante y fue hermoso, todo un deleite, todo un espectáculo.
En el centro de dicho vergel había un gran cerro, al parecer
de Caliche y era evidente que alguien lo había puesto allí con el transcurrir
de los años, también encontramos antiguas forjas y fundiciones, algunos pozos
de agua que ya estaban secos y, sorprendentemente, un par de socavones iguales
o similares a los que usan los pirquineros, los que resultaban extraños, porque
todo en ese lugar denotaba que eran solo flujos de tierra que se han ido
sumando por centurias y nada más. Resulta lógico el pensar que había periodos
en que los niveles de la napa subían al llegar el agua a este sitio tan
encajonado entre los cerros, y en otros bajaba. Esto permitía la sobrevida de
todo aquello que habitase en dicho lugar y esos socavones se usaban para
extraer aquellas aguas profundas. También encontramos antiguos corrales, éstos
deben de haber sido construidos a fines de los 1800 y principios de los 1900;
allí habitaron caballares, mulares, ganado vacuno y guanacos, encontrando
cueros y osamentas que indicaban que ahí fueron faenados.
Nos encontramos – también – con los restos de antiguas
construcciones ¿para qué servían? No lo sabemos ya que solo quedaban algunos
muros en pie. Según la historia de Isaac Arce, por estos parajes se estableció
la estación ferroviaria de Salar del Carmen y quién sabe, tal vez sus ocupantes
se encargaron de traer, desde el sur, alguna que otra planta (especialmente
invasivas) para alegrar este desierto y hacer más hermoso este humedal.
Fue por el 2014-2015 cuando comenzamos a ver la destrucción
de dicho sitio, el ingreso de maquinarias, derrames de líquidos nocivos y la
intervención directa del espacio. Primero desaparecieron los sapos, el de
cuatro ojos y la rana de Atacama, luego se fueron los queltehues y los
agricultores. Se dijo que el agua que usaban no era apta para irrigar las
frutas y las verduras de los antofagastinos, hasta que comenzaron a llegar las
empresas. Según los sabios, había que correr el humedal unos pocos metros en
dirección sur-este y esto no provocaría ningún conflicto con los intereses
económicos. Todos los minúsculos que catastramos por más de una década ya no
están, abejas nativas, moscas florícolas, etc. De las aves solo quedan los
gorriones y palomas, cuando este lugar era el sitio de nidificación del colibrí
del norte, de las dormilonas, mineros y de los chincoles antofagastinos. No
quedan ya sapos ni ranas, los peces mosquito y los guppys desaparecieron,
pececillos que aguantan todo, hasta de los contaminantes más increíbles y ya no
están. El totoral desapareció y las colas de zorro mueren, algunas de las
especies de flora que prosperaron hará una década atrás, ya no crecen, pero hay
en nuestra comunidad quienes insisten en que corriendo el humedal unos metros
al sur-este, bastará para salvarlo. Si eso no es desconocimiento y falta de
realidad para con nuestra naturaleza ¿Qué es?
Lo que les hablamos en estos párrafos, forma parte de la
historia de aquel lugar, una historia que comparten algunos estudiosos y
conocedores y que no sale de nuestras emociones antojadizas o manipuladoras. He
de confesar - con harta tristeza - que conocemos a gente que dice saber sobre
estos temas, pero, a decir verdad, no parece que los mueva el afán del
conocimiento y/o de investigar, sino sólo las ganas de lucrar.
Pero no es sólo la idea de “correr el humedal” lo que nos
indica la existencia de un severo desconocimiento sobre el lugar, no, también
hemos visto declaraciones que afirman que no es un humedal. Hay quienes afirman
categóricamente que es una vega o un pseudo-humedal que fue creado por una
empresa hace algunas décadas. Generalmente estas opiniones provienen de
personas que no son antofagastinas, y que desconocen (o no quieren conocer)
nuestra historia.
Para estas personas, la historia del humedal del kilómetro 12
comienza en la década de los ´70, con la instalación de la red de tuberías del
agua potable desde la precordillera. Como es bien conocido, esa agua no era la
ideal para el consumo humano, y hubo de instalarse una planta de filtros y
abatimiento de arsénico a la entrada de la quebrada del Salar del Carmen para
su tratamiento. Se nos quiere hacer creer que cuando la empresa que gestionaba
el agua potable en ese entonces, la DOS (Dirección de Obras Sanitarias), una
empresa fiscal, comenzó a botar el agua proveniente del lavado de sus filtros a
la pampa, esta habría escurrido naturalmente hasta el kilómetro 12, formando
este “pseudo humedal”.
Pero, si bien es efectivo que las aguas se liberaban y llegaban
hasta allí, eso no es un indicativo de que el lugar era simplemente un
desierto. Se sabe fehacientemente que toda la pampa que se extiende desde Alto
del Carmen (“el oasis”) hasta el kilómetro 12 está formada por las avenidas
causadas por las lluvias. Es material sedimentario, cosa fácil de notar con una
simple observación del terreno. Podemos recordar, por ejemplo, que en la década
de los ‘90 hubo fuertes precipitaciones en la Región que alcanzaron el desierto
intermedio, provocando una verdadera riada que avanzó por la pampa, arrastrando
todo, incluso las piscinas de secado de la planta minera existente frente a
Mantos Blancos, llegando esas aguas y el barro hasta el kilómetro 12, porque es
su cauce natural y siempre lo fue.
A lo largo de esta depresión existen napas subterráneas, que
hoy día son explotadas por las diversas mineras que ocupan el territorio, pero
que antaño mantenían su flujo y llegaban hasta este sector. Se podía ver en ese
lugar los vestigios de antiguas instalaciones industriales, de pozos, corrales,
etc. (poco queda hoy). ¿Por qué se instalarían precisamente allí, entre tanto
espacio disponible? ...porque allí había agua. Es el mismo caso de los otros
asentamientos humanos, siempre cerca de fuentes de agua, como la quebrada
Carrizo y la negra, por ejemplo.
Pero estas cosas no se dicen por ser fantasiosos o querer
inventar hechos a nuestro antojo. Las decimos porque, siempre detrás de conocer
nuestro pasado, hemos estado abiertos a hablar con la gente y hemos
entrevistado a lo largo de los años a no pocos antiguos habitantes de la zona,
y uno de ellos, el Sr. Carlos Rodríguez, fue quien nos contó que, mucho antes
de la instalación de la planta de filtros, por los años ‘40, él conoció y
recorrió ese sector, y ya existía entonces un humedal, con abundantes Cortaderias
(“colas de zorro”) y presencia de sapos, pájaros y queltehues, que era incluso
visitado por los guanacos, animal que por ese entonces todavía habitaba y
recorría la cordillera costera, y cuyos últimos ejemplares se pudieron ver por
La Chimba y Morro Moreno hasta inicios de los años ´80.
Por tanto, creemos que no se trata de “correr el humedal”,
sino de protegerlo donde está, pues ese es su lugar. Terrenos hay, y
demasiados, como para que sea necesario seguir destruyendo este espacio.
No había motivo alguno para poner industrias ahí, salvo por
la ambición desmedida de algunos.
¿A salvar qué? ¿Ahora? ¿Cuándo ya nada queda?
¿Así que este humedal nació gracias al esfuerzo, el tesón y
la chispeza de una antigua empresa?
Los que juegan a salvar hasta las pozas del alcantarillado,
sigan en su juego, pero dense el tiempo de pensar y de una buena vez, hagan lo
correcto. Proteger lo que realmente se debe proteger.
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